par JWL0105
Había sido educado para vivir aquí, en el pueblo. Para dirigir prosaicamente la fábrica de quesos y mantequilla que tenía su padre, y cuidar de sus tierras. Tenía un título de ingeniero industrial. Le gustaba el campo... Había sido educado también para vivir con una gran comodidad y con todas las satisfacciones materiales que su familia exigía a la vida. Y se le había dotado de muchas cosas más. Tenía una enorme fuerza física y la cultivó. Le gustaba vivir bien, pero desde muchacho había sido cazador y excursionista y sabía soportar penalidades y hacer frente a muchas situaciones... La guerra le lanzó fuera del pueblo y luego fuera de España. Cuando su hijo Miguel iba a nacer, al terminarse la guerra civil, tuvo que dejar a Paulina en Barcelona, casi abandonada a su suerte... Y aunque pensaba volver en seguida a España, las cosas se arreglaron de tal manera que embarcó hacia América Central, y no hacía ni año y medio que estaba otra vez en su país. Recordó cómo había tenido ocasión de enriquecerse en dos o tres momentos, y no lo logró por algo, una especie de destino extraño que acababa desbaratando todos sus planes ambiciosos. Podía recordar el peor de aquellos momentos, aquella ocasión en que pensó divorciarse en Méjico aprovechando ciertas leyes arbitrarias, para poder casarse con una millonada histérica. Con este matrimonio le parecía que hubiese llegado a una cumbre de poder económico fabuloso... La millonaria se aburrió de él antes de que hubiese terminado de decidir tal proyecto. Paulina no lo supo nunca... Las mujeres no habían sido factor muy fuerte en el destino de Eulogio. Sólo aquel afán de triunfo, de hacer cosas, de moldear la vida. Y es claro, siempre recordaba que tenía un hijo. Él era un hombre muy viril, con un profundo instinto paternal. Al fin creyó que era necesario encontrar otra vez el hogar y el hijo... Pero aún después de su regreso estuvo más de un año empeñado, con aquella ambición de siempre, en una lucha áspera en Madrid, metidos él y la familia en un piso modesto, alquilado con muebles, aguardando la gran ocasión de llegar a dirigir las Empresas Comerciales Nives, en las que trabajaba. Fue un año de dureza, de mal humor, de exigencias con Paulina, que tenía que vivir adaptándose a un sueldo pequeño y que estaba enferma... Un año durante el que se hizo el sordo a las llamadas, a las visitas y a las cartas de su madre... Al fin, cuando Paulina se vino a Villa de Robre, casi secuestrada por Mariana, y le nació aquí un hijo prematuro y muerto, él consintió en venir por obligación... Y solamente darle el olor del valle en la nariz, oír el habla especial de las gentes, encontrar los cómodos sillones de Mariana y ver la chimenea de ladrillos que sobresalía del edificio de la fábrica, supo que aquello era su destino. El destino que desde siempre le estaba aguardando. Y... se quedaba. Ahora mismo, esta tarde, había decidido quedarse. Mariana había tenido razón desde el primer día. Era lógico que al terminar el plazo de arrendamiento de la fábrica el la tomase en sus manos. Tenía que levantar lo que era suyo. Cuidar de aquellas tierras y de la ganadería. Y hasta, ¿por qué no?, sus grandes y emocionantes bosques de Las Duras podían ser una aventura más grande que ninguna de las que le pudieran haber sucedido por el mundo. Su verdadera finalidad estaba en el trabajo que le gustaba y quería hacer. En ese olor de la lluvia de tempestad, en todas estas ramas agitadas encontraba un sentido, nuevo y viejo. Había cosas que empezaron sus abuelos y él tenía que continuar, y cosas que podía empezar a hacer él mismo, allí en su propia tierra, y que sus hijos continuarían...
Carmen Laforet, La mujer nueva
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