De pronto me doy cuenta que no escucho nada y estoy mudo. Grito. Lloro. Pero en realidad sólo son grotescos movimientos de mi boca, como a César Vallejo sólo me sale espuma. Me caigo. Me arrastro entre penitentes descalzos, manolas vestidas de luto, entre las imágenes de la Virgen de las Angustias, La Virgen de los Cuchillos y la Dolorosa de Salzillo. Ahora se desvanece todo otra vez. No hay nada. Sólo el viento frío me golpea con la fiereza de cuchillos cortantes.
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