Et pour la dernière, notre cher Manolito Gafotas.
Esto es sólo el principio
Aquí estoy otra vez. Soy Manolito, el mismo de un libro que se llama Manolito Gafotas. Hay tíos que se piensan que saben todo sobre mi vida por haber leído ese libro. Hay tíos en el Planeta Tierra que se creen muy listos. Dice mi abuelo Nicolás que con mi vida se podrían rellenar enciclopedias; y no lo dice porque sea mi abuelo, lo dice porque es cierto. En los ocho años que llevo viviendo en la bola del mundo (del mundo mundial) me han pasado tantas cosas que no me daría tiempo a contarlas en los próximos 92 años; y digo 92 porque a mí, si pudiera elegir, me gustaría morirme a los cien años; es que morirse antes no merece la pena. Es lo que yo le digo a mi abuelo.
–Morirse a los ochenta y siete no mola, abuelo; te mueres a los cien años y quedas como un rey, con dos ceros como catedrales.
Yo no puedo entender a esas personas tan importantes que se ponen a escribir sus memorias cuando son viejos y sólo les sale un libro de 357 páginas. Te digo una cosa: yo tengo sólo ocho años y a mí, ahí, en 357 páginas, mi vida no me cabe. Así que tendré que escribir libros y libros y libros para que te vayas enterando de la verdad de mi vida: Manolito se compra un chándal, El Imbécil tiene nombre, Los chistes de Manolito, Manolito en Nueva York. Bueno, este último es de ciencia ficción, porque yo en Nueva York no voy a estar nunca; es una tradición que hay en mi familia, la de no ir nunca a Nueva York; es casi tan antigua como la de comer doce uvas en Noche Vieja o bailar la conga en las fiestas de Carabanchel. Hasta donde yo puedo saber de mis antepasados ninguno fue a Nueva York, y no creo que yo vaya a ser el primero, porque en mis ocho años de vida en este Planeta no he sido el primero en nada; pregúntaselo a mi sita Asunción, que me definió al acabar el curso como «el clásico niño del montón». Pero no quiero adelantarte el final del libro, no voy a ser como el Orejones, que se va tres días antes que tú a ver una película para contarte el final y reventártela. Es una gracia típica de mi gran amigo (aunque sea un cerdo traidor).
En este libro vienen algunas de las aventuras que me pasaron en los últimos meses, y son tantas, tantas, las cosas que me ocurren todos los días que me costó mucho decidirme por cuáles contarte. Y lo malo es que todo el mundo tenía que meter baza:
Yihad me dijo que si no sacaba la aventura del silbato nos veríamos las caras un atardecer en el parque del Ahorcado.
La Susana Bragas–sucias me pedía todos los días un capítulo para ella sola:
–... y no como en el otro libro, que sólo contaste lo de las bragas, gracioso –me dijo.
La Luisa no quería que apareciera la historia de Los cochinitos, pero, como en el fondo, le hacía mucha gracia, me propuso que a ella y a Bernabé les sacara con seudónimo. Al final, se me olvidó y están con sus verdaderos nombres. Mi madre ha dicho:
–Ya veremos las repercusiones del librito en el barrio.
El Imbécil, como de momento es analfabeto, tiene una única obsesión: que le saquen continuamente en los dibujos. Así, cogerá el libro, señalará sus retratos con el chupete (llenando las hojas de babas) y dirá:
–Yo.
Y pasará las hojas hasta que vuelva a encontrarse. Cuando sepa leer exigirá ser el protagonista. Fijo.
La madre de Arturo Román llamó a mi madre para decirle:
–Con lo amigo que es mi Arturo de Manolito y la vez anterior el pobre sólo decía una frase.
El Orejones me confesó el otro día que después de mucho pensar ha llegado a la conclusión de que las partes que más molan son las que sale él.
–Te lo digo con el corazón –me dijo llevándose la mano al lado derecho (su fuerte no es la anatomía humana).
El dueño del Tropezón me pidió que no sacara que el año pasado intoxicó a medio Carabanchel Alto con una ensaladilla rusa que estaba caducada; así que ese capítulo lo guardaré para hacerle chantaje de vez en cuando.
Los únicos que no han protestado ni han pedido nada han sido mi padre (aunque sé que está muy contento porque en este libro aparece cantidad) y mi abuelo, que, viendo que entre unos y otros no me dejaban en paz, me dijo:
–Tú a tu bola, Manolito; si quieren salir en un libro que se lo escriban ellos.
Así que eso he hecho, he ido a mi bola, que para eso soy el que cuenta estas espeluznantes historias.
Esto es sólo el principio
Aquí estoy otra vez. Soy Manolito, el mismo de un libro que se llama Manolito Gafotas. Hay tíos que se piensan que saben todo sobre mi vida por haber leído ese libro. Hay tíos en el Planeta Tierra que se creen muy listos. Dice mi abuelo Nicolás que con mi vida se podrían rellenar enciclopedias; y no lo dice porque sea mi abuelo, lo dice porque es cierto. En los ocho años que llevo viviendo en la bola del mundo (del mundo mundial) me han pasado tantas cosas que no me daría tiempo a contarlas en los próximos 92 años; y digo 92 porque a mí, si pudiera elegir, me gustaría morirme a los cien años; es que morirse antes no merece la pena. Es lo que yo le digo a mi abuelo.
–Morirse a los ochenta y siete no mola, abuelo; te mueres a los cien años y quedas como un rey, con dos ceros como catedrales.
Yo no puedo entender a esas personas tan importantes que se ponen a escribir sus memorias cuando son viejos y sólo les sale un libro de 357 páginas. Te digo una cosa: yo tengo sólo ocho años y a mí, ahí, en 357 páginas, mi vida no me cabe. Así que tendré que escribir libros y libros y libros para que te vayas enterando de la verdad de mi vida: Manolito se compra un chándal, El Imbécil tiene nombre, Los chistes de Manolito, Manolito en Nueva York. Bueno, este último es de ciencia ficción, porque yo en Nueva York no voy a estar nunca; es una tradición que hay en mi familia, la de no ir nunca a Nueva York; es casi tan antigua como la de comer doce uvas en Noche Vieja o bailar la conga en las fiestas de Carabanchel. Hasta donde yo puedo saber de mis antepasados ninguno fue a Nueva York, y no creo que yo vaya a ser el primero, porque en mis ocho años de vida en este Planeta no he sido el primero en nada; pregúntaselo a mi sita Asunción, que me definió al acabar el curso como «el clásico niño del montón». Pero no quiero adelantarte el final del libro, no voy a ser como el Orejones, que se va tres días antes que tú a ver una película para contarte el final y reventártela. Es una gracia típica de mi gran amigo (aunque sea un cerdo traidor).
En este libro vienen algunas de las aventuras que me pasaron en los últimos meses, y son tantas, tantas, las cosas que me ocurren todos los días que me costó mucho decidirme por cuáles contarte. Y lo malo es que todo el mundo tenía que meter baza:
Yihad me dijo que si no sacaba la aventura del silbato nos veríamos las caras un atardecer en el parque del Ahorcado.
La Susana Bragas–sucias me pedía todos los días un capítulo para ella sola:
–... y no como en el otro libro, que sólo contaste lo de las bragas, gracioso –me dijo.
La Luisa no quería que apareciera la historia de Los cochinitos, pero, como en el fondo, le hacía mucha gracia, me propuso que a ella y a Bernabé les sacara con seudónimo. Al final, se me olvidó y están con sus verdaderos nombres. Mi madre ha dicho:
–Ya veremos las repercusiones del librito en el barrio.
El Imbécil, como de momento es analfabeto, tiene una única obsesión: que le saquen continuamente en los dibujos. Así, cogerá el libro, señalará sus retratos con el chupete (llenando las hojas de babas) y dirá:
–Yo.
Y pasará las hojas hasta que vuelva a encontrarse. Cuando sepa leer exigirá ser el protagonista. Fijo.
La madre de Arturo Román llamó a mi madre para decirle:
–Con lo amigo que es mi Arturo de Manolito y la vez anterior el pobre sólo decía una frase.
El Orejones me confesó el otro día que después de mucho pensar ha llegado a la conclusión de que las partes que más molan son las que sale él.
–Te lo digo con el corazón –me dijo llevándose la mano al lado derecho (su fuerte no es la anatomía humana).
El dueño del Tropezón me pidió que no sacara que el año pasado intoxicó a medio Carabanchel Alto con una ensaladilla rusa que estaba caducada; así que ese capítulo lo guardaré para hacerle chantaje de vez en cuando.
Los únicos que no han protestado ni han pedido nada han sido mi padre (aunque sé que está muy contento porque en este libro aparece cantidad) y mi abuelo, que, viendo que entre unos y otros no me dejaban en paz, me dijo:
–Tú a tu bola, Manolito; si quieren salir en un libro que se lo escriban ellos.
Así que eso he hecho, he ido a mi bola, que para eso soy el que cuenta estas espeluznantes historias.
Elvira Lindo, Pobre Manolito
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