El muchacho de fragancia a Vetiver de 1874 ligada con cebollinos, preguntó en tono meloso si yo era hermana de Lucio y de Andró. Este último no pudo ocultar su hechizo y dejó el terreno libre, esa misma madrugada siguió viaje a Berlín. Sin duda le caí en gracia al barman de Montpellier. Al punto averigüé que de día trabajaba de maestro de cocina en Priscilla Delicatessen, restaurante antes situado en la calle Jane con la Sexta Avenida o Avenida de las Américas; ya no existe: en su lugar han abierto una dulcería fina. De noche lo contrataban para servir en fiestas. Terminé de tirar los rollos, los invitados fueron esfumándose por el pórtico, o por las puertas de las habitaciones. El camarero y yo nos escabullimos a la parte trasera de la residencia. Nos perdimos a través de una ventana en la madrugada olorosa, no sé por qué, a jazmines quemados. Nos arrebujamos en la escalera exterior del edificio, igualita a la que aparece al final de la película Pretty woman, por donde sube Richard Gere a rescatar a Julia Roberts de los malos vicios, mejor dicho, de la putería; una de esas escaleras de servicio que hay en Nueva York hasta para hacer pudines, nos pusimos a matearnos el camarero y yo.
Zoé Valdés, Café nostalgia
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