Aujourd'hui, je vous propose le texte qui a été donné aux agrégatifs en devoir blanc. Montrez donc ce que vous savez faire. Je suis certaine que Brigitte ne va pas résister à la tentation !
Dans la Recherche du temps perdu, œuvre d'un certain Marcel, autre concierge notoire, Legrandin est un snob écartelé entre deux mondes, celui qu'il fréquente et celui dans lequel il voudrait pénétrer, un pathétique snob dont d’espoir en amertume et de servilité en dédain, la lavallière exprime les plus intimes fluctuations. Ainsi, sur la place de Combray, ne désirant point saluer les parents du narrateur mais devant toutefois les croiser, charge-t-il l’écharpe de signifier, en la laissant voler au vent, une humeur mélancolique qui dispense des salutations ordinaires.
Pierre Arthens, qui connaît son Proust mais n'en a conçu à l'endroit des concierges aucune mansuétude spéciale, se racle la gorge avec impatience.
Je rappelle sa question:
— Pourriez vous me l'apporter immédiatement (le paquet par coursier les colis de riche n'empruntant pas les voies postales usuelles) ?Je rappelle sa question:
— Oui, dis-je, en battant des records de concision, encouragée en cela par la sienne et par l'absence de s'il vous plaît que la forme interrogative et conditionnelle ne saurait, d'après moi, excuser totalement.
— C'est très fragile, ajoute-t-il, faites attention, je vous prie.
La conjugaison de l'impératif et du «je vous prie » n'a pas non plus l'heur de me plaire, d'autant qu'il me croit incapable de telles subtilités syntaxiques et ne les emploie que par goût, sans avoir la courtoisie de supposer que je pourrais m'en sentir insultée. C'est toucher le fond de la mare sociale que d'entendre dans la voix d'un riche qu'il ne s'adresse qu'à lui même et que, bien que les mots qu'il prononce vous soient techniquement destinés, il n'imagine même pas que vous puissiez les comprendre.
— Fragile comment? – je demande donc d'un ton peu engageant.
Il soupire ostensiblement et je perçois dans son haleine une très légère pointe de gingembre.
— Il s'agit d'un incunable, me dit-il et il plante dans mes yeux, que je tâche de rendre vitreux, son regard satisfait de grand propriétaire.
— Eh bien, grand bien vous fasse, dis je en prenant un air dégoûté. Je vous l'apporterai dès que le coursier sera là.
Et je lui claque la porte au nez.
La perspective que Pierre Arthens narre ce soir à sa table, au titre de bon mot, l'indignation de sa concierge, parce qu'il a fait mention devant elle d'un incunable et qu'elle y a sans doute vu quelque chose de scabreux, me réjouit fort.
Dieu saura lequel de nous deux s'humilie le plus.
Muriel Barbéry, L’élégance du hérisson
***
Finalement, c'est Olivier qui n'a pas résisté. Voici sa traduction :
En « En busca del tiempo perdido”, obra de un tal Marcel, otro famoso conserje, Legrandin es un esnob dividido entre dos mundos, el que frecuenta y el que desea integrar, un esnob patético cuyas más intimas fluctuaciones las expresa su chalina, desde la esperanza hasta la amargura, desde la servidumbre hasta el desdén.
Así, en la plaza de Combray, sin el mínimo deseo de saludar a los padres del narrador, a pesar de tener que cruzar su camino, encarga a su bufanda señalar, dejándola ondear al viento, un humor melancólico que exenta de los saludos usuales. Pierre Arthens, que no por conocer la obra de Proust alberga una especial mansedumbre para los conserjes, carraspea con impaciencia.
Vuelvo a recordar su pregunta:
- ¿Podría usted traérmelo inmediatamente? (el paquete por mensajero ya que los de los ricos no transitan por los canales usuales del correo)
- Sí, contesto, batiendo record de concisión, animado en eso por la suya propia y por la ausencia de por favor que la forma interrogativa y condicional no sabría, en mi opinión, disculpar del todo.
- Es muy frágil, añade, tenga cuidado, se lo ruego.
La conjugación del imperativo y del “se lo ruego” no tuvo tampoco la suerte de complacerme, más aun ya que él no me cree capaz de tales sutilezas de sintaxis, y que los emplea por simple gusto, sin tener la cortesía de suponer que podría yo por ellos sentirme insultado.
Es tocar el fondo de la charca social notar en la voz de un rico que no se dirige a nadie sino a él mismo y que, a pesar de que las palabras que pronuncia lo sean técnicamente a vuestra intención, ni imagina siquiera que uno pueda entenderlas.
- ¿Qué entiende por frágil? – pregunto pues con tono de pocos amigos.
Suspira ostensiblemente y percibo en su aliento un leve olor a ginebra.
- Se trata de un incunable, me dice hundiendo en mis ojos, que intento convertir vidriosos, su mirada satisfecha de gran propietario.
- Pues bien, mejor para usted, digo yo con aire asqueado. Se lo llevaré en cuanto llegue el mensajero. Y pego un portazo. La perspectiva de que Pierre Arthens cuente esta misma noche, durante la cena, como algo chistoso, la indignación de su conserje al mencionar él un incunable y pensar ella con toda probabilidad que era algo escabroso, me hace muchísima gracia. Dios sabrá cuál es el más humillado de los dos.
En « En busca del tiempo perdido”, obra de un tal Marcel, otro famoso conserje, Legrandin es un esnob dividido entre dos mundos, el que frecuenta y el que desea integrar, un esnob patético cuyas más intimas fluctuaciones las expresa su chalina, desde la esperanza hasta la amargura, desde la servidumbre hasta el desdén.
Así, en la plaza de Combray, sin el mínimo deseo de saludar a los padres del narrador, a pesar de tener que cruzar su camino, encarga a su bufanda señalar, dejándola ondear al viento, un humor melancólico que exenta de los saludos usuales. Pierre Arthens, que no por conocer la obra de Proust alberga una especial mansedumbre para los conserjes, carraspea con impaciencia.
Vuelvo a recordar su pregunta:
- ¿Podría usted traérmelo inmediatamente? (el paquete por mensajero ya que los de los ricos no transitan por los canales usuales del correo)
- Sí, contesto, batiendo record de concisión, animado en eso por la suya propia y por la ausencia de por favor que la forma interrogativa y condicional no sabría, en mi opinión, disculpar del todo.
- Es muy frágil, añade, tenga cuidado, se lo ruego.
La conjugación del imperativo y del “se lo ruego” no tuvo tampoco la suerte de complacerme, más aun ya que él no me cree capaz de tales sutilezas de sintaxis, y que los emplea por simple gusto, sin tener la cortesía de suponer que podría yo por ellos sentirme insultado.
Es tocar el fondo de la charca social notar en la voz de un rico que no se dirige a nadie sino a él mismo y que, a pesar de que las palabras que pronuncia lo sean técnicamente a vuestra intención, ni imagina siquiera que uno pueda entenderlas.
- ¿Qué entiende por frágil? – pregunto pues con tono de pocos amigos.
Suspira ostensiblemente y percibo en su aliento un leve olor a ginebra.
- Se trata de un incunable, me dice hundiendo en mis ojos, que intento convertir vidriosos, su mirada satisfecha de gran propietario.
- Pues bien, mejor para usted, digo yo con aire asqueado. Se lo llevaré en cuanto llegue el mensajero. Y pego un portazo. La perspectiva de que Pierre Arthens cuente esta misma noche, durante la cena, como algo chistoso, la indignación de su conserje al mencionar él un incunable y pensar ella con toda probabilidad que era algo escabroso, me hace muchísima gracia. Dios sabrá cuál es el más humillado de los dos.
***
Brigitte nous propose sa traduction :
En la Busca del tiempo perdido, obra de un tal Marcel, otro conserje notorio, Legandin es un esnob dividido entre dos mundos : el que frecuenta y el que anhela integrar, un cursi patético cuya chalina expresa las más íntimas fluctuaciones, desde la esperanza hasta la amargura y desde el servilismo hasta el desdén.
Así pues, en la plaza de Combray, como no le apetece saludar a los padres del narrador aunque sin otro remedio que cruzarse con ellos, le encarga a su corbata significar, dejándola flotar al viento, un humor meláncolico que dispensa de los saludos triviales.
Pierre Arthens, que bien conoce a su Proust pero no siente por los conserjes ninguna mansedumbre especial, carraspea, impaciente.
Recuerdo su pregunta :
- ¿ Me lo podría traer usted ? (el paquete por mensajero, ya que los envíos de los ricos no suelen seguir las vías postales habituales)
- Sí, digo yo, batiéndo un récord de concisión, animada en ello por la suya y por la falta de por favor que la forma interrogativa y el modo condicional no podría, en mi opinión, excusar por completo.
- Es muy frágil, añade, le ruego tenga mucho cuidado.
La conjugación en forma imperativa y el « se lo ruego » tampoco me gustan nada, tanto que él me cree incapaz de tales sutilezas sintácticas y que sólo las usa por gusto, sin tener la cortesía de suponer que acaso pudiera sentirme injuriada por ello. Oír en la voz de un rico que sólo se dirige a sí mismo y que, aunque las palabras que pronuncia le están técnicamente destinadas, ni siquiera se imagina que una las llegase a comprender, es como tocar fondo de la charca social.
- ¿ Cómo de frágil ? – pregunto entonces con un tono de desgana.
Suspira de manera ostensible y puedo notar en su aliento una pizca de olor a jengibre.
- Se trata de un incunable, me dice y clava en mis ojos que yo procuro aparentar vidriosos, su mirada satisfecha de propietario.
- Pues bien, digo, poniendo cara de asco. Se lo traeré en cuanto esté el comisionario.
Y le cierro la puerta en las narices.
La perspectiva que Pierre Arthens fuera a contar durante la cena, en su propia mesa, a modo de broma, la indignación de su portera porque mencionó ante ella un incunable y que sin lugar a dudas ella habría imaginado como algo escandaloso, me alegró sobremanera.
Diós sabe cuál de los dos se humilla más.
En la Busca del tiempo perdido, obra de un tal Marcel, otro conserje notorio, Legandin es un esnob dividido entre dos mundos : el que frecuenta y el que anhela integrar, un cursi patético cuya chalina expresa las más íntimas fluctuaciones, desde la esperanza hasta la amargura y desde el servilismo hasta el desdén.
Así pues, en la plaza de Combray, como no le apetece saludar a los padres del narrador aunque sin otro remedio que cruzarse con ellos, le encarga a su corbata significar, dejándola flotar al viento, un humor meláncolico que dispensa de los saludos triviales.
Pierre Arthens, que bien conoce a su Proust pero no siente por los conserjes ninguna mansedumbre especial, carraspea, impaciente.
Recuerdo su pregunta :
- ¿ Me lo podría traer usted ? (el paquete por mensajero, ya que los envíos de los ricos no suelen seguir las vías postales habituales)
- Sí, digo yo, batiéndo un récord de concisión, animada en ello por la suya y por la falta de por favor que la forma interrogativa y el modo condicional no podría, en mi opinión, excusar por completo.
- Es muy frágil, añade, le ruego tenga mucho cuidado.
La conjugación en forma imperativa y el « se lo ruego » tampoco me gustan nada, tanto que él me cree incapaz de tales sutilezas sintácticas y que sólo las usa por gusto, sin tener la cortesía de suponer que acaso pudiera sentirme injuriada por ello. Oír en la voz de un rico que sólo se dirige a sí mismo y que, aunque las palabras que pronuncia le están técnicamente destinadas, ni siquiera se imagina que una las llegase a comprender, es como tocar fondo de la charca social.
- ¿ Cómo de frágil ? – pregunto entonces con un tono de desgana.
Suspira de manera ostensible y puedo notar en su aliento una pizca de olor a jengibre.
- Se trata de un incunable, me dice y clava en mis ojos que yo procuro aparentar vidriosos, su mirada satisfecha de propietario.
- Pues bien, digo, poniendo cara de asco. Se lo traeré en cuanto esté el comisionario.
Y le cierro la puerta en las narices.
La perspectiva que Pierre Arthens fuera a contar durante la cena, en su propia mesa, a modo de broma, la indignación de su portera porque mencionó ante ella un incunable y que sin lugar a dudas ella habría imaginado como algo escandaloso, me alegró sobremanera.
Diós sabe cuál de los dos se humilla más.
***
Odile nous propose sa traduction :
En « En busca del tiempo perdido », obra de un tal Marcel, otro portero famoso, Legrandin es un esnob dividido entre dos mundos, él que frecuenta y él que quisiera integrar, un pátetico esnob, cuyas más intimas fluctuaciones las expresa su chalina, de la esperanza hacia la amargura y del servilismo hacia el desdén.
Así es como, en la plaza de Combray, no queriendo en absoluto saludar a los padres del narrador, pero sin embargo teniendo que cruzarse con ellos, encarga la bufanda de significar, al dejarla flotar en el viento, un humor melancólico que exime de los saludos usuales. Pierre Arthens, que conoce a su Proust, pero que por lo tanto no ha concebido hacia los porteros ninguna mansuetud especial, carraspea con impaciencia.
Vuelvo a recordar su pregunta:
- Podría traérmelo inmediatemente (el paquete por mensajero, puesto que los paquetes de la gente rica no transitan por las vías postales ordinarias)?
- Sí, contesto, batiendo todos los récords de concisión, animada por la suya y por la ausencia de « por favor « que la forma interrogativa y condicional no sabría, según pienso yo, excusar del todo.
- Es muy frágil, añade, tenga cuidado, se lo ruego.
La conjugación del imperativo y del « « se lo ruego » no me cae bien, además me piensa incapaz de tales subtilezas sintácticas y sólo las emplea por gusto, sin tener la cortesía de suponer que yo podría sentirme insultada por ello. Ya es llegar al fondo del charco social el oír en la voz de un rico que se dirige únicamente a él mismo y que, aunque las palabras que pronuncia sean tecnicámente destinadas a una, ni siquiera le viene à la mente que una las pueda entender. - ¿Fragil de qué manera? - pregunto entonces con un tono poco agradable.
Suspira de modo ostensible y noto en su aliento un muy ligero olor a gingibre.
- Se trata de un incunable, dice, y pone en mis ojos, a los que intento dar un aspecto vidrioso, su mirada satisfecha de gran propietario.
- Pues muy bien, mejor para usted, digo con aire asqueado. Se lo traeré en cuanto el mensajero este aquí.
Y pego un portazo.
La perspectiva de que Pierre Arthens cuente esta misma noche, a la hora de la cena, como un cosa divertida, la indignación du su portera, porque ha mencionado un incunable y que muy seguramente ella habrá tomado la palabra en un sentido escabroso, me alegra mucho. Dios sabrá cual de los dos se humilla más.
En « En busca del tiempo perdido », obra de un tal Marcel, otro portero famoso, Legrandin es un esnob dividido entre dos mundos, él que frecuenta y él que quisiera integrar, un pátetico esnob, cuyas más intimas fluctuaciones las expresa su chalina, de la esperanza hacia la amargura y del servilismo hacia el desdén.
Así es como, en la plaza de Combray, no queriendo en absoluto saludar a los padres del narrador, pero sin embargo teniendo que cruzarse con ellos, encarga la bufanda de significar, al dejarla flotar en el viento, un humor melancólico que exime de los saludos usuales. Pierre Arthens, que conoce a su Proust, pero que por lo tanto no ha concebido hacia los porteros ninguna mansuetud especial, carraspea con impaciencia.
Vuelvo a recordar su pregunta:
- Podría traérmelo inmediatemente (el paquete por mensajero, puesto que los paquetes de la gente rica no transitan por las vías postales ordinarias)?
- Sí, contesto, batiendo todos los récords de concisión, animada por la suya y por la ausencia de « por favor « que la forma interrogativa y condicional no sabría, según pienso yo, excusar del todo.
- Es muy frágil, añade, tenga cuidado, se lo ruego.
La conjugación del imperativo y del « « se lo ruego » no me cae bien, además me piensa incapaz de tales subtilezas sintácticas y sólo las emplea por gusto, sin tener la cortesía de suponer que yo podría sentirme insultada por ello. Ya es llegar al fondo del charco social el oír en la voz de un rico que se dirige únicamente a él mismo y que, aunque las palabras que pronuncia sean tecnicámente destinadas a una, ni siquiera le viene à la mente que una las pueda entender. - ¿Fragil de qué manera? - pregunto entonces con un tono poco agradable.
Suspira de modo ostensible y noto en su aliento un muy ligero olor a gingibre.
- Se trata de un incunable, dice, y pone en mis ojos, a los que intento dar un aspecto vidrioso, su mirada satisfecha de gran propietario.
- Pues muy bien, mejor para usted, digo con aire asqueado. Se lo traeré en cuanto el mensajero este aquí.
Y pego un portazo.
La perspectiva de que Pierre Arthens cuente esta misma noche, a la hora de la cena, como un cosa divertida, la indignación du su portera, porque ha mencionado un incunable y que muy seguramente ella habrá tomado la palabra en un sentido escabroso, me alegra mucho. Dios sabrá cual de los dos se humilla más.
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