dimanche 3 mai 2009

Votre thème du week-end, Dumas

En photo : Alexandre Dumas par IrishDave5000

L’arsenal

Le 4 décembre 1846, mon bâtiment étant à l’ancre depuis la veille dans la baie de Tunis, je me réveillai vers cinq heures du matin avec une de ces impressions de profonde mélancolie qui font, pour tout un jour, l’œil humide et la poitrine gonflée.
Cette impression venait d’un rêve.
Je sautai en bas de mon cadre, je passai un pantalon à pieds, je montai sur le pont, et je regardai en face et autour de moi.
J’espérais que le merveilleux passage qui se déroulait sous mes yeux allait distraire mon esprit de cette préoccupation, d’autant plus obstinée qu’elle avait une cause moins réelle.
J’avais devant moi, à une portée de fusil, la jetée qui s’étendait du fort de la Goulette au fort de l’Arsenal, laissant un étroit passage aux bâtiments qui veulent pénétrer du golfe dans le lac. Ce lac, aux eaux bleues comme l’azur du ciel qu’elles réfléchissaient, était tout agité, dans certains endroits, par les battements d’ailes d’une troupe de cygnes, tandis que, sur des pieux plantés de distance en distance pour indiquer des bas-fonds, se tenait immobile, pareil à ces oiseaux qu’on sculpte sur les sépulcres, un cormoran qui, tout à coup, se laissait tomber à la surface de l’eau avec un poisson au travers du bec, avalait ce poisson, remontait sur son pieu, et reprenait sa taciturne immobilité jusqu’à ce qu’un nouveau poisson, passant à sa portée, sollicitât son appétit, et, l’emportant sur sa paresse, le fit disparaître de nouveau pour reparaître encore.
Et pendant ce temps, de cinq minutes en cinq minutes, l’air était rayé par une file de flamants dont les ailes de pourpre se détachaient sur le blanc mat de leur plumage, et, formant un dessin carré, semblaient un jeu de cartes composé d’as de carreau seulement, et volant sur une seule ligne.
À l’horizon était Tunis, c’est-à-dire un amas de maisons carrées, sans fenêtres, sans ouvertures, montant en amphithéâtre, blanches comme de la craie et se détachant sur le ciel avec une netteté singulière. À gauche s’élevaient, comme une immense muraille à créneaux, les montagnes de Plomb, dont le nom indique la teinte sombre ; à leur pied rampaient le marabout et le village des Sidi-Fathallah ; à droite on distinguait le tombeau de saint Louis et la place où fut Carthage, deux des plus grands souvenirs qu’il y ait dans l’histoire du monde. Derrière nous se balançait à l’ancre le Montézuma, magnifique frégate à vapeur de la force de quatre cent cinquante chevaux.
Certes, il y avait bien là de quoi distraire l’imagination la plus préoccupée. À la vue de toutes ces richesses, on eût oublié la veille, le jour et le lendemain. Mais mon esprit était, à dix ans de là, fixé obstinément sur une seule pensée qu’un rêve avait clouée dans mon cerveau.

Alexandre Dumas, La Femme au collier de velours, 1850.

***

Brigitte nous propose sa traduction :

El Arsenal

El 4 de diciembre de 1846, se hallaba anclado mi navío en la bahía de Túnez desde la víspera, me desperté hacia las cinco de la madrugada con una de esas impresiones de profunda melancolía que dan para todo el día los ojos húmedos y el pecho hinchado.
Esta sensación procedía de un sueño. Salté de mi litera me pusé unos pantalones con pies, subí a la cubierta, y miré al frente y a mi alrededor.
Esperaba que el maravilloso paisaje que se desarrollaba bajo mi vista apartara mi espíritu de esta preocupación, tanto más obstinada cuanto menos real era su causa.
Tenía ante los ojos, a poca distancia, la escollera que se extendía desde el fuerte de la Goulette hasta el fuerte del Arsenal, dejando un estrecho paso a los barcos que quieren adentrarse desde el golfo hasta la laguna.
Dicha laguna, cuyas aguas eran tan azules como el azul celeste del cielo que reflejaban, estaba muy agitada en ciertas partes por los aleteos de un grupo de cisnes mientras que, en las estacas plantadas a intervalos para señalar los bajíos, se quedaba inmóvil, como esas aves esculpidas sobre los sepulcros, un cormorán que, de golpe, se dejaba caer a la superficie del agua con un pez a través del pico, se tragaba este pez, volvía a subir a su estaca, y se mantenía en su callada inmovilidad hasta que otro pez, que pasara a su alcance, solicitara su apetito y, acabando por vencer su pereza, le hiciera desaparecer de nuevo, para volver a aparecer una vez más. Y mientras tanto, cada cinco minutos, el aire era rayado por una línea de flamencos cuyas alas purpúreas se destacaban sobre el blanco mate de su plumaje, y, formando un dibujo cuadrado, parecía ser una baraja compuesta sólo con ases de diamante, y volando en una sola fila.
A lo lejos, estaba Túnez, es decir un amontonamiento de casas cuadradas, sin ventanas, sin aperturas, que subían en anfiteatro, blancas como la tiza y destacaban sobre el cielo con una nitidez singular. A la izquierda se levantaban, como una inmensa muralla almenada, los montes de Plomo cuyo nombre indica el color oscuro ; a sus pies se arrastraban el morábito y el pueblo de los Sidi Fatallah ; a la derecha se divisaban la tumba de Luis IX el Santo y el sitio donde estuvo Cartago, dos de los mayores recuerdos en la historia del mundo. Detrás de nosotros se balanceaba el ancla del Montezuma, magnífica fragata a vapor con una fuerza de cuatrocientos cincuenta caballos.
Por cierto, ahí estaba lo necesario para distraer la imaginación más preocupada. A la vista de tantas riquezas, uno se hubiera olvidado del ayer, del hoy y de la mañana. Pero mi pensamiento se hallaba, a diez años de aquí, fijado de manera obstinada en un pensamiento único que un sueño me había clavado en la mente.

***

Odile nous propose sa traduction :

El Arsenal

El 4 de diciembre de 1846, hallándose anclado mi navío en la bahía de Túnez desde la víspera, me desperté hacia las cinco de la madrugada con una de estas impresiones de profunda melancolía que ponen para todo el día los ojos húmedos y el corazón en un puño.
Este sentimiento procedía de un sueño. Salté de mi litera, me puse unos pantalones con pies, subí a la cubierta, y miré delante y en torno mío.
Tenía la esperanza de que el maravilloso paisaje que se extendía ante mis ojos alejara mi espíritu de esta preocupación, tanto más obstinada cuanto menos real era su causa.
Tenía ante los ojos, a tiro de fusil, la escollera que se extendía desde la ciudadela de la Goulette hasta la ciudadela del Arsenal, dejando un estrecho paso para los barcos que quieren adentrarse desde el golfo hasta el lago.
Este lago, cuyas aguas eran tan azules como el azul celeste del cielo que reflejaban, estaba muy agitado en algunas partes por los aleteos de un grupo de cisnes mientras que, en las estacas puestas a intervalos para señalar los bajíos, permanecía inmóvil, semejante a esas aves esculpidas sobre los sepulcros, un cormorán que, de repente, se dejaba caer a la superficie del agua con un pez al través del pico, se tragaba este pez, volvía a subir a su estaca, y permanecía en su taciturna inmovilidad hasta que otro pez, pasando a su alcance, solicitara su apetito y, venciedo su pereza, lo hiciera desaparecer de nuevo, para volver a aparecer de nuevo. Y mientras tanto, cada cinco minutos, el aire era rayado por una fila de flamencos cuyas alas purpúreas se destacaban en el blanco mate de su plumaje, y, formando un dibujo cuadrado, parecían figurar una baraja compuesta sólo de ases de diamante, y volando en una única línea.
A lo lejos, estaba Túnez, es decir un amontonamiento de casas cuadradas, sin ventanas, sin aperturas, escalonadas como un anfiteatro, blancas como la creta y que se recortaban en el cielo con una nitidez singular. A la izquierda se levantaban, como una inmensa muralla almenada, los montes de Plomo cuyo nombre indica el color oscuro ; a sus pies se arrastraban el morábito y el pueblo de los Sidi- Fathallah ; a la derecha se divisaban la tumba de Luis IX el Santo y el antiguo asiento de Cartago, dos de los mayores recuerdos de la historia del mundo. Detrás de nosotros, con el ancla aferrada, se balanceaba el Montézuma, magnífica fragata de vapor con una potencia de cuatrocientos cincuenta caballos.
Por cierto, ahí había bastante para distraer la imaginación más preocupada. Al ver tantas riquezas, uno se hubiese olvidado de ayer, de hoy y de mañana. Pero mi pensamiento se hallaba, diez años para atrás, fijado obstinadamente en un pensamiento único que un sueño me había grabado en la mente.

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