EN EL DESPACHO DEL GOBERNADOR
El GOBERNADOR, vestido a la usanza de los
conquistadores, conquistador él mismo, pelo y barbas en
turbión de azafranados hilos, celestes los ojos, blanca la tez,
duro el porte hidalgo, ocupa el sillón frente a la mesa, bajo la
estrella del ventanuco que recoge la claridad de la alta noche, muy
junto al velón, cuya luz de oro viejo le baña el rostro, y no lejos
de PEDRALES, su letrado y hombre de confianza a quien dicta una
carta. PEDRALES ocupa la otra silla del despacho y viste de
letrado.
GOBERNADOR (dictando).-... Os escribo reducido a la
impotencia de tener que defender con la pluma mojada en tinta de
desengaños, tierras y bienes que conquisté con la espada...
(Violento.) ¡No pongáis nada de eso.., o ponedlo...! Os escribo...
(Indeciso.) O mejor comenzar como habíamos pensado: Ilustre señor,
con ésta son dos cartas... (Vuelve a interrumpirse.) ¡Maldita
sea...! ¡Guerrear..., guerrear sabía yo...! (No dice más
porque con su exclamación están a, punto de quedar en
la oscuridad.)
PEDRALES. -¡Acabaréis, señor, por mellar la llama del
velón! (Y esto diciendo se hace pantalla con las manos para
evitar que se apague.) ¡Quieta...! ¡Quieta..., lengua de oro!
(Habla a la llama.) ¡Pacífica, doméstica, eclesiástica..., mal os
avenís al proceloso respirar de los hombres de guerra...!
(Estabilizado el velón, retoma el hilo de la carta, la pluma de ave
en la mano, presto a escribir.) ... Con ésta son dos cartas... (El
GOBERNADOR levanta un legajo de la mesa, lo abre y lee sólo
para él. Un momento después.) ¿Consultáis el Memorial del
Ayuntamiento a Su Majestad? Parad mientes que en ese papel se dice a
fojas siete que no se han pregonado ni puesto en vigor las leyes que
mandan poner en libertad a los indios esclavos...
El GOBERNADOR se queda absorto en su lectura. PEDRALES
calla.
Miguel Ángel Asturias, La audiencia de los confines
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