vendredi 20 janvier 2012

La nouvelle SF au programme des PICTRADES

Voici le texte sur lequel nous allons travailler avec Les Pictrades – qui, je le rappelle n'ont pas encore de nom d'équipe pour le Projet C2C :

« Continum Pi », de M.C. Carper (Argentine) :

Fiche signalétique de l'auteur proposée par l'excellent site de SF : AXXÓN (que nous ne remercierons jamais assez de son aide)

M.C. Carper es un dibujante de cómics e ilustrador argentino de Ciencia Ficción., Ganó del primer premio y el accésit por ilustración del PIEE 2009. Realizó los comic books de AC/DC y el Inner Circle,  Los Maestros del Caos. Ilustró “Escultores de Hombres” de Claudio L. Anaya. También realiza la Serie Sálvat en Aurora Bitzine y la space opera EdlD en Portal-Cifi.Ha participado en cómics para Inglaterra y España. Y en Alfa Eridiani,  Forjadores,  Axxón,  NM,  Libros Andrómeda,  Biblioteca Fosca,  Ciudad Arena y MiNatura.

Juan Salvo apareció entre un segundo y otro en un lugar donde cualquier medida de tiempo era un disparate. Cuando su mente consiguió adaptarse,  entendió que estaba de bruces en un terreno familiar,  la tierra violácea perdiéndose en un hipotético horizonte no le dejó dudas.
“Un Continum espacio temporal”.
Se incorporó sobre las rodillas, fue entonces que descubrió que llevaba la cabeza cubierta y la escafandra,  distinguió las manos enguantadas a través del visor. El olor de la tela engomada fue un consuelo,  un resabio de aquella vida donde los colores eran más nítidos y la certeza de un futuro próspero era tan real…
Se trataba del mismo traje que había usado durante la invasión a la Tierra de mil novecientos sesenta y tres. Confeccionado por él mismo para moverse bajo la nevada mortal que aniquiló Buenos Aires.
Ahora, todo eso no significaba nada.
Aparecer con aquel traje puesto era algo que ocurría cuando alguien se desplaza por la Eternidad. A veces las realidades se confunden, la historia y el futuro son juguetes al capricho de las resonancias inimaginables de un Cronomaster en funcionamiento.
¡Maldita mierda de máquina, el Cronomaster!
Una alteración del cosmos, una aberración del universo, el producto de lo que suelen llamar inteligencia.
Juan Salvo estaba atrapado. Era, mejor dicho es, el Eternauta. El errabundo obligado a recorrer la Eternidad en medio de los ecos producidos por un Cronomaster. Sus ojos habían sido testigos de la ascensión y la caída de civilizaciones, del florecimiento y extinción de faunas y floras que desafiaban la imaginación. La vida se abría paso en los sitios más imprevistos, peleando para sobrevivir, adaptándose al calor,  el frío o lo que fuera y no siempre se hacía inteligente. Claro que después de caer en una decena de realidades para descubrir lo mismo, nada de eso tenía relevancia.
Se irguió y empezó a andar, las piernas respondieron a la perfección, sin ninguna sensación de cansancio,  apenas un hormigueo en los pies. El cuerpo nunca recordaba dolor o agotamiento después de la transición. Se sentía como nuevo entre eternidad y eternidad. Bueno, con la desagradable excepción de su mente, que podía recordar cada pena, humillación y muerte que había presenciado.
La muerte, esa curiosa válvula de equilibrio de la naturaleza. La razón de querer ser alguien mientras el tiempo se escabulle y se alza como una roca negruzca, manchada y repugnante, la omnipresente Injusticia.
Suspiró, alejando ese tipo de pensamientos de su cabeza. Para matar el hastío, arrastró los pies concentrado en el dibujo que se formaba en el suelo polvoriento. Continuó así por un rato, mirando sin ver las carcomidas formas de las piedras,  un paisaje sin colores ni movimiento, muerto,  pero que a la vez transmitía armonía. Respiraba paz.
Sonrió ante el pensamiento.
¿Respirar? ¡Como si el Eternauta necesitase oxígeno para vivir!
“Vivir no”, se corrigió, “existir”, y con un brusco movimiento se quitó la escafandra con la máscara de goma. La arrojó lejos.
“Existir…”, repitió en pensamientos.
—Existís,  amigo,  eso es seguro —dijo alguien en medio de aquella nada y no le sorprendió. Allí,  a un costado, confundiéndose entre las rocas, estaba sentado un viejo. Era un “Mano”. Uno de aquellos sirvientes que los “Ellos” habían esclavizado por medio de una glándula de miedo. El miedo los hacía callar,  los obligaba a cometer perversiones por completo opuestas a su filosofía. Pero si estaba en un Continum significaba que había logrado escapar de la siniestra esclavitud de los “Ellos”.
Juan contempló el rostro apergaminado, las protuberancias en las articulaciones. Solía encontrar este tipo de seres en los Continum. Buscó su mirada, pero los ojos eran invisibles en la sombra de las cuencas huesudas, cubiertas de arrugas imposibles de contar, como si apareciesen nuevas en cada vistazo.
—Hola,  viejo —dijo el Eternauta—. Así que podés leer mis pensamientos.
—Leer no,  escuchar —aclaró el anciano—. Este Continum tiene sus propias reglas.
Juan estuvo tentado de preguntar si estaba anclado ahí o en tránsito,  pero se contuvo, sólo un iluso podía afirmar algo en la Eternidad y aquel viejo no tenía un pelo de tonto.
—Hacés bien en pensar así, Juan Salvo, el Eternauta —sonrió el “Mano”—. La única certeza es el Espíritu Cósmico.
—¡Oh! —fingió asombro Juan—. Ya oí eso antes —no estaba con ánimos para escuchar un discurso cursi, prefería información práctica sobre aquel lugar—. ¿Dónde estamos,  viejo?
—Este es el Continum Tres,  catorce dieciséis…
—¿Pi? —de pronto aquello despertó su curiosidad. Con todo lo pasado seguía habiendo sorpresas—. ¿Por qué ese nombre?
—Pi —repitió el “Mano” alzando los hombros—, una sucesión fractal infinita de todo. El número clave de la creación.
El Eternauta se tomó el mentón analizando esas palabras. La frase se prestaba a diferentes interpretaciones, pero a la vez estaba llena de sentido. Cualquier cosa que recordaba podía ser una sucesión infinita de todo, como si los sucesos de una vida fueran desembocando en el mismo final en un embudo insaciable. Ante sus ojos desfilaron la ansiedad y la desesperación de tantas batallas. Cruentas campañas donde había participado sin ninguna posibilidad de elección más que defenderse de la esclavitud o la aniquilación.
Explosiones,  toscos vehículos con orugas, gigantescos gurbos, repulsivos cascarudos convertidos en asesinos. Rayos mortales, zarpos salvajes y los “Ellos”.
El recuerdo dolía,  en todos predominaba la muerte. Jóvenes sacrificándose. Soñadores que creían en la posibilidad de un cambio. Niños que habían oído sus palabras con ilusión en los ojos, llenos de euforia, imaginando un mundo sin tiranía.
Todos muertos y desaparecidos de la memoria.
No podía olvidar la mirada de Germán, aquel insólito compañero que se vio arrastrado a seguirlo. Los ojos recriminándole por aquellas vidas truncadas. Al principio no compartió sus ideas. Luego se embarcó en su propio desafío, contra “Ellos” más sádicos y perversos. Esos usaban “Manos” y zarpos que tenían la apariencia de hermanos y vecinos. En esa aventura personal, Germán repitió la misma historia con idéntico desenlace. Todos muertos.
“Pi”.
—Tus razonamientos están enturbiados por el dolor —opinó el viejo.
—¿Hay otra manera de oponerse a los “Ellos”? —prorrumpió el Eternauta, exasperado por el comentario del “Mano”.
—Vos lo dijiste —replicó el anciano, esta vez pudo adivinarse un brillo en aquellos ojos en sombras—. Oponerse viene de “opuesto”. Hablás de los “Ellos”, lo que implica un “nosotros”. Ese tipo de definiciones siempre conducen a la violencia, la guerra y, por ende, a la muerte.
—La primera vez que oí sobre los “Ellos” fue de labios de uno de tu especie —dijo Juan para defender sus palabras.
—¿Especie? ¿Raza? —indagó con seriedad el viejo—. ¿Me considerás diferente en algo?
Esta vez el Eternauta guardó silencio. Si algo había aprendido en el eterno vagabundear era a respetar la sabiduría de los viejos, no hubo palabras durante un rato.
Como un torrente se agolparon en su mente recuerdos aleatorios, experiencias vividas entre los Continum. Se esforzó para colocarse como un observador ajeno a todos esas visiones, fuera de las corrientes impetuosas que dominaban a todos los mundos. Contempló ese futuro donde ni la nevada mortal, ni la guerra nuclear habían sucedido. La vida había continuado sin intervenciones extraterrestres, pero ahí estaban presentes los “nosotros” y los “ellos”. En el pensamiento diario, en cada acción y conversación. En los discursos políticos,  en la publicidad, en la moda,  en lo cotidiano.
Negros y blancos, feos y lindos. Machistas y feministas,  creyentes y ateos, homosexuales y heterosexuales… Ricos y pobres.
Nosotros y ellos. Y al mismo tiempo, bajo un manto de hipocresía, unos y otros proclamando su repudio a las diferencias, mostrando una abierta preferencia por los exitosos, los mediáticos,  los ojos claros o los cuerpos delgados. Políticos y obispos reclamando compromiso ante la pobreza al tiempo que visten,  comen y viven en la más obscena riqueza.
Gobernantes parecidos a artistas que representan en imagen a minorías de género o raza para rematar el engaño. Los nosotros y los ellos armados de la sutileza, miméticos y carismáticos. En la guerra había conocido a los hombres robot, aquellos desdichados prisioneros controlados por un teledirector clavado en la nuca, esto era igual, pero sin el teledirector.
Mentiras repetidas como ecos, confundiéndose con otras mentiras pronunciadas en voz alta. Gritadas una y otra vez,  como agujas al rojo clavándose en su cerebro. Una y otra vez, y otra vez. Sucediéndose…, Ilustración: M.C. Carper, “Pi”.
Juan cerró los ojos en un vano intento de hacer desaparecer esas peroratas de falsedad. Las palabras retumbaban remarcando en cada sílaba la idea de los “Ellos” y los “nosotros”.
—¿Es un círculo? —musitó al fin con los ojos brillosos—. ¿Siempre va a ser así?
—¿Sabés que no podés frenar el viento con una sola mano? —sonrió el viejo—. Tampoco juntar el océano con una cuchara,  es como querer contar las estrellas.
—¿Me decís que renuncie a defender la justicia?
—¡Ya dejá de pensar en absolutos! —pidió el viejo y en ese momento se distinguió sin dudas el brillo de los ojos—. Sentate y calmate.
El Eternauta buscó una roca de la altura apropiada y se sentó. Los hombros se le curvaron como liberados de un gran peso y de pronto se sintió humano, una persona sencilla con una casa en Beccar. Mirando a su hijita,  Martita, hurgando en la caja de herramientas. Preguntando el nombre de cada una. Desde la cocina le llegaban los rezongos de su amada Elena que renegaba con las hormigas.
—No sos diferente, amigo —murmuró el viejo ser—,  nadie lo es.
—Pero… ¿Quiénes eran los “Ellos”? — dijo el Eternauta,  el viejo se limitó a mirarlo,  apenas sonriendo,  arrugando aún más el rostro si eso era posible. Ya le había indicado la puerta, ahora le correspondía a él cruzarla. Juan meditó un momento—. Los “Ellos” antes eran nosotros —musitó—. ¡Nosotros somos los ellos! —descubrió.
—¡Así es! —festejó el viejo—. Siempre fue así. Pueden morir miles o sacrificarse millones y nada habrá cambiado si continuamos pensando en “ellos y nosotros”. Todo es uno, el Espíritu cósmico nos es común. No discrimina. La única manera de contrarrestar a los ellos, es sacando al ello que llevamos dentro. Una batalla difícil y solitaria que debemos librar cada día.
—¿Pi? —dijo Juan, seguro de la respuesta.
—Sí, alguien que se ganó el nombre de Eternauta debería comprenderlo bien.
—¿Sabés, viejo? —dijo el viajero poniéndose de pie—. Cuando era sólo Juan Salvo,  leía en los diarios sobre guerras, hambre y pestes. Pensaba entonces que al llegar a anciano, esos problemas se habrían solucionado. Luego me convertí en el Eternauta y superé en tiempo varias veces a mi propia vejez,  pero el genocidio y los demás flagelos seguían presentes. Ahora veo que la naturaleza no nos deja tiempo para aprender de nuestros errores y repetimos una y otra vez todo desde el comienzo… Estaba por hacerle una pregunta al Mano cuando el entorno fluctuó,  deformándose, el Cronomaster lo enviaba a otro lado, giró el rostro hacia el viejo antes de desaparecer. No lo escuchó, pero leyó los labios con facilidad.
—Pi.

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