El pandero de piojo
Había una vez un rey que tenía una hija.Un día, la muchacha sintió que tenía un extraño picor en la cabeza. El rey apartó su hermoso cabello rubio y descubrió un pequeño piojo.
- ¡Qué piojo tan atrevido! –exclamó el rey-. Instalarse en la cabellera de una princesa… Lo encerraremos en una tinaja para que crezca, y como castigo, cuando su tamaño sea suficiente, haré un pandero con su piel.
Así lo hicieron, y el piojo creció tanto que el rey pudo al fin hacer el pandero.
- Hija –dijo el rey- este pandero que he mandado hacer con la piel del piojo que te molestó será quien decida tu futuro marido y el futuro rey de estas tierras. El hombre que adivine el material con el que está hecho será el afortunado que obtenga tu mano. Así lo haré saber.
Después del anuncio del rey, muchos jóvenes guapos y valientes fueron hasta el castillo para intentar adivinar de qué estaba hecho el pandero, pero ninguno de ellos conseguía acertar. Los días pasaban y la princesa estaba triste porque veía que muchos candidatos desfilaban ante sus ojos, pero ninguno era capaz de resolver el enigma.
Un día, se presentó ante el rey un viejo para probar suerte. El hombre recibió el pandero de la mano de un criado y empezó a tocar.
- ¡Este pandero no suena! –gritaba exageradamente-. Sin sonido nunca adivinaré el material con el que está hecho.
El rey, sonriendo, se acercó al oído de su hija y le murmuró:
- Este viejo sordo jamás descubrirá que el pandero es de piel de piojo.
Pero el viejo, que era muy listo, siguió tocando. Después de un rato, anunció la gran respuesta: El rey le miró asombrado y la princesa rompió a llorar porque sabía que debía casarse con aquel viejo sordo.
- Enhorabuena –gritó el rey al viejo-, esta misma noche se celebrará la boda. No hay tiempo que perder.
En tan sólo unas horas, el rey preparó una gran ceremonia con un banquete inmenso y un divertido baile. Terminada la fiesta, los recién casados se dirigieron a la habitación. La princesa, muy triste, se asomó a la ventana y se puso a llorar. El viejo sintió lástima y le dijo:
- No llores. Yo ya soy muy viejo y lo único que quiero es un poco de compañía para mis últimos días. Jamás seré rey de estas tierras… soy incluso más viejo que tu padre.
Después de decir estas palabras de consuelo a la joven princesa, se acostó y se quedó dormido. La joven, enfurecida, hizo un pequeño hatillo con lo que creyó necesario y sin dudarlo se escapó del castillo en medio de la oscuridad de la noche. Treinta días anduvo sin descanso. Treinta días sin comer otra cosa que lo que encontraba en el camino.
Estaba muy débil y no podía caminar más. Así que de pronto, junto a un río, la princesa, fruto del cansancio, se desvaneció. Cuando volvió en sí estaba confusa, en una cama muy blandita con sábanas limpias.
- Buenos días, muchacha La princesa sobresaltada se giró hacia el lugar de donde provenía la voz. Había un joven muy guapo sentado en un sillón.
- ¿Quién eres? ¿Dónde estoy?
- No te asustes. Estás en mi castillo. Soy el príncipe de esta región. Ayer estaba cazando y cuando llegué al río…
- Pero… quiero marcharme –interrumpió la princesa-. Mi padre, la boda, el viejo… -repetía un poco aturdida aún.
- Tranquila. Ahora mis sirvientes te ayudarán a bañarte y te darán ropa limpia. Después, nos veremos en el comedor y tendremos tiempo para que me expliques todo lo que creas oportuno.
Dicho esto, el apuesto príncipe salió de la habitación. La joven tomó un baño con jabones perfumados, se peinó su hermosa cabellera y se puso las ropas limpias que el príncipe le había proporcionado. Espléndida, bajó al comedor donde el príncipe esperaba ya su llegada.
- ¡Qué hermosa estás! Siéntate por favor y comamos algo.
- Muchas gracias por su amabilidad, -dijo la princesa- pero de veras que tengo que ir a mi casa. Me escapé hace ya muchos días y mi padre estará preocupado.
- Vaya, una muchacha rebelde –sonreía el príncipe-. Dime, ¿quién es tu padre? Tu piel blanca y tus finas manos no son las propias de la hija de un herrero o de una campesina.
¿De dónde procedes?
- Verá, majestad, en realidad no soy una campesina. Soy la hija del rey de las tierras que están al otro lado de las colinas.
- ¿Cómo? ¿Una princesa? – exclamó sorprendido el príncipe-. Discúlpame, por favor, yo no sabía…
- No, por favor, no se preocupe. Con ese aspecto que debía tener es normal que no pensara que soy la hija de un rey.
- Pero, ¿cómo es que te escapaste del castillo? –preguntó el príncipe.
- Mi padre –prosiguió la joven- prometió casarme con el hombre que adivinara de qué estaba hecho un pandero, con tan mala suerte, que el afortunado fue un viejo sordo. Mi padre me susurró que no tuviera miedo, que un viejo sordo nunca sabría que el pandero estaba hecho de piel de piojo, pero insospechadamente, lo acertó, y esa misma tarde me tuve que casar con él. Por la noche, mientras lloraba asomada a la ventana, intentó consolarme, pero no quería estar con él, así que aprovechando la oscuridad de la noche me escapé de mi trágico destino. Cuarenta días anduve hasta que me desmayé y aparecí hoy aquí.
- Pero princesa, ¿cómo un viejo sordo puedo acertar el sonido de un pandero sin escucharlo? Y dices que te consoló mientras llorabas asomada a la ventana, ¿no es cierto?
- Sí, claro.
- Entonces, si estabas asomada a la ventana no podía verte llorar, ¿no es cierto?
- Sí claro, pero…
- Si sabía que estabas llorando –concluyó el príncipe- es porque podía escucharte. El viejo no es sordo. Os ha engañado. Es más, su oído es tan fino que pudo escuchar a tu padre cuando te susurró aquellas palabras, con lo que sabía de qué estaba hecho el pandero. Esa boda no es válida. Hay que anularlo todo. Mañana iremos al castillo de tu padre y le explicaremos todo.
Y así lo hicieron. Pasaron un día muy agradable paseando por los jardines que rodeaban al castillo, montando a caballo y hablando de sus cosas. Al llegar la noche regresaron al castillo para descansar, pero la luna llena ya les había iluminado con su luz especial. Toda la noche estuvieron pensando el uno en el otro. Por la mañana, prepararon los caballos y emprendieron rumbo al castillo.
Cabalgando a toda prisa sin descanso, por la noche, llegaron a su destino.
- Guardia –dijo el príncipe- avisa al rey de que el príncipe vecino ha venido en visita oficial.
A los pocos segundos, la puerta del castillo se abría dejándoles paso.
- ¿Qué se te ofrece por aquí, muchacho? Hace mucho que nadie de tu familia venía a visitarme.
- He encontrado algo que creo que le gustará recuperar – dijo el príncipe-. Se trata de su hija.
- ¿Qué sucede? – replicó el rey- Se escapó hace ya más de un mes y no sabemos nada de ella.
- Está en el carruaje, pero no saldrá hasta que no anule la boda con el viejo.
- Pero eso es imposible –protestaba el rey-. Di mi palabra y la boda tenía que celebrarse.
- Sí, pero no con trampa. El viejo no es sordo y escuchó de su boca la propia respuesta al acertijo.
- Es imposible –decía incrédulo el rey.
-¡No lo es! – interrumpió el viejo-. Es verdad que no soy sordo, pero ahora ya nada se puede hacer. Ella es mi mujer y seré el nuevo rey en cuanto acabe contigo.
- Guardias –alertó el rey-. Arréstenlo y que pase el resto de su vida encerrado. Nadie se burla del rey. Nadie amenaza a un rey. Y como recompensa por tu ayuda, joven príncipe, la boda queda anulada y como pago te entregaré aquello de mi reino que quieras poseer.
- Majestad –dijo tímido el príncipe-, si no le importa, lo único que quiero de su reino es la mano de su hija.
- Lo he prometido y así lo cumplo. Cuando dispongáis se celebrará la boda. Hasta entonces podéis quedaros aquí. He dicho.
La princesa salió corriendo del carro, llorando (esta vez de alegría) y abrazó a su padre. Después, besó a su prometido. A los pocos días se casaron y la fiesta fue celebrada en toda la región. Los
nuevos príncipes vivieron muy felices y tuvieron dos hijos: el mayor, que heredó el reino de su abuelo, y el menor, que heredó el de su padre. Ambos reinos siempre estuvieron en paz, y todos los años, en recuerdo del día de la boda, se celebraba una fiesta a la que estaban invitados todos los habitantes de las dos regiones.
Había una vez un rey que tenía una hija.Un día, la muchacha sintió que tenía un extraño picor en la cabeza. El rey apartó su hermoso cabello rubio y descubrió un pequeño piojo.
- ¡Qué piojo tan atrevido! –exclamó el rey-. Instalarse en la cabellera de una princesa… Lo encerraremos en una tinaja para que crezca, y como castigo, cuando su tamaño sea suficiente, haré un pandero con su piel.
Así lo hicieron, y el piojo creció tanto que el rey pudo al fin hacer el pandero.
- Hija –dijo el rey- este pandero que he mandado hacer con la piel del piojo que te molestó será quien decida tu futuro marido y el futuro rey de estas tierras. El hombre que adivine el material con el que está hecho será el afortunado que obtenga tu mano. Así lo haré saber.
Después del anuncio del rey, muchos jóvenes guapos y valientes fueron hasta el castillo para intentar adivinar de qué estaba hecho el pandero, pero ninguno de ellos conseguía acertar. Los días pasaban y la princesa estaba triste porque veía que muchos candidatos desfilaban ante sus ojos, pero ninguno era capaz de resolver el enigma.
Un día, se presentó ante el rey un viejo para probar suerte. El hombre recibió el pandero de la mano de un criado y empezó a tocar.
- ¡Este pandero no suena! –gritaba exageradamente-. Sin sonido nunca adivinaré el material con el que está hecho.
El rey, sonriendo, se acercó al oído de su hija y le murmuró:
- Este viejo sordo jamás descubrirá que el pandero es de piel de piojo.
Pero el viejo, que era muy listo, siguió tocando. Después de un rato, anunció la gran respuesta: El rey le miró asombrado y la princesa rompió a llorar porque sabía que debía casarse con aquel viejo sordo.
- Enhorabuena –gritó el rey al viejo-, esta misma noche se celebrará la boda. No hay tiempo que perder.
En tan sólo unas horas, el rey preparó una gran ceremonia con un banquete inmenso y un divertido baile. Terminada la fiesta, los recién casados se dirigieron a la habitación. La princesa, muy triste, se asomó a la ventana y se puso a llorar. El viejo sintió lástima y le dijo:
- No llores. Yo ya soy muy viejo y lo único que quiero es un poco de compañía para mis últimos días. Jamás seré rey de estas tierras… soy incluso más viejo que tu padre.
Después de decir estas palabras de consuelo a la joven princesa, se acostó y se quedó dormido. La joven, enfurecida, hizo un pequeño hatillo con lo que creyó necesario y sin dudarlo se escapó del castillo en medio de la oscuridad de la noche. Treinta días anduvo sin descanso. Treinta días sin comer otra cosa que lo que encontraba en el camino.
Estaba muy débil y no podía caminar más. Así que de pronto, junto a un río, la princesa, fruto del cansancio, se desvaneció. Cuando volvió en sí estaba confusa, en una cama muy blandita con sábanas limpias.
- Buenos días, muchacha La princesa sobresaltada se giró hacia el lugar de donde provenía la voz. Había un joven muy guapo sentado en un sillón.
- ¿Quién eres? ¿Dónde estoy?
- No te asustes. Estás en mi castillo. Soy el príncipe de esta región. Ayer estaba cazando y cuando llegué al río…
- Pero… quiero marcharme –interrumpió la princesa-. Mi padre, la boda, el viejo… -repetía un poco aturdida aún.
- Tranquila. Ahora mis sirvientes te ayudarán a bañarte y te darán ropa limpia. Después, nos veremos en el comedor y tendremos tiempo para que me expliques todo lo que creas oportuno.
Dicho esto, el apuesto príncipe salió de la habitación. La joven tomó un baño con jabones perfumados, se peinó su hermosa cabellera y se puso las ropas limpias que el príncipe le había proporcionado. Espléndida, bajó al comedor donde el príncipe esperaba ya su llegada.
- ¡Qué hermosa estás! Siéntate por favor y comamos algo.
- Muchas gracias por su amabilidad, -dijo la princesa- pero de veras que tengo que ir a mi casa. Me escapé hace ya muchos días y mi padre estará preocupado.
- Vaya, una muchacha rebelde –sonreía el príncipe-. Dime, ¿quién es tu padre? Tu piel blanca y tus finas manos no son las propias de la hija de un herrero o de una campesina.
¿De dónde procedes?
- Verá, majestad, en realidad no soy una campesina. Soy la hija del rey de las tierras que están al otro lado de las colinas.
- ¿Cómo? ¿Una princesa? – exclamó sorprendido el príncipe-. Discúlpame, por favor, yo no sabía…
- No, por favor, no se preocupe. Con ese aspecto que debía tener es normal que no pensara que soy la hija de un rey.
- Pero, ¿cómo es que te escapaste del castillo? –preguntó el príncipe.
- Mi padre –prosiguió la joven- prometió casarme con el hombre que adivinara de qué estaba hecho un pandero, con tan mala suerte, que el afortunado fue un viejo sordo. Mi padre me susurró que no tuviera miedo, que un viejo sordo nunca sabría que el pandero estaba hecho de piel de piojo, pero insospechadamente, lo acertó, y esa misma tarde me tuve que casar con él. Por la noche, mientras lloraba asomada a la ventana, intentó consolarme, pero no quería estar con él, así que aprovechando la oscuridad de la noche me escapé de mi trágico destino. Cuarenta días anduve hasta que me desmayé y aparecí hoy aquí.
- Pero princesa, ¿cómo un viejo sordo puedo acertar el sonido de un pandero sin escucharlo? Y dices que te consoló mientras llorabas asomada a la ventana, ¿no es cierto?
- Sí, claro.
- Entonces, si estabas asomada a la ventana no podía verte llorar, ¿no es cierto?
- Sí claro, pero…
- Si sabía que estabas llorando –concluyó el príncipe- es porque podía escucharte. El viejo no es sordo. Os ha engañado. Es más, su oído es tan fino que pudo escuchar a tu padre cuando te susurró aquellas palabras, con lo que sabía de qué estaba hecho el pandero. Esa boda no es válida. Hay que anularlo todo. Mañana iremos al castillo de tu padre y le explicaremos todo.
Y así lo hicieron. Pasaron un día muy agradable paseando por los jardines que rodeaban al castillo, montando a caballo y hablando de sus cosas. Al llegar la noche regresaron al castillo para descansar, pero la luna llena ya les había iluminado con su luz especial. Toda la noche estuvieron pensando el uno en el otro. Por la mañana, prepararon los caballos y emprendieron rumbo al castillo.
Cabalgando a toda prisa sin descanso, por la noche, llegaron a su destino.
- Guardia –dijo el príncipe- avisa al rey de que el príncipe vecino ha venido en visita oficial.
A los pocos segundos, la puerta del castillo se abría dejándoles paso.
- ¿Qué se te ofrece por aquí, muchacho? Hace mucho que nadie de tu familia venía a visitarme.
- He encontrado algo que creo que le gustará recuperar – dijo el príncipe-. Se trata de su hija.
- ¿Qué sucede? – replicó el rey- Se escapó hace ya más de un mes y no sabemos nada de ella.
- Está en el carruaje, pero no saldrá hasta que no anule la boda con el viejo.
- Pero eso es imposible –protestaba el rey-. Di mi palabra y la boda tenía que celebrarse.
- Sí, pero no con trampa. El viejo no es sordo y escuchó de su boca la propia respuesta al acertijo.
- Es imposible –decía incrédulo el rey.
-¡No lo es! – interrumpió el viejo-. Es verdad que no soy sordo, pero ahora ya nada se puede hacer. Ella es mi mujer y seré el nuevo rey en cuanto acabe contigo.
- Guardias –alertó el rey-. Arréstenlo y que pase el resto de su vida encerrado. Nadie se burla del rey. Nadie amenaza a un rey. Y como recompensa por tu ayuda, joven príncipe, la boda queda anulada y como pago te entregaré aquello de mi reino que quieras poseer.
- Majestad –dijo tímido el príncipe-, si no le importa, lo único que quiero de su reino es la mano de su hija.
- Lo he prometido y así lo cumplo. Cuando dispongáis se celebrará la boda. Hasta entonces podéis quedaros aquí. He dicho.
La princesa salió corriendo del carro, llorando (esta vez de alegría) y abrazó a su padre. Después, besó a su prometido. A los pocos días se casaron y la fiesta fue celebrada en toda la región. Los
nuevos príncipes vivieron muy felices y tuvieron dos hijos: el mayor, que heredó el reino de su abuelo, y el menor, que heredó el de su padre. Ambos reinos siempre estuvieron en paz, y todos los años, en recuerdo del día de la boda, se celebraba una fiesta a la que estaban invitados todos los habitantes de las dos regiones.
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Annabelle nous propose sa traduction :
Le tambour de pou
Il était une fois un roi qui avait une fille. Un jour, la fillette sentit qu'elle avait une étrange démangeaison sur la tête. Le roi écarta ses beaux cheveux blonds et découvrit un petit pou.
– Quel pou impudent ! – s'exclama le roi. S'installer dans la chevelure d'une princesse... Nous l'enfermerons dans une jarre pour qu'il grandisse et, comme châtiment, quand sa taille sera suffisante, je ferai un tambour avec sa peau.
Il en fut ainsi fait, et le pou grandit tant que le roi put enfin confectionner le tambour.
– Ma fille – dit le roi – ce tambour, que j'ai ordonné de faire avec la peau du pou qui t'a ennuyée, sera celui qui choisira ton futur mari et le futur roi de ces terres. L'homme qui devinera la matière dont il est constitué sera l'heureux élu qui obtiendra ta main. Ainsi le ferai-je savoir.
Après l'annonce du roi, de nombreux beaux et valeureux jeunes gens allèrent jusqu'au château pour essayer de deviner de quoi était fait le tambour, mais aucun d'eux ne réussissait à trouver. Les jours passaient et la princesse était triste, car elle voyait que de nombreux candidats défilaient devant ses yeux, mais qu'aucun n'était capable de résoudre l'énigme.
Un jour, un vieil homme se présenta devant le roi pour tenter sa chance. L'homme reçut le tambour de la main d'un domestique et commença à jouer.
– Ce tambour ne résonne pas ! – criait-il exagérément. Sans son, je ne devinerai jamais la matière dont il est fait.
Le roi, en souriant, s'approcha de l'oreille de sa fille et lui murmura :
– Ce vieux sourd ne découvrira jamais que le tambour est en peau de pou.
Mais le vieux, qui était très futé, continua à battre. Après un moment, il annonça la grande réponse : le roi le regarda, stupéfait, et la princesse se mit à pleurer, car elle savait qu'elle devait se marier avec ce vieux sourd.
– À la bonne heure – cria le roi au vieillard – , ce soir même, la noce sera célébrée. Il n'y a pas de temps à perdre.
En seulement quelques heures, le roi prépara une grande cérémonie avec un banquet immense et un bal divertissant. La fête terminée, les nouveaux époux se dirigèrent vers la chambre. La princesse, très triste, s'accouda à la fenêtre et se mit à pleurer. Le vieil homme ressentit de la peine et lui dit :
– Ne pleure pas. Je suis déjà très vieux et la seule chose que que je veux est un peu de compagnie pour mes derniers jours. Je ne serai jamais roi de ces terres... je suis plus vieux même que ton père.
Après avoir prononcé ces paroles de consolation à la jeune princesse, il se coucha et s'endormit. La jeune fille, furieuse, fit un petit balluchon avec ce qu'elle crut nécessaire et, sans hésitation, elle s'échappa du château au milieu de l'obscurité nocturne. Elle marcha trente jours sans repos. Trente jours sans manger autre chose que ce qu'elle trouvait sur le chemin.
Elle était très faible et ne pouvait avancer plus. Alors, soudain, près d'une rivière, du fait de la fatigue, la princesse s'évanouit. Lorsqu'elle revint à elle, elle était confuse, dans un lit très moelleux avec des draps propres.
– Bonjour, jeune fille.
La princesse sursauta et se tourna vers le lieu d'où provenait la voix. Il y avait un jeune homme très beau assis dans un fauteuil.
– Qui es-tu ? Où suis-je ?
– Ne t'inquiète pas. Tu es dans mon château. Je suis le prince de cette contrée. Hier, je chassais et quand je suis arrivé à la rivière...
– Mais... je veux m'en aller – l'interrompit la princesse. Mon père, le mariage, le vieil homme... – répétait-elle, encore un peu étourdie.
– Du calme. À présent mes servantes vont t'aider à te baigner et elles te donneront des vêtements propres. Ensuite, nous nous verrons dans la salle à manger et nous aurons du temps pour que tu m'expliques tout ce que tu croiras opportun.
Ceci dit, l'élégant prince sortit de la chambre. La jeune fille prit un bain avec des savons parfumés, peigna sa belle chevelure et mit les vêtements propres que le prince lui avait procurés. Splendide, elle descendit à la salle à manger où le prince attendait déjà son arrivée.
– Comme tu es belle ! Assieds-toi s'il te plaît et mangeons quelque chose.
– Merci beaucoup pour votre amabilité, – dit la princesse – mais je dois vraiment retourner chez moi. Je me suis échappée depuis déjà de nombreux jours et mon père sera inquiet.
– Allons donc, une jeune rebelle – souriait le prince. Dis-moi, qui est ton père ? Ta peau blanche et tes mains fines ne sont pas celles de la fille d'un forgeron ou d'une paysanne. D'où viens-tu ?
– Vous verrez, majesté, qu'en réalité je ne suis pas une paysanne. Je suis la fille du roi des terres qui sont de l'autre côté des collines.
– Comment ? Une princesse ? – s'exclama le prince, surpris. Excusez-moi, s'il vous plaît, je ne savais pas...
– Non, je vous en prie, ne vous inquiétez pas. Avec cette apparence que je devais avoir, il est normal que vous n'ayez pas pensé que je suis la fille d'un roi.
– Mais, comment se fait-il que tu te sois échappée du château ? – demanda le prince.
– Mon père – poursuivit la jeune fille – a promis de me marier à l'homme qui devinerait de quoi était fait un tambour, avec une telle malchance que le gagnant fut un vieux sourd. Mon père me susurra de ne pas avoir peur, qu'un vieux sourd ne saurait jamais que le tambour était fait de peau de pou, mais inespérément, il devina, et le soir même, je dus me marier avec lui. Dans la nuit, pendant que je pleurais penchée à la fenêtre, il essaya de me consoler, mais je ne voulais pas être avec lui, c'est ainsi que, profitant de l'obscurité de la nuit, j'ai fuit mon tragique destin. J'ai marché quarante jours jusqu'à ce que je m'évanouisse et que j'apparaisse ici aujourd'hui.
– Mais, Princesse, comment un vieux sourd a-t-il pu reconnaître le son d'un tambour sans l'entendre ? Et tu dis qu'il t'a consolée lorsque tu pleurais à la fenêtre, n'est-ce pas ?
– Si, en effet.
– Alors, si tu étais penchée à la fenêtre, il ne pouvait pas te voir, n'est-ce pas ?
– Si en effet, mais...
– S'il savait que tu pleurais – conclut le prince – c'est parce qu'il pouvait t'entendre. Le vieil homme n'est pas sourd. Il vous a trompés. Et plus encore, son ouïe est si fine qu'il a pu entendre ton père quand il t'a susurré ces paroles, ce qui lui a permis de savoir de quoi était fait le tambour. Ce mariage n'est pas valable. Il faut tout annuler. Demain nous irons au château de ton père et nous lui expliquerons tout.
Et ils firent ainsi. Ils passèrent une journée très agréable à se promener dans les jardins qui entouraient le château, à monter à cheval et à discuter de choses et d'autres. À la tombée de la nuit, ils retournèrent au château pour se reposer, mais la pleine lune les avait déjà éclairés de sa lumière spéciale. Toute la nuit, ils pensèrent l'un à l'autre. Le matin, ils préparèrent les chevaux et prirent la direction du château.
Chevauchant à toute vitesse sans repos, ils arrivèrent le soir à leur destination.
– Garde – dit le prince – préviens le roi que le prince voisin est venu en visite officielle.
En quelques secondes, la porte du château s'ouvrait pour les laisser passer.
– Qu'est-ce qui t'amène ici, jeune homme ? Il y a longtemps que personne de ta famille n'est venu me rendre visite.
– J'ai trouvé une chose que, je pense, vous aimerez récupérer – dit le prince. Il s'agit de votre fille.
– Que se passe-t-il ? – répondit le roi. Elle s'est échappée il y a déjà plus d'un mois et nous ne savons rien d'elle.
– Elle est dans le chariot , mais elle ne sortira pas avant que vous n'annuliez le mariage avec le vieil homme.
– Mais c'est impossible – protestait le roi. J'ai donné ma parole et le mariage devait se célébrer.
– Oui, mais sans tricherie. Le vieillard n'est pas sourd et a entendu de votre bouche la réponse à la devinette.
– C'est impossible – répétait le roi, incrédule.
– Ce ne l'est pas ! – interrompit le vieil homme. Il est vrai que je ne suis pas sourd, mais à présent on ne peut plus rien faire. Elle est ma femme et je serai le nouveau roi dès qu'il en sera fini de toi.
– Gardes – appela le roi. Arrêtez-le et qu'il passe le reste de sa vie enfermé. Personne ne se moque du roi. Personne ne menace un roi. Et comme récompense pour ton aide, jeune prince, le mariage est annulé et comme rétribution je te donnerai ce que tu voudras posséder de mon royaume.
– Majesté – dit timidement le prince – si cela ne vous ennuie pas, la seule chose que je veux de votre royaume est la main de votre fille.
– Je l'ai promis et je m'y tiens. Quand vous le stipulerez, le mariage sera célébré. Jusque-là, vous pouvez rester ici. J'ai dit.
La princesse sortit en courant de la carriole, en pleurant (cette fois-ci, de joie) et elle embrassa son père. Ensuite, elle donna un baiser à son fiancé. Quelques jours plus tard, ils se marièrent et la fête fut célébrée dans toute la région. Le nouveau couple princier vécut très heureux et eut deux fils : l'aîné qui hérita le royaume de son grand-père, et le cadet, qui hérita celui de son père. Les deux royaumes furent toujours en paix et, tous les ans, en souvenir du jour du mariage, on célébrait une fête où étaient invités tous les habitants des deux contrées.
Le tambour de pou
Il était une fois un roi qui avait une fille. Un jour, la fillette sentit qu'elle avait une étrange démangeaison sur la tête. Le roi écarta ses beaux cheveux blonds et découvrit un petit pou.
– Quel pou impudent ! – s'exclama le roi. S'installer dans la chevelure d'une princesse... Nous l'enfermerons dans une jarre pour qu'il grandisse et, comme châtiment, quand sa taille sera suffisante, je ferai un tambour avec sa peau.
Il en fut ainsi fait, et le pou grandit tant que le roi put enfin confectionner le tambour.
– Ma fille – dit le roi – ce tambour, que j'ai ordonné de faire avec la peau du pou qui t'a ennuyée, sera celui qui choisira ton futur mari et le futur roi de ces terres. L'homme qui devinera la matière dont il est constitué sera l'heureux élu qui obtiendra ta main. Ainsi le ferai-je savoir.
Après l'annonce du roi, de nombreux beaux et valeureux jeunes gens allèrent jusqu'au château pour essayer de deviner de quoi était fait le tambour, mais aucun d'eux ne réussissait à trouver. Les jours passaient et la princesse était triste, car elle voyait que de nombreux candidats défilaient devant ses yeux, mais qu'aucun n'était capable de résoudre l'énigme.
Un jour, un vieil homme se présenta devant le roi pour tenter sa chance. L'homme reçut le tambour de la main d'un domestique et commença à jouer.
– Ce tambour ne résonne pas ! – criait-il exagérément. Sans son, je ne devinerai jamais la matière dont il est fait.
Le roi, en souriant, s'approcha de l'oreille de sa fille et lui murmura :
– Ce vieux sourd ne découvrira jamais que le tambour est en peau de pou.
Mais le vieux, qui était très futé, continua à battre. Après un moment, il annonça la grande réponse : le roi le regarda, stupéfait, et la princesse se mit à pleurer, car elle savait qu'elle devait se marier avec ce vieux sourd.
– À la bonne heure – cria le roi au vieillard – , ce soir même, la noce sera célébrée. Il n'y a pas de temps à perdre.
En seulement quelques heures, le roi prépara une grande cérémonie avec un banquet immense et un bal divertissant. La fête terminée, les nouveaux époux se dirigèrent vers la chambre. La princesse, très triste, s'accouda à la fenêtre et se mit à pleurer. Le vieil homme ressentit de la peine et lui dit :
– Ne pleure pas. Je suis déjà très vieux et la seule chose que que je veux est un peu de compagnie pour mes derniers jours. Je ne serai jamais roi de ces terres... je suis plus vieux même que ton père.
Après avoir prononcé ces paroles de consolation à la jeune princesse, il se coucha et s'endormit. La jeune fille, furieuse, fit un petit balluchon avec ce qu'elle crut nécessaire et, sans hésitation, elle s'échappa du château au milieu de l'obscurité nocturne. Elle marcha trente jours sans repos. Trente jours sans manger autre chose que ce qu'elle trouvait sur le chemin.
Elle était très faible et ne pouvait avancer plus. Alors, soudain, près d'une rivière, du fait de la fatigue, la princesse s'évanouit. Lorsqu'elle revint à elle, elle était confuse, dans un lit très moelleux avec des draps propres.
– Bonjour, jeune fille.
La princesse sursauta et se tourna vers le lieu d'où provenait la voix. Il y avait un jeune homme très beau assis dans un fauteuil.
– Qui es-tu ? Où suis-je ?
– Ne t'inquiète pas. Tu es dans mon château. Je suis le prince de cette contrée. Hier, je chassais et quand je suis arrivé à la rivière...
– Mais... je veux m'en aller – l'interrompit la princesse. Mon père, le mariage, le vieil homme... – répétait-elle, encore un peu étourdie.
– Du calme. À présent mes servantes vont t'aider à te baigner et elles te donneront des vêtements propres. Ensuite, nous nous verrons dans la salle à manger et nous aurons du temps pour que tu m'expliques tout ce que tu croiras opportun.
Ceci dit, l'élégant prince sortit de la chambre. La jeune fille prit un bain avec des savons parfumés, peigna sa belle chevelure et mit les vêtements propres que le prince lui avait procurés. Splendide, elle descendit à la salle à manger où le prince attendait déjà son arrivée.
– Comme tu es belle ! Assieds-toi s'il te plaît et mangeons quelque chose.
– Merci beaucoup pour votre amabilité, – dit la princesse – mais je dois vraiment retourner chez moi. Je me suis échappée depuis déjà de nombreux jours et mon père sera inquiet.
– Allons donc, une jeune rebelle – souriait le prince. Dis-moi, qui est ton père ? Ta peau blanche et tes mains fines ne sont pas celles de la fille d'un forgeron ou d'une paysanne. D'où viens-tu ?
– Vous verrez, majesté, qu'en réalité je ne suis pas une paysanne. Je suis la fille du roi des terres qui sont de l'autre côté des collines.
– Comment ? Une princesse ? – s'exclama le prince, surpris. Excusez-moi, s'il vous plaît, je ne savais pas...
– Non, je vous en prie, ne vous inquiétez pas. Avec cette apparence que je devais avoir, il est normal que vous n'ayez pas pensé que je suis la fille d'un roi.
– Mais, comment se fait-il que tu te sois échappée du château ? – demanda le prince.
– Mon père – poursuivit la jeune fille – a promis de me marier à l'homme qui devinerait de quoi était fait un tambour, avec une telle malchance que le gagnant fut un vieux sourd. Mon père me susurra de ne pas avoir peur, qu'un vieux sourd ne saurait jamais que le tambour était fait de peau de pou, mais inespérément, il devina, et le soir même, je dus me marier avec lui. Dans la nuit, pendant que je pleurais penchée à la fenêtre, il essaya de me consoler, mais je ne voulais pas être avec lui, c'est ainsi que, profitant de l'obscurité de la nuit, j'ai fuit mon tragique destin. J'ai marché quarante jours jusqu'à ce que je m'évanouisse et que j'apparaisse ici aujourd'hui.
– Mais, Princesse, comment un vieux sourd a-t-il pu reconnaître le son d'un tambour sans l'entendre ? Et tu dis qu'il t'a consolée lorsque tu pleurais à la fenêtre, n'est-ce pas ?
– Si, en effet.
– Alors, si tu étais penchée à la fenêtre, il ne pouvait pas te voir, n'est-ce pas ?
– Si en effet, mais...
– S'il savait que tu pleurais – conclut le prince – c'est parce qu'il pouvait t'entendre. Le vieil homme n'est pas sourd. Il vous a trompés. Et plus encore, son ouïe est si fine qu'il a pu entendre ton père quand il t'a susurré ces paroles, ce qui lui a permis de savoir de quoi était fait le tambour. Ce mariage n'est pas valable. Il faut tout annuler. Demain nous irons au château de ton père et nous lui expliquerons tout.
Et ils firent ainsi. Ils passèrent une journée très agréable à se promener dans les jardins qui entouraient le château, à monter à cheval et à discuter de choses et d'autres. À la tombée de la nuit, ils retournèrent au château pour se reposer, mais la pleine lune les avait déjà éclairés de sa lumière spéciale. Toute la nuit, ils pensèrent l'un à l'autre. Le matin, ils préparèrent les chevaux et prirent la direction du château.
Chevauchant à toute vitesse sans repos, ils arrivèrent le soir à leur destination.
– Garde – dit le prince – préviens le roi que le prince voisin est venu en visite officielle.
En quelques secondes, la porte du château s'ouvrait pour les laisser passer.
– Qu'est-ce qui t'amène ici, jeune homme ? Il y a longtemps que personne de ta famille n'est venu me rendre visite.
– J'ai trouvé une chose que, je pense, vous aimerez récupérer – dit le prince. Il s'agit de votre fille.
– Que se passe-t-il ? – répondit le roi. Elle s'est échappée il y a déjà plus d'un mois et nous ne savons rien d'elle.
– Elle est dans le chariot , mais elle ne sortira pas avant que vous n'annuliez le mariage avec le vieil homme.
– Mais c'est impossible – protestait le roi. J'ai donné ma parole et le mariage devait se célébrer.
– Oui, mais sans tricherie. Le vieillard n'est pas sourd et a entendu de votre bouche la réponse à la devinette.
– C'est impossible – répétait le roi, incrédule.
– Ce ne l'est pas ! – interrompit le vieil homme. Il est vrai que je ne suis pas sourd, mais à présent on ne peut plus rien faire. Elle est ma femme et je serai le nouveau roi dès qu'il en sera fini de toi.
– Gardes – appela le roi. Arrêtez-le et qu'il passe le reste de sa vie enfermé. Personne ne se moque du roi. Personne ne menace un roi. Et comme récompense pour ton aide, jeune prince, le mariage est annulé et comme rétribution je te donnerai ce que tu voudras posséder de mon royaume.
– Majesté – dit timidement le prince – si cela ne vous ennuie pas, la seule chose que je veux de votre royaume est la main de votre fille.
– Je l'ai promis et je m'y tiens. Quand vous le stipulerez, le mariage sera célébré. Jusque-là, vous pouvez rester ici. J'ai dit.
La princesse sortit en courant de la carriole, en pleurant (cette fois-ci, de joie) et elle embrassa son père. Ensuite, elle donna un baiser à son fiancé. Quelques jours plus tard, ils se marièrent et la fête fut célébrée dans toute la région. Le nouveau couple princier vécut très heureux et eut deux fils : l'aîné qui hérita le royaume de son grand-père, et le cadet, qui hérita celui de son père. Les deux royaumes furent toujours en paix et, tous les ans, en souvenir du jour du mariage, on célébrait une fête où étaient invités tous les habitants des deux contrées.
***
Elena nous propose sa traduction :
Le tambourin de pou
Il était une fois un roi qui avait une fille. Un jour la jeune fille sentit une démangeaison à la tête. Le roi écarta ses beaux cheveux blonds et y découvrit un petit pou.
― Que ce pou est effronté ! ― S’exclama le roi ― S’installer dans la chevelure d’une princesse… Nous allons l’enfermer dans une jarre pour qu’il grandisse, et comme punition, quand sa taille sera suffisamment grande, je ferai un tambourin avec sa peau.
Il en fut ainsi, et le pou grandit à tel point que le roi put finalement faire le tambourin.
― Ma fille ― dit le roi ― c’est ce tambourin que j’ai ordonné de faire avec la peau du pou qui t’avait dérangé qui décidera de ton futur mari et futur roi de ces terres. C’est l’homme qui devinera le matériau avec lequel il a été fait qui obtiendra ta main. Je ferai donc connaître ma décision.
Suite à l’annonce du roi, beaucoup de jeunes gens beaux et vaillants allèrent jusqu’au château pour essayer de deviner de quoi était fait le tambourin, mais aucun d’entre eux ne parvenait à trouver. Les jours passaient et la princesse était triste parce qu’elle voyait beaucoup de prétendants défiler devant elle, mais aucun n’était capable de résoudre l’énigme.
Un jour, se présenta devant le roi un vieil homme pour tenter sa chance, l’homme reçut le tambourin des mains d’un serviteur et commença à en jouer.
― Ce tambourin n’émet pas de son ! ― criait-il exagérément ―. Sans le son je ne devinerais jamais de quel matériau il a été fait.
Le roi, en souriant, s’approcha de sa fille et lui murmura à l’oreille :
― Ce vieux sourd ne découvrira jamais que le tambourin est en peau de pou.
Mais le vieux, qui était très rusé, continua d’en jouer. Après un certain temps, il annonça la grande réponse. Le roi le regarda pantois et la princesse fondit en larmes parce qu’elle savait qu’elle devait se marier avec ce vieux sourd.
― À la bonne heure ― cria le roi au vieux ―, cette nuit même, on célèbrera le mariage. Il n’y a pas de temps à perdre. En seulement quelques heures, le roi prépara une grande cérémonie avec un immense banquet et un bal festif.
La fête terminée, les nouveaux mariés se dirigèrent vers la chambre. La princesse, très triste, se mit à la fenêtre et pleura.
Le vieux eut de la peine et lui dit :
― Ne pleure pas. Je suis déjà très vieux et tout ce que je veux c’est un peu de compagnie pour mes vieux jours. Je ne serai jamais roi de ces terres. Je suis même plus vieux que ton père.
Après avoir dit ces mots pour consoler la jeune princesse, il se coucha et s’endormit. La jeune fille, furieuse, fit un balluchon avec ce qu’elle considéra nécessaire, et sans hésiter, elle s’enfuit du château dans l’obscurité de la nuit. Elle marcha pendant trente jours sans se reposer. Trente jours en mangeant juste ce qu’elle trouvait en chemin.
Elle était très affaiblie et ne pouvait plus marcher. Si bien que, soudain, près de la rivière, la princesse s’évanouit à cause de la fatigue. Lorsqu’elle revint à elle, dans un lit très douillet avec des draps propres, elle était confuse.
― Bonjour, Mademoiselle. La princesse se retourna en sursaut vers l’endroit d’où provenait la voix. Il y avait un beau jeune homme assis sur un fauteuil.
― Qui es-tu ? Où suis-je ?
― N’aie pas peur. Tu es dans mon château. Je suis le prince de cette contrée. Hier, j’étais en train de chasser et quand je suis arrivé à la rivière…
― Mais… je veux partir ― l’interrompit la princesse ―. Mon père, le mariage, le vieil homme… ― répétait-elle encore un peu étourdie.
― Tranquille. Maintenant, mes serviteurs vont t’aider à prendre un bain et vont te donner des vêtements propres. Ensuite, nous nous retrouverons dans la salle à manger pour que tu m’expliques tout ce que tu jugeras pertinent.
En disant cela, le charmant prince sortit de la chambre. La jeune fille prit un bain avec des savons parfumés, coiffa sa belle chevelure et mit les vêtements propres que le prince lui avait procuré. Resplendissante, elle descendit à la salle à manger où le prince attendait déjà son arrivée.
― Que tu es belle ! Assieds-toi, veux-tu et mangeons un peu.
― Merci beaucoup pour votre amabilité, ― dit la princesse ― mais je dois vraiment rentrer chez moi. Je me suis enfuie il y a déjà plusieurs jours et mon père doit s’inquiéter.
― Ça alors, une jeune fille rebelle ― dit le prince en souriant ―. Dis-moi, qui est ton père ? Ta peau blanche et tes mains fines ne sont pas celles de la fille d’un forgeron ou d’une paysanne. D’où proviens-tu ?
― Figurez-vous, Majesté, qu’en réalité je ne suis pas une paysanne. Je suis la fille du roi des terres qui sont de l’autre côté des collines.
― Comment ? Une princesse ? ― S’exclama le prince surpris ― Excuse-moi, veux-tu, je ne savais pas…
― Non, je vous en prie, ne vous inquiétez pas. Avec l’allure que je devais avoir, il est normal que vous n’ayez pas pensé que je sois la fille d’un roi.
― Mais, pourquoi est-ce que tu t’es enfuie du château ? ― demanda le prince.
― Mon père ― continua la jeune fille ― a promis de me marier avec l’homme qui devinerait en quoi a été fait un tambourin, et je fus si malchanceuse, que le gagnant fut un vieux sourd. Mon père m’a susurré de ne pas avoir peur, car un vieux sourd ne saurait jamais que le tambourin était fait en peau de pou, mais de manière inattendue, il a deviné, et le soir même, j’ai dû me marier avec lui. La nuit, pendant que je pleurais à la fenêtre, il a essayé de me consoler, mais je ne voulais pas être avec lui, c’est ainsi que profitant de l’obscurité de la nuit, j’ai fui mon tragique destin. J’ai marché pendant quarante jours jusqu'à ce que je m’évanouisse et que j’apparaisse ici aujourd’hui.
― Mais, Princesse, comment est-ce qu’un vieux sourd a pu reconnaître le son d’un tambourin sans l’entendre ? Et tu dis qu’il t’a consolé quand tu pleurais à la fenêtre, n’est-ce pas ?
― Oui, c’est cela.
― Donc, si tu étais à la fenêtre, il ne pouvait point te voir pleurer, n’est-ce pas ?
― Oui, bien sûr, mais …
― S’il savait que tu étais en train de pleurer ― en conclut le prince ― c’est parce qu’il pouvait t’entendre. Le vieux n’est pas sourd. Il vous a trompé. Qui plus est, son oreille est si fine qu’il a pu entendre ton père quand il t’a murmuré ces mots, il savait donc en quoi était fait le tambourin. Ce mariage n’est pas valable. Il faut tout annuler. Nous irons demain au château de ton père et nous lui expliquerons tout.
Et ainsi fut fait. Ils passèrent une journée très agréable à se promener à cheval dans les jardins qui entouraient le château, et à parler de choses et d’autres. La nuit tombée, ils rentrèrent au château pour se reposer, mais la pleine lune les avait déjà éclairés de sa lumière spéciale. Ils passèrent chacun toute la nuit à penser à l’autre. Au matin, ils préparèrent les chevaux et ils empruntèrent le chemin du château.
Ils chevauchèrent à toute allure et sans s’arrêter, à la nuit tombée, ils arrivèrent à destination.
― Garde ― dit le prince ― préviens le roi que le prince voisin est venu en visite officielle.
Quelques secondes après, la porte du château s’ouvrit pour les laisser passer.
― Que cherches-tu par ici, mon garçon ? Cela fait longtemps que personne de ta famille n’est venu me rendre visite.
― J’ai trouvé quelque chose, je crois bien que vous aimerez la récupérer ― dit le prince ―. Il s’agit de votre fille.
― Que se passe-t-il ? ― Réplica le roi ― Elle s’est enfuie il y a plus d’un mois déjà et nous n’avons pas de ses nouvelles.
― Elle est dans le carrosse, mais elle ne sortira pas tant que vous n’aurez pas annulé son mariage avec le vieil homme.
― Mais cela est impossible ― protesta le roi ―. J’ai donné ma parole et le mariage devait avoir lieu.
― Oui, mais sans tricherie. Le vieil homme n’est pas sourd et il a entendu de votre bouche la bonne réponse à la devinette.
― C’est impossible ― disait le roi incrédule.
― Ça ne l’est point ! ― Interrompit le vieux ― Il est vrai que je ne suis pas sourd, mais maintenant, on ne peut rien y faire. Et elle est ma femme et je serais le nouveau roi dès que j’en aurais fini avec toi.
― Gardes ― alerta le roi ―. Arrêtez-le et qu’il passe le reste de sa vie enfermé. Personne ne se moque du roi. Personne ne menace un roi. Et en récompense de ton aide, jeune prince, le mariage est annulé et en retour je te ferai don de ce que tu voudras de mon royaume.
― Majesté ― dit timide le prince ―, si cela ne vous dérange pas, la seule chose que je veuille de votre royaume, c’est la main de votre fille.
― Ainsi dit, ainsi fait. Quand vous le disposerez, on célèbrera le mariage. En attendant vous pouvez rester ici. J’ai dit.
― La princesse sortit en courant du coche, et en pleurant (cette fois-ci de joie), embrassa son père. Puis elle embrassa son fiancé. Peu de jours après, ils se marièrent et la fête fut célébrée dans toute la contrée. Les nouveaux princes vécurent très heureux et eurent deux enfants : l’ainé, qui hérita du royaume de son grand père et le cadet, qui hérita de celui de son père. Les deux royaumes furent en paix et tous les ans, en souvenir du jour du mariage, on y célébrait une fête à laquelle étaient conviés tous les habitants des deux provinces.
Le tambourin de pou
Il était une fois un roi qui avait une fille. Un jour la jeune fille sentit une démangeaison à la tête. Le roi écarta ses beaux cheveux blonds et y découvrit un petit pou.
― Que ce pou est effronté ! ― S’exclama le roi ― S’installer dans la chevelure d’une princesse… Nous allons l’enfermer dans une jarre pour qu’il grandisse, et comme punition, quand sa taille sera suffisamment grande, je ferai un tambourin avec sa peau.
Il en fut ainsi, et le pou grandit à tel point que le roi put finalement faire le tambourin.
― Ma fille ― dit le roi ― c’est ce tambourin que j’ai ordonné de faire avec la peau du pou qui t’avait dérangé qui décidera de ton futur mari et futur roi de ces terres. C’est l’homme qui devinera le matériau avec lequel il a été fait qui obtiendra ta main. Je ferai donc connaître ma décision.
Suite à l’annonce du roi, beaucoup de jeunes gens beaux et vaillants allèrent jusqu’au château pour essayer de deviner de quoi était fait le tambourin, mais aucun d’entre eux ne parvenait à trouver. Les jours passaient et la princesse était triste parce qu’elle voyait beaucoup de prétendants défiler devant elle, mais aucun n’était capable de résoudre l’énigme.
Un jour, se présenta devant le roi un vieil homme pour tenter sa chance, l’homme reçut le tambourin des mains d’un serviteur et commença à en jouer.
― Ce tambourin n’émet pas de son ! ― criait-il exagérément ―. Sans le son je ne devinerais jamais de quel matériau il a été fait.
Le roi, en souriant, s’approcha de sa fille et lui murmura à l’oreille :
― Ce vieux sourd ne découvrira jamais que le tambourin est en peau de pou.
Mais le vieux, qui était très rusé, continua d’en jouer. Après un certain temps, il annonça la grande réponse. Le roi le regarda pantois et la princesse fondit en larmes parce qu’elle savait qu’elle devait se marier avec ce vieux sourd.
― À la bonne heure ― cria le roi au vieux ―, cette nuit même, on célèbrera le mariage. Il n’y a pas de temps à perdre. En seulement quelques heures, le roi prépara une grande cérémonie avec un immense banquet et un bal festif.
La fête terminée, les nouveaux mariés se dirigèrent vers la chambre. La princesse, très triste, se mit à la fenêtre et pleura.
Le vieux eut de la peine et lui dit :
― Ne pleure pas. Je suis déjà très vieux et tout ce que je veux c’est un peu de compagnie pour mes vieux jours. Je ne serai jamais roi de ces terres. Je suis même plus vieux que ton père.
Après avoir dit ces mots pour consoler la jeune princesse, il se coucha et s’endormit. La jeune fille, furieuse, fit un balluchon avec ce qu’elle considéra nécessaire, et sans hésiter, elle s’enfuit du château dans l’obscurité de la nuit. Elle marcha pendant trente jours sans se reposer. Trente jours en mangeant juste ce qu’elle trouvait en chemin.
Elle était très affaiblie et ne pouvait plus marcher. Si bien que, soudain, près de la rivière, la princesse s’évanouit à cause de la fatigue. Lorsqu’elle revint à elle, dans un lit très douillet avec des draps propres, elle était confuse.
― Bonjour, Mademoiselle. La princesse se retourna en sursaut vers l’endroit d’où provenait la voix. Il y avait un beau jeune homme assis sur un fauteuil.
― Qui es-tu ? Où suis-je ?
― N’aie pas peur. Tu es dans mon château. Je suis le prince de cette contrée. Hier, j’étais en train de chasser et quand je suis arrivé à la rivière…
― Mais… je veux partir ― l’interrompit la princesse ―. Mon père, le mariage, le vieil homme… ― répétait-elle encore un peu étourdie.
― Tranquille. Maintenant, mes serviteurs vont t’aider à prendre un bain et vont te donner des vêtements propres. Ensuite, nous nous retrouverons dans la salle à manger pour que tu m’expliques tout ce que tu jugeras pertinent.
En disant cela, le charmant prince sortit de la chambre. La jeune fille prit un bain avec des savons parfumés, coiffa sa belle chevelure et mit les vêtements propres que le prince lui avait procuré. Resplendissante, elle descendit à la salle à manger où le prince attendait déjà son arrivée.
― Que tu es belle ! Assieds-toi, veux-tu et mangeons un peu.
― Merci beaucoup pour votre amabilité, ― dit la princesse ― mais je dois vraiment rentrer chez moi. Je me suis enfuie il y a déjà plusieurs jours et mon père doit s’inquiéter.
― Ça alors, une jeune fille rebelle ― dit le prince en souriant ―. Dis-moi, qui est ton père ? Ta peau blanche et tes mains fines ne sont pas celles de la fille d’un forgeron ou d’une paysanne. D’où proviens-tu ?
― Figurez-vous, Majesté, qu’en réalité je ne suis pas une paysanne. Je suis la fille du roi des terres qui sont de l’autre côté des collines.
― Comment ? Une princesse ? ― S’exclama le prince surpris ― Excuse-moi, veux-tu, je ne savais pas…
― Non, je vous en prie, ne vous inquiétez pas. Avec l’allure que je devais avoir, il est normal que vous n’ayez pas pensé que je sois la fille d’un roi.
― Mais, pourquoi est-ce que tu t’es enfuie du château ? ― demanda le prince.
― Mon père ― continua la jeune fille ― a promis de me marier avec l’homme qui devinerait en quoi a été fait un tambourin, et je fus si malchanceuse, que le gagnant fut un vieux sourd. Mon père m’a susurré de ne pas avoir peur, car un vieux sourd ne saurait jamais que le tambourin était fait en peau de pou, mais de manière inattendue, il a deviné, et le soir même, j’ai dû me marier avec lui. La nuit, pendant que je pleurais à la fenêtre, il a essayé de me consoler, mais je ne voulais pas être avec lui, c’est ainsi que profitant de l’obscurité de la nuit, j’ai fui mon tragique destin. J’ai marché pendant quarante jours jusqu'à ce que je m’évanouisse et que j’apparaisse ici aujourd’hui.
― Mais, Princesse, comment est-ce qu’un vieux sourd a pu reconnaître le son d’un tambourin sans l’entendre ? Et tu dis qu’il t’a consolé quand tu pleurais à la fenêtre, n’est-ce pas ?
― Oui, c’est cela.
― Donc, si tu étais à la fenêtre, il ne pouvait point te voir pleurer, n’est-ce pas ?
― Oui, bien sûr, mais …
― S’il savait que tu étais en train de pleurer ― en conclut le prince ― c’est parce qu’il pouvait t’entendre. Le vieux n’est pas sourd. Il vous a trompé. Qui plus est, son oreille est si fine qu’il a pu entendre ton père quand il t’a murmuré ces mots, il savait donc en quoi était fait le tambourin. Ce mariage n’est pas valable. Il faut tout annuler. Nous irons demain au château de ton père et nous lui expliquerons tout.
Et ainsi fut fait. Ils passèrent une journée très agréable à se promener à cheval dans les jardins qui entouraient le château, et à parler de choses et d’autres. La nuit tombée, ils rentrèrent au château pour se reposer, mais la pleine lune les avait déjà éclairés de sa lumière spéciale. Ils passèrent chacun toute la nuit à penser à l’autre. Au matin, ils préparèrent les chevaux et ils empruntèrent le chemin du château.
Ils chevauchèrent à toute allure et sans s’arrêter, à la nuit tombée, ils arrivèrent à destination.
― Garde ― dit le prince ― préviens le roi que le prince voisin est venu en visite officielle.
Quelques secondes après, la porte du château s’ouvrit pour les laisser passer.
― Que cherches-tu par ici, mon garçon ? Cela fait longtemps que personne de ta famille n’est venu me rendre visite.
― J’ai trouvé quelque chose, je crois bien que vous aimerez la récupérer ― dit le prince ―. Il s’agit de votre fille.
― Que se passe-t-il ? ― Réplica le roi ― Elle s’est enfuie il y a plus d’un mois déjà et nous n’avons pas de ses nouvelles.
― Elle est dans le carrosse, mais elle ne sortira pas tant que vous n’aurez pas annulé son mariage avec le vieil homme.
― Mais cela est impossible ― protesta le roi ―. J’ai donné ma parole et le mariage devait avoir lieu.
― Oui, mais sans tricherie. Le vieil homme n’est pas sourd et il a entendu de votre bouche la bonne réponse à la devinette.
― C’est impossible ― disait le roi incrédule.
― Ça ne l’est point ! ― Interrompit le vieux ― Il est vrai que je ne suis pas sourd, mais maintenant, on ne peut rien y faire. Et elle est ma femme et je serais le nouveau roi dès que j’en aurais fini avec toi.
― Gardes ― alerta le roi ―. Arrêtez-le et qu’il passe le reste de sa vie enfermé. Personne ne se moque du roi. Personne ne menace un roi. Et en récompense de ton aide, jeune prince, le mariage est annulé et en retour je te ferai don de ce que tu voudras de mon royaume.
― Majesté ― dit timide le prince ―, si cela ne vous dérange pas, la seule chose que je veuille de votre royaume, c’est la main de votre fille.
― Ainsi dit, ainsi fait. Quand vous le disposerez, on célèbrera le mariage. En attendant vous pouvez rester ici. J’ai dit.
― La princesse sortit en courant du coche, et en pleurant (cette fois-ci de joie), embrassa son père. Puis elle embrassa son fiancé. Peu de jours après, ils se marièrent et la fête fut célébrée dans toute la contrée. Les nouveaux princes vécurent très heureux et eurent deux enfants : l’ainé, qui hérita du royaume de son grand père et le cadet, qui hérita de celui de son père. Les deux royaumes furent en paix et tous les ans, en souvenir du jour du mariage, on y célébrait une fête à laquelle étaient conviés tous les habitants des deux provinces.
***
Jean-Nicolas nous propose sa traduction :
Le tambourin en pou
Il était une fois un roi ayant une fille. Un jour, la jeune fille sentit qu'elle avait une démangeaison étrange dans la tête. Le roi écarta sa belle chevelure blonde et y trouva un petit pou.
Comme ce pou est culotté ! s’exclama le roi. Se loger dans la chevelure d’une princesse… Nous allons l’enfermer dans une jarre afin qu’il grandisse et, en guise de châtiment, je ferai faire un tambourin avec sa peau quand sa taille me le permettra.
C’est ainsi qu’ils procédèrent et le pou grandit tellement que le roi put finalement faire fabriquer le tambourin.
-Ma fille, dit le roi, ce tambourin que j’ai mandé de faire avec la peau du pou qui t’avait ennuyée sera celui qui décidera de ton futur mari et du futur roi de ces terres. L’homme qui devinera le matériel avec lequel il est fait sera le bienheureux qui obtiendra ta main. Sur ce, je vais le faire savoir.
Aussitôt l’annonce du roi faite, beaucoup de jeunes hommes beaux et vaillants se rendirent jusqu’au château pour essayer de deviner de quoi était fait le tambourin mais aucun d’entre eux ne parvint à trouver. Les jours passaient et la princesse était triste car elle voyait défiler bon nombre de candidats devant elle sans qu’un ne soit capable de résoudre l’énigme.
Un jour, un vieil homme se présenta devant le roi pour tenter sa chance.
L’homme reçut le tambourin de la main d’un domestique et commença à jouer.
-Ce tambourin ne sonne pas ! criait-il à tue-tête. Sans son, je ne risque pas de deviner de quoi est-il fait.
Le roi, souriant, s’approcha de l’oreille de sa fille et lui chuchota :
-Ce vieil homme sourd ne découvrira jamais que le tambourin est en peau de pou.
Mais le vieil homme, qui était très vif d’esprit, ne cessa de jouer. Un moment après, il annonça la réponse attendue. Le roi le regarda, stupéfait et la princesse se mit à pleurer car elle savait qu’elle allait devoir se marier avec ce vieux sourd.
-Félicitations, cria le roi au vieil homme, la noce se tiendra ce soir même. Il n y a pas de temps à perdre.
Quelques heures suffirent au roi pour préparer une grande cérémonie avec un festin et un bal divertissant. Une fois la fête terminée, les nouveaux mariés se dirigèrent vers la chambre. La princesse, triste au plus haut point, se pencha à la fenêtre et se mit à pleurer. Le vieil homme eut de la peine et lui dit :
-Ne pleure pas. Je suis déjà bien vieux et la seule chose que je désire est un peu de compagnie pour mes derniers jours. Je ne serai jamais roi de ces terres… je suis même plus vieux que ton père.
Après avoir adressé ces paroles réconfortantes à la jeune princesse, il se coucha et s’endormit. En colère, la jeune femme fit un petit baluchon avec ce qu’elle jugea nécessaire et sans hésiter, elle s’échappa du château au beau milieu de la nuit. Elle erra sans répit durant trente ans. Trente ans sans manger autre chose que ce qu’elle trouvait sur sa route. Elle était très affaiblie et ne pouvait marcher davantage. C’est alors que, subitement, au bord d’une rivière, la princesse, résultat de la fatigue, s’évanouit. Quand elle revint à elle, elle était confuse, sur un lit très souple et des draps propres.
-Bonjour, jeune fille. Sursautant, la princesse se tourna en direction du lieu d’où provenait la voix. Un très beau jeune homme se trouvait assis dans un fauteuil.
-Qui es-tu ? D’où viens-tu ?
Sois sans crainte. Tu es ici dans mon château. Je suis le prince de cette région. Hier, je chassais et, quand je suis arrivé à la rivière…
-Mais… je veux m’en aller, interrompit la princesse. Mon père, la noce, le vieil homme… répétait-elle un peu plus étourdie encore.
-Du calme. Maintenant, mes domestiques vont t’aider à prendre ton bain et ils te donneront du linge propre. Après, nous nous verrons dans la salle à manger et nous aurons tout notre temps pour que tu m’expliques tout ce dont tu juges bon.
Sur ce, le beau prince sortit de la chambre. La jeune femme prit un bain aux savons parfumés, peigna sa jolie chevelure et se vêtit d’habits propres que le roi lui avait fournis. Splendide, elle descendit au salon où le prince attendait déjà son arrivée.
-Comme tu es belle ! Assieds-toi s’il te plaît et mangeons un bout.
Je vous remercie beaucoup pour votre gentillesse, dit la princesse, mais je dois vraiment rentrer chez moi. Je me suis échappée depuis déjà quelques jours et mon père doit être inquiet.
-Voyons, une jeune fille rebelle, souriait le prince. Dis moi, qui est ton père ? Ta peau blanche et tes fines mains ne sont pas celles de la fille d’un forgeron ou d’une paysanne.
D’où viens-tu ?
-Bon, majesté, pour tout vous dire je ne suis pas une paysanne. Je suis la fille du roi des terres qui se trouvent de l’autre côté des collines.
-Comment ? Une princesse ? s’exclama avec surprise le prince. Excusez moi, par pitié, je l’ignorais…
-Non, par pitié, ne vous en faites pas. Avec l’allure que je devais avoir, il est normal que vous n’ayez pas pensé que je sois la fille d’un roi.
-Mais, comment t’es-tu échappée du château ? s’interrogea le prince.
-Mon père, poursuivit la jeune fille, m’a promise à l’homme qui devinerait de quoi était fait le tambourin et, malheureusement, le bienheureux fut un vieil homme sourd. Mon père me murmura que je ne devais pas avoir peur, qu’un vieux sourd ne trouverait jamais que le tambourin était fait en peau de pou mais, à la grande surprise, il trouva et ce même soir, je dus me marier avec lui. Cette nuit, tandis que je pleurais penchée à la fenêtre, il essaya de me consoler mais je ne voulais pas rester avec lui et c’est ainsi que, profitant de l’obscurité de la nuit, j’ai échappé à mon destin tragique. J’ai erré pendant quarante jours jusqu’à ce que je m’évanouisse et que j’apparaisse aujourd’hui ici.
-Mais princesse, comment un vieux sourd peut deviner le bruit d’un tambour sans pouvoir l’écouter ? Et tu dis qu’il t’a consolée tandis que tu pleurais à la fenêtre, n’est-ce pas ?
-Oui, bien sûr.
-Alors, si tu étais penchée à la fenêtre, il ne pouvait pas t’entendre pleurer, nous sommes d’accord ?
-Soit mais…
-S’il savait que tu étais en train de pleurer, conclut le prince, c’est parce qu’il pouvait t’écouter. Le vieux n’est pas sourd. Il vous a trompé. Mieux, son oreille est si fine qu’il a pu écouter ton père quand il t’a soufflé ces mots et c’est alors qu’il sut de quoi été fait le tambourin. Cette noce est irrecevable. Il faut tout annuler. Demain, nous nous rendrons au château de ton père pour tout lui expliquer.
C’est ce qu’ils firent. Ils passèrent une journée très agréable à se promener dans les jardins entourant le château, à monter à cheval et à parler de leurs vies. La nuit tombant, ils rentrèrent au château pour se reposer mais la pleine lune les avait déjà illuminés de son propre éclat. Toute la nuit, ils ne cessèrent de penser l’un à l’autre. Le matin, ils préparèrent les chevaux et prirent le chemin du château.
-Garde, dit le prince, préviens le roi que le prince voisin est venu en visite officielle.
Quelques secondes après, la porte du château s’ouvrait, leur laissant un passage.
-Quel bon vent t’amène ici, jeune homme ? Il y a des lustres qu’un membre de ta famille n’était pas venu me rendre visite.
-J’ai trouvé quelque chose que tu aimeras récupérer, dit le prince. Il s’agit de ta fille.
-Que se passe-t-il ?répliqua le roi. Elle s’est échappée il y a plus d’un mois et nous n’avons pas de nouvelles.
-Elle est dans le carrosse mais elle ne sortira pas si vois n’annulez pas la noce avec le vieux.
-Mais c’est impossible, protestait le roi. J’ai donné ma parole et la noce devait se tenir.
-Oui mais non sans stratagème. Le vieux n’est pas sourd et il a écouté de votre bouche la réponse même de l’énigme.
-C’est impossible, disait incrédule le roi.
-Ce ne l’est pas ! interrompit le vieux. Il est vrai que je ne suis pas sourd mais maintenant, on ne peut plus faire machine arrière. Elle est ma femme et je serai le nouveau roi dès que tu mourras.
-Gardes, alerta le roi. Arrêtez-le et qu’il passe le reste de sa vie enfermé. Personne ne se moque du roi. Personne ne menace un roi. Et, pour me montrer garant de ton aide, la noce est annulée et en guise de récompense, je t’offrirai tout ce que tu veux posséder de mon royaume.
-Majesté, dit timidement le prince, si cela ne vous fait rien, la seule chose que je désire de votre royaume est la main de votre fille.
-Chose promise, chose due. Dès que vous serez disponible, la noce aura lieu. Vous pouvez rester ici jusqu’alors. J’ai terminé.
La princesse sortit en courant du carrosse, pleurant (cette fois de joie) et étreignit son père. Ensuite, elle fit un baiser à son promis. Peu de jours après, ils se marièrent et la fête fut célébrée dans toute la région. Les nouveaux princes vécurent très heureux et eurent deux enfants : l’aîné hérita du royaume de son grand père et le cadet hérita de celui de son père. Les deux royaumes furent toujours en paix et, tous les ans, en souvenir du jour de la noce, se tenait une fête à laquelle étaient conviés tous les habitants des deux régions.
Le tambourin en pou
Il était une fois un roi ayant une fille. Un jour, la jeune fille sentit qu'elle avait une démangeaison étrange dans la tête. Le roi écarta sa belle chevelure blonde et y trouva un petit pou.
Comme ce pou est culotté ! s’exclama le roi. Se loger dans la chevelure d’une princesse… Nous allons l’enfermer dans une jarre afin qu’il grandisse et, en guise de châtiment, je ferai faire un tambourin avec sa peau quand sa taille me le permettra.
C’est ainsi qu’ils procédèrent et le pou grandit tellement que le roi put finalement faire fabriquer le tambourin.
-Ma fille, dit le roi, ce tambourin que j’ai mandé de faire avec la peau du pou qui t’avait ennuyée sera celui qui décidera de ton futur mari et du futur roi de ces terres. L’homme qui devinera le matériel avec lequel il est fait sera le bienheureux qui obtiendra ta main. Sur ce, je vais le faire savoir.
Aussitôt l’annonce du roi faite, beaucoup de jeunes hommes beaux et vaillants se rendirent jusqu’au château pour essayer de deviner de quoi était fait le tambourin mais aucun d’entre eux ne parvint à trouver. Les jours passaient et la princesse était triste car elle voyait défiler bon nombre de candidats devant elle sans qu’un ne soit capable de résoudre l’énigme.
Un jour, un vieil homme se présenta devant le roi pour tenter sa chance.
L’homme reçut le tambourin de la main d’un domestique et commença à jouer.
-Ce tambourin ne sonne pas ! criait-il à tue-tête. Sans son, je ne risque pas de deviner de quoi est-il fait.
Le roi, souriant, s’approcha de l’oreille de sa fille et lui chuchota :
-Ce vieil homme sourd ne découvrira jamais que le tambourin est en peau de pou.
Mais le vieil homme, qui était très vif d’esprit, ne cessa de jouer. Un moment après, il annonça la réponse attendue. Le roi le regarda, stupéfait et la princesse se mit à pleurer car elle savait qu’elle allait devoir se marier avec ce vieux sourd.
-Félicitations, cria le roi au vieil homme, la noce se tiendra ce soir même. Il n y a pas de temps à perdre.
Quelques heures suffirent au roi pour préparer une grande cérémonie avec un festin et un bal divertissant. Une fois la fête terminée, les nouveaux mariés se dirigèrent vers la chambre. La princesse, triste au plus haut point, se pencha à la fenêtre et se mit à pleurer. Le vieil homme eut de la peine et lui dit :
-Ne pleure pas. Je suis déjà bien vieux et la seule chose que je désire est un peu de compagnie pour mes derniers jours. Je ne serai jamais roi de ces terres… je suis même plus vieux que ton père.
Après avoir adressé ces paroles réconfortantes à la jeune princesse, il se coucha et s’endormit. En colère, la jeune femme fit un petit baluchon avec ce qu’elle jugea nécessaire et sans hésiter, elle s’échappa du château au beau milieu de la nuit. Elle erra sans répit durant trente ans. Trente ans sans manger autre chose que ce qu’elle trouvait sur sa route. Elle était très affaiblie et ne pouvait marcher davantage. C’est alors que, subitement, au bord d’une rivière, la princesse, résultat de la fatigue, s’évanouit. Quand elle revint à elle, elle était confuse, sur un lit très souple et des draps propres.
-Bonjour, jeune fille. Sursautant, la princesse se tourna en direction du lieu d’où provenait la voix. Un très beau jeune homme se trouvait assis dans un fauteuil.
-Qui es-tu ? D’où viens-tu ?
Sois sans crainte. Tu es ici dans mon château. Je suis le prince de cette région. Hier, je chassais et, quand je suis arrivé à la rivière…
-Mais… je veux m’en aller, interrompit la princesse. Mon père, la noce, le vieil homme… répétait-elle un peu plus étourdie encore.
-Du calme. Maintenant, mes domestiques vont t’aider à prendre ton bain et ils te donneront du linge propre. Après, nous nous verrons dans la salle à manger et nous aurons tout notre temps pour que tu m’expliques tout ce dont tu juges bon.
Sur ce, le beau prince sortit de la chambre. La jeune femme prit un bain aux savons parfumés, peigna sa jolie chevelure et se vêtit d’habits propres que le roi lui avait fournis. Splendide, elle descendit au salon où le prince attendait déjà son arrivée.
-Comme tu es belle ! Assieds-toi s’il te plaît et mangeons un bout.
Je vous remercie beaucoup pour votre gentillesse, dit la princesse, mais je dois vraiment rentrer chez moi. Je me suis échappée depuis déjà quelques jours et mon père doit être inquiet.
-Voyons, une jeune fille rebelle, souriait le prince. Dis moi, qui est ton père ? Ta peau blanche et tes fines mains ne sont pas celles de la fille d’un forgeron ou d’une paysanne.
D’où viens-tu ?
-Bon, majesté, pour tout vous dire je ne suis pas une paysanne. Je suis la fille du roi des terres qui se trouvent de l’autre côté des collines.
-Comment ? Une princesse ? s’exclama avec surprise le prince. Excusez moi, par pitié, je l’ignorais…
-Non, par pitié, ne vous en faites pas. Avec l’allure que je devais avoir, il est normal que vous n’ayez pas pensé que je sois la fille d’un roi.
-Mais, comment t’es-tu échappée du château ? s’interrogea le prince.
-Mon père, poursuivit la jeune fille, m’a promise à l’homme qui devinerait de quoi était fait le tambourin et, malheureusement, le bienheureux fut un vieil homme sourd. Mon père me murmura que je ne devais pas avoir peur, qu’un vieux sourd ne trouverait jamais que le tambourin était fait en peau de pou mais, à la grande surprise, il trouva et ce même soir, je dus me marier avec lui. Cette nuit, tandis que je pleurais penchée à la fenêtre, il essaya de me consoler mais je ne voulais pas rester avec lui et c’est ainsi que, profitant de l’obscurité de la nuit, j’ai échappé à mon destin tragique. J’ai erré pendant quarante jours jusqu’à ce que je m’évanouisse et que j’apparaisse aujourd’hui ici.
-Mais princesse, comment un vieux sourd peut deviner le bruit d’un tambour sans pouvoir l’écouter ? Et tu dis qu’il t’a consolée tandis que tu pleurais à la fenêtre, n’est-ce pas ?
-Oui, bien sûr.
-Alors, si tu étais penchée à la fenêtre, il ne pouvait pas t’entendre pleurer, nous sommes d’accord ?
-Soit mais…
-S’il savait que tu étais en train de pleurer, conclut le prince, c’est parce qu’il pouvait t’écouter. Le vieux n’est pas sourd. Il vous a trompé. Mieux, son oreille est si fine qu’il a pu écouter ton père quand il t’a soufflé ces mots et c’est alors qu’il sut de quoi été fait le tambourin. Cette noce est irrecevable. Il faut tout annuler. Demain, nous nous rendrons au château de ton père pour tout lui expliquer.
C’est ce qu’ils firent. Ils passèrent une journée très agréable à se promener dans les jardins entourant le château, à monter à cheval et à parler de leurs vies. La nuit tombant, ils rentrèrent au château pour se reposer mais la pleine lune les avait déjà illuminés de son propre éclat. Toute la nuit, ils ne cessèrent de penser l’un à l’autre. Le matin, ils préparèrent les chevaux et prirent le chemin du château.
-Garde, dit le prince, préviens le roi que le prince voisin est venu en visite officielle.
Quelques secondes après, la porte du château s’ouvrait, leur laissant un passage.
-Quel bon vent t’amène ici, jeune homme ? Il y a des lustres qu’un membre de ta famille n’était pas venu me rendre visite.
-J’ai trouvé quelque chose que tu aimeras récupérer, dit le prince. Il s’agit de ta fille.
-Que se passe-t-il ?répliqua le roi. Elle s’est échappée il y a plus d’un mois et nous n’avons pas de nouvelles.
-Elle est dans le carrosse mais elle ne sortira pas si vois n’annulez pas la noce avec le vieux.
-Mais c’est impossible, protestait le roi. J’ai donné ma parole et la noce devait se tenir.
-Oui mais non sans stratagème. Le vieux n’est pas sourd et il a écouté de votre bouche la réponse même de l’énigme.
-C’est impossible, disait incrédule le roi.
-Ce ne l’est pas ! interrompit le vieux. Il est vrai que je ne suis pas sourd mais maintenant, on ne peut plus faire machine arrière. Elle est ma femme et je serai le nouveau roi dès que tu mourras.
-Gardes, alerta le roi. Arrêtez-le et qu’il passe le reste de sa vie enfermé. Personne ne se moque du roi. Personne ne menace un roi. Et, pour me montrer garant de ton aide, la noce est annulée et en guise de récompense, je t’offrirai tout ce que tu veux posséder de mon royaume.
-Majesté, dit timidement le prince, si cela ne vous fait rien, la seule chose que je désire de votre royaume est la main de votre fille.
-Chose promise, chose due. Dès que vous serez disponible, la noce aura lieu. Vous pouvez rester ici jusqu’alors. J’ai terminé.
La princesse sortit en courant du carrosse, pleurant (cette fois de joie) et étreignit son père. Ensuite, elle fit un baiser à son promis. Peu de jours après, ils se marièrent et la fête fut célébrée dans toute la région. Les nouveaux princes vécurent très heureux et eurent deux enfants : l’aîné hérita du royaume de son grand père et le cadet hérita de celui de son père. Les deux royaumes furent toujours en paix et, tous les ans, en souvenir du jour de la noce, se tenait une fête à laquelle étaient conviés tous les habitants des deux régions.
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