—Espero que no hayáis retrasado la cena por nuestra culpa —dijo la señora de Claudedeu.
—Ay, Neus —reconvino la señora de Savolta—, tú siempre tan mirada.
La puerta del salón se abrió y apareció en el hueco el señor Savolta, circundado de un halo de luz y trayendo consigo el griterío de la pieza contigua.
—¡Mira quién ha llegado! —exclamó, y añadió en tono de reproche—: Ya pensábamos que no vendríais.
—Tu mujer nos lo acaba de decir —apuntó el señor Claudedeu—, y nos ha dado un buen susto, además, ¿eh?
—Todos andan preguntando por ti. Una fiesta sin Claudedeu es como una comida sin vino —se dirigió a la señora de Claudedeu—. ¿Qué tal, Neus? —y besó respetuoso la mano de la dama.
—Ya veo que echabais a faltar las payasadas de mi marido —dijo la señora de Claudedeu.
—Haz el favor de no coartar el pobre Nicolás —respondió a la señora el señor Savolta, y dirigiéndose al señor Claudedeu—: Tengo noticias de primera mano. Te vas a petar de risa, con perdón —y a las damas—: Si me dais vuestro permiso, me lo llevo.
Tomó del brazo a su amigo y ambos desaparecieron por la puerta del salón. Las dos señoras aún permanecieron unos instantes en el vestíbulo.
—Dime, ¿cómo se porta la pequeña María Rosa? —preguntó la señora de Claudedeu.
—Oh, se porta bien, pero no parece muy animada —respondió su amiga—. Más bien un poco aturdida por todo este ajetreo, como si dijéramos.
—Es natural, mujer, es natural. Hay que hacerse cargo del contraste.
—Quizá tengas razón, Neus, pero ya va siendo hora de que cambie de manera de ser. El año que viene termina los estudios y hay que empezar a pensar en su futuro. , —¡Quita, mujer, no seas exagerada! María Rosa no tiene por qué preocuparse. Ni ahora ni nunca. Hija única y con vuestra posición..., va, va. Déjala que sea como quiera. Si ha de cambiar, pues ya cambiará.
—No creas, no me disgusta su carácter: es dulce y tranquila. Un poco sosa, eso sí. Un poco..., ¿cómo te diría?..., un poco monjil, ya me entiendes.
—Y eso te preocupa, ¿verdad? Ay, hija, que ya veo adónde vas a parar.
—A ver, ¿qué quieres decir, eh?
—Tú me ocultas una idea que te da vueltas en la cabeza, no digas que no.
—¿Una idea?
—Rosa, con la mano en el corazón, dime la verdad: estás pensando en casar a tu hija.
—¿Casar a María Rosa? ¡Qué cosas se te ocurren, Neus!
—Y no sólo eso: has elegido al candidato. Anda, dime que no es verdad, atrévete. La señora de Savolta se ruborizó y ocultó su confusión tras una risita queda y prolongada.
—Huy, Neus, un candidato. No sabes lo que dices ¡Un candidato! Jesús, María y José...
Eduardo Mendoza, La verdad sobre el caso Savolta
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