EL MUTANTE
María José Gil Benedicto
(Espagne)
En el asilo estaban consternados. Juan, el octogenario cojo, había desaparecido y en su silla del comedor un mocoso de medio metro daba buena cuenta de las magdalenas del desayuno. De repente, entraron la geriatra y una enfermera que les suministró a los allí presentes la pastilla que se recetaba para estos casos. La enfermera enganchó al niño por un brazo y todos escucharon: “Viejo chiflado, ¿es que quieres matarnos a sustos?” y a lo dicho añadió un cachete. Al rato, ninguno recordaba nada. Excepto Juan, que salió triunfante del comedor, agarrado al bastón con una mano y frotándose la mejilla enrojecida con la otra. La geriatra refunfuñó en voz alta: “Pues sólo falta que un abuelo mutante contagie al resto y me quede sin trabajo”.
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