« Doscientos años antes de nosotros y de nuestras disputas y preguntas, en el Tíbet del siglo XVIII, bajo el Quinto Dalai Lama, ocurrió un suceso notable. Un día Su Santidad vio, desde una ventana de su palacio-templo-monasterio, algo extraordinario: la diosa Tara daba la vuelta, según el rito budista, a la muralla que rodea al edificio. Al día siguiente, a la misma hora, se repitió el fenómeno, y así todos los días. Después de una semana de vigilancia, el Dalai Lama y sus monjes descubrieron que, diariamente, justo a la hora de la aparición de la diosa, un pobre viejo daba también la vuelta a la muralla recitando sus plegarias. Interrogaron al anciano: la plegaria que recitaba era un poema-oración a Tara que, a su vez, era una traducción de un texto sánscrito en honor de Prajna Paramita (…) Los teólogos hicieron recitar el texto al viejo. Inmediatamente encontraron que el pobre hombre repetía una traducción defectuosa, y lo obligaron a que aprendiese la traducción correcta. Desde ese día, Tara no volvió a aparecer. »
(“Lectura y contemplación », en: Sombras de obras, 1983).
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