Selon le rituel à présent établi même pour les nouvelles, le travail est à rendre pour vendredi prochain…
Lloviendo en el D.F.
« Si en esta ciudad no lloviera, hacía mucho que la habría abandonado», pensaba José Daniel Fierro pensando en que pensaba; porque había ideas que eran trabajo, reutilizables pensamientos que formaban frases y luego se iban por el camino de las teclas. La sensación era suya, pero podría ser del viejo villista que trabajaba en una tlapalería hacia la mi¬tad del capítulo tres de la novela que estaba escribiendo. « Si no lloviera »… escribía en la cabeza mirando las gotas de agua estrellándose en el doble vidrio ante su mesa blanca e imaginando sin oír el splash, los pequeños plop. Había que ponerle a la frase un poco del sonido del viento que empujaba la lluvia contra la ventana y que se hacía imagen literaria sacudiendo el laurel solitario del camellón, hacién¬dolo bailar. «Si no hubiera laurel», también se habría ido, él, no el viejo del capítulo tres. Cada vez escribía más de irse y, sin embargo, se quedaba. Encendió un Mapleton con la colilla del otro. Ana, sentada a sus espaldas en un sillón blanco, levantó la vista del libro que estaba leyendo y estiró la mano para robarle un cigarrillo.
— ¿Sabes cuánto nos cuesta fumar?
José Daniel se atusó el bigotazo negro mirando la lluvia.
— Cuarenta y dos mil pesos al mes, ¿ cómo lo ves ? El enfisema pulmonar es la enfermedad más cara de adquirir del mundo — dijo Ana sin esperar respuesta.
— Alguna vez oí de una sífilis que le costó a un tipo 200 mil pesos.
— Nada. Menor el asunto — dijo Ana —. ¿ Un café ?
— Un coñac doble.
— Pensándolo bien, el alcoholismo es más caro todavía — dijo ella caminando hacia la cocina. A la mitad del camino el timbre de la puerta la hizo cambiar de rumbo.
José Daniel Fierro se tocó el codo, la lluvia le traía un dolor artrítico.
Los principios de capítulo deberían ser contundentes, sólo un escritor de segunda empezaría un capítulo con « Si en esta ciudad no lloviera… » Trató de que la conversación en la puerta no le rompiera el hilo. Casi lo tenía. Tecleó quitándole la infecta blancura a la hoja de papel : "Un buen detective sólo vive en ciudades en las que llueve así".
— Daniel, tienes visita — dijo Ana casi soplándole las palabras en la pelusa de la nuca.
José Daniel se volteó y contempló a los tres recién llegados : un joven despeinado con chamarra y botas, lentes muy gruesos ; un barbudo de unos 40 años con mirada fiera ; un hombre de unos 35, muy moreno y de ojos verdes, al que había visto muchas veces en fotografías.
— Pasen, siéntense — les dijo a los tres personajes que trataban de que las botas no enlodaran la alfombra blanca. Se acercaron extendiendo las manos. El escritor giró su silla para enfrentarla a los recién llegados, cediéndoles los dos sillones ; Ana se mantuvo vigilante cerca de la puerta en su actitud de anfitriona-propietaria.
— Somos de la comisión — dijo el joven de los lentes.
— Está lloviendo a mares — dijo José Daniel por decir algo.
— Le hablaron, ¿ verdad ? — preguntó el hombre de los ojos verdes.
— Tú eres Benjamín Correa — afirmó el escritor, el joven asintió.
— Macario, el dirigente de la sección 23 y Fritz, el director de nuestra estación de radio — contestó señalando con el dedo a sus dos compañeros.
— No, nadie me habló, pero no hay bronca — dijo el escritor —, ¿ Para qué soy bueno ? ¿ Lo de la semana de la cultura en Santa Ana ? Ya les dije que sí, que iría, y firmé el manifiesto. ¿ Salió hoy, no ?
— Queremos que nos firme otro papelito — dijo el dirigente de los mineros.
— ¿ Un cheque ?
Los tres personajes se rieron.
— No, compañero Fierro, está peor — dijo Fritz Glockner.
José Daniel sonrió.
— Queremos que sea el jefe de policía de Santa Ana — dijo el presidente municipal rojo. Los tres personajes rieron.
José Daniel Fierro emitió una risita de hurón, dudosa.
— ¿ Quieren que escriba una novela policiaca sobre Santa Ana?
— No. Queremos que sea el jefe de policía de Santa Ana.
— Bueno, qué cosa —exclamó Ana.
— ¿ En serio ? — preguntó el escritor.
— Claro — dijo Benjamín Correa, encendiendo un Deli¬cado sin filtro. Macario, el minero, asintió con una sonrisa ladina.
José Daniel Fierro los observó fijamente tratando de no cruzar su mirada con la de su mujer.
— Esperen un minuto, déjenme ponerlo claro. ¿ Quieren que yo vaya a Santa Ana y me haga cargo de la policía ? ; ¿ será la municipal, no ?
Los tres personajes asintieron.
— A mí me parece muy importante lo que están hacien¬do. En medio de tanta mierda la experiencia de ustedes es fundamental. Hasta ahí. Que quede claro. Firmo manifies¬tos, voy a manifestaciones, escribo sobre ustedes donde puedo si tengo algo que decir, apoyo económicamente, voy a Santa Ana y participo de una semana de la cultura ; son cosas que sé hacer, que puedo hacer. Hasta ahí de nuevo… Pero ser jefe de policía es una locura. Tengo 50 años…
— Cincuenta y dos — dijo Ana desde su esquina.
— Cincuenta y uno y cumplo en un mes… — le contestó rápido José Daniel —. No he disparado una pistola en mi vida.
— ¿ A poco ? —preguntó Macario, al que no le cabía en la cabeza que todavía quedara alguien en México que no hubiera disparado una fusca.
— Pero en Muerte al atardecer se cuenta todo sobre una 45, el impacto, el retroceso, la precisión, la limpieza… — dijo Fritz Glockner sonriendo.
— Lo saqué de un manual de armas italiano — contestó el escritor disculpándose —. Pero además, ¿ qué importa ? No tengo ninguna experiencia policiaca real. Sólo ficción, sólo literatura.
— En La cabeza de Pancho Villa cuenta la historia del fraude del banco, así supimos como lo andaban haciendo en Santa Ana.
— Bueno, es que así pasa. ¡ Chingaos ! ¿Tengo que contarles la diferencia entre escribir y vivir ?
— No hay diferencia — dijo el alcalde rojo —. Nomás es cuestión de kilómetros. ¿ Quién sabe de policía en México ? Nadie. Nomás usted, escritor. ¿ Quién lleva 11 novelas ? Por cierto, me falta una, la de los, braceros…
— La raya — dijo José Daniel —. Tengo ejemplares por ahí…
— A lo mejor lo que pasa es que no se lo estamos proponiendo bien — dijo Fritz —. A ver así : en año y medio han asesinado a dos jefes de policía municipal en Santa Ana. Los judiciales del estado nos traen jodidos, necesitamos una buena policía municipal, alguien a quien no puedan matar sin que se arme un pedote nacional, hasta internacional; por ejemplo, un escritor que acaba de ganar el Gran Premio de Literatura Policiaca en Grenoble, o al que entrevista el New York Times. Un escritor que aunque es de izquierda sale en el programa de Rocha cuando publica un libro. Uno que no puedan matar, y que además tenga coco, ideas, mente de investigador, uno que le sirva al pueblo y que además saque de onda a los priístas y al gobierno del estado, alguien que ponga su nombre en Santa Ana.
— Entiendo eso, pero tiene que tomar algo en cuenta. Yo soy un culero. Tengo miedo. Este país cada vez me da más miedo. Si sigo hablando y escribiendo es porque me da más miedo callarme.
— Por valientes no paramos, eso es cosa nuestra — dijo el presidente municipal —. Tenemos como diez que se meten a la jaula de los leones, esposados, y le dan patadas en los huevos a las fieras… Queremos a uno como usted. Nomás imagínese : « José Daniel Fierro, jefe de policía de Santa Ana ».
— No, si me lo imagino. — Me divorcio, ¡ eh ! — dijo Ana. — ¿ Quién fue el de la idea ? —preguntó el escritor. — Nosotros andábamos buscando por ahí, y lo comen¬tamos con algunos, y Carlos Monsiváis fue el que nos dio la idea.
— Maldita sea, vaya broma más cabrona. — Piénselo, maestro. No sólo nos hace un servicio en Santa Ana, sino la cantidad de novelas policiacas que salen de ahí. Tenemos unos crímenes de lo más lucidores — dijo Fritz,
—Nos traen jodidos — dijo el presidente municipal, y ahí José Daniel se dio cuenta cómo había llegado hasta el puesto. Ponía tal intensidad en las palabras, que tomaba el hígado del oyente y no lo soltaba —. Nos cercan, cortan pre¬supuestos, los caciques hostigan, no entregan los dineros del municipio, nos provocan, nos rodean con una de las campañas de publicidad más negras que se ha hecho en la his¬toria de México. Tenemos elecciones en ocho meses : si las ganamos nos van a meter el ejército, si las perdemos nos van a desmontar toda la organización popular que se ha creado. Necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir. Necesitamos un jefe de policía… ¿ Qué pues ?
Paco Ignacio Taibo II, La vida misma, 1987.
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Olivier nous propose sa traduction :
Le D.F* sous la pluie.
« S’il ne pleuvait pas sur cette ville, je l’aurais abandonnée depuis bien longtemps », pensait José Daniel Fierro, en pensant à ce qu’il pensait ; parce que certaines idées étaient du travail, des pensées réutilisables qui formaient des phrases et suivaient ensuite le chemin du clavier. Cette sensation, c’était bien la sienne, mais le vieux villiste*, qui travaillait dans une quincaillerie, vers le milieu du chapitre trois du roman qu’il était en train d’écrire, aurait pu ressentir la même chose. « S’il ne pleuvait pas »…écrivait-il dans sa tête en regardant les gouttes d’eau s’écraser sur le double vitrage, devant son bureau blanc, et imaginant, sans entendre le splash, les petits plop. Il fallait mettre dans la phrase un peu du bruit de ce vent qui poussait la pluie contre la vitre et qui se faisait image littéraire, secouant le laurier solitaire du terre-plein, le faisant danser. « Si le laurier n’était pas là », il serait parti aussi, lui, pas le vieux du chapitre trois. Il parlait de plus en plus de partir dans ce qu’il écrivait et, pourtant, il restait. Il alluma une Mapleton avec le mégot de la précédente. Ana, assise derrière lui dans un fauteuil blanc, leva les yeux du livre qu’elle lisait et allongea le bras pour lui voler une cigarette.
- Tu sais combien ça nous coûte de fumer ?
José Daniel lissa sa grosse moustache noire en regardant la pluie.
- Quarante deux mille pesos par mois, une paille, non ? L’emphysème pulmonaire, c’est la maladie à s’offrir la plus chère du monde – dit Ana, sans attendre de réponse.
- J’ai entendu parler une fois d’un type et d’une syphilis à 200 mille pesos.
- Broutille. C’est rien à côté -dit Ana-. Un café ?
- Un double cognac.
- Tout bien pensé, l’alcoolisme revient encore plus cher –dit-elle, en se dirigeant vers la cuisine. À mi-chemin, la sonnette de la porte la fit changer de cap.
José Daniel Fierro se massa le coude ; la pluie relançait son arthrite.
Les débuts de chapitre devraient être percutants, seul un écrivain de seconde zone ouvrirait un chapitre par « S’il ne pleuvait pas sur cette ville… ». Il fit son possible pour que la conversation sur le pas de la porte ne rompe le fil de ses pensées. Il le tenait presque. Il pianota, ôtant à la feuille de papier son infecte blancheur : « Un bon détective ne peut vivre que dans une ville où il pleut comme ça ».
- Daniel, tu as de la visite –dit Ana, en lui soufflant presque les mots dans le duvet de la nuque.
José Daniel se retourna et détailla les trois nouveaux arrivants : un jeune ébouriffé portant bottes et blouson, lunettes aux verres épais ; un barbu, d’à peu près 40 ans, au regard féroce ; un homme dans les 35, très brun et aux yeux verts, qu’il avait vu très souvent en photo.
- Entrez, asseyez-vous –dit-il aux trois hommes qui tentaient de ne pas couvrir le tapis blanc de la boue collée à leurs bottes. Ils s’approchèrent, la main tendue. L’écrivain tourna sa chaise pour faire face aux nouveaux venus, leur abandonnant les deux fauteuils ; Ana demeura vigilante, près de la porte, dans son rôle d’amphytrione-propriétaire.
- Nous sommes de la commission –dit le jeune à lunettes.
- Il tombe des cordes –dit José Daniel, histoire de dire quelque chose.
- Ils vous ont parlé, n’est-ce pas ? –demanda l’homme aux yeux verts.
- Toi, tu es Benjamìn Correa –affirma l’écrivain. Le jeune acquiesça.
- Macario, qui dirige la section 23 et Fritz, le directeur de notre station de radio –répondit-il, en désignant du doigt ses deux camarades.
- Non, personne ne m’a rien dit, mais il n’y a pas de lézard –dit l’écrivain-. Je peux être utile à quelque chose ? Le truc de la semaine de la culture, à Santa Ana ? Je leur ai dit mille fois que oui, j’irai, et j’ai même signé le manifeste. Il est sorti aujourd’hui, non ?
- On veut que vous nous signiez un autre bout de papier –dit le chef des mineurs.
- Un chèque ?
Les trois hommes rirent.
- Non, camarade Fierro, pire que ça –dit Fritz Glockner.
José Daniel sourit.
- On veut que vous deveniez le chef de la police de Santa Ana –dit le président municipal rouge. Les trois hommes rirent.
José Daniel Fierro laissa échapper un petit rire de furet, dubitatif.
-Vous voulez que j’écrive un polar sur Santa Ana ?
- Non. Nous voulons que vous soyez le chef de la police de Santa Ana.
- Bon sang, c’est quoi cette histoire ? –s’exclama Ana.
- Sérieux ? –demanda l’écrivain.
- Bien sûr –dit Benjamin Correa, en allumant une Delicado sans filtre. Macario, le mineur, hocha la tête avec un sourire malin.
José Daniel Fierro fixa sur eux son regard en tentant d’éviter celui de sa femme.
- Attendez une minute, que j’essaye d’y voir clair. Vous voulez que j’aille à Santa Ana et que je prenne en main la police ? On parle de la municipale, non ?
Les trois hommes assentirent.
- Personnellement, je pense que vous faites un boulot très important. Au milieu de toute cette merde, votre expérience est fondamentale. Mais ça s’arrête là. Que ça soit bien clair. Je signe des manifestes, je vais à des manifs, j’écris sur vous là où je peux si j’ai quelque chose à dire, j’aide financièrement, je vais à Santa Ana et je participe à une semaine de la culture ; ça, ce sont des choses que je sais faire, que je peux faire. Mais, je le répète, ça s’arrête là…Mais, chef de la police, non, c’est de la folie. J’ai 50 ans…
- Cinquante deux –lança Ana depuis son coin.
- Cinquante et un et c’est mon anniversaire dans un mois… -lui répondit José Daniel dans la foulée-. Je n’ai jamais tiré un coup de feu de ma vie.
- Sans déconner ? –demanda Macario, qui ne pouvait imaginer dans sa petite tête qu’il existe encore à Mexico une personne n’ayant jamais utilisé un flingue.
- Mais, dans « Mort au couchant », ça parle bien dans les détails d’un 45, de l’impact, du recul, de la précision, de l’entretien… -dit Fritz Glockner en souriant.
- J’ai pêché ça dans un manuel d’armes italien –répondit l’écrivain comme excuse-. Mais, en plus, quelle importance ? Je n’ai aucune vraie expérience de la police. Que de la fiction ! De la littérature !
- Dans « La tête de Pancho Villa », vous racontez l’histoire de la fraude de la banque, c’est comme ça qu’on a su ce qui se traficotait à Santa Ana.
- Ben, c’est comme ça que ça se passe. Bordel ! Il faut que je vous explique la différence entre écrire et vivre ?
- Y a pas de différence –dit le maire rouge-. Juste une question de kilomètres. La police, à Mexico, qui y connaît quelque chose ? Personne. Que vous, écrivain. Qui a déjà écrit 11 romans ? À propos, il m’en manque un, celui sur les ouvriers manoeuvres…
- « La limite »-dit José Daniel-. J’en ai quelques exemplaires dans un coin…
- C’est peut-être qu’on est en train de mal lui présenter les choses –dit Fritz-. Et comme ça : depuis un an et demi, ils ont assassiné deux chefs de la police municipale de Santa Ana. On se fait baiser de tous les côtés par les magistrats de l’état, on a besoin d’une bonne police municipale, de quelqu’un qu’ils ne pourront pas tuer sans déclencher un ram dam de tous les diables à l’échelon national, international même ; par exemple, un écrivain qui vient de remporter le Grand Prix de Littérature Policière à Grenoble, ou à qui le New York Times consacre une interview. Un écrivain qui, bien qu’étant de gauche, a ses entrées sur le plateau de Rocha quand il publie un bouquin. Un qu’ils ne peuvent pas tuer, et qui, en plus, ait de la cervelle, des idées, une âme d’enquêteur, un qui serve le peuple et qui, en plus, éclipse les priistes* et le gouvernement de l’état, quelqu’un qui impose son nom à Santa Ana.
- Tout ça, c’est bien beau, mais il y a quelque chose que vous ne devez pas perdre de vue. Moi, je suis un gros trouillard. J’ai peur. Ce pays me fait de plus en plus peur. Si je continue de parler et d’écrire, c’est parce que j’ai encore plus peur de me taire.
- On cherche pas un héros, ça c’est notre job –dit le président municipal-. Ils se bousculent au portillon ceux qui entrent dans la cage aux lions, menottes aux poignets, et qui distribuent aux fauves des grands coups de pompes dans les burnes…Ce qu’on veut, c’est quelqu’un comme vous. Imaginez un peu : « José Daniel Fierro, chef de la police de Santa Ana ».
- Non, si j’imagine ! –Eh, moi je divorce -dit Ana. –Qui a eu cette géniale idée ? –demanda l’écrivain. – On cherchait dans le coin, et en parlant à droite à gauche, c’est Carlos Monsivàis qui nous a donné l’idée.
- Merde alors ! Quelle vacherie ! –Pensez-y, maître. A Santa Ana, non seulement vous nous rendez service, mais en plus, là-bas, c’est une vraie mine à polars. Les crimes de chez-nous méritent vraiment le détour –dit Fritz,
- Ils nous pourrissent la vie –dit le président municipal ; et c’est alors que José Daniel se rendit compte comment il était arrivé jusqu’à ce poste. Il mettait une telle intensité dans ses mots qu’il vous agrippait l’estomac pour ne plus le lâcher-. Ils nous encerclent, réduisent les budgets, les caciques nous harcèlent, ne distribuent pas l’argent des municipalités, nous provoquent, nous cernent d’une des plus sombres campagnes de publicité de l’Histoire jamais réalisée à Mexico. Les élections sont dans huit mois : si nous les gagnons, ils vont nous envoyer l’armée, si nous les perdons, ils vont mettre par terre toute l’organisation populaire qui a été mise en place. Nous avons besoin de toute l’aide que nous pouvons obtenir. Nous avons besoin d’un chef de la police…Alors, quoi ?
* Les mots marqués d’un astérisque doivent être, à mon sens, explicités. Mais je pense qu’ils le furent déjà en amont du roman.
Le D.F* sous la pluie.
« S’il ne pleuvait pas sur cette ville, je l’aurais abandonnée depuis bien longtemps », pensait José Daniel Fierro, en pensant à ce qu’il pensait ; parce que certaines idées étaient du travail, des pensées réutilisables qui formaient des phrases et suivaient ensuite le chemin du clavier. Cette sensation, c’était bien la sienne, mais le vieux villiste*, qui travaillait dans une quincaillerie, vers le milieu du chapitre trois du roman qu’il était en train d’écrire, aurait pu ressentir la même chose. « S’il ne pleuvait pas »…écrivait-il dans sa tête en regardant les gouttes d’eau s’écraser sur le double vitrage, devant son bureau blanc, et imaginant, sans entendre le splash, les petits plop. Il fallait mettre dans la phrase un peu du bruit de ce vent qui poussait la pluie contre la vitre et qui se faisait image littéraire, secouant le laurier solitaire du terre-plein, le faisant danser. « Si le laurier n’était pas là », il serait parti aussi, lui, pas le vieux du chapitre trois. Il parlait de plus en plus de partir dans ce qu’il écrivait et, pourtant, il restait. Il alluma une Mapleton avec le mégot de la précédente. Ana, assise derrière lui dans un fauteuil blanc, leva les yeux du livre qu’elle lisait et allongea le bras pour lui voler une cigarette.
- Tu sais combien ça nous coûte de fumer ?
José Daniel lissa sa grosse moustache noire en regardant la pluie.
- Quarante deux mille pesos par mois, une paille, non ? L’emphysème pulmonaire, c’est la maladie à s’offrir la plus chère du monde – dit Ana, sans attendre de réponse.
- J’ai entendu parler une fois d’un type et d’une syphilis à 200 mille pesos.
- Broutille. C’est rien à côté -dit Ana-. Un café ?
- Un double cognac.
- Tout bien pensé, l’alcoolisme revient encore plus cher –dit-elle, en se dirigeant vers la cuisine. À mi-chemin, la sonnette de la porte la fit changer de cap.
José Daniel Fierro se massa le coude ; la pluie relançait son arthrite.
Les débuts de chapitre devraient être percutants, seul un écrivain de seconde zone ouvrirait un chapitre par « S’il ne pleuvait pas sur cette ville… ». Il fit son possible pour que la conversation sur le pas de la porte ne rompe le fil de ses pensées. Il le tenait presque. Il pianota, ôtant à la feuille de papier son infecte blancheur : « Un bon détective ne peut vivre que dans une ville où il pleut comme ça ».
- Daniel, tu as de la visite –dit Ana, en lui soufflant presque les mots dans le duvet de la nuque.
José Daniel se retourna et détailla les trois nouveaux arrivants : un jeune ébouriffé portant bottes et blouson, lunettes aux verres épais ; un barbu, d’à peu près 40 ans, au regard féroce ; un homme dans les 35, très brun et aux yeux verts, qu’il avait vu très souvent en photo.
- Entrez, asseyez-vous –dit-il aux trois hommes qui tentaient de ne pas couvrir le tapis blanc de la boue collée à leurs bottes. Ils s’approchèrent, la main tendue. L’écrivain tourna sa chaise pour faire face aux nouveaux venus, leur abandonnant les deux fauteuils ; Ana demeura vigilante, près de la porte, dans son rôle d’amphytrione-propriétaire.
- Nous sommes de la commission –dit le jeune à lunettes.
- Il tombe des cordes –dit José Daniel, histoire de dire quelque chose.
- Ils vous ont parlé, n’est-ce pas ? –demanda l’homme aux yeux verts.
- Toi, tu es Benjamìn Correa –affirma l’écrivain. Le jeune acquiesça.
- Macario, qui dirige la section 23 et Fritz, le directeur de notre station de radio –répondit-il, en désignant du doigt ses deux camarades.
- Non, personne ne m’a rien dit, mais il n’y a pas de lézard –dit l’écrivain-. Je peux être utile à quelque chose ? Le truc de la semaine de la culture, à Santa Ana ? Je leur ai dit mille fois que oui, j’irai, et j’ai même signé le manifeste. Il est sorti aujourd’hui, non ?
- On veut que vous nous signiez un autre bout de papier –dit le chef des mineurs.
- Un chèque ?
Les trois hommes rirent.
- Non, camarade Fierro, pire que ça –dit Fritz Glockner.
José Daniel sourit.
- On veut que vous deveniez le chef de la police de Santa Ana –dit le président municipal rouge. Les trois hommes rirent.
José Daniel Fierro laissa échapper un petit rire de furet, dubitatif.
-Vous voulez que j’écrive un polar sur Santa Ana ?
- Non. Nous voulons que vous soyez le chef de la police de Santa Ana.
- Bon sang, c’est quoi cette histoire ? –s’exclama Ana.
- Sérieux ? –demanda l’écrivain.
- Bien sûr –dit Benjamin Correa, en allumant une Delicado sans filtre. Macario, le mineur, hocha la tête avec un sourire malin.
José Daniel Fierro fixa sur eux son regard en tentant d’éviter celui de sa femme.
- Attendez une minute, que j’essaye d’y voir clair. Vous voulez que j’aille à Santa Ana et que je prenne en main la police ? On parle de la municipale, non ?
Les trois hommes assentirent.
- Personnellement, je pense que vous faites un boulot très important. Au milieu de toute cette merde, votre expérience est fondamentale. Mais ça s’arrête là. Que ça soit bien clair. Je signe des manifestes, je vais à des manifs, j’écris sur vous là où je peux si j’ai quelque chose à dire, j’aide financièrement, je vais à Santa Ana et je participe à une semaine de la culture ; ça, ce sont des choses que je sais faire, que je peux faire. Mais, je le répète, ça s’arrête là…Mais, chef de la police, non, c’est de la folie. J’ai 50 ans…
- Cinquante deux –lança Ana depuis son coin.
- Cinquante et un et c’est mon anniversaire dans un mois… -lui répondit José Daniel dans la foulée-. Je n’ai jamais tiré un coup de feu de ma vie.
- Sans déconner ? –demanda Macario, qui ne pouvait imaginer dans sa petite tête qu’il existe encore à Mexico une personne n’ayant jamais utilisé un flingue.
- Mais, dans « Mort au couchant », ça parle bien dans les détails d’un 45, de l’impact, du recul, de la précision, de l’entretien… -dit Fritz Glockner en souriant.
- J’ai pêché ça dans un manuel d’armes italien –répondit l’écrivain comme excuse-. Mais, en plus, quelle importance ? Je n’ai aucune vraie expérience de la police. Que de la fiction ! De la littérature !
- Dans « La tête de Pancho Villa », vous racontez l’histoire de la fraude de la banque, c’est comme ça qu’on a su ce qui se traficotait à Santa Ana.
- Ben, c’est comme ça que ça se passe. Bordel ! Il faut que je vous explique la différence entre écrire et vivre ?
- Y a pas de différence –dit le maire rouge-. Juste une question de kilomètres. La police, à Mexico, qui y connaît quelque chose ? Personne. Que vous, écrivain. Qui a déjà écrit 11 romans ? À propos, il m’en manque un, celui sur les ouvriers manoeuvres…
- « La limite »-dit José Daniel-. J’en ai quelques exemplaires dans un coin…
- C’est peut-être qu’on est en train de mal lui présenter les choses –dit Fritz-. Et comme ça : depuis un an et demi, ils ont assassiné deux chefs de la police municipale de Santa Ana. On se fait baiser de tous les côtés par les magistrats de l’état, on a besoin d’une bonne police municipale, de quelqu’un qu’ils ne pourront pas tuer sans déclencher un ram dam de tous les diables à l’échelon national, international même ; par exemple, un écrivain qui vient de remporter le Grand Prix de Littérature Policière à Grenoble, ou à qui le New York Times consacre une interview. Un écrivain qui, bien qu’étant de gauche, a ses entrées sur le plateau de Rocha quand il publie un bouquin. Un qu’ils ne peuvent pas tuer, et qui, en plus, ait de la cervelle, des idées, une âme d’enquêteur, un qui serve le peuple et qui, en plus, éclipse les priistes* et le gouvernement de l’état, quelqu’un qui impose son nom à Santa Ana.
- Tout ça, c’est bien beau, mais il y a quelque chose que vous ne devez pas perdre de vue. Moi, je suis un gros trouillard. J’ai peur. Ce pays me fait de plus en plus peur. Si je continue de parler et d’écrire, c’est parce que j’ai encore plus peur de me taire.
- On cherche pas un héros, ça c’est notre job –dit le président municipal-. Ils se bousculent au portillon ceux qui entrent dans la cage aux lions, menottes aux poignets, et qui distribuent aux fauves des grands coups de pompes dans les burnes…Ce qu’on veut, c’est quelqu’un comme vous. Imaginez un peu : « José Daniel Fierro, chef de la police de Santa Ana ».
- Non, si j’imagine ! –Eh, moi je divorce -dit Ana. –Qui a eu cette géniale idée ? –demanda l’écrivain. – On cherchait dans le coin, et en parlant à droite à gauche, c’est Carlos Monsivàis qui nous a donné l’idée.
- Merde alors ! Quelle vacherie ! –Pensez-y, maître. A Santa Ana, non seulement vous nous rendez service, mais en plus, là-bas, c’est une vraie mine à polars. Les crimes de chez-nous méritent vraiment le détour –dit Fritz,
- Ils nous pourrissent la vie –dit le président municipal ; et c’est alors que José Daniel se rendit compte comment il était arrivé jusqu’à ce poste. Il mettait une telle intensité dans ses mots qu’il vous agrippait l’estomac pour ne plus le lâcher-. Ils nous encerclent, réduisent les budgets, les caciques nous harcèlent, ne distribuent pas l’argent des municipalités, nous provoquent, nous cernent d’une des plus sombres campagnes de publicité de l’Histoire jamais réalisée à Mexico. Les élections sont dans huit mois : si nous les gagnons, ils vont nous envoyer l’armée, si nous les perdons, ils vont mettre par terre toute l’organisation populaire qui a été mise en place. Nous avons besoin de toute l’aide que nous pouvons obtenir. Nous avons besoin d’un chef de la police…Alors, quoi ?
* Les mots marqués d’un astérisque doivent être, à mon sens, explicités. Mais je pense qu’ils le furent déjà en amont du roman.
***
Barbara nous propose sa traduction :
Pluie sur Mexico DF.
« S'il ne pleuvait pas sur cette ville, ça ferait longtemps que je l'aurais abandonnée », pensait José Daniel Fierro en pensant à ce qu'il pensait; car il y avait des idées qui étaient ouvrage, des pensées réutilisables qui formaient des phrases et ensuite prenaient le chemin des touches du clavier. La sensation était sienne, mais elle pouvait aussi bien être celle du vieux partisan de Pancho Villa qui travaillait dans une quincaillerie, vers le milieu du chapitre trois du roman qu'il était en train d'écrire. « S'il ne pleuvait pas »... écrivait-il dans sa tête en regardant les gouttes d'eau qui éclataient sur le double vitrage face à sa table blanche et en imaginant, sans entendre le splash, les petits « floc ». Il fallait donner à la phrase un peu du bruit du vent qui poussait la pluie contre la fenêtre et se faisait image littéraire en agitant le laurier solitaire du terre-plein central, l'entraînant dans une danse. « S'il n' y avait pas de laurier », il serait aussi parti, lui, mais pas le vieux du chapitre trois. Il écrivait de plus en plus sur un possible départ et, cependant, il restait. Il alluma une Mapleton avec le mégot de la précédente. Ana, assise derrière lui dans un fauteuil blanc, sortit la tête du livre qu'elle lisait et étendit sa main pour lui voler une cigarette.
– Tu sais combien ça nous coûte de fumer?
José Daniel lissa sa grosse moustache en regardant la pluie.
– Quarante-deux mille pesos par mois, qu'est-ce que t'en dis? L' emphysème pulmonaire est la maladie la plus chère au monde à contracter – dit Ana sans attendre de réponse.
– Une fois, j'ai entendu dire qu'une syphilis avait couté 200 mille pesos à un gars.
– Laisse tomber. C'est sans intérêt – répondit Ana – Un café?
– Un double cognac.
– Quand on y réfléchit, l'alcoolisme est plus cher encore – lança-t-elle en marchant vers la cuisine. À mi-chemin, la sonnette de l'entrée la fit changer de cap.
José Daniel se toucha le coude, la pluie lui provoquait des rhumatismes.
Les débuts de chapitre se doivent d'être saisissants, seul un écrivain de seconde zone commencerait un chapitre par « S'il ne pleuvait pas sur cette ville... » Il fit en sorte que la conversation sur le pas de la porte ne lui fasse pas perdre le fil. Il le tenait presque. Il tapa à la machine pour ôter cette blancheur infecte à la feuille de papier : « Un bon détective ne vit que dans des villes où il pleut de la sorte ».
– Daniel, tu as de la visite – susurra Ana en lui soufflant presque les mots sur le duvet de sa nuque.
José Daniel se retourna et contempla les trois nouveaux venus : un jeune homme décoiffé qui portait un blouson et des bottes, avec des lunettes très épaisses ; un barbu d'une quarantaine d'années au regard féroce ; un homme d'environ 35 ans, très brun, les yeux verts, qu'il avait vu plusieurs fois sur des clichés.
– Entrez, asseyez-vous – pria-t-il aux trois individus qui essayaient de ne pas salir de boue le tapis blanc avec leurs bottes. Ils s'approchèrent en tendant leur main. L' écrivain tourna sa chaise pour qu'elle soit face aux nouveaux venus, leur cédant les deux fauteuils ; Ana resta aux aguets près de la porte dans son attitude d'hôtesse-maîtresse de maison.
– Nous faisons partie de la commission – expliqua le jeune aux lunettes.
– Il se met à pleuvoir des cordes – répondit José Daniel pour dire quelque chose.
– On vous a contacté, n'est-ce pas? – demanda l'homme aux yeux verts.
– Toi, tu es Benjamin Correa – affirma l' écrivain, le jeune acquiesça.
– Macario, le responsable de la section 23 et Fritz, le directeur de notre station de radio – répondit-il en désignant du doigt ses deux camarades.
– Non, personne ne m'a contacté, mais on va pas en faire un plat – rassura l' écrivain – en quoi puis-je vous être utile? Pour la semaine de la culture à Santa Ana? Je vous ai déjà dit que j'irais, oui, et j'ai signé le manifeste. Il a paru aujourd'hui, pas vrai?
– Nous voudrions que vous signiez un autre petit papier – dit le responsable des mineurs.
– Un chèque?
Les trois individus rirent.
– Non, camarade Fierro, pire encore – alarma Fritz Glockner.
José Daniel sourit.
– Nous voudrions que vous deveniez le chef de police de Santa Ana – dit le président municipal rouge. Les trois individus rirent.
José Daniel Fierro émit un petit rire de furet, méfiant.
– Vous voulez que j'écrive un roman policier sur Santa Ana?
– Non. Nous voulons que vous soyez le chef de police de Santa Ana.
– Allons bon! Quelle idée! – s'exclama Ana.
– Vous êtes sérieux? – demanda l'écrivain.
– Très sérieux – répondit Benjamin Correa, en s'allumant une Delicado sans filtre. Macario, le mineur, acquiesça d'un sourire malicieux.
José Daniel Fierro les observa fixement en essayant de ne pas croiser le regard de sa femme.
– Attendez une minute, laissez-moi y voir clair. Vous voulez que moi, j'aille à Santa Ana et que je prenne le contrôle de la police? ; ça doit être la municipale, non?
Les trois individus acquiescèrent.
– Pour moi, ça me semble très important ce que vous êtes en train de faire. Au milieu de toute cette merde, votre expérience est fondamentale. Ça s'arrête là. Que les choses soient bien claires. Je signe des manifestes, je vais à des manifestations, j'écris à votre sujet quand j'en ai l'occasion et si j'ai quelque chose à en dire, je vous soutiens financièrement, je me rends à Santa Ana et je participe à une semaine sur la culture ; ce sont des choses que je sais faire, que je peux faire. Encore une fois, ça s'arrête là... Mais devenir chef de police, c'est de la folie. J' ai 50 ans...
– Cinquante deux – précisa Ana depuis son coin.
– Cinquante et un et dans un mois je les aurais... – lui répondit José Daniel sur-le-champ –. Je n'ai jamais tiré au pistolet de ma vie.
– Ben voyons! Jamais, vraiment? – demanda Macario, qui n'arrivait pas à ce fourrer dans le crâne qu' il reste encore quelqu'un au Mexique qui n'ait jamais tiré avec un flingue.
– Mais dans Mort au crépuscule, tout est dit sur un 45, l'impact, le recul, la précision, l'entretien... – remarqua Fritz Glockner en souriant.
– Je l'ai copié d'un manuel d'armes italien – répondit l'écrivain en guise d'excuse–. Mais d'ailleurs, qu' est-ce que ça peut faire? Je n'ai aucune expérience policière concrète. De la pure fiction, de la pure littérature.
– Dans La tête de Pancho Villa vous racontez l'affaire de la fraude de la banque, c'est comme ça qu'on a su comment ils s'y prenaient à Santa Ana.
– Ben, c'est que ça se passe comme ça. Bande de cons! Je dois quand même pas vous expliquer la différence entre écrire et vivre?
– Il n'y a pas de différence – dit le maire rouge –. Ce n'est qu'une question de kilomètres. Qui sait quoique ce soit de la police au Mexique? Personne. Sauf vous, Monsieur l' écrivain. Qui a 11 romans au compteur? D'ailleurs, il m'en manque un, celui sur les journaliers...
– Le sillon – précisa José Daniel – J'en ai des exemplaires par ici...
– Peut-être que le problème, c'est qu'on ne vous présente pas bien la chose – dit Fritz –. Voyons voir: en un an et demi, deux chefs de police municipale ont été assassinés à Santa Ana. La P.J. de l' État arrête pas de nous faire chier, on a besoin d'une bonne police municipale, quelqu'un qu'ils ne pourraient pas tuer sans engendrer un bastringue national, voire international ; par exemple, un écrivain qui vient de remporter le Grand Prix de Littérature Policière à Grenoble, ou qui est interviewé par le New York Times. Un écrivain qui bien que de gauche passe dans l'émission de Rocha quand il publie un livre. Quelqu'un qu'ils ne puissent pas tuer, et qui en prime en ait dans le crâne, ait des idées, un esprit d'enquêteur, quelqu'un qui serve le peuple et qui mette hors-jeu les membres du PRI et le gouvernement d' État, quelqu'un qui impose son nom à Santa Ana.
– Je comprends tout ça, mais vous devez prendre quelque chose en compte. Moi, je suis une couille molle. J'ai peur. Ce pays me fait chaque jour un peu plus peur. Si je continue à parler et à écrire c'est parce que j'ai peur de me taire.
– Notre courage nous fait avancer, ça c'est notre affaire – dit le président municipal –. Nous avons une dizaine de gars qui se jettent dans la cage aux lions, menottés, mais qui fichent des coups de pied dans les burnes des fauves... Nous voulons quelqu'un comme vous. Imaginez seulement : « José Daniel Fierro, chef de police de Santa Ana ».
– Non, je me l'imagine bien. – Je demande le divorce, hein! – s'indigna Ana. – Qui en a eu l'idée? – demanda l' écrivain. – Nous, on était en train de se renseigner dans le coin, et on en a touché un mot à d'autres, et c'est Carlos Monsiváis qui nous a donné l'idée.
– Merde, alors! Fichue blague d'enfoiré. – Pensez-y, maestro. Vous ne nous rendez pas seulement service à Santa Ana, mais il faut voir la quantité de romans policiers qui sortent de là-bas. Nous avons des crimes des plus éblouissants – dit Fritz.
– On arrête pas de nous faire chier – continua le président municipal, et à ce moment-là, José Daniel comprit comment il avait gagné son poste. Il mettait tant d'intensité dans ses mots, qu'il en empoignait le foie de l'auditeur sans jamais lâcher prise –. On nous assiège, on ampute nos budgets, les caciques nous harcèlent, on ne nous remet pas les sous de la municipalité, on nous provoquent, on nous accable avec une des campagnes de propagande des plus noires qui ait été menée dans l' histoire du Mexique. Nous avons des élections dans huit mois : si on les gagne, on va nous envoyer l'armée, si on les perd, on va nous démonter toute l'organisation populaire qui a été construite. Nous avons besoin de toute l'aide que nous puissions réunir. Nous avons besoin d'un chef de police... Alors quoi ?
Pluie sur Mexico DF.
« S'il ne pleuvait pas sur cette ville, ça ferait longtemps que je l'aurais abandonnée », pensait José Daniel Fierro en pensant à ce qu'il pensait; car il y avait des idées qui étaient ouvrage, des pensées réutilisables qui formaient des phrases et ensuite prenaient le chemin des touches du clavier. La sensation était sienne, mais elle pouvait aussi bien être celle du vieux partisan de Pancho Villa qui travaillait dans une quincaillerie, vers le milieu du chapitre trois du roman qu'il était en train d'écrire. « S'il ne pleuvait pas »... écrivait-il dans sa tête en regardant les gouttes d'eau qui éclataient sur le double vitrage face à sa table blanche et en imaginant, sans entendre le splash, les petits « floc ». Il fallait donner à la phrase un peu du bruit du vent qui poussait la pluie contre la fenêtre et se faisait image littéraire en agitant le laurier solitaire du terre-plein central, l'entraînant dans une danse. « S'il n' y avait pas de laurier », il serait aussi parti, lui, mais pas le vieux du chapitre trois. Il écrivait de plus en plus sur un possible départ et, cependant, il restait. Il alluma une Mapleton avec le mégot de la précédente. Ana, assise derrière lui dans un fauteuil blanc, sortit la tête du livre qu'elle lisait et étendit sa main pour lui voler une cigarette.
– Tu sais combien ça nous coûte de fumer?
José Daniel lissa sa grosse moustache en regardant la pluie.
– Quarante-deux mille pesos par mois, qu'est-ce que t'en dis? L' emphysème pulmonaire est la maladie la plus chère au monde à contracter – dit Ana sans attendre de réponse.
– Une fois, j'ai entendu dire qu'une syphilis avait couté 200 mille pesos à un gars.
– Laisse tomber. C'est sans intérêt – répondit Ana – Un café?
– Un double cognac.
– Quand on y réfléchit, l'alcoolisme est plus cher encore – lança-t-elle en marchant vers la cuisine. À mi-chemin, la sonnette de l'entrée la fit changer de cap.
José Daniel se toucha le coude, la pluie lui provoquait des rhumatismes.
Les débuts de chapitre se doivent d'être saisissants, seul un écrivain de seconde zone commencerait un chapitre par « S'il ne pleuvait pas sur cette ville... » Il fit en sorte que la conversation sur le pas de la porte ne lui fasse pas perdre le fil. Il le tenait presque. Il tapa à la machine pour ôter cette blancheur infecte à la feuille de papier : « Un bon détective ne vit que dans des villes où il pleut de la sorte ».
– Daniel, tu as de la visite – susurra Ana en lui soufflant presque les mots sur le duvet de sa nuque.
José Daniel se retourna et contempla les trois nouveaux venus : un jeune homme décoiffé qui portait un blouson et des bottes, avec des lunettes très épaisses ; un barbu d'une quarantaine d'années au regard féroce ; un homme d'environ 35 ans, très brun, les yeux verts, qu'il avait vu plusieurs fois sur des clichés.
– Entrez, asseyez-vous – pria-t-il aux trois individus qui essayaient de ne pas salir de boue le tapis blanc avec leurs bottes. Ils s'approchèrent en tendant leur main. L' écrivain tourna sa chaise pour qu'elle soit face aux nouveaux venus, leur cédant les deux fauteuils ; Ana resta aux aguets près de la porte dans son attitude d'hôtesse-maîtresse de maison.
– Nous faisons partie de la commission – expliqua le jeune aux lunettes.
– Il se met à pleuvoir des cordes – répondit José Daniel pour dire quelque chose.
– On vous a contacté, n'est-ce pas? – demanda l'homme aux yeux verts.
– Toi, tu es Benjamin Correa – affirma l' écrivain, le jeune acquiesça.
– Macario, le responsable de la section 23 et Fritz, le directeur de notre station de radio – répondit-il en désignant du doigt ses deux camarades.
– Non, personne ne m'a contacté, mais on va pas en faire un plat – rassura l' écrivain – en quoi puis-je vous être utile? Pour la semaine de la culture à Santa Ana? Je vous ai déjà dit que j'irais, oui, et j'ai signé le manifeste. Il a paru aujourd'hui, pas vrai?
– Nous voudrions que vous signiez un autre petit papier – dit le responsable des mineurs.
– Un chèque?
Les trois individus rirent.
– Non, camarade Fierro, pire encore – alarma Fritz Glockner.
José Daniel sourit.
– Nous voudrions que vous deveniez le chef de police de Santa Ana – dit le président municipal rouge. Les trois individus rirent.
José Daniel Fierro émit un petit rire de furet, méfiant.
– Vous voulez que j'écrive un roman policier sur Santa Ana?
– Non. Nous voulons que vous soyez le chef de police de Santa Ana.
– Allons bon! Quelle idée! – s'exclama Ana.
– Vous êtes sérieux? – demanda l'écrivain.
– Très sérieux – répondit Benjamin Correa, en s'allumant une Delicado sans filtre. Macario, le mineur, acquiesça d'un sourire malicieux.
José Daniel Fierro les observa fixement en essayant de ne pas croiser le regard de sa femme.
– Attendez une minute, laissez-moi y voir clair. Vous voulez que moi, j'aille à Santa Ana et que je prenne le contrôle de la police? ; ça doit être la municipale, non?
Les trois individus acquiescèrent.
– Pour moi, ça me semble très important ce que vous êtes en train de faire. Au milieu de toute cette merde, votre expérience est fondamentale. Ça s'arrête là. Que les choses soient bien claires. Je signe des manifestes, je vais à des manifestations, j'écris à votre sujet quand j'en ai l'occasion et si j'ai quelque chose à en dire, je vous soutiens financièrement, je me rends à Santa Ana et je participe à une semaine sur la culture ; ce sont des choses que je sais faire, que je peux faire. Encore une fois, ça s'arrête là... Mais devenir chef de police, c'est de la folie. J' ai 50 ans...
– Cinquante deux – précisa Ana depuis son coin.
– Cinquante et un et dans un mois je les aurais... – lui répondit José Daniel sur-le-champ –. Je n'ai jamais tiré au pistolet de ma vie.
– Ben voyons! Jamais, vraiment? – demanda Macario, qui n'arrivait pas à ce fourrer dans le crâne qu' il reste encore quelqu'un au Mexique qui n'ait jamais tiré avec un flingue.
– Mais dans Mort au crépuscule, tout est dit sur un 45, l'impact, le recul, la précision, l'entretien... – remarqua Fritz Glockner en souriant.
– Je l'ai copié d'un manuel d'armes italien – répondit l'écrivain en guise d'excuse–. Mais d'ailleurs, qu' est-ce que ça peut faire? Je n'ai aucune expérience policière concrète. De la pure fiction, de la pure littérature.
– Dans La tête de Pancho Villa vous racontez l'affaire de la fraude de la banque, c'est comme ça qu'on a su comment ils s'y prenaient à Santa Ana.
– Ben, c'est que ça se passe comme ça. Bande de cons! Je dois quand même pas vous expliquer la différence entre écrire et vivre?
– Il n'y a pas de différence – dit le maire rouge –. Ce n'est qu'une question de kilomètres. Qui sait quoique ce soit de la police au Mexique? Personne. Sauf vous, Monsieur l' écrivain. Qui a 11 romans au compteur? D'ailleurs, il m'en manque un, celui sur les journaliers...
– Le sillon – précisa José Daniel – J'en ai des exemplaires par ici...
– Peut-être que le problème, c'est qu'on ne vous présente pas bien la chose – dit Fritz –. Voyons voir: en un an et demi, deux chefs de police municipale ont été assassinés à Santa Ana. La P.J. de l' État arrête pas de nous faire chier, on a besoin d'une bonne police municipale, quelqu'un qu'ils ne pourraient pas tuer sans engendrer un bastringue national, voire international ; par exemple, un écrivain qui vient de remporter le Grand Prix de Littérature Policière à Grenoble, ou qui est interviewé par le New York Times. Un écrivain qui bien que de gauche passe dans l'émission de Rocha quand il publie un livre. Quelqu'un qu'ils ne puissent pas tuer, et qui en prime en ait dans le crâne, ait des idées, un esprit d'enquêteur, quelqu'un qui serve le peuple et qui mette hors-jeu les membres du PRI et le gouvernement d' État, quelqu'un qui impose son nom à Santa Ana.
– Je comprends tout ça, mais vous devez prendre quelque chose en compte. Moi, je suis une couille molle. J'ai peur. Ce pays me fait chaque jour un peu plus peur. Si je continue à parler et à écrire c'est parce que j'ai peur de me taire.
– Notre courage nous fait avancer, ça c'est notre affaire – dit le président municipal –. Nous avons une dizaine de gars qui se jettent dans la cage aux lions, menottés, mais qui fichent des coups de pied dans les burnes des fauves... Nous voulons quelqu'un comme vous. Imaginez seulement : « José Daniel Fierro, chef de police de Santa Ana ».
– Non, je me l'imagine bien. – Je demande le divorce, hein! – s'indigna Ana. – Qui en a eu l'idée? – demanda l' écrivain. – Nous, on était en train de se renseigner dans le coin, et on en a touché un mot à d'autres, et c'est Carlos Monsiváis qui nous a donné l'idée.
– Merde, alors! Fichue blague d'enfoiré. – Pensez-y, maestro. Vous ne nous rendez pas seulement service à Santa Ana, mais il faut voir la quantité de romans policiers qui sortent de là-bas. Nous avons des crimes des plus éblouissants – dit Fritz.
– On arrête pas de nous faire chier – continua le président municipal, et à ce moment-là, José Daniel comprit comment il avait gagné son poste. Il mettait tant d'intensité dans ses mots, qu'il en empoignait le foie de l'auditeur sans jamais lâcher prise –. On nous assiège, on ampute nos budgets, les caciques nous harcèlent, on ne nous remet pas les sous de la municipalité, on nous provoquent, on nous accable avec une des campagnes de propagande des plus noires qui ait été menée dans l' histoire du Mexique. Nous avons des élections dans huit mois : si on les gagne, on va nous envoyer l'armée, si on les perd, on va nous démonter toute l'organisation populaire qui a été construite. Nous avons besoin de toute l'aide que nous puissions réunir. Nous avons besoin d'un chef de police... Alors quoi ?
***
Amélie nous propose sa traduction :
Il pleut sur Mexico DF
« S’il ne pleuvait pas dans cette ville, ça fait longtemps que je l’aurais quittée », pensait José Daniel Fierro, tout en réfléchissant à ce à quoi il pensait ; parce que certaines idées représentaient un vrai labeur, des pensées réutilisables qui formaient des phrases et prenaient ensuite la voie du clavier. C’était la sensation qu’il avait, mais cela aurait pu être celle du vieux villiste qui travaillait dans une quincaillerie jusqu’à la moitié du chapitre trois du roman qu’il était en train d’écrire. « S’il ne pleuvait pas» … écrivait-il mentalement en regardant les gouttes d’eau s’éclater sur le double vitrage devant sa table blanche et en imaginant sans les entendre le splash, les petits plic ploc. Il devait glisser dans la phrase un peu du bruit du vent qui projetait la pluie contre la fenêtre et qui prenait l’apparence d’une image littéraire en secouant le laurier solitaire du parterre central, devenu danseur. « S’il n’y avait pas de laurier », il serait parti aussi, lui, et pas le vieux du chapitre trois. Ses récits insistaient chaque fois davantage sur le thème du départ, et pourtant, il restait. Il alluma un Mapleton avec le mégot de l’autre. Dans son dos, assise dans un fauteuil blanc, Ana leva les yeux du livre qu’elle était en train de lire et tendit la main pour lui piquer une cigarette.
« Tu sais combien ça nous coûte de fumer ? »
José Daniel lissa sa grosse moustache noire en regardant la pluie.
« Quarante deux mille pesos par mois, t’en penses quoi ? L’emphysème pulmonaire est la maladie la plus chère à contracter au monde, renchérit Ana sans attendre la réponse.
- Une fois, j’ai entendu parler d’une syphilis qui avait coûté 200 mille pesos à un mec.
- C’est rien. Le problème est moins grave, répondit Ana. Un café ?
- Un double cognac.
- En réfléchissant bien, l’alcoolisme coûte encore plus cher, dit-elle sur le trajet de la cuisine. » A mi-chemin, la sonnette la fit changer de direction.
José Daniel Fierro se frotta le coude, la pluie réveillait son arthrite.
Les débuts de chapitre devraient être percutants, seul un écrivain de second ordre commencerait un chapitre par « S’il ne pleuvait pas dans cette ville… ». Il essaya de ne pas perdre le fil de sa pensée malgré la conversation qui se tenait sur le pas de la porte. Il la tenait presque. Il tapa sur le clavier, faisant disparaître l’infâme blancheur de la feuille : « Un bon détective ne vit que dans des villes où il pleut comme ça ».
« Daniel, tu as de la visite », dit Ana en lui soufflant presque les mots dans le cou. José Daniel se retourna et contempla les trois nouveaux arrivants: un jeune mal coiffé portant un blouson, des bottes, et de très grosses lunettes ; un barbu d’une quarantaine d’années au regard féroce ; un homme de 35 ans environ, très bronzé, aux yeux verts, qu’il avait vu plusieurs fois sur des photographies.
« Entrez, asseyez-vous, dit-il aux trois personnages qui essayaient de ne pas crotter le tapis blanc avec leurs bottes. Ils s’approchèrent la main tendue. L’écrivain tourna sa chaise pour faire face aux nouveaux arrivants, leur laissant les deux fauteuils ; Ana resta sur ses gardes près de la porte, en parfaite hôtesse-maîtresse de maison.
« Nous faisons partie de la commission, dit le jeune à lunettes.
- Il pleut des cordes, répondit José Daniel, pour répondre quelque chose.
- Ils vous ont parlé, n’est-ce pas ?, s’enquit l’homme aux yeux verts.
- Toi, tu es Benjamín Correa, avança l’écrivain. Le jeune acquiesça.
- Macario, celui qui dirige la section 23 et Fritz, le directeur de notre station de radio, répondit-il, en montrant du doigt ses deux collègues.
- Non, personne ne m’a parlé, mais c’est pas un problème, dit l’écrivain. Je suis bon pour quoi ? Le truc de la semaine de la culture à Santa Ana ? Je vous ai déjà dit que oui, j’irais, et j’ai signé le manifeste. C’est paru aujourd’hui, non ?
- Nous voulons que vous signiez un autre petit papier, déclara le dirigeant des mineurs.
- Un chèque ? »
Les trois personnages se mirent à rire.
« Non, camarade Fierro, c’est pire, dit Fritz Glockner. »
José Daniel sourit.
« Nous voulons que vous soyez le chef de la police de Santa Ana », annonça le président municipal rouge. Les trois personnages se mirent à rire.
José Daniel Fierro eut un petit rire de hyène, méfiant.
« Vous voulez que j’écrive un roman policier sur Santa Ana ?
- Non. Nous voulons que vous soyez le chef de police de Santa Ana.
- Mais enfin, quelle histoire !, s’exclama Ana.
- Sans blague ?, demande l’écrivain.
- Tout à fait », répondit Benjamín Correa, tout en allumant un Delicado sans filtre. Macario, le mineur, acquiesça d’un rire rusé.
José Daniel Fierro les observa attentivement, en tâchant de ne pas croiser le regard de sa femme.
- Attendez une minute, que je tire tout ça au clair. Vous voulez que j’aille à Santa Ana, moi, et que je prenne en charge la police ? Il s’agira de la police municipale, c’est ça ?
Les trois personnages approuvèrent.
- Ça me semble très grave ce que vous faites. Au milieu de toute cette merde, votre expérience est fondamentale. Jusqu’à présent. Que je sois bien clair. Je signe des manifestes, je me rends aux manifestations, j’écris des choses sur vous où je peux si j’ai quelque chose à dire, je suis un soutien financier, je vais à Santa Ana et je participe à la semaine de la culture ; ce sont des choses que je sais faire, que je peux faire. Jusqu’à présent, encore une fois… Mais chef de police, c’est de la folie. J’ai 50 ans…
- Cinquante deux, dit Ana du coin de la pièce.
- Cinquante et un, cinquante deux dans un mois…, lui répondit rapidement José Daniel. Je n’ai pas tiré une seule fois dans ma vie avec un pistolet.
- Tu déconnes ? s’étonna Macario, qui ne pouvait se mettre dans la tête qu’il resterait toujours quelqu’un à Mexico à n’avoir jamais tiré de plomb.
- Mais dans « Mort au crépuscule », ça raconte bien tout ce qu’il faut savoir sur un 45, l’impact, le recul, la précision, le nettoyage… dit Fritz Glockner en souriant.
- Je l’ai pompé dans un manuel d’armes italien, répondit l’écrivain, comme pour s’excuser. Mais de toute façon, qu’est-ce que ça peut faire ? Je n’ai pas de véritable expérience policière. Ce n’est que fiction et littérature.
- Dans « La tête de Pancho Villa », vous racontez l’histoire de la fraude bancaire, et c’est comme ça qu’on a su comment ils s’étaient débrouillés à Santa Ana.
- Et bien, c’est que ça se passe ainsi. Merde ! Il faut que je vous explique la différence entre écrire et vivre ?
- Il n’y a aucune différence, répondit le maire rouge. Une histoire de kilomètres, rien d’autre. Qui connaît quoi que ce soit sur la police à Mexico ? Personne. Juste vous, Monsieur l’écrivain. Qui a onze romans à son actif? Au fait, il m’en manque un, celui sur les ouvriers agricoles…
- « La limite », dit José Daniel. Il me reste des exemplaires quelque part par là…
- Peut-être que nous ne formulons mal notre proposition, dit Fritz. Voyons voir : en un an et demi, deux chefs de police ont été assassinés à Santa Ana. Les autorités judiciaires de l’Etat nous apportent des emmerdes, nous avons besoin d’un bon policier municipal, quelqu’un qu’on ne puisse pas tuer sans causer un scandale national, voire international ; par exemple, un écrivain qui vient de remporter le Grand Prix de Littérature Policière à Grenoble, ou qui accorde des interviews au New York Times. Un écrivain qui paraît sur le programme de Rocha quand il publie un livre, malgré ses opinions politiques gauchistes. Un homme qu’on ne peut pas tuer, et qui, en plus, a une caboche bien faite, des idées, un esprit d’enquêteur, un homme qui présente une utilité pour le village, et qui peut également déconcerter les priistes et le gouvernement, quelqu’un dont le nom marque Santa Ana.
- J’ai bien compris, mais vous devez prendre un élément en compte. Je suis un vrai trouillard. J’ai peur. Ce pays me fait de plus en plus peur. Si je continue à parler et à écrire, c’est parce que le silence m’effraie davantage encore.
- On ne cherche pas un courageux, ça, c’est notre affaire, dit le président municipal. Ils sont nombreux à entrer dans la cage aux lions, menottés, et à distribuer des coups de pied au cul des fauves… Nous voulons quelqu’un comme vous. Vous imaginez un peu ? « José Daniel Fierro, chef de police de Santa Ana ».
- Non, si j’imagine. - Eh, moi je divorce ! dit Ana. - Lequel a eu l’idée ? demanda l’écrivain.
- On cherchait dans le coin, on en parlait autour de nous, et Carlos Monsivaís nous a donné l’idée.
- Merde alors ! Quelle vacherie ! - Pensez-y maître. Non seulement vous rendez service à Santa Ana, mais pensez à tous les romans policiers que vous allez en tirer. On a des crimes des plus brillants, dit Fritz.
- Ils nous apportent des emmerdes, reprit le président municipal.
C’est là que José Daniel comprit comment il était arrivé jusqu’à ce poste. Il mettait une telle intensité dans les mots que ça vous prenait aux tripes et ne vous lâchait plus.
- Ils nous encerclent, réduisent les budgets, les caciques nous harcèlent, ne remettent pas l’argent des municipalités, ils nous provoquent, nous cernent avec l’une des campagnes publicitaires les plus noires que Mexico ait jamais connues. Les élections sont dans huit mois : si on les gagne, ils vont nous envoyer l’armée, si on les perd, ils vont démolir toute l’organisation populaire qui s’est mise en place. On a besoin de toute l’aide qu’on pourra trouver. On a besoin d’un chef de police… Alors ? »
Il pleut sur Mexico DF
« S’il ne pleuvait pas dans cette ville, ça fait longtemps que je l’aurais quittée », pensait José Daniel Fierro, tout en réfléchissant à ce à quoi il pensait ; parce que certaines idées représentaient un vrai labeur, des pensées réutilisables qui formaient des phrases et prenaient ensuite la voie du clavier. C’était la sensation qu’il avait, mais cela aurait pu être celle du vieux villiste qui travaillait dans une quincaillerie jusqu’à la moitié du chapitre trois du roman qu’il était en train d’écrire. « S’il ne pleuvait pas» … écrivait-il mentalement en regardant les gouttes d’eau s’éclater sur le double vitrage devant sa table blanche et en imaginant sans les entendre le splash, les petits plic ploc. Il devait glisser dans la phrase un peu du bruit du vent qui projetait la pluie contre la fenêtre et qui prenait l’apparence d’une image littéraire en secouant le laurier solitaire du parterre central, devenu danseur. « S’il n’y avait pas de laurier », il serait parti aussi, lui, et pas le vieux du chapitre trois. Ses récits insistaient chaque fois davantage sur le thème du départ, et pourtant, il restait. Il alluma un Mapleton avec le mégot de l’autre. Dans son dos, assise dans un fauteuil blanc, Ana leva les yeux du livre qu’elle était en train de lire et tendit la main pour lui piquer une cigarette.
« Tu sais combien ça nous coûte de fumer ? »
José Daniel lissa sa grosse moustache noire en regardant la pluie.
« Quarante deux mille pesos par mois, t’en penses quoi ? L’emphysème pulmonaire est la maladie la plus chère à contracter au monde, renchérit Ana sans attendre la réponse.
- Une fois, j’ai entendu parler d’une syphilis qui avait coûté 200 mille pesos à un mec.
- C’est rien. Le problème est moins grave, répondit Ana. Un café ?
- Un double cognac.
- En réfléchissant bien, l’alcoolisme coûte encore plus cher, dit-elle sur le trajet de la cuisine. » A mi-chemin, la sonnette la fit changer de direction.
José Daniel Fierro se frotta le coude, la pluie réveillait son arthrite.
Les débuts de chapitre devraient être percutants, seul un écrivain de second ordre commencerait un chapitre par « S’il ne pleuvait pas dans cette ville… ». Il essaya de ne pas perdre le fil de sa pensée malgré la conversation qui se tenait sur le pas de la porte. Il la tenait presque. Il tapa sur le clavier, faisant disparaître l’infâme blancheur de la feuille : « Un bon détective ne vit que dans des villes où il pleut comme ça ».
« Daniel, tu as de la visite », dit Ana en lui soufflant presque les mots dans le cou. José Daniel se retourna et contempla les trois nouveaux arrivants: un jeune mal coiffé portant un blouson, des bottes, et de très grosses lunettes ; un barbu d’une quarantaine d’années au regard féroce ; un homme de 35 ans environ, très bronzé, aux yeux verts, qu’il avait vu plusieurs fois sur des photographies.
« Entrez, asseyez-vous, dit-il aux trois personnages qui essayaient de ne pas crotter le tapis blanc avec leurs bottes. Ils s’approchèrent la main tendue. L’écrivain tourna sa chaise pour faire face aux nouveaux arrivants, leur laissant les deux fauteuils ; Ana resta sur ses gardes près de la porte, en parfaite hôtesse-maîtresse de maison.
« Nous faisons partie de la commission, dit le jeune à lunettes.
- Il pleut des cordes, répondit José Daniel, pour répondre quelque chose.
- Ils vous ont parlé, n’est-ce pas ?, s’enquit l’homme aux yeux verts.
- Toi, tu es Benjamín Correa, avança l’écrivain. Le jeune acquiesça.
- Macario, celui qui dirige la section 23 et Fritz, le directeur de notre station de radio, répondit-il, en montrant du doigt ses deux collègues.
- Non, personne ne m’a parlé, mais c’est pas un problème, dit l’écrivain. Je suis bon pour quoi ? Le truc de la semaine de la culture à Santa Ana ? Je vous ai déjà dit que oui, j’irais, et j’ai signé le manifeste. C’est paru aujourd’hui, non ?
- Nous voulons que vous signiez un autre petit papier, déclara le dirigeant des mineurs.
- Un chèque ? »
Les trois personnages se mirent à rire.
« Non, camarade Fierro, c’est pire, dit Fritz Glockner. »
José Daniel sourit.
« Nous voulons que vous soyez le chef de la police de Santa Ana », annonça le président municipal rouge. Les trois personnages se mirent à rire.
José Daniel Fierro eut un petit rire de hyène, méfiant.
« Vous voulez que j’écrive un roman policier sur Santa Ana ?
- Non. Nous voulons que vous soyez le chef de police de Santa Ana.
- Mais enfin, quelle histoire !, s’exclama Ana.
- Sans blague ?, demande l’écrivain.
- Tout à fait », répondit Benjamín Correa, tout en allumant un Delicado sans filtre. Macario, le mineur, acquiesça d’un rire rusé.
José Daniel Fierro les observa attentivement, en tâchant de ne pas croiser le regard de sa femme.
- Attendez une minute, que je tire tout ça au clair. Vous voulez que j’aille à Santa Ana, moi, et que je prenne en charge la police ? Il s’agira de la police municipale, c’est ça ?
Les trois personnages approuvèrent.
- Ça me semble très grave ce que vous faites. Au milieu de toute cette merde, votre expérience est fondamentale. Jusqu’à présent. Que je sois bien clair. Je signe des manifestes, je me rends aux manifestations, j’écris des choses sur vous où je peux si j’ai quelque chose à dire, je suis un soutien financier, je vais à Santa Ana et je participe à la semaine de la culture ; ce sont des choses que je sais faire, que je peux faire. Jusqu’à présent, encore une fois… Mais chef de police, c’est de la folie. J’ai 50 ans…
- Cinquante deux, dit Ana du coin de la pièce.
- Cinquante et un, cinquante deux dans un mois…, lui répondit rapidement José Daniel. Je n’ai pas tiré une seule fois dans ma vie avec un pistolet.
- Tu déconnes ? s’étonna Macario, qui ne pouvait se mettre dans la tête qu’il resterait toujours quelqu’un à Mexico à n’avoir jamais tiré de plomb.
- Mais dans « Mort au crépuscule », ça raconte bien tout ce qu’il faut savoir sur un 45, l’impact, le recul, la précision, le nettoyage… dit Fritz Glockner en souriant.
- Je l’ai pompé dans un manuel d’armes italien, répondit l’écrivain, comme pour s’excuser. Mais de toute façon, qu’est-ce que ça peut faire ? Je n’ai pas de véritable expérience policière. Ce n’est que fiction et littérature.
- Dans « La tête de Pancho Villa », vous racontez l’histoire de la fraude bancaire, et c’est comme ça qu’on a su comment ils s’étaient débrouillés à Santa Ana.
- Et bien, c’est que ça se passe ainsi. Merde ! Il faut que je vous explique la différence entre écrire et vivre ?
- Il n’y a aucune différence, répondit le maire rouge. Une histoire de kilomètres, rien d’autre. Qui connaît quoi que ce soit sur la police à Mexico ? Personne. Juste vous, Monsieur l’écrivain. Qui a onze romans à son actif? Au fait, il m’en manque un, celui sur les ouvriers agricoles…
- « La limite », dit José Daniel. Il me reste des exemplaires quelque part par là…
- Peut-être que nous ne formulons mal notre proposition, dit Fritz. Voyons voir : en un an et demi, deux chefs de police ont été assassinés à Santa Ana. Les autorités judiciaires de l’Etat nous apportent des emmerdes, nous avons besoin d’un bon policier municipal, quelqu’un qu’on ne puisse pas tuer sans causer un scandale national, voire international ; par exemple, un écrivain qui vient de remporter le Grand Prix de Littérature Policière à Grenoble, ou qui accorde des interviews au New York Times. Un écrivain qui paraît sur le programme de Rocha quand il publie un livre, malgré ses opinions politiques gauchistes. Un homme qu’on ne peut pas tuer, et qui, en plus, a une caboche bien faite, des idées, un esprit d’enquêteur, un homme qui présente une utilité pour le village, et qui peut également déconcerter les priistes et le gouvernement, quelqu’un dont le nom marque Santa Ana.
- J’ai bien compris, mais vous devez prendre un élément en compte. Je suis un vrai trouillard. J’ai peur. Ce pays me fait de plus en plus peur. Si je continue à parler et à écrire, c’est parce que le silence m’effraie davantage encore.
- On ne cherche pas un courageux, ça, c’est notre affaire, dit le président municipal. Ils sont nombreux à entrer dans la cage aux lions, menottés, et à distribuer des coups de pied au cul des fauves… Nous voulons quelqu’un comme vous. Vous imaginez un peu ? « José Daniel Fierro, chef de police de Santa Ana ».
- Non, si j’imagine. - Eh, moi je divorce ! dit Ana. - Lequel a eu l’idée ? demanda l’écrivain.
- On cherchait dans le coin, on en parlait autour de nous, et Carlos Monsivaís nous a donné l’idée.
- Merde alors ! Quelle vacherie ! - Pensez-y maître. Non seulement vous rendez service à Santa Ana, mais pensez à tous les romans policiers que vous allez en tirer. On a des crimes des plus brillants, dit Fritz.
- Ils nous apportent des emmerdes, reprit le président municipal.
C’est là que José Daniel comprit comment il était arrivé jusqu’à ce poste. Il mettait une telle intensité dans les mots que ça vous prenait aux tripes et ne vous lâchait plus.
- Ils nous encerclent, réduisent les budgets, les caciques nous harcèlent, ne remettent pas l’argent des municipalités, ils nous provoquent, nous cernent avec l’une des campagnes publicitaires les plus noires que Mexico ait jamais connues. Les élections sont dans huit mois : si on les gagne, ils vont nous envoyer l’armée, si on les perd, ils vont démolir toute l’organisation populaire qui s’est mise en place. On a besoin de toute l’aide qu’on pourra trouver. On a besoin d’un chef de police… Alors ? »
***
Brigitte nous propose sa traduction :
Il pleut sur le D.F.
« S’il ne pleuvait pas dans cette ville, ça ferait longtemps que je l’aurais quittée », se disait Daniel Fierro en réfléchissant à ce qu’il pensait ; parce que certaines pensées étaient aussi du travail, réutilisables dans des réflexions qui formaient des phrases et qui prenaient ensuite le chemin de son clavier. C’était son impression à lui, mais ça pourrait être aussi bien celle du vieux villiste qui travaillait dans une quincaillerie, vers le milieu du chapitre trois, dans le roman qu’il était en train d’écrire. « S’il ne pleuvait pas »…il écrivait mentalement, en regardant les gouttes d’eau qui s’écrasaient sur le double vitrage, face à sa table blanche, et en imaginant sans entendre le splash, les petits plop. Il fallait insuffler à cette phrase un peu du bruit du vent qui poussait la pluie contre la fenêtre et qui devenait image littéraire quand celui-ci agitait le laurier solitaire du terre-plein central, en le faisant danser. « S’il n’y avait pas de laurier », il serait parti aussi, lui, pas le vieux du chapitre trois. Il écrivait de plus en plus souvent qu’il allait partir, pourtant il restait. Il alluma une Mapleton, avec le mégot de la précédente. Ana, assise derrière lui dans un fauteuil blanc, leva les yeux du livre qu’elle lisait et tendit la main pour lui piquer une cigarette.
- Tu sais ce que ça nous coûte de fumer ?
Daniel lissa sa grosse moustache noire en regardant la pluie.
- Quarante-deux mille pesos par mois. Qu’est-ce que tu en dis ? L’emphysème pulmonaire est la maladie qui coûte le plus cher au monde – dit Ana sans attendre de réponse.
- Une fois, j’ai entendu parler d’une syphilis qui a coûté 200 mille pesos à un type.
- Une bagatelle. Eh bien, tu parles d’une affaire. – dit Ana – Un café ?
- Un double cognac.
- Si on y réfléchit bien, l’alcoolisme revient encore plus cher – ajouta-t-elle en se dirigeant vers la cuisine. La sonnerie de la porte lui fit changer de cap à mi-chemin.
José Daniel Fierro frotta son coude endolori : la pluie réveillait son arthrose.
Il fallait que les débuts de chapitres soient percutants, seul un écrivain de second rang/de science fiction (?) commencerait un chapitre par « S’il ne pleuvait pas dans cette ville… ». Il essaya de ne pas perdre le fil de l’inspiration, à cause de la conversation à la porte. Ca y est, il y était presque. Il pianota sur le clavier, faisant disparaître l’horrible blancheur de la feuille de papier : « Un bon détective ne vit que dans les villes où il pleut comme ça ».
- Daniel, tu as de la visite – dit Ana, soufflant presque les mots sur le léger duvet de sa nuque.
José Daniel se retourna et observa les trois visiteurs : un jeune, les cheveux en bataille, avec une veste et des bottes, de grosses lunettes ; un barbu d’une quarantaine d’années, au regard dur ; un homme d’environ 35 ans, à la peau très basanée et aux yeux verts, qu’il avait souvent vu en photo.
- Entrez, asseyez-vous – dit-il aux trois hommes qui faisaient attention à ne pas salir le tapis blanc avec leurs bottes crottées. Ils s’avancèrent en tendant la main. L’écrivain tourna sa chaise face aux visiteurs, leur cédant les deux fauteuils. Ana resta attentive près de la porte, dans son attitude d’hôtesse-propriétaire.
- Nous sommes de la commission – dit le jeune aux lunettes.
- Il pleut des cordes – dit José Daniel, histoire de dire quelque chose.
- On vous a dit, n’est-ce-pas ? – demanda l’homme aux yeux verts.
- Toi, tu es Benjamin Correa – affirma l’écrivain. Le jeune homme acquiesça.
- Macario, dirigeant de la Section 23, et Fritz, le directeur de notre station de radio – répondit-il en désignant ses compagnons.
- Non, personne ne m’a rien dit, mais pas de problème – dit l’écrivain, que puis-je faire pour vous ? L’histoire de la semaine culturelle de Santa Ana ? Je leur ai déjà dit que oui, j’irais, et j’ai signé le manifeste. C’est sorti aujourd’hui, non ?
- Nous voulons que vous signiez un autre petit papier – dit le chef des mineurs.
- Un chèque ?
Les trois hommes rirent.
- Non, camarade Fierro, pire – dit Fritz Glockner.
José Daniel sourit.
- Nous voulons que vous soyez le chef de la police de Santa Ana – dit le maire de la municipalité rouge. Les trois hommes rirent.
José Daniel lâcha un petit ricanement de furet (?), perplexe.
- Vous voulez que j’écrive un roman policier sur Santa Ana ?
- Non. Nous voulons que vous soyez le chef de la police de Santa Ana.
- Eh bien, voilà autre chose ! – s’exclama Ana.
- C’est sérieux ? – demanda l’écrivain.
- Bien sûr – dit Benjamin Correa, en allumant une Delicado sans filtre. Macario, confirma le mineur, avec un sourire malicieux.
José Daniel les observa fixement en tâchant d’éviter de croiser le regard de sa femme.
- Attendez une minute, permettez, que je sois sûr de bien comprendre. Vous voulez que moi, j’aille à Santa Ana et que je prenne en charge la police ?
Les trois hommes opinèrent.
- Ce que vous faites actuellement me paraît tout à fait important. Au milieu de tout ce bordel, votre expérience est fondamentale. D’accord. Que ce soit bien clair. Je signe des pétitions, je vais à des manifestations, j’écris où je peux sur tout ce que vous faites si j’ai quelque chose à dire, j’apporte mon soutien financier, je vais à Santa Ana et je participe à une semaine de la culture ; ce sont des choses que je sais faire, que je peux faire. Toujours d’accord …Mais être chef de police c’est de la folie. J’ai 50 ans…
- Cinquante-deux – dit Ana, depuis son petit coin.
- Cinquante-et-un et j’en aurai cinquante-deux dans un mois…- lui répondit rapidement José Daniel – Je ne me suis jamais servi d’un pistolet de ma vie.
- Pas possible ? – demanda Macario, qui ne pouvait pas se mettre dans le crâne qu’il puisse encore exister au Mexique quelqu’un qui n’ait jamais tiré une seule balle.
- Pourtant, dans « Mort dans l’après-midi », tout est expliqué sur le colt .45, son impact, son recul, sa précision, son entretien… dit Fritz Glockner en souriant.
- J’ai tiré ça d’un manuel italien sur les armes à feux – répliqua l’écrivain en s’excusant -. Et d’ailleurs, quelle importance ? Je n’ai aucune expérience policière réelle. Tout n’est que fiction. Tout n’est que littérature.
- Dans « La tête de Pancho Villa », vous racontez l’histoire de la fraude bancaire, c’est comme ça qu’on a su comment ils s’y prenaient à Santa Ana.
- D’accord, mais c’est toujours comme ça que ça se passe. Espèces de couillons ! Est-ce qu’il faut que je vous explique la différence entre écrire et vivre ?
- Il n’y a aucune différence – dit le maire communiste – Ce n’est qu’une question de kilomètres. Qui s’y connaît en matière de police au Mexique ? Personne. Il n’y a que vous, monsieur l’écrivain. Qui a écrit 11 romans ? D’ailleurs, il m’en manque un, celui sur les braceros.
- « La Frontière » – dit José Daniel -. J’en ai quelques exemplaires par là…
- Ce qu’il y a, c’est que nous ne vous présentons peut-être pas bien la chose – dit Fritz -. Alors, essayons voir comme ça : en un an et demi, deux chefs de la police municipale de Santa Ana ont été assassinés. Les fédéraux nous pourrissent la vie, nous avons besoin d’une bonne police municipale, de quelqu’un qu’ils ne puissent pas descendre sans que ça fasse l’effet du bombe au niveau national, voire même international ; par exemple, un écrivain qui vient de gagner le Grand Prix de Littérature Policière à Grenoble, ou qui est interviewé par le New York Times. Un écrivain qui, même s’il est de gauche, passe dans l’émission de Rocha quand il sort un livre. Un qu’ils ne puissent pas tuer et qui, en plus, ait de la jugeote, des idées, un esprit de chercheur, un qui serve le peuple et qui mette hors-jeu les priistes et le gouvernement fédéral, quelqu’un qui marque de son nom Santa Ana.
- Je comprends très bien, mais vous devez tenir compte d’une chose. Je suis un pétochard. J’ai peur. Ce pays me fait de plus en plus peur. Si je continue à parler et à écrire c’est parce que j’ai encore plus peur de me taire.
- Des courageux, ce n’est pas ça qui nous manque, on en fait notre affaire. – dit le maire -. On en a peu près dix en taule, balancés dans la cage aux lions, menottés, et ils leurs mettent des coups de pieds dans les couilles aux fauves…C’est quelqu’un comme vous que nous voulons. Imaginez seulement : « José Daniel Fierro, chef de la police de Santa Ana ».
- Non, ça, j’imagine très bien.
– Moi, je divorce ! – dit Ana.
- Et lequel d’entre vous a eu cette bonne idée ? – demanda l’écrivain.
- Nous, on cherchait ici et là et on en a discuté avec d’autres, et c’est Carlos Monsiváis qui nous a donné l’idée.
- Merde alors, tu parles d’une foutue blague !
- Pensez-y, maître. Non seulement vous nous rendez service à Santa Ana, mais en plus, le nombre de romans policiers ça peut faire. Nous avons des crimes des plus remarquables – dit Fritz
- Ils nous pourrissent la vie – dit le maire - et là, José Daniel réalisa comment il était arrivé à ce poste. Il mettait une telle intensité dans ses paroles, que ça prenait aux tripes celui qui l’écoutait et que ça ne le lâchait plus – Ils nous harcèlent, réduisent les budgets, les caciques nous mettent la pression, ils ne versent pas l’argent pour la municipalité, ils nous provoquent, nous accablent avec l’une des pires campagnes de propagande jamais menée dans l’histoire du Mexique. Nous avons des élections dans huit mois : si on les remporte, ils vont nous balancer l’armée, si on les perd, ils vont démanteler toute l’organisation populaire qui a été mise en place. Nous avons besoin de toute l’aide que nous pourrons trouver. Nous avons besoin d’un chef de la police… Alors ?
Il pleut sur le D.F.
« S’il ne pleuvait pas dans cette ville, ça ferait longtemps que je l’aurais quittée », se disait Daniel Fierro en réfléchissant à ce qu’il pensait ; parce que certaines pensées étaient aussi du travail, réutilisables dans des réflexions qui formaient des phrases et qui prenaient ensuite le chemin de son clavier. C’était son impression à lui, mais ça pourrait être aussi bien celle du vieux villiste qui travaillait dans une quincaillerie, vers le milieu du chapitre trois, dans le roman qu’il était en train d’écrire. « S’il ne pleuvait pas »…il écrivait mentalement, en regardant les gouttes d’eau qui s’écrasaient sur le double vitrage, face à sa table blanche, et en imaginant sans entendre le splash, les petits plop. Il fallait insuffler à cette phrase un peu du bruit du vent qui poussait la pluie contre la fenêtre et qui devenait image littéraire quand celui-ci agitait le laurier solitaire du terre-plein central, en le faisant danser. « S’il n’y avait pas de laurier », il serait parti aussi, lui, pas le vieux du chapitre trois. Il écrivait de plus en plus souvent qu’il allait partir, pourtant il restait. Il alluma une Mapleton, avec le mégot de la précédente. Ana, assise derrière lui dans un fauteuil blanc, leva les yeux du livre qu’elle lisait et tendit la main pour lui piquer une cigarette.
- Tu sais ce que ça nous coûte de fumer ?
Daniel lissa sa grosse moustache noire en regardant la pluie.
- Quarante-deux mille pesos par mois. Qu’est-ce que tu en dis ? L’emphysème pulmonaire est la maladie qui coûte le plus cher au monde – dit Ana sans attendre de réponse.
- Une fois, j’ai entendu parler d’une syphilis qui a coûté 200 mille pesos à un type.
- Une bagatelle. Eh bien, tu parles d’une affaire. – dit Ana – Un café ?
- Un double cognac.
- Si on y réfléchit bien, l’alcoolisme revient encore plus cher – ajouta-t-elle en se dirigeant vers la cuisine. La sonnerie de la porte lui fit changer de cap à mi-chemin.
José Daniel Fierro frotta son coude endolori : la pluie réveillait son arthrose.
Il fallait que les débuts de chapitres soient percutants, seul un écrivain de second rang/de science fiction (?) commencerait un chapitre par « S’il ne pleuvait pas dans cette ville… ». Il essaya de ne pas perdre le fil de l’inspiration, à cause de la conversation à la porte. Ca y est, il y était presque. Il pianota sur le clavier, faisant disparaître l’horrible blancheur de la feuille de papier : « Un bon détective ne vit que dans les villes où il pleut comme ça ».
- Daniel, tu as de la visite – dit Ana, soufflant presque les mots sur le léger duvet de sa nuque.
José Daniel se retourna et observa les trois visiteurs : un jeune, les cheveux en bataille, avec une veste et des bottes, de grosses lunettes ; un barbu d’une quarantaine d’années, au regard dur ; un homme d’environ 35 ans, à la peau très basanée et aux yeux verts, qu’il avait souvent vu en photo.
- Entrez, asseyez-vous – dit-il aux trois hommes qui faisaient attention à ne pas salir le tapis blanc avec leurs bottes crottées. Ils s’avancèrent en tendant la main. L’écrivain tourna sa chaise face aux visiteurs, leur cédant les deux fauteuils. Ana resta attentive près de la porte, dans son attitude d’hôtesse-propriétaire.
- Nous sommes de la commission – dit le jeune aux lunettes.
- Il pleut des cordes – dit José Daniel, histoire de dire quelque chose.
- On vous a dit, n’est-ce-pas ? – demanda l’homme aux yeux verts.
- Toi, tu es Benjamin Correa – affirma l’écrivain. Le jeune homme acquiesça.
- Macario, dirigeant de la Section 23, et Fritz, le directeur de notre station de radio – répondit-il en désignant ses compagnons.
- Non, personne ne m’a rien dit, mais pas de problème – dit l’écrivain, que puis-je faire pour vous ? L’histoire de la semaine culturelle de Santa Ana ? Je leur ai déjà dit que oui, j’irais, et j’ai signé le manifeste. C’est sorti aujourd’hui, non ?
- Nous voulons que vous signiez un autre petit papier – dit le chef des mineurs.
- Un chèque ?
Les trois hommes rirent.
- Non, camarade Fierro, pire – dit Fritz Glockner.
José Daniel sourit.
- Nous voulons que vous soyez le chef de la police de Santa Ana – dit le maire de la municipalité rouge. Les trois hommes rirent.
José Daniel lâcha un petit ricanement de furet (?), perplexe.
- Vous voulez que j’écrive un roman policier sur Santa Ana ?
- Non. Nous voulons que vous soyez le chef de la police de Santa Ana.
- Eh bien, voilà autre chose ! – s’exclama Ana.
- C’est sérieux ? – demanda l’écrivain.
- Bien sûr – dit Benjamin Correa, en allumant une Delicado sans filtre. Macario, confirma le mineur, avec un sourire malicieux.
José Daniel les observa fixement en tâchant d’éviter de croiser le regard de sa femme.
- Attendez une minute, permettez, que je sois sûr de bien comprendre. Vous voulez que moi, j’aille à Santa Ana et que je prenne en charge la police ?
Les trois hommes opinèrent.
- Ce que vous faites actuellement me paraît tout à fait important. Au milieu de tout ce bordel, votre expérience est fondamentale. D’accord. Que ce soit bien clair. Je signe des pétitions, je vais à des manifestations, j’écris où je peux sur tout ce que vous faites si j’ai quelque chose à dire, j’apporte mon soutien financier, je vais à Santa Ana et je participe à une semaine de la culture ; ce sont des choses que je sais faire, que je peux faire. Toujours d’accord …Mais être chef de police c’est de la folie. J’ai 50 ans…
- Cinquante-deux – dit Ana, depuis son petit coin.
- Cinquante-et-un et j’en aurai cinquante-deux dans un mois…- lui répondit rapidement José Daniel – Je ne me suis jamais servi d’un pistolet de ma vie.
- Pas possible ? – demanda Macario, qui ne pouvait pas se mettre dans le crâne qu’il puisse encore exister au Mexique quelqu’un qui n’ait jamais tiré une seule balle.
- Pourtant, dans « Mort dans l’après-midi », tout est expliqué sur le colt .45, son impact, son recul, sa précision, son entretien… dit Fritz Glockner en souriant.
- J’ai tiré ça d’un manuel italien sur les armes à feux – répliqua l’écrivain en s’excusant -. Et d’ailleurs, quelle importance ? Je n’ai aucune expérience policière réelle. Tout n’est que fiction. Tout n’est que littérature.
- Dans « La tête de Pancho Villa », vous racontez l’histoire de la fraude bancaire, c’est comme ça qu’on a su comment ils s’y prenaient à Santa Ana.
- D’accord, mais c’est toujours comme ça que ça se passe. Espèces de couillons ! Est-ce qu’il faut que je vous explique la différence entre écrire et vivre ?
- Il n’y a aucune différence – dit le maire communiste – Ce n’est qu’une question de kilomètres. Qui s’y connaît en matière de police au Mexique ? Personne. Il n’y a que vous, monsieur l’écrivain. Qui a écrit 11 romans ? D’ailleurs, il m’en manque un, celui sur les braceros.
- « La Frontière » – dit José Daniel -. J’en ai quelques exemplaires par là…
- Ce qu’il y a, c’est que nous ne vous présentons peut-être pas bien la chose – dit Fritz -. Alors, essayons voir comme ça : en un an et demi, deux chefs de la police municipale de Santa Ana ont été assassinés. Les fédéraux nous pourrissent la vie, nous avons besoin d’une bonne police municipale, de quelqu’un qu’ils ne puissent pas descendre sans que ça fasse l’effet du bombe au niveau national, voire même international ; par exemple, un écrivain qui vient de gagner le Grand Prix de Littérature Policière à Grenoble, ou qui est interviewé par le New York Times. Un écrivain qui, même s’il est de gauche, passe dans l’émission de Rocha quand il sort un livre. Un qu’ils ne puissent pas tuer et qui, en plus, ait de la jugeote, des idées, un esprit de chercheur, un qui serve le peuple et qui mette hors-jeu les priistes et le gouvernement fédéral, quelqu’un qui marque de son nom Santa Ana.
- Je comprends très bien, mais vous devez tenir compte d’une chose. Je suis un pétochard. J’ai peur. Ce pays me fait de plus en plus peur. Si je continue à parler et à écrire c’est parce que j’ai encore plus peur de me taire.
- Des courageux, ce n’est pas ça qui nous manque, on en fait notre affaire. – dit le maire -. On en a peu près dix en taule, balancés dans la cage aux lions, menottés, et ils leurs mettent des coups de pieds dans les couilles aux fauves…C’est quelqu’un comme vous que nous voulons. Imaginez seulement : « José Daniel Fierro, chef de la police de Santa Ana ».
- Non, ça, j’imagine très bien.
– Moi, je divorce ! – dit Ana.
- Et lequel d’entre vous a eu cette bonne idée ? – demanda l’écrivain.
- Nous, on cherchait ici et là et on en a discuté avec d’autres, et c’est Carlos Monsiváis qui nous a donné l’idée.
- Merde alors, tu parles d’une foutue blague !
- Pensez-y, maître. Non seulement vous nous rendez service à Santa Ana, mais en plus, le nombre de romans policiers ça peut faire. Nous avons des crimes des plus remarquables – dit Fritz
- Ils nous pourrissent la vie – dit le maire - et là, José Daniel réalisa comment il était arrivé à ce poste. Il mettait une telle intensité dans ses paroles, que ça prenait aux tripes celui qui l’écoutait et que ça ne le lâchait plus – Ils nous harcèlent, réduisent les budgets, les caciques nous mettent la pression, ils ne versent pas l’argent pour la municipalité, ils nous provoquent, nous accablent avec l’une des pires campagnes de propagande jamais menée dans l’histoire du Mexique. Nous avons des élections dans huit mois : si on les remporte, ils vont nous balancer l’armée, si on les perd, ils vont démanteler toute l’organisation populaire qui a été mise en place. Nous avons besoin de toute l’aide que nous pourrons trouver. Nous avons besoin d’un chef de la police… Alors ?
***
Nathalie nous propose sa traduction :
Il pleut sur le DF
« S'il ne pleuvait pas dans cette ville, ça fait longtemps que je l'aurais abandonnée » pensait José Daniel Fierro, en pensant à ce qu'il pensait; parce qu'il y avait des idées qui demandaient des efforts, des pensées réutilisables qui formaient des phrases, puis qui suivaient le chemin du clavier. Cette sensation, c'était la sienne, mais ça aurait pu être celle du vieux partisan de Pancho Villa qui travaillait dans une quincaillerie, vers la moitié du chapitre trois du roman qu'il était en train d'écire. « S'il ne pleuvait pas »... écrivait-il dans sa tête, tout en regardant les gouttes d'eau s'écraser sur le double vitrage, devant sa table blanche, imaginant sans les entendre, le splash, les petits plop. Il fallait mettre dans la phrase un peu de ce vent bruyant qui rabattait la pluie contre la fenêtre et qui se changeait en image littéraire, secouant le laurier solitaire du terre-plein central en le faisant danser. « S'il n'y avait pas de laurier » il serait également parti, lui, et pas le vieux du chapitre trois. Il écrivait de plus en plus souvent qu'il allait partir, et cependant, il restait là. Il alluma un Mapleton avec le mégot du précédent. Ana, assise derrière lui dans un fauteuil blanc, leva les yeux du livre qu'elle lisait et tendit la main pour lui voler une cigarette.
- Tu sais combien ça nous coûte de fumer ?
José Daniel lissa sa grosse moustache noire en regardant la pluie.
- Quarante deux mille pesos par mois, tu te rends compte ? L'emphysème pulmonaire est la maladie la plus chère au monde à attraper – dit Ana, sans attendre la réponse.
- Une fois, j'ai entendu parler d'une syphilis qui lui a coûté 200 mille pesos à un type.
- Trois fois rien. Une histoire bégnine – dit Ana. Un café ?
- Un double cognac.
- À bien y réfléchir, l'alcoolisme est encore plus cher – dit-elle en se dirigeant vers la cuisine. A mi-chemin, la sonnerie de la porte la fit changer de direction.
José Daniel Fierro se toucha le coude : la pluie réveillait, chez lui, une douleur arthritique.
Les débuts de chapitre devraient être percutants; seul un écrivain de seconde catégorie commencerait un chapitre par « S'il ne pleuvait pas dans cette ville... ». Il s'efforça de se concentrer afin que la conversation à la porte ne lui fasse pas perdre le fil. Il l'avait presque. Il tapa sur le clavier, dépouillant la feuille de papier de son infecte blancheur : « Un bon détective vit uniquement dans des villes où il pleut comme ça ».
- Daniel, tu as de la visite – lui dit Ana, ses paroles frôlant presque le fin duvet qui lui recouvrait la nuque.
José Daniel se retourna et contempla les trois nouveaux arrivants : un jeune, dépeigné, avec blouson et bottes, de très grosses lunettes; un barbu d'une quarantaine d'années au regard bestial; un homme d'environ 35 ans, très brun, les yeux verts, qu'il avait déjà vu plusieurs fois en photo.
- Entrez, asseyez-vous – dit-il aux trois personnages qui s'efforçaient de ne pas maculer le tapis blanc avec leurs bottes. Ils s'approchèrent en tendant la main. L'écrivain fit pivoter sa chaise pour faire face aux nouveaux arrivants, leur cédant ainsi les deux fauteuils; Ana resta sur le qui-vive près de la porte, dans son rôle d'amphytrione-propriétaire.
- Nous sommes de la Commission – précisa le jeune à lunettes.
- Il pleut des cordes – dit José Daniel, pour dire quelque chose.
- Ils vous ont parlé, pas vrai ? - demanda l'homme aux yeux verts.
- Toi, tu es Benjamín Correa – affirma l'écrivain et le jeune acquiesça.
- Macario, le dirigeant de la section 23 et Fritz, le directeur de notre station de radio – ajouta-t-il, en signalant du doigt ses deux compagnons.
- Non, personne ne m'a parlé, mais y'a pas de soucis – assura l'écrivain -; je suis bon pour quoi ? La semaine de la culture à Santa Ana ? Je vous ai déjà dit que j'irai, oui, et j'ai signé le manifeste. Il a paru aujourd'hui, non ?
- Nous voulons que vous nous signiez un autre petit papier – dit le leader des mineurs.
- Un chèque ?
Les trois personnages éclatèrent de rire.
- Non, camarade Fierro, c'est pire – répondit Fritz Glockner.
José Daniel sourit.
- Nous voulons que vous soyez le chef de la police de Santa Ana – annonça le président rouge du conseil municipal. Les trois personnages rirent encore.
José Daniel Fierro eut un petit rire de furet, hésitant.
- Vous voulez que j'écrive un roman policier sur Santa Ana ?
- Non. Nous voulons que vous soyez le chef de la police de Santa Ana.
- Eh bien, quelle histoire ! - s'exclama Ana.
- C'est sérieux ? - demanda l'écrivain.
- Évidemment – répondit Benjamín Correa, en allumant un Delicado sans philtre. Macario, le mineur, approuva d'un sourire rusé.
José Daniel Fierro les observa fixement, en veillant à ne pas croiser le regard de sa femme.
- Attendez une minute, laissez-moi mettre les choses au clair. Vous voulez que j'aille à Santa Ana et que je prenne la tête de la police ?; il s'agit de la police municipale, non ?
Les trois personnages acquiescèrent.
- Ce que vous faites me paraît vraiment très important. Au milieu de toute cette merde, une expérience comme la vôtre est fondamentale. Jusque là, ça va. Que les choses soient claires. Je signe des manifestes, je vais manifester, j'écris sur vous où je peux - si j'ai quelque chose à dire, je vous soutiens financièrement, je vais à Santa Ana et je participe à une semaine de la culture; ce sont des choses que je sais faire, que je peux faire. Jusque là, ça va, encore une fois... Mais devenir le chef de la police, c'est une folie. J'ai 50 ans...
- Cinquante-deux – rectifia Ana, dans son coin.
- Cinquante et un, cinquante-deux le mois prochain – lui répondit rapidement José Daniel. Je n'ai jamais tiré au pistolet de ma vie.
- Même pas une fois ? - demanda Macario, qui n'arrivait pas à se mettre dans la tête qu'il y eût encore quelqu'un au Mexique qui ne se fût jamais servi d'un flingue.
- Mais dans Mort au crépuscule, il y a tout un laïus sur le 45 : impact, recul, précision, nettoyage – avança Fritz Glockner, sourire aux lèvres.
- J'ai trouvé ça dans un manuel d'armes italien – répondit l'écrivain, en s'excusant -. Et puis, d'ailleurs, qu'est-ce que ça peut faire ? Je n'ai aucune expérience réelle dans la police. Tout n'est que fiction, tout n'est que littérature.
- Dans La tête de Pancho Villa, vous racontez l'histoire de la fraude bancaire et c'est comme ça qu'on a su comment ça se passait à Santa Ana.
- Mais c'est comme ça que ça se passe ! Putain ! Il faut que je vous explique la différence entre écrire et vivre ?
- Il n'y a pas de différence – répondit le maire rouge -. C'est qu'une question de kilomètres. Qui s'y connaît en police au Mexique ? Personne. Sauf vous, l'écrivain. Qui compte déjà 11 romans ? Évidemment, il m'en manque un, celui des ouvriers émigrés...
- La limite – précisa José Daniel -. Il me reste quelques exemplaires par là...
- Le problème, c'est qu'on ne vous présente peut-être pas les choses comme il faut – reconnut Fritz -. Essayons comme ça : en un an et demi, deux chefs de la police municipale de Santa Ana ont été assassinés. La justice de l'état nous a bien baisés; nous avons besoin d'une bonne police municipale, quelqu'un qu'on ne puisse pas tuer sans déclencher un buzz national, voire international; par exemple, un écrivain qui vient de remporter le Grand Prix de Littérature Policière, à Grenoble, ou qui se fait interviewer par le New York Times. Un écrivain qui, même de gauche, est invité à l'émission de Rocha quand il publie un livre. Un qu'on ne puisse pas tuer, et qui, en plus, a des couilles, des idées, un esprit d'investigation, un qui soit au service du peuple et qui, en plus, dégomme les partisans du PRI et le gouvernement d'état, quelqu'un qui laisse son nom à Santa Ana.
- Je comprends tout à fait, mais vous devez tenir compte d'une chose : je suis un trouillard. J'ai peur. Ce pays me fait de plus en plus peur. Si je continue de parler et d'écrire, c'est parce que j'ai encore plus peur de la fermer.
- Du courage, on en trouve toujours; ça, c'est notre truc – dit le président du conseil municipal -. Parmi nous, y'en a peut-être dix qui peuvent entrer dans la fosse aux lions, menottes aux poignets, et leur balancer des coups de pied dans les couilles aux fauves... On en veut un comme vous. Imaginez un peu : « José Daniel Fierro, chef de la police de Santa Ana ».
- Non, vous pensez si je l'imagine. Je divorce, oui ! - s'exclama Ana.
- Qui a eu cette idée ? - demanda l'écrivain.
- On cherchait à droite, à gauche, et on en a parlé à quelques-uns mais c'est Carlos Monsiváis qui nous en a donné l'idée.
- Sacrée idée ! Une putain de blague, oui !
- Réfléchissez bien, maître. Non seulement vous nous rendez un fier service, à Santa Ana, mais pensez à la quantité de romans policiers qui sortent de là. Nous avons quelques crimes des plus éclatants – insista Fritz.
- Ils nous ont bien baisés – répéta le président du conseil municipal et c'est là que José Daniel se rendit compte comment il était parvenu à ce poste. Il mettait une telle intensité dans ces propos, qu'il prenait l'auditeur aux tripes et ne le lâchait plus. - Ils nous encerclent, réduisent les budgets, les caciques nous harcèlent, ne remettent pas l'argent de la municipalité, ils nous poursuivent avec une des campagnes de pub les plus noires de l'histoire du Mexique. Nous avons des élections dans huit mois : si on les gagne, ils vont nous envoyer l'armée, si on les perd, ils vont démanteler toute l'organisation populaire qu'on a montée. Nous avons besoin de toute l'aide qu'on pourra obtenir. Nous avons besoin d'un chef de police... Alors, qu'en dites-vous ?
Il pleut sur le DF
« S'il ne pleuvait pas dans cette ville, ça fait longtemps que je l'aurais abandonnée » pensait José Daniel Fierro, en pensant à ce qu'il pensait; parce qu'il y avait des idées qui demandaient des efforts, des pensées réutilisables qui formaient des phrases, puis qui suivaient le chemin du clavier. Cette sensation, c'était la sienne, mais ça aurait pu être celle du vieux partisan de Pancho Villa qui travaillait dans une quincaillerie, vers la moitié du chapitre trois du roman qu'il était en train d'écire. « S'il ne pleuvait pas »... écrivait-il dans sa tête, tout en regardant les gouttes d'eau s'écraser sur le double vitrage, devant sa table blanche, imaginant sans les entendre, le splash, les petits plop. Il fallait mettre dans la phrase un peu de ce vent bruyant qui rabattait la pluie contre la fenêtre et qui se changeait en image littéraire, secouant le laurier solitaire du terre-plein central en le faisant danser. « S'il n'y avait pas de laurier » il serait également parti, lui, et pas le vieux du chapitre trois. Il écrivait de plus en plus souvent qu'il allait partir, et cependant, il restait là. Il alluma un Mapleton avec le mégot du précédent. Ana, assise derrière lui dans un fauteuil blanc, leva les yeux du livre qu'elle lisait et tendit la main pour lui voler une cigarette.
- Tu sais combien ça nous coûte de fumer ?
José Daniel lissa sa grosse moustache noire en regardant la pluie.
- Quarante deux mille pesos par mois, tu te rends compte ? L'emphysème pulmonaire est la maladie la plus chère au monde à attraper – dit Ana, sans attendre la réponse.
- Une fois, j'ai entendu parler d'une syphilis qui lui a coûté 200 mille pesos à un type.
- Trois fois rien. Une histoire bégnine – dit Ana. Un café ?
- Un double cognac.
- À bien y réfléchir, l'alcoolisme est encore plus cher – dit-elle en se dirigeant vers la cuisine. A mi-chemin, la sonnerie de la porte la fit changer de direction.
José Daniel Fierro se toucha le coude : la pluie réveillait, chez lui, une douleur arthritique.
Les débuts de chapitre devraient être percutants; seul un écrivain de seconde catégorie commencerait un chapitre par « S'il ne pleuvait pas dans cette ville... ». Il s'efforça de se concentrer afin que la conversation à la porte ne lui fasse pas perdre le fil. Il l'avait presque. Il tapa sur le clavier, dépouillant la feuille de papier de son infecte blancheur : « Un bon détective vit uniquement dans des villes où il pleut comme ça ».
- Daniel, tu as de la visite – lui dit Ana, ses paroles frôlant presque le fin duvet qui lui recouvrait la nuque.
José Daniel se retourna et contempla les trois nouveaux arrivants : un jeune, dépeigné, avec blouson et bottes, de très grosses lunettes; un barbu d'une quarantaine d'années au regard bestial; un homme d'environ 35 ans, très brun, les yeux verts, qu'il avait déjà vu plusieurs fois en photo.
- Entrez, asseyez-vous – dit-il aux trois personnages qui s'efforçaient de ne pas maculer le tapis blanc avec leurs bottes. Ils s'approchèrent en tendant la main. L'écrivain fit pivoter sa chaise pour faire face aux nouveaux arrivants, leur cédant ainsi les deux fauteuils; Ana resta sur le qui-vive près de la porte, dans son rôle d'amphytrione-propriétaire.
- Nous sommes de la Commission – précisa le jeune à lunettes.
- Il pleut des cordes – dit José Daniel, pour dire quelque chose.
- Ils vous ont parlé, pas vrai ? - demanda l'homme aux yeux verts.
- Toi, tu es Benjamín Correa – affirma l'écrivain et le jeune acquiesça.
- Macario, le dirigeant de la section 23 et Fritz, le directeur de notre station de radio – ajouta-t-il, en signalant du doigt ses deux compagnons.
- Non, personne ne m'a parlé, mais y'a pas de soucis – assura l'écrivain -; je suis bon pour quoi ? La semaine de la culture à Santa Ana ? Je vous ai déjà dit que j'irai, oui, et j'ai signé le manifeste. Il a paru aujourd'hui, non ?
- Nous voulons que vous nous signiez un autre petit papier – dit le leader des mineurs.
- Un chèque ?
Les trois personnages éclatèrent de rire.
- Non, camarade Fierro, c'est pire – répondit Fritz Glockner.
José Daniel sourit.
- Nous voulons que vous soyez le chef de la police de Santa Ana – annonça le président rouge du conseil municipal. Les trois personnages rirent encore.
José Daniel Fierro eut un petit rire de furet, hésitant.
- Vous voulez que j'écrive un roman policier sur Santa Ana ?
- Non. Nous voulons que vous soyez le chef de la police de Santa Ana.
- Eh bien, quelle histoire ! - s'exclama Ana.
- C'est sérieux ? - demanda l'écrivain.
- Évidemment – répondit Benjamín Correa, en allumant un Delicado sans philtre. Macario, le mineur, approuva d'un sourire rusé.
José Daniel Fierro les observa fixement, en veillant à ne pas croiser le regard de sa femme.
- Attendez une minute, laissez-moi mettre les choses au clair. Vous voulez que j'aille à Santa Ana et que je prenne la tête de la police ?; il s'agit de la police municipale, non ?
Les trois personnages acquiescèrent.
- Ce que vous faites me paraît vraiment très important. Au milieu de toute cette merde, une expérience comme la vôtre est fondamentale. Jusque là, ça va. Que les choses soient claires. Je signe des manifestes, je vais manifester, j'écris sur vous où je peux - si j'ai quelque chose à dire, je vous soutiens financièrement, je vais à Santa Ana et je participe à une semaine de la culture; ce sont des choses que je sais faire, que je peux faire. Jusque là, ça va, encore une fois... Mais devenir le chef de la police, c'est une folie. J'ai 50 ans...
- Cinquante-deux – rectifia Ana, dans son coin.
- Cinquante et un, cinquante-deux le mois prochain – lui répondit rapidement José Daniel. Je n'ai jamais tiré au pistolet de ma vie.
- Même pas une fois ? - demanda Macario, qui n'arrivait pas à se mettre dans la tête qu'il y eût encore quelqu'un au Mexique qui ne se fût jamais servi d'un flingue.
- Mais dans Mort au crépuscule, il y a tout un laïus sur le 45 : impact, recul, précision, nettoyage – avança Fritz Glockner, sourire aux lèvres.
- J'ai trouvé ça dans un manuel d'armes italien – répondit l'écrivain, en s'excusant -. Et puis, d'ailleurs, qu'est-ce que ça peut faire ? Je n'ai aucune expérience réelle dans la police. Tout n'est que fiction, tout n'est que littérature.
- Dans La tête de Pancho Villa, vous racontez l'histoire de la fraude bancaire et c'est comme ça qu'on a su comment ça se passait à Santa Ana.
- Mais c'est comme ça que ça se passe ! Putain ! Il faut que je vous explique la différence entre écrire et vivre ?
- Il n'y a pas de différence – répondit le maire rouge -. C'est qu'une question de kilomètres. Qui s'y connaît en police au Mexique ? Personne. Sauf vous, l'écrivain. Qui compte déjà 11 romans ? Évidemment, il m'en manque un, celui des ouvriers émigrés...
- La limite – précisa José Daniel -. Il me reste quelques exemplaires par là...
- Le problème, c'est qu'on ne vous présente peut-être pas les choses comme il faut – reconnut Fritz -. Essayons comme ça : en un an et demi, deux chefs de la police municipale de Santa Ana ont été assassinés. La justice de l'état nous a bien baisés; nous avons besoin d'une bonne police municipale, quelqu'un qu'on ne puisse pas tuer sans déclencher un buzz national, voire international; par exemple, un écrivain qui vient de remporter le Grand Prix de Littérature Policière, à Grenoble, ou qui se fait interviewer par le New York Times. Un écrivain qui, même de gauche, est invité à l'émission de Rocha quand il publie un livre. Un qu'on ne puisse pas tuer, et qui, en plus, a des couilles, des idées, un esprit d'investigation, un qui soit au service du peuple et qui, en plus, dégomme les partisans du PRI et le gouvernement d'état, quelqu'un qui laisse son nom à Santa Ana.
- Je comprends tout à fait, mais vous devez tenir compte d'une chose : je suis un trouillard. J'ai peur. Ce pays me fait de plus en plus peur. Si je continue de parler et d'écrire, c'est parce que j'ai encore plus peur de la fermer.
- Du courage, on en trouve toujours; ça, c'est notre truc – dit le président du conseil municipal -. Parmi nous, y'en a peut-être dix qui peuvent entrer dans la fosse aux lions, menottes aux poignets, et leur balancer des coups de pied dans les couilles aux fauves... On en veut un comme vous. Imaginez un peu : « José Daniel Fierro, chef de la police de Santa Ana ».
- Non, vous pensez si je l'imagine. Je divorce, oui ! - s'exclama Ana.
- Qui a eu cette idée ? - demanda l'écrivain.
- On cherchait à droite, à gauche, et on en a parlé à quelques-uns mais c'est Carlos Monsiváis qui nous en a donné l'idée.
- Sacrée idée ! Une putain de blague, oui !
- Réfléchissez bien, maître. Non seulement vous nous rendez un fier service, à Santa Ana, mais pensez à la quantité de romans policiers qui sortent de là. Nous avons quelques crimes des plus éclatants – insista Fritz.
- Ils nous ont bien baisés – répéta le président du conseil municipal et c'est là que José Daniel se rendit compte comment il était parvenu à ce poste. Il mettait une telle intensité dans ces propos, qu'il prenait l'auditeur aux tripes et ne le lâchait plus. - Ils nous encerclent, réduisent les budgets, les caciques nous harcèlent, ne remettent pas l'argent de la municipalité, ils nous poursuivent avec une des campagnes de pub les plus noires de l'histoire du Mexique. Nous avons des élections dans huit mois : si on les gagne, ils vont nous envoyer l'armée, si on les perd, ils vont démanteler toute l'organisation populaire qu'on a montée. Nous avons besoin de toute l'aide qu'on pourra obtenir. Nous avons besoin d'un chef de police... Alors, qu'en dites-vous ?
***
Laëtitia Sw nous propose sa traduction :
Il pleut sur le D. F.
« S’il ne pleuvait pas sur cette ville, il y a longtemps qu’il l’aurait quittée », pensait José Daniel Fierro, en pensant à ce qu’il pensait ; parce qu’il y avait des idées qui rimaient avec travail, des pensées réutilisables qui formaient des phrases et qui prenaient ensuite le chemin des touches du clavier. Cette sensation lui appartenait, mais elle aurait pu être celle du vieux villiste qui travaillait dans une droguerie vers le milieu du chapitre trois du roman qu’il était en train d’écrire. « S’il ne pleuvait pas »… écrivait-il dans sa tête, en regardant les gouttes d’eau s’écraser contre le double vitrage, devant sa table blanche, et en imaginant sans les entendre le splash, les petits plop. Il fallait donner à la phrase un peu du souffle du vent qui précipitait la pluie contre la fenêtre, devenant peu à peu une image littéraire à mesure qu’il agitait le laurier solitaire du terre-plein central de la rue, le faisant danser. « S’il n’y avait pas de laurier », il serait également parti, lui, pas le vieux du chapitre trois. De plus en plus souvent il écrivait de partir et néanmoins, il restait. Il alluma un Mapleton avec le mégot de l’autre. Ana, assise derrière lui sur un fauteuil blanc, leva les yeux du livre qu’elle était en train de lire et tendit la main pour lui dérober une cigarette.
— Tu sais combien ça nous coûte de fumer ?
José Daniel lissa sa grosse moustache noire en regardant tomber la pluie.
— Quarante-deux mille pesos par mois, qu’en dis-tu ? L’emphysème pulmonaire est la maladie la plus chère au monde — dit Ana sans attendre de réponse.
— J’ai entendu parler d’une syphilis qui a coûté deux cents mille pesos à un type.
— C’est rien. Une broutille — dit Ana —. Un café ?
— Un double cognac.
— En y réfléchissant bien, l’alcoolisme est encore plus cher — dit-elle en marchant vers la cuisine. À mi-chemin, la sonnette de la porte la fit changer de direction.
José Daniel Fierro se palpa le coude, la pluie lui réveillait une douleur d’arthrose.
Les débuts de chapitre devraient être incisifs, seul un écrivain de seconde zone commencerait un chapitre par « S’il ne pleuvait pas sur cette ville… » Il essaya de ne pas perdre le fil, malgré la conversation à la porte d’entrée. Il y était presque. Il pianota sur le clavier, faisant disparaître la blancheur infecte de la page : "Un bon détective ne vit que dans des villes où il pleut de la sorte".
— Daniel, tu as de la visite — dit Ana, en lui soufflant presque les mots à la base de la nuque.
José Daniel se retourna et considéra les trois nouveaux venus : un jeune homme décoiffé vêtu d’une pelisse et chaussé de bottes, portant des lunettes aux verres très épais ; un barbu d’une quarantaine d’années au regard dur ; un homme dans les 35 ans, très brun, aux yeux verts, qu’il avait souvent vu en photo.
— Entrez, asseyez-vous — dit-il aux trois individus qui essayaient de ne pas tacher le tapis blanc avec leurs bottes. Ils s’approchèrent en tendant la main. L’écrivain fit pivoter sa chaise pour faire face aux nouveaux venus, tout en leur offrant les deux fauteuils ; Ana resta sur ses gardes près de la porte, arborant le maintien d’une propriétaire anphitryonne.
— Nous sommes de la commission — dit le jeune aux lunettes.
— Il pleut à verse — répondit José Daniel pour dire quelque chose.
— Il vous ont parlé, n’est-ce pas ? — demanda l’homme aux yeux verts.
— Tu es Benjamín Correa — affirma l’écrivain, le jeune acquiesça.
— Macario, le dirigeant de la section 23 et Fritz, le directeur de notre station de radio — répondit-il en montrant du doigt ses deux camarades.
— Non, personne ne m’a parlé, mais y’a pas de lézard — dit l’écrivain —. En quoi puis-je vous être utile ? Pour la semaine de la culture à Santa Ana ? Je leur ai déjà dit que oui, que j’irai, et j’ai signé le manifeste. Il est sorti aujourd’hui, non ?
— Nous voulons vous faire signer autre chose — dit le dirigeant des mineurs.
— Un chèque ?
Les trois individus se mirent à rire.
— Non, camarade Fierro, c’est pire — dit Fritz Glockner.
José Daniel sourit.
— Nous voulons que vous soyez le chef de la police de Santa Ana — dit le président municipal Rouge. Les trois individus se mirent à rire.
José Daniel Fierro émit un petit rire de furet, douteux.
— Vous voulez que j’écrive un roman policier sur Santa Ana ?
— Non. Nous voulons que vous soyez le chef de la police de Santa Ana.
— Allons bon, quelle idée — s’exclama Ana.
— C’est sérieux ? — demanda l’écrivain.
— Parfaitement — dit Benjamín Correa, en allumant une Delicado sans filtre. Macario, le mineur, acquiesça d’un sourire malin.
José Daniel Fierro les observa fixement en essayant de ne pas croiser le regard de sa femme.
— Attendez une minute, laissez-moi m’éclaircir les idées. Vous voulez que j’aille à Santa Ana et que je me charge de la police ? ; il s’agit de la police municipale, n’est-ce pas ?
Les trois individus acquiescèrent.
— Moi, je trouve ça très important ce que vous faites. Au milieu d’un tel merdier votre expérience est fondamentale. Ça s’arrête là. Que ce soit clair. Je signe des manifestes, je me rends à des manifestations, j’écris sur vous partout où je peux si j’ai quelque chose à dire, je vous aide financièrement, je vais à Santa Ana et je participe à la semaine de la culture ; ce sont des choses que je sais faire, que je peux faire. Une fois de plus, ça s’arrête là… Mais être chef de police, c’est une folie. J’ai 50 ans…
— Cinquante-deux — dit Ana dans son coin.
— Cinquante et un et j’en ferai cinquante-deux dans un mois… — lui rétorqua en passant José Daniel —. Je n’ai jamais tiré au pistolet de ma vie.
— Pas même un peu ? — demanda Macario, auquel il ne venait pas à l’idée qu’il pût rester encore quelqu’un à Mexico ne sachant pas tirer au flingue.
— Mais dans Mort au coucher du soleil on trouve tout ce qui concerne le 45, l’impact, le recul, la précision, l’entretien… — dit Fritz Glockner en souriant.
— J’ai tiré ça d’un manuel d’armes italien — répondit l’écrivain en guise d’excuse —. Et puis de toute façon, qu’importe ? Je n’ai aucune expérience policière réelle. Seulement de la fiction, seulement de la littérature.
— Dans La tête de Pancho Villa vous racontez l’histoire de la fraude de la banque, c’est comme ça que nous avons su pour les agissements à Santa Ana.
— Bon, c’est comme ça que vous le prenez. Allez vous faire foutre ! Je dois vous expliquer la différence entre écrire et vivre ?
— Il n’y a pas de différence — dit le maire Rouge —. C’est seulement une question de kilomètres. Qui s’y connaît en matière de police à Mexico ? Personne. Sauf vous, monsieur l’écrivain. Qui a 11 romans à son actif ? À propos, il m’en manque un, celui sur les braceros …
— La paye — dit José Daniel —. J’en ai quelques exemplaires par là…
— Peut-être que le problème c’est qu’on ne vous expose pas bien la chose — dit Fritz —. Voyons voir : en un an et demi on a assassiné deux chefs de la police municipale à Santa Ana. Les juges de l’état nous prennent pour des cons, nous avons besoin d’une bonne police municipale, de quelqu’un qu’on ne puisse pas assassiner à moins de foutre un bordel national, voire international ; par exemple, un écrivain qui vient de gagner le Grand Prix de Littérature Policière à Grenoble, ou qui est interviewé par le New York Times. Un écrivain qui, bien qu’il soit de gauche, figure dans le programme de Rocha lorsqu’il publie un livre. Quelqu’un qu’on ne puisse pas assassiner, et qui, en plus, ait de la jugeotte, des idées, une âme d’investigateur, quelqu’un qui serve le peuple et qui en même temps perturbe les priistes et le gouvernement d’état, quelqu’un qui mette son nom au service de Santa Ana.
— Je comprends bien, mais vous devez prendre une chose en compte. Moi, je suis un trouillard. J’ai peur. Ce pays me fait de plus en plus peur. Si je continue à parler et à écrire c’est parce que j’ai encore plus peur de me taire.
— Les courageux, ce n’est pas ce qui manque, on en fait notre affaire — dit le président municipal —. Nous en avons au moins dix prêts à se jeter dans la cage aux lions, menottes aux poignets, pour botter le cul des fauves… Nous voulons quelqu’un comme vous. N’allez pas chercher plus loin : « José Daniel Fierro, chef de la police de Santa Ana ».
— Si, je vais chercher plus loin. — Je demande le divorce, eh ! — dit Ana. — Qui a eu cette idée ? — demanda l’écrivain. — Nous poursuivions nos recherches par ci par là, nous en avons discuté avec quelques personnes, et c’est Carlos Monsiváis qui nous a donné l’idée.
— Merde alors, quelle idée à la con. — Pensez-y, maître. Non seulement vous nous rendez service à Santa Ana, mais en plus voyez la quantité de romans policiers qui sort d’ici. Nous avons ce qui se fait de mieux en matière de crimes — dit Fritz.
— Ils nous prennent pour des cons — dit le président municipal, et José Daniel se rendit compte comment il en était arrivé jusque-là. L’homme mettait une telle intensité dans ses paroles qu’il prenait son interlocuteur aux tripes et ne lâchait plus —. Ils nous assaillent, coupent les financements, les caciques nous harcèlent, ne remettent pas les fonds à la municipalité, ils nous provoquent, ils nous ferrent par une des campagnes de publicité les plus noires jamais menée dans toute l’histoire de Mexico. Les élections sont dans huit mois : si nous les gagnons, ils vont nous envoyer l’armée, si nous les perdons, ils vont démanteler toute l’organisation populaire qu’on a créée. Nous avons besoin de toute l’aide que nous pourrons obtenir. Nous avons besoin d’un chef de police… Que dire d’autre ?
Il pleut sur le D. F.
« S’il ne pleuvait pas sur cette ville, il y a longtemps qu’il l’aurait quittée », pensait José Daniel Fierro, en pensant à ce qu’il pensait ; parce qu’il y avait des idées qui rimaient avec travail, des pensées réutilisables qui formaient des phrases et qui prenaient ensuite le chemin des touches du clavier. Cette sensation lui appartenait, mais elle aurait pu être celle du vieux villiste qui travaillait dans une droguerie vers le milieu du chapitre trois du roman qu’il était en train d’écrire. « S’il ne pleuvait pas »… écrivait-il dans sa tête, en regardant les gouttes d’eau s’écraser contre le double vitrage, devant sa table blanche, et en imaginant sans les entendre le splash, les petits plop. Il fallait donner à la phrase un peu du souffle du vent qui précipitait la pluie contre la fenêtre, devenant peu à peu une image littéraire à mesure qu’il agitait le laurier solitaire du terre-plein central de la rue, le faisant danser. « S’il n’y avait pas de laurier », il serait également parti, lui, pas le vieux du chapitre trois. De plus en plus souvent il écrivait de partir et néanmoins, il restait. Il alluma un Mapleton avec le mégot de l’autre. Ana, assise derrière lui sur un fauteuil blanc, leva les yeux du livre qu’elle était en train de lire et tendit la main pour lui dérober une cigarette.
— Tu sais combien ça nous coûte de fumer ?
José Daniel lissa sa grosse moustache noire en regardant tomber la pluie.
— Quarante-deux mille pesos par mois, qu’en dis-tu ? L’emphysème pulmonaire est la maladie la plus chère au monde — dit Ana sans attendre de réponse.
— J’ai entendu parler d’une syphilis qui a coûté deux cents mille pesos à un type.
— C’est rien. Une broutille — dit Ana —. Un café ?
— Un double cognac.
— En y réfléchissant bien, l’alcoolisme est encore plus cher — dit-elle en marchant vers la cuisine. À mi-chemin, la sonnette de la porte la fit changer de direction.
José Daniel Fierro se palpa le coude, la pluie lui réveillait une douleur d’arthrose.
Les débuts de chapitre devraient être incisifs, seul un écrivain de seconde zone commencerait un chapitre par « S’il ne pleuvait pas sur cette ville… » Il essaya de ne pas perdre le fil, malgré la conversation à la porte d’entrée. Il y était presque. Il pianota sur le clavier, faisant disparaître la blancheur infecte de la page : "Un bon détective ne vit que dans des villes où il pleut de la sorte".
— Daniel, tu as de la visite — dit Ana, en lui soufflant presque les mots à la base de la nuque.
José Daniel se retourna et considéra les trois nouveaux venus : un jeune homme décoiffé vêtu d’une pelisse et chaussé de bottes, portant des lunettes aux verres très épais ; un barbu d’une quarantaine d’années au regard dur ; un homme dans les 35 ans, très brun, aux yeux verts, qu’il avait souvent vu en photo.
— Entrez, asseyez-vous — dit-il aux trois individus qui essayaient de ne pas tacher le tapis blanc avec leurs bottes. Ils s’approchèrent en tendant la main. L’écrivain fit pivoter sa chaise pour faire face aux nouveaux venus, tout en leur offrant les deux fauteuils ; Ana resta sur ses gardes près de la porte, arborant le maintien d’une propriétaire anphitryonne.
— Nous sommes de la commission — dit le jeune aux lunettes.
— Il pleut à verse — répondit José Daniel pour dire quelque chose.
— Il vous ont parlé, n’est-ce pas ? — demanda l’homme aux yeux verts.
— Tu es Benjamín Correa — affirma l’écrivain, le jeune acquiesça.
— Macario, le dirigeant de la section 23 et Fritz, le directeur de notre station de radio — répondit-il en montrant du doigt ses deux camarades.
— Non, personne ne m’a parlé, mais y’a pas de lézard — dit l’écrivain —. En quoi puis-je vous être utile ? Pour la semaine de la culture à Santa Ana ? Je leur ai déjà dit que oui, que j’irai, et j’ai signé le manifeste. Il est sorti aujourd’hui, non ?
— Nous voulons vous faire signer autre chose — dit le dirigeant des mineurs.
— Un chèque ?
Les trois individus se mirent à rire.
— Non, camarade Fierro, c’est pire — dit Fritz Glockner.
José Daniel sourit.
— Nous voulons que vous soyez le chef de la police de Santa Ana — dit le président municipal Rouge. Les trois individus se mirent à rire.
José Daniel Fierro émit un petit rire de furet, douteux.
— Vous voulez que j’écrive un roman policier sur Santa Ana ?
— Non. Nous voulons que vous soyez le chef de la police de Santa Ana.
— Allons bon, quelle idée — s’exclama Ana.
— C’est sérieux ? — demanda l’écrivain.
— Parfaitement — dit Benjamín Correa, en allumant une Delicado sans filtre. Macario, le mineur, acquiesça d’un sourire malin.
José Daniel Fierro les observa fixement en essayant de ne pas croiser le regard de sa femme.
— Attendez une minute, laissez-moi m’éclaircir les idées. Vous voulez que j’aille à Santa Ana et que je me charge de la police ? ; il s’agit de la police municipale, n’est-ce pas ?
Les trois individus acquiescèrent.
— Moi, je trouve ça très important ce que vous faites. Au milieu d’un tel merdier votre expérience est fondamentale. Ça s’arrête là. Que ce soit clair. Je signe des manifestes, je me rends à des manifestations, j’écris sur vous partout où je peux si j’ai quelque chose à dire, je vous aide financièrement, je vais à Santa Ana et je participe à la semaine de la culture ; ce sont des choses que je sais faire, que je peux faire. Une fois de plus, ça s’arrête là… Mais être chef de police, c’est une folie. J’ai 50 ans…
— Cinquante-deux — dit Ana dans son coin.
— Cinquante et un et j’en ferai cinquante-deux dans un mois… — lui rétorqua en passant José Daniel —. Je n’ai jamais tiré au pistolet de ma vie.
— Pas même un peu ? — demanda Macario, auquel il ne venait pas à l’idée qu’il pût rester encore quelqu’un à Mexico ne sachant pas tirer au flingue.
— Mais dans Mort au coucher du soleil on trouve tout ce qui concerne le 45, l’impact, le recul, la précision, l’entretien… — dit Fritz Glockner en souriant.
— J’ai tiré ça d’un manuel d’armes italien — répondit l’écrivain en guise d’excuse —. Et puis de toute façon, qu’importe ? Je n’ai aucune expérience policière réelle. Seulement de la fiction, seulement de la littérature.
— Dans La tête de Pancho Villa vous racontez l’histoire de la fraude de la banque, c’est comme ça que nous avons su pour les agissements à Santa Ana.
— Bon, c’est comme ça que vous le prenez. Allez vous faire foutre ! Je dois vous expliquer la différence entre écrire et vivre ?
— Il n’y a pas de différence — dit le maire Rouge —. C’est seulement une question de kilomètres. Qui s’y connaît en matière de police à Mexico ? Personne. Sauf vous, monsieur l’écrivain. Qui a 11 romans à son actif ? À propos, il m’en manque un, celui sur les braceros …
— La paye — dit José Daniel —. J’en ai quelques exemplaires par là…
— Peut-être que le problème c’est qu’on ne vous expose pas bien la chose — dit Fritz —. Voyons voir : en un an et demi on a assassiné deux chefs de la police municipale à Santa Ana. Les juges de l’état nous prennent pour des cons, nous avons besoin d’une bonne police municipale, de quelqu’un qu’on ne puisse pas assassiner à moins de foutre un bordel national, voire international ; par exemple, un écrivain qui vient de gagner le Grand Prix de Littérature Policière à Grenoble, ou qui est interviewé par le New York Times. Un écrivain qui, bien qu’il soit de gauche, figure dans le programme de Rocha lorsqu’il publie un livre. Quelqu’un qu’on ne puisse pas assassiner, et qui, en plus, ait de la jugeotte, des idées, une âme d’investigateur, quelqu’un qui serve le peuple et qui en même temps perturbe les priistes et le gouvernement d’état, quelqu’un qui mette son nom au service de Santa Ana.
— Je comprends bien, mais vous devez prendre une chose en compte. Moi, je suis un trouillard. J’ai peur. Ce pays me fait de plus en plus peur. Si je continue à parler et à écrire c’est parce que j’ai encore plus peur de me taire.
— Les courageux, ce n’est pas ce qui manque, on en fait notre affaire — dit le président municipal —. Nous en avons au moins dix prêts à se jeter dans la cage aux lions, menottes aux poignets, pour botter le cul des fauves… Nous voulons quelqu’un comme vous. N’allez pas chercher plus loin : « José Daniel Fierro, chef de la police de Santa Ana ».
— Si, je vais chercher plus loin. — Je demande le divorce, eh ! — dit Ana. — Qui a eu cette idée ? — demanda l’écrivain. — Nous poursuivions nos recherches par ci par là, nous en avons discuté avec quelques personnes, et c’est Carlos Monsiváis qui nous a donné l’idée.
— Merde alors, quelle idée à la con. — Pensez-y, maître. Non seulement vous nous rendez service à Santa Ana, mais en plus voyez la quantité de romans policiers qui sort d’ici. Nous avons ce qui se fait de mieux en matière de crimes — dit Fritz.
— Ils nous prennent pour des cons — dit le président municipal, et José Daniel se rendit compte comment il en était arrivé jusque-là. L’homme mettait une telle intensité dans ses paroles qu’il prenait son interlocuteur aux tripes et ne lâchait plus —. Ils nous assaillent, coupent les financements, les caciques nous harcèlent, ne remettent pas les fonds à la municipalité, ils nous provoquent, ils nous ferrent par une des campagnes de publicité les plus noires jamais menée dans toute l’histoire de Mexico. Les élections sont dans huit mois : si nous les gagnons, ils vont nous envoyer l’armée, si nous les perdons, ils vont démanteler toute l’organisation populaire qu’on a créée. Nous avons besoin de toute l’aide que nous pourrons obtenir. Nous avons besoin d’un chef de police… Que dire d’autre ?
***
Claire nous propose (le début de) sa traduction :
De la pluie dans le D.F.
« Si dans cette ville il ne pleuvait pas, cela ferait longtemps que je l’aurais abandonnée », pensait José Daniel Fierro, pensant à ce qui occupait ses pensées ; en effet il y avait des idées qui étaient du travail, des pensées réutilisables qui formaient des phrases pour ensuite s’en aller sur le chemin des touches. La sensation était sienne, mais elle aurait pu appartenir au vieux villiste qui travaillait dans une droguerie vers la moitié du chapitre trois du roman qu’il était en train d’écrire. « S’il ne pleuvait pas »… écrivait-il dans son esprit en regardant les gouttes d’eau s’écraser sur le double vitrage devant sa table blanche, et en imaginant sans l’entendre le splash, le petit ploc. Il fallait donner à la phrase un peu du son du vent qui poussait la pluie contre la fenêtre et qui devenait une image littéraire en secouant le laurier solitaire du bas-côté, le faisant danser. « S’il n’y avait pas de laurier », il serait aussi parti, lui, pas le vieux du chapitre trois. Il n’en finissait plus d’écrire qu’il partait et, cependant, il restait. Il alluma un Mapleton avec le mégot du précédent. Ana, assise derrière lui dans un fauteuil blanc, leva les yeux et tendit la main pour lui voler une cigarette.
- Tu sais combien ça nous coûte de fumer ?
José Daniel caressa sa grosse moustache noire en regardant la pluie.
- Quarante-deux mille pesos par mois, tu imagines ? L’emphysème pulmonaire est la maladie la plus chère à obtenir sur terre –dit Ana sans attendre de réponse.
- J’ai entendu parler une fois d’une syphilis qui avait coûté deux cent mille pesos à un type.
- Ce n’est rien ça. C’est une affaire moins importante –rétorqua Ana- Un café ?
- Un double cognac.
- En y réfléchissant bien, l’alcoolisme est plus cher encore –répondit-elle en se dirigeant vers
la cuisine. A la moitié du chemin, la sonnette de la porte lui fit changer de direction.
José Daniel Fierro se toucha la coude, la pluie lui donnait une douleur d’arthrite.
Les débuts de chapitre devaient être frappant, seul un écrivain de seconde zone commencerait un chapitre avec un « Si dans cette ville, il ne pleuvait pas… » Il s’attacha à ce que la conversation qui se tenait à la porte ne lui fasse pas perdre le fil. Il l’avait presque. Il tapa, enlevant son infecte blancheur à la feuille de papier : « Un bon détective ne vit que dans des villes où il pleut ainsi. »
- Daniel, tu as de la visite –murmura Ana en lui soufflant presque les mots dans le duvet de la nuque.
José Daniel se retourna et observa les trois hommes qui venaient d’arriver : un jeune mal peigné, vêtu d’une pelisse et de bottes, portant des lunettes très épaisses ; un barbu de quarante ans environ, au regard de fer ; un homme dans les trente-cinq ans, très brun et aux yeux verts, qu’il avait vu à de nombreuses reprises sur des photographies.
- Entrez, asseyez-vous -dit-il aux trois personnages qui s’évertuaient à ne pas crotter le
tapis blanc avec leurs bottes. Ils s’approchèrent en tendant la main. L’écrivain tourna sa chaise pour la mettre face à eux et leur céda les deux fauteuils. Ana resta, vigilante, près de la porte, dans son attitude d’Amphitrionne-propriétaire.
- Nous sommes de la commission –annonça le jeune à lunettes.
- Il pleut à verses –répondit José Daniel pour dire quelque chose
- On vous a mis au courant, n’est-ce pas ? –demanda l’homme aux yeux verts.
- Toi, tu es Benjamin Correa –affirma l’écrivain, le jeune acquiesça.
- Macario, le dirigeant de la section 23 et Fritz, le directeur de notre chaîne de radio –répondit-il en désignant du doigt ses deux camarades.
- Non, personne ne m’a mis au courant, mais il n’y a pas de problème –dit l’écrivain- En quoi puis-je être utile ? C’est à propos de la semaine de la culture à Santa Ana ? J’ai déjà répondu que c’était bon, que j’irai et j’ai signé le manifeste. Il est sorti aujourd’hui, non ?
- Nous voulons vous faire signer un autre petit papier –déclara le dirigeant des mineurs
- Un chèque ?
Les trois personnages rirent.
- Non, camarade, c’est pire –dit Fritz.
José Daniel sourit.
- Nous voulons que vous soyez le chef de police de Santa Ana. […]
De la pluie dans le D.F.
« Si dans cette ville il ne pleuvait pas, cela ferait longtemps que je l’aurais abandonnée », pensait José Daniel Fierro, pensant à ce qui occupait ses pensées ; en effet il y avait des idées qui étaient du travail, des pensées réutilisables qui formaient des phrases pour ensuite s’en aller sur le chemin des touches. La sensation était sienne, mais elle aurait pu appartenir au vieux villiste qui travaillait dans une droguerie vers la moitié du chapitre trois du roman qu’il était en train d’écrire. « S’il ne pleuvait pas »… écrivait-il dans son esprit en regardant les gouttes d’eau s’écraser sur le double vitrage devant sa table blanche, et en imaginant sans l’entendre le splash, le petit ploc. Il fallait donner à la phrase un peu du son du vent qui poussait la pluie contre la fenêtre et qui devenait une image littéraire en secouant le laurier solitaire du bas-côté, le faisant danser. « S’il n’y avait pas de laurier », il serait aussi parti, lui, pas le vieux du chapitre trois. Il n’en finissait plus d’écrire qu’il partait et, cependant, il restait. Il alluma un Mapleton avec le mégot du précédent. Ana, assise derrière lui dans un fauteuil blanc, leva les yeux et tendit la main pour lui voler une cigarette.
- Tu sais combien ça nous coûte de fumer ?
José Daniel caressa sa grosse moustache noire en regardant la pluie.
- Quarante-deux mille pesos par mois, tu imagines ? L’emphysème pulmonaire est la maladie la plus chère à obtenir sur terre –dit Ana sans attendre de réponse.
- J’ai entendu parler une fois d’une syphilis qui avait coûté deux cent mille pesos à un type.
- Ce n’est rien ça. C’est une affaire moins importante –rétorqua Ana- Un café ?
- Un double cognac.
- En y réfléchissant bien, l’alcoolisme est plus cher encore –répondit-elle en se dirigeant vers
la cuisine. A la moitié du chemin, la sonnette de la porte lui fit changer de direction.
José Daniel Fierro se toucha la coude, la pluie lui donnait une douleur d’arthrite.
Les débuts de chapitre devaient être frappant, seul un écrivain de seconde zone commencerait un chapitre avec un « Si dans cette ville, il ne pleuvait pas… » Il s’attacha à ce que la conversation qui se tenait à la porte ne lui fasse pas perdre le fil. Il l’avait presque. Il tapa, enlevant son infecte blancheur à la feuille de papier : « Un bon détective ne vit que dans des villes où il pleut ainsi. »
- Daniel, tu as de la visite –murmura Ana en lui soufflant presque les mots dans le duvet de la nuque.
José Daniel se retourna et observa les trois hommes qui venaient d’arriver : un jeune mal peigné, vêtu d’une pelisse et de bottes, portant des lunettes très épaisses ; un barbu de quarante ans environ, au regard de fer ; un homme dans les trente-cinq ans, très brun et aux yeux verts, qu’il avait vu à de nombreuses reprises sur des photographies.
- Entrez, asseyez-vous -dit-il aux trois personnages qui s’évertuaient à ne pas crotter le
tapis blanc avec leurs bottes. Ils s’approchèrent en tendant la main. L’écrivain tourna sa chaise pour la mettre face à eux et leur céda les deux fauteuils. Ana resta, vigilante, près de la porte, dans son attitude d’Amphitrionne-propriétaire.
- Nous sommes de la commission –annonça le jeune à lunettes.
- Il pleut à verses –répondit José Daniel pour dire quelque chose
- On vous a mis au courant, n’est-ce pas ? –demanda l’homme aux yeux verts.
- Toi, tu es Benjamin Correa –affirma l’écrivain, le jeune acquiesça.
- Macario, le dirigeant de la section 23 et Fritz, le directeur de notre chaîne de radio –répondit-il en désignant du doigt ses deux camarades.
- Non, personne ne m’a mis au courant, mais il n’y a pas de problème –dit l’écrivain- En quoi puis-je être utile ? C’est à propos de la semaine de la culture à Santa Ana ? J’ai déjà répondu que c’était bon, que j’irai et j’ai signé le manifeste. Il est sorti aujourd’hui, non ?
- Nous voulons vous faire signer un autre petit papier –déclara le dirigeant des mineurs
- Un chèque ?
Les trois personnages rirent.
- Non, camarade, c’est pire –dit Fritz.
José Daniel sourit.
- Nous voulons que vous soyez le chef de police de Santa Ana. […]
1 commentaire:
Juste quelques remarques :
- Pour "presidente municipal", j'ai trouvé que c'était l'équivalent de "alcalde" au Mexique, donc le "maire" (En France, on pourrait dire "Premier conseiller")
- Pour "La Raya", titre d'un roman du protagoniste, j'ai préféré traduire par "frontière". (C'est aussi le nom attribué il y a des siècles à la frontière entre l'Espagne et le Portugal.) Il existe également un film "Punto y raya" (avec jeu de mots sur l'expression) qui évoque la frontière Colombie/Vénézuela. Comme on parle de "Braceros", sans doute veut-il parler des saisonniers ou des journaliers qui passent la frontière clandestinement ?
- Pour le roman cité "Muerte..." je me suis inspirée du titre d'Hemingway...(Plagia ?)
- Question de normes typo : doit-on écrire "colt.45" ou "colt 45" ? Il me semble avoir lu quelque part qu'il faut un point devant le nombre, mais je n'en suis pas certaine.
- Pour les nombres, il faut un tiret : "cinquante-deux".
- Pour les notes du Traducteurs, je pense comme Olivier que l'explicitation de D.F., villista et priista sont nécessaires bien sûr !
Voilà c'est tout pour l'instant !
Je vous laisse la parole et espère quelques réponses sur mes doutes ...Merci !
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