Nous remercions collectivement l'auteur de nous avoir aimablement donner l'autorisation de traduire et de publier sa nouvelle sur notre blog et ensuite, pour la version définitive, dans les actes de la journée d'étude SF organisée en mai prochain par l'université de Paris X – Nanterre.
—Hoy entrevistamos al prolífico escritor y desarrollador de software Germán Catalano —dijo el periodista en un primer plano, luego la cámara amplió el cuadro y apareció la imagen sonriente de un hombre canoso y de bigotes de foca oscuros que saludaba con la cabeza—. ¿A qué se debe tamaña producción de novelas y libros de cuentos, a razón de uno por mes? —le preguntó sin más trámite con su voz estridente.
—Buenas noches, a usted y a toda la audiencia —comenzó diciendo el entrevistado con mucha calma—. Es bien sabido que la profusión de mi trabajo se debe al software que he desarrollado, el hWord, un verdadero hallazgo en el ámbito literario.
—Háblenos un poco más de ese software, por favor —intervino el periodista.
—En primer lugar tiene incorporada una base de datos de miles de escritores, desde Cervantes Saavedra hasta Saer, pasando por Borges, Hemingway y García Márquez. El software, entonces, compara el texto del usuario del hWord contra todos estos geniales autores y corrige sintaxis, gramática, palabras repetidas y otros errores comunes respetando el estilo y todo esto en tiempo real, es decir, mientras se escribe —dijo Catalano, haciendo el gesto de tipear en el aire.
—Es como tener a todos esos genios como tutores —interrumpió el entrevistador.
—Claro, por eso es capaz de sugerir párrafos enteros, escritos de manera impecable, como si leyera la mente del autor.
—¿Por qué se denomina “hWord”? —preguntó el periodista inclinándose un poco.
—Es por Hermes, el dios griego de la comunicación y ya sabe que Word era el procesador de textos de la extinta Microsoft, de modo que traté de aprovechar ese recuerdo popular para mi producto.
—Me han dicho que cada licencia es muy cara, ¿por qué, si ya lo tiene desarrollado?
—En primer lugar, no queremos que haya tantos escritores de éxito —dijo riendo Catalano—, en segundo lugar, estamos actualizando y alimentando en forma continua la base de datos que le mencioné, a tal punto que en un futuro habrá que tener sólo una buena idea y el hWord la escribirá por usted. Es por eso que creemos que el hWord es una especie de coautor tal como está explícito en su licencia de uso.
—Pero algunos escritores renombrados recibieron una copia gratis de su software.
—Sí, por supuesto, ellos prueban nuevas funcionalidades y nos envían sugerencias de muchísimo provecho para mejorar la versión que publicamos cada seis meses.
—¿El hWord reemplaza a las musas inspiradoras? —preguntó, insidioso, el entrevistador.
—Debe tener algo que comunicar, una idea, una inspiración como dice usted; luego hWord le permite jugar con párrafos, comienzos, finales y tiempos verbales hasta que usted quede satisfecho y con la certeza de un castellano perfecto —afirmó Catalano.
—Además, es dueño una editorial muy exitosa: la Editorial Software Hermes.
—Sí, me di ese lujo debido a mi producción literaria, de esa manera tengo el control de mis ediciones sin intermediarios —explicó Catalano con aire suficiente.
—Usted es un programador, un escritor y un empresario de éxito, lo felicito —dijo el periodista parándose y señalándolo con las dos manos en un gesto teatral.
—Muchas gracias —contestó sin humildad alguna Catalano y mientras sonreía, la televisión comenzó a pasar los comerciales.
Carlos Muñoz subió las escaleras mojado de sudor por los nervios y el calor. Esperaba que ese abogado hiciera justicia. Sí, Justicia con mayúsculas. Su rabia crecía a cada escalón y disminuyó cuando entró al vestíbulo fresco y bien amueblado.
Cargaba con un libro y su propio manuscrito que lo incomodaban, decidió esperar sentado a pesar de que no podía quedarse quieto.
“Me robaron y me las van a pagar”, pensaba mientras vigilaba para ver si la secretaria lo llamaba.
—Señor… —dijo por fin ella, mirándolo por sobre los lentes.
—Muñoz, Carlos Muñoz —respondió él, secándose los restos de transpiración de la frente con un pañuelo arrugado.
—Pase, señor Muñoz, el doctor Robasio lo espera.
El abogado se levantó de su asiento y le dio la mano con fuerza. Muñoz observó su sonrisa de político y se sintió menos seguro de llevar ante él su reclamo, pero había oído que era el mejor.
—Siéntese…
—Muñoz, Carlos Muñoz, doctor.
—Ah, sí, sí. ¿Es a usted a quien le copiaron la novela ésta de tanto éxito ?
—Sí, “Poseídas”, esa misma. ¡Ni el título le cambiaron! ¡Mire! —dijo mostrándole su manuscrito puntillosamente encuadernado y el libro, uno en cada mano.
—¿Alguien habrá entrado a su casa y le robó el archivo u otro manuscrito? —dijo el abogado mirándose las uñas.
—¡Nadie! Sólo tengo impreso éste que ve aquí y tengo el documento digital encriptado con una clave de doce dígitos, combinaciones de letras, números y signos de puntuación que a una Cray le llevaría tres años quebrar —dijo con suficiencia Muñoz.
—¿No le mandó algún adelanto de su obra a algún amigo o amiga? —preguntó Robasio, haciendo énfasis en “amiga”.
—No y no, esta novela me iba a hacer rico y famoso, ¡no le mandé nada a nadie! —dijo, sacudiendo la cabeza como para que no quedara la menor duda.
—¿Entonces se la apropió la editorial a la cual se la envió para que se la publiquen?
—Escuche, doctor, muy atentamente, ésta —volvió a señalar las hojas prolijamente impresas— es la única copia. ¿Capito?
El abogado tomó el manuscrito y el libro. El autor de “Poseídas” era el mismo Germán Catalano. En la contratapa estaban impresos muchos otros best-sellers de los más diversos géneros junto a su cara sonriente.
—¡Ladrón! —gritó Muñoz agitando la mano al verlo.
—Editorial Software Hermes —leyó el abogado.
—Sí, ellos venden su procesador de textos, el “hWord”, que nos facilita tanto la vida a nosotros, los escritores —dijo Muñoz con un dejo de pedantería—. Corrige la ortografía, la gramática, los excesos de adjetivos, las frases largas y los sonsonetes. Si es una poesía busca sonoridad, ritmo y por supuesto, la rima. Hasta es capaz de corregir el estilo. Un escritor con buenas ideas sólo tiene que sentarse a escribir y el hWord hace su magia —terminó de decir haciendo un gesto en el aire.
—Sí, anoche mismo vi la entrevista que le hicieron a Germán Catalano —dijo el abogado mirando los textos con detenimiento—. Veo que es copia palabra por palabra —comentó, luego de pasar algunas páginas.
—Quiero resarcimiento económico y moral —suspiró Muñoz indignado.
—Sólo falta demostrar que usted lo escribió antes —respondió con cierta ironía Robasio.
Sin decir nada, Muñoz sacó de su bolsillo un paquete cerrado con un matasellos y le mostró la fecha.
—Hace tres meses, me envié a mí mismo un DVD con la novela por correo, ¿ve?
—Bien, vamos a ver qué podemos hacer —dijo mientras lo despedía.
Muñoz bajó las escaleras más aliviado, quizás dentro de poco tiempo su nombre y su foto reemplazarían a los de Germán Catalano.
Ya en su casa aplicó el parche al hWord para que siguiera funcionando un mes más. Como muchos colegas, lo había hecho funcionar mediante un crack escondido en la Red, muy laborioso de instalar y que exigía actualizarlo periódicamente desde la misma Internet.
Sólo de esa manera lo podía utilizar, su costo era prohibitivo para él como para casi todos sus conocidos. Odiaba a la Editora Software Hermes, ¿por qué vendía tan cara cada licencia? De algún modo se merecía que usara el hWord sin pagarlo, era una suerte de justicia poética.
Unos dos meses después el teléfono despertó a Muñoz muy temprano a la mañana.
—Soy el doctor Robasio —escuchó entredormido—, debe venir urgente al juzgado, tenemos una audiencia con el juez y la editora.
Gruñó al teléfono una respuesta y cortó, se bañó, se afeitó con cuidado y eligió su mejor traje para vestirse, seguro que ganaba el caso. No había dudas de que “Poseídas” era suya, su novela.
Ya en la calle paró un taxi, ahora que iba a ser rico podía darse esos lujos. Todavía estaba dormido cuando llegó a los tribunales. Unos inquietantes autos con vidrios polarizados estaban estacionados a la entrada del edificio. Cuando llegó a la puerta el doctor Robasio lo saludó con efusión apretándole la mano.
—Ganaremos con mucha facilidad —le dijo sin soltarlo.
—Me dijeron que usted era uno de los mejores —respondió Muñoz, exultante.
Robasio le palmeó la espalda y entraron a la sala.
El juez entró un poco después y Robasio demostró sin dudas que la obra le pertenecía a Muñoz.
Germán Catalano y los abogados de la empresa escuchaban impasibles. Cuando les tocó el turno, se levantó el de más baja estatura, miró a la sala y al juez, luego señaló a Muñoz.
—Este señor dice que le plagiamos su obra, sin embargo, él la escribió usando una copia ilegal del hWord de nuestra editora —dijo con voz de barítono—. En consecuencia no pagó por el desarrollo de nuestros correctores de gramática, de ortografía y otras herramientas que posee nuestro producto. Aquí tenemos —dijo desplegando un largo listado— todos los parches ilegales —hizo énfasis en la palabra “ilegales”— que el demandante usó para continuar su uso y violar la licencia una y otra vez.
—¿Es cierto eso? —preguntó Robasio a Muñoz en voz baja.
Muñoz no contestó, estaba sudando como cada vez que se ponía nervioso y se acomodó la corbata. Miró hacia atrás y vio a dos policías firmes ante la entrada. ¿Cómo saben que usé esos cracks y que la copia es ilegal?, pensaba mientras miraba al abogado sin poder decir palabra.
—Por lo tanto —prosiguió el hombrecito—, “Poseídas” nos pertenece tal como lo dice la licencia de uso violada por el señor Carlos Muñoz, quien además adeuda todas y cada una de las actualizaciones, lo que suma la cantidad de dos millones de créditos internacionales, que si no son pagados en este mismo acto, nuestra empresa pide que sea puesto en custodia hasta tanto cancele la deuda con sus correspondientes intereses.
El juez hizo una seña a unos uniformados que esposaron a Muñoz.
—¡Ladrones, malditos! La obra es mía, mía —gritaba Muñoz. Los policías lo arrastraron y lo sacaron del recinto sin mucha delicadeza.
—¿Hay muchos que usan sus parches? —le preguntó Robasio a Catalano cuando vio que Muñoz ya no podía escucharlo.
—Muchos —respondió sonriendo Catalano.
—Admirable —dijo Robasio, entrecerrando los ojos.
—Vendo pocas licencias del hWord —dijo saliendo y apoyando la mano en el hombro del abogado—, son muy caras; pero como ve, estimado doctor, le encontré la vuelta para tener muchas ideas y además ya escritas; nadie lee las licencias de uso y todos quieren una copia del hWord sin pagar un centavo, así que les dejo los parches que son muy difíciles de instalar adrede, ¿sabe por qué?
—¿Por qué? —preguntó Robasio en la puerta del juzgado, disfrutando de un cigarro.
—Es en realidad un programa que me envía todos y cada uno de los patéticos manuscritos de estos perdedores —Catalano hizo una pausa como para que el abogado sopesara sus palabras.
—Usted se los roba —dijo con una sonrisa cómplice el abogado.
—No —lo corrigió sonriente—, el hWord es el coautor, no lo olvide. Y yo —dijo señalándose con el pulgar—, soy el autor del hWord. Ellos usan ilegalmente mi programa, haciendo enormes esfuerzos para instalar mis propios parches y cracks, ¿no soy genial? —preguntó, sonriente bajos sus mostachos, Catalano.
—Sí, sí —respondió molesto Robasio—, ahora págueme mi parte. Tal como se lo prometí, lo traje al juzgado para que usted se lo saque de encima usando todo el peso de la ley.
—Por supuesto, doctor —dijo dándole un cheque—. ¿Sabe? Son tan perezosos que tampoco se dan cuenta de que Hermes, además de ser el dios de la comunicación y de los médicos —Catalano hizo una pausa, creando suspenso— es el de los ladrones y los estafadores. ¡Soy un completo genio! —terminó de decir con una risotada.
Robasio lo miró asustado y apuró sus pasos hasta un taxi.
—Dios me valga con estos escritores. Sáqueme rápido de aquí —le dijo al chofer apenas abrió la puerta.
1 commentaire:
Un gracias enorme a Gustavo por habernos autorizado a traducir su cuento !
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