El pandero de piojo
Había una vez un rey que tenía una hija.Un día, la muchacha sintió que tenía un extraño picor en la cabeza. El rey apartó su hermoso cabello rubio y descubrió un pequeño piojo.
- ¡Qué piojo tan atrevido! –exclamó el rey-. Instalarse en la cabellera de una princesa… Lo encerraremos en una tinaja para que crezca, y como castigo, cuando su tamaño sea suficiente, haré un pandero con su piel.
Así lo hicieron, y el piojo creció tanto que el rey pudo al fin hacer el pandero.
- Hija –dijo el rey- este pandero que he mandado hacer con la piel del piojo que te molestó será quien decida tu futuro marido y el futuro rey de estas tierras. El hombre que adivine el material con el que está hecho será el afortunado que obtenga tu mano. Así lo haré saber.
Después del anuncio del rey, muchos jóvenes guapos y valientes fueron hasta el castillo para intentar adivinar de qué estaba hecho el pandero, pero ninguno de ellos conseguía acertar. Los días pasaban y la princesa estaba triste porque veía que muchos candidatos desfilaban ante sus ojos, pero ninguno era capaz de resolver el enigma.
Un día, se presentó ante el rey un viejo para probar suerte. El hombre recibió el pandero de la mano de un criado y empezó a tocar.
- ¡Este pandero no suena! –gritaba exageradamente-. Sin sonido nunca adivinaré el material con el que está hecho.
El rey, sonriendo, se acercó al oído de su hija y le murmuró:
- Este viejo sordo jamás descubrirá que el pandero es de piel de piojo.
Pero el viejo, que era muy listo, siguió tocando. Después de un rato, anunció la gran respuesta: El rey le miró asombrado y la princesa rompió a llorar porque sabía que debía casarse con aquel viejo sordo.
- Enhorabuena –gritó el rey al viejo-, esta misma noche se celebrará la boda. No hay tiempo que perder.
En tan sólo unas horas, el rey preparó una gran ceremonia con un banquete inmenso y un divertido baile. Terminada la fiesta, los recién casados se dirigieron a la habitación. La princesa, muy triste, se asomó a la ventana y se puso a llorar. El viejo sintió lástima y le dijo:
- No llores. Yo ya soy muy viejo y lo único que quiero es un poco de compañía para mis últimos días. Jamás seré rey de estas tierras… soy incluso más viejo que tu padre.
Después de decir estas palabras de consuelo a la joven princesa, se acostó y se quedó dormido. La joven, enfurecida, hizo un pequeño hatillo con lo que creyó necesario y sin dudarlo se escapó del castillo en medio de la oscuridad de la noche. Treinta días anduvo sin descanso. Treinta días sin comer otra cosa que lo que encontraba en el camino.
Estaba muy débil y no podía caminar más. Así que de pronto, junto a un río, la princesa, fruto del cansancio, se desvaneció. Cuando volvió en sí estaba confusa, en una cama muy blandita con sábanas limpias.
- Buenos días, muchacha La princesa sobresaltada se giró hacia el lugar de donde provenía la voz. Había un joven muy guapo sentado en un sillón.
- ¿Quién eres? ¿Dónde estoy?
- No te asustes. Estás en mi castillo. Soy el príncipe de esta región. Ayer estaba cazando y cuando llegué al río…
- Pero… quiero marcharme –interrumpió la princesa-. Mi padre, la boda, el viejo… -repetía un poco aturdida aún.
- Tranquila. Ahora mis sirvientes te ayudarán a bañarte y te darán ropa limpia. Después, nos veremos en el comedor y tendremos tiempo para que me expliques todo lo que creas oportuno.
Dicho esto, el apuesto príncipe salió de la habitación. La joven tomó un baño con jabones perfumados, se peinó su hermosa cabellera y se puso las ropas limpias que el príncipe le había proporcionado. Espléndida, bajó al comedor donde el príncipe esperaba ya su llegada.
- ¡Qué hermosa estás! Siéntate por favor y comamos algo.
- Muchas gracias por su amabilidad, -dijo la princesa- pero de veras que tengo que ir a mi casa. Me escapé hace ya muchos días y mi padre estará preocupado.
- Vaya, una muchacha rebelde –sonreía el príncipe-. Dime, ¿quién es tu padre? Tu piel blanca y tus finas manos no son las propias de la hija de un herrero o de una campesina.
¿De dónde procedes?
- Verá, majestad, en realidad no soy una campesina. Soy la hija del rey de las tierras que están al otro lado de las colinas.
- ¿Cómo? ¿Una princesa? – exclamó sorprendido el príncipe-. Discúlpame, por favor, yo no sabía…
- No, por favor, no se preocupe. Con ese aspecto que debía tener es normal que no pensara que soy la hija de un rey.
- Pero, ¿cómo es que te escapaste del castillo? –preguntó el príncipe.
- Mi padre –prosiguió la joven- prometió casarme con el hombre que adivinara de qué estaba hecho un pandero, con tan mala suerte, que el afortunado fue un viejo sordo. Mi padre me susurró que no tuviera miedo, que un viejo sordo nunca sabría que el pandero estaba hecho de piel de piojo, pero insospechadamente, lo acertó, y esa misma tarde me tuve que casar con él. Por la noche, mientras lloraba asomada a la ventana, intentó consolarme, pero no quería estar con él, así que aprovechando la oscuridad de la noche me escapé de mi trágico destino. Cuarenta días anduve hasta que me desmayé y aparecí hoy aquí.
- Pero princesa, ¿cómo un viejo sordo puedo acertar el sonido de un pandero sin escucharlo? Y dices que te consoló mientras llorabas asomada a la ventana, ¿no es cierto?
- Sí, claro.
- Entonces, si estabas asomada a la ventana no podía verte llorar, ¿no es cierto?
- Sí claro, pero…
- Si sabía que estabas llorando –concluyó el príncipe- es porque podía escucharte. El viejo no es sordo. Os ha engañado. Es más, su oído es tan fino que pudo escuchar a tu padre cuando te susurró aquellas palabras, con lo que sabía de qué estaba hecho el pandero. Esa boda no es válida. Hay que anularlo todo. Mañana iremos al castillo de tu padre y le explicaremos todo.
Y así lo hicieron. Pasaron un día muy agradable paseando por los jardines que rodeaban al castillo, montando a caballo y hablando de sus cosas. Al llegar la noche regresaron al castillo para descansar, pero la luna llena ya les había iluminado con su luz especial. Toda la noche estuvieron pensando el uno en el otro. Por la mañana, prepararon los caballos y emprendieron rumbo al castillo.
Cabalgando a toda prisa sin descanso, por la noche, llegaron a su destino.
- Guardia –dijo el príncipe- avisa al rey de que el príncipe vecino ha venido en visita oficial.
A los pocos segundos, la puerta del castillo se abría dejándoles paso.
- ¿Qué se te ofrece por aquí, muchacho? Hace mucho que nadie de tu familia venía a visitarme.
- He encontrado algo que creo que le gustará recuperar – dijo el príncipe-. Se trata de su hija.
- ¿Qué sucede? – replicó el rey- Se escapó hace ya más de un mes y no sabemos nada de ella.
- Está en el carruaje, pero no saldrá hasta que no anule la boda con el viejo.
- Pero eso es imposible –protestaba el rey-. Di mi palabra y la boda tenía que celebrarse.
- Sí, pero no con trampa. El viejo no es sordo y escuchó de su boca la propia respuesta al acertijo.
- Es imposible –decía incrédulo el rey.
-¡No lo es! – interrumpió el viejo-. Es verdad que no soy sordo, pero ahora ya nada se puede hacer. Ella es mi mujer y seré el nuevo rey en cuanto acabe contigo.
- Guardias –alertó el rey-. Arréstenlo y que pase el resto de su vida encerrado. Nadie se burla del rey. Nadie amenaza a un rey. Y como recompensa por tu ayuda, joven príncipe, la boda queda anulada y como pago te entregaré aquello de mi reino que quieras poseer.
- Majestad –dijo tímido el príncipe-, si no le importa, lo único que quiero de su reino es la mano de su hija.
- Lo he prometido y así lo cumplo. Cuando dispongáis se celebrará la boda. Hasta entonces podéis quedaros aquí. He dicho.
La princesa salió corriendo del carro, llorando (esta vez de alegría) y abrazó a su padre. Después, besó a su prometido. A los pocos días se casaron y la fiesta fue celebrada en toda la región. Los
nuevos príncipes vivieron muy felices y tuvieron dos hijos: el mayor, que heredó el reino de su abuelo, y el menor, que heredó el de su padre. Ambos reinos siempre estuvieron en paz, y todos los años, en recuerdo del día de la boda, se celebraba una fiesta a la que estaban invitados todos los habitantes de las dos regiones.
Había una vez un rey que tenía una hija.Un día, la muchacha sintió que tenía un extraño picor en la cabeza. El rey apartó su hermoso cabello rubio y descubrió un pequeño piojo.
- ¡Qué piojo tan atrevido! –exclamó el rey-. Instalarse en la cabellera de una princesa… Lo encerraremos en una tinaja para que crezca, y como castigo, cuando su tamaño sea suficiente, haré un pandero con su piel.
Así lo hicieron, y el piojo creció tanto que el rey pudo al fin hacer el pandero.
- Hija –dijo el rey- este pandero que he mandado hacer con la piel del piojo que te molestó será quien decida tu futuro marido y el futuro rey de estas tierras. El hombre que adivine el material con el que está hecho será el afortunado que obtenga tu mano. Así lo haré saber.
Después del anuncio del rey, muchos jóvenes guapos y valientes fueron hasta el castillo para intentar adivinar de qué estaba hecho el pandero, pero ninguno de ellos conseguía acertar. Los días pasaban y la princesa estaba triste porque veía que muchos candidatos desfilaban ante sus ojos, pero ninguno era capaz de resolver el enigma.
Un día, se presentó ante el rey un viejo para probar suerte. El hombre recibió el pandero de la mano de un criado y empezó a tocar.
- ¡Este pandero no suena! –gritaba exageradamente-. Sin sonido nunca adivinaré el material con el que está hecho.
El rey, sonriendo, se acercó al oído de su hija y le murmuró:
- Este viejo sordo jamás descubrirá que el pandero es de piel de piojo.
Pero el viejo, que era muy listo, siguió tocando. Después de un rato, anunció la gran respuesta: El rey le miró asombrado y la princesa rompió a llorar porque sabía que debía casarse con aquel viejo sordo.
- Enhorabuena –gritó el rey al viejo-, esta misma noche se celebrará la boda. No hay tiempo que perder.
En tan sólo unas horas, el rey preparó una gran ceremonia con un banquete inmenso y un divertido baile. Terminada la fiesta, los recién casados se dirigieron a la habitación. La princesa, muy triste, se asomó a la ventana y se puso a llorar. El viejo sintió lástima y le dijo:
- No llores. Yo ya soy muy viejo y lo único que quiero es un poco de compañía para mis últimos días. Jamás seré rey de estas tierras… soy incluso más viejo que tu padre.
Después de decir estas palabras de consuelo a la joven princesa, se acostó y se quedó dormido. La joven, enfurecida, hizo un pequeño hatillo con lo que creyó necesario y sin dudarlo se escapó del castillo en medio de la oscuridad de la noche. Treinta días anduvo sin descanso. Treinta días sin comer otra cosa que lo que encontraba en el camino.
Estaba muy débil y no podía caminar más. Así que de pronto, junto a un río, la princesa, fruto del cansancio, se desvaneció. Cuando volvió en sí estaba confusa, en una cama muy blandita con sábanas limpias.
- Buenos días, muchacha La princesa sobresaltada se giró hacia el lugar de donde provenía la voz. Había un joven muy guapo sentado en un sillón.
- ¿Quién eres? ¿Dónde estoy?
- No te asustes. Estás en mi castillo. Soy el príncipe de esta región. Ayer estaba cazando y cuando llegué al río…
- Pero… quiero marcharme –interrumpió la princesa-. Mi padre, la boda, el viejo… -repetía un poco aturdida aún.
- Tranquila. Ahora mis sirvientes te ayudarán a bañarte y te darán ropa limpia. Después, nos veremos en el comedor y tendremos tiempo para que me expliques todo lo que creas oportuno.
Dicho esto, el apuesto príncipe salió de la habitación. La joven tomó un baño con jabones perfumados, se peinó su hermosa cabellera y se puso las ropas limpias que el príncipe le había proporcionado. Espléndida, bajó al comedor donde el príncipe esperaba ya su llegada.
- ¡Qué hermosa estás! Siéntate por favor y comamos algo.
- Muchas gracias por su amabilidad, -dijo la princesa- pero de veras que tengo que ir a mi casa. Me escapé hace ya muchos días y mi padre estará preocupado.
- Vaya, una muchacha rebelde –sonreía el príncipe-. Dime, ¿quién es tu padre? Tu piel blanca y tus finas manos no son las propias de la hija de un herrero o de una campesina.
¿De dónde procedes?
- Verá, majestad, en realidad no soy una campesina. Soy la hija del rey de las tierras que están al otro lado de las colinas.
- ¿Cómo? ¿Una princesa? – exclamó sorprendido el príncipe-. Discúlpame, por favor, yo no sabía…
- No, por favor, no se preocupe. Con ese aspecto que debía tener es normal que no pensara que soy la hija de un rey.
- Pero, ¿cómo es que te escapaste del castillo? –preguntó el príncipe.
- Mi padre –prosiguió la joven- prometió casarme con el hombre que adivinara de qué estaba hecho un pandero, con tan mala suerte, que el afortunado fue un viejo sordo. Mi padre me susurró que no tuviera miedo, que un viejo sordo nunca sabría que el pandero estaba hecho de piel de piojo, pero insospechadamente, lo acertó, y esa misma tarde me tuve que casar con él. Por la noche, mientras lloraba asomada a la ventana, intentó consolarme, pero no quería estar con él, así que aprovechando la oscuridad de la noche me escapé de mi trágico destino. Cuarenta días anduve hasta que me desmayé y aparecí hoy aquí.
- Pero princesa, ¿cómo un viejo sordo puedo acertar el sonido de un pandero sin escucharlo? Y dices que te consoló mientras llorabas asomada a la ventana, ¿no es cierto?
- Sí, claro.
- Entonces, si estabas asomada a la ventana no podía verte llorar, ¿no es cierto?
- Sí claro, pero…
- Si sabía que estabas llorando –concluyó el príncipe- es porque podía escucharte. El viejo no es sordo. Os ha engañado. Es más, su oído es tan fino que pudo escuchar a tu padre cuando te susurró aquellas palabras, con lo que sabía de qué estaba hecho el pandero. Esa boda no es válida. Hay que anularlo todo. Mañana iremos al castillo de tu padre y le explicaremos todo.
Y así lo hicieron. Pasaron un día muy agradable paseando por los jardines que rodeaban al castillo, montando a caballo y hablando de sus cosas. Al llegar la noche regresaron al castillo para descansar, pero la luna llena ya les había iluminado con su luz especial. Toda la noche estuvieron pensando el uno en el otro. Por la mañana, prepararon los caballos y emprendieron rumbo al castillo.
Cabalgando a toda prisa sin descanso, por la noche, llegaron a su destino.
- Guardia –dijo el príncipe- avisa al rey de que el príncipe vecino ha venido en visita oficial.
A los pocos segundos, la puerta del castillo se abría dejándoles paso.
- ¿Qué se te ofrece por aquí, muchacho? Hace mucho que nadie de tu familia venía a visitarme.
- He encontrado algo que creo que le gustará recuperar – dijo el príncipe-. Se trata de su hija.
- ¿Qué sucede? – replicó el rey- Se escapó hace ya más de un mes y no sabemos nada de ella.
- Está en el carruaje, pero no saldrá hasta que no anule la boda con el viejo.
- Pero eso es imposible –protestaba el rey-. Di mi palabra y la boda tenía que celebrarse.
- Sí, pero no con trampa. El viejo no es sordo y escuchó de su boca la propia respuesta al acertijo.
- Es imposible –decía incrédulo el rey.
-¡No lo es! – interrumpió el viejo-. Es verdad que no soy sordo, pero ahora ya nada se puede hacer. Ella es mi mujer y seré el nuevo rey en cuanto acabe contigo.
- Guardias –alertó el rey-. Arréstenlo y que pase el resto de su vida encerrado. Nadie se burla del rey. Nadie amenaza a un rey. Y como recompensa por tu ayuda, joven príncipe, la boda queda anulada y como pago te entregaré aquello de mi reino que quieras poseer.
- Majestad –dijo tímido el príncipe-, si no le importa, lo único que quiero de su reino es la mano de su hija.
- Lo he prometido y así lo cumplo. Cuando dispongáis se celebrará la boda. Hasta entonces podéis quedaros aquí. He dicho.
La princesa salió corriendo del carro, llorando (esta vez de alegría) y abrazó a su padre. Después, besó a su prometido. A los pocos días se casaron y la fiesta fue celebrada en toda la región. Los
nuevos príncipes vivieron muy felices y tuvieron dos hijos: el mayor, que heredó el reino de su abuelo, y el menor, que heredó el de su padre. Ambos reinos siempre estuvieron en paz, y todos los años, en recuerdo del día de la boda, se celebraba una fiesta a la que estaban invitados todos los habitantes de las dos regiones.
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