Quitar el rastro
Ese olor nauseabundo, fue despertarse y percibirlo. Ese olor a papel maldito delataba la situación: hoy le tocaba a él, no podía ser otra cosa. —Ni el primero de mayo descansan éstos —pensó. Su mujer, extrañada al verlo cambiarse con tanto apuro en un día feriado, le alcanzó un mate. En circunstancias normales habría hecho la pregunta, pero éstas no lo eran. Decidió que lo mejor sería dejarlo solo un rato, pretextó salir a comprar cigarrillos. —Quizá demore, amor, tengo que encontrar kiosco abierto. Le puso un abrigo a Naldo y lo llevó con ella. El olor crecía, se dilataba, parecía tomar fuerzas de sí mismo y agigantarse. Timbre. Allí, sostenido por la punta de sus dedos como un bicho asqueroso, estaba el papel temido. El telegrama donde el Banco Provincial lo desafectaba de sus servicios poniéndolo a disposición del poder ejecutivo. Ahora le sucedía a él lo mismo que en los últimos meses le había sucedido a cientos de sus compañeros, el gobernador lo ocuparía en alguna pocilga a cambio de un cuarto de su sueldo. Y a cerrar la boca, que ofrecer batalla es peor. Con aquel bicho arrastrándose por la casa el olor era insoportable. Penetraba su nariz y, con la fuerza de un río que se abriera en varias corrientes, nublaba sus ojos, ensordecía sus oídos, depositaba un sedimento mugroso en su cerebro. Creyó estar aspirando, también, el espanto de otros. —Narices Empleados Bancarios Desaparecidos y Otros Fantasmas —dijo con voz de anunciante publicitario. Como una película, según dicen sucede antes de la muerte, pasaron por su mente la prenda que pesaba sobre el auto, la cuota del colegio privado de Naldito, la cuenta corriente en la farmacia…—. Narices acreedores en pánico —agregó riendo a carcajadas. Luego, repentinamente serio al recordar una de las tantas consecuencias que sufrían la mayoría de los sometidos al traslado forzoso, murmuró—: Narices divorcios en puerta. Ella no debía verlo. ¿Dónde se escondía el miserable? Tenía que eliminar al menos el rastro, el olor. Su nariz atraía aquel olor repugnante. Debía quitársela. Imposible. Imposible no. Querer es poder, porque así reza el dicho. —Querer es poder, Arnaldo —le decía siempre la querida señorita Nené, su maestra de sexto grado. Ella fue quien lo alentó para que no se conformara con trabajar en la bicicletería del viejo, para que continuase estudiando —. Querer es poder, como decía San Martín —repetía en su memoria aquella voz remota, dulce, suave, maternal. Don José de San Martín y el retrato escolar tan claro en su memoria. La mirada decidida, la boca de gesto enérgico, la nariz aguileña. Nariz, por unos instantes la había olvidado. Con un arma de fuego habría resultado más fácil, en su defecto, ahí estaba la tenaza.
Traduction temporaire :
Effacer les traces
Cette odeur nauséabonde, il la perçut dès son réveil. Cette odeur de papier maudit révélait la situation : aujourd'hui, c'était son tour, ça ne pouvait être que ça. Ces gens-là ne se reposent pas, même le premier mai. Étonnée de le voir se changer si prestement un jour férié, sa femme lui tendit un maté. Dans des circonstances normales, elle lui aurait posé la question, mais là, elles ne l'étaient pas. Elle décida que le mieux serait de le laisser seul un moment, elle prétexta sortir pour aller acheter des cigarettes. — Je vais peut-être tarder, mon amour, il faut que je trouve un bureau de tabac ouvert. Elle enfila un manteau à Naldo et l'emmena avec elle. L'odeur s'intensifiait, se dilatait, semblait puiser ses forces en elle-même et prendre des proportions gigantesques. Sonnette. Tenu par le bout de ses doigts telle une bestiole dégoûtante, le papier redouté se trouvait là. Le télégramme où la Banque Provinciale le mettait à disposition du pouvoir exécutif en le déchargeant de ses fonctions. Maintenant, il lui arrivait la même chose qu'à des centaines de ses collègues au cours des derniers mois, le gouverneur allait l'employer dans une porcherie pour un quart de son salaire. Et mieux vaut qu'il la ferme, se battre est pire. Avec cette bestiole rampant dans la maison, l'odeur était insupportable. Elle pénétrait son nez et, avec la force d'un fleuve qui s'ouvrirait en plusieurs courants, elle brouillait ses yeux, assourdissait ses oreilles, déposait un sédiment crasseux dans son cerveau. Il crut aspirer l'effroi des autres aussi. — Les Employés de Banque Disparus et Autres Fantômes, mon œil ! s'écria-t-il avec une voix d'annonceur publicitaire.