Sin embargo, por increíble que pareciera, había vuelto a ver a la tía de mi amiga tal como la recordaba, con rostro y cuerpo intactos, pese a haber transcurrido más de tres décadas, con la pequeña e inconfundible marca en forma de cruz coronando su ceja derecha. Decidí confrontarla y enfrentar mis miedos. Todavía no anochecía; si me apresuraba, podría alcanzarla en San Telmo.
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