CON Oriana en el concierto. De Beethoven a Wagner, los músicos no han hecho más que novelas.
Sólo que Wagner a sus novelas las llamaba óperas. Beethoven se obstina en contarnos sus tormentas interiores y Wagner nos cuenta sus amores a través del amor de unos mitos incómodos, Tristán e Isolda, todo eso.
La burguesía y la aristocracia han consumido mucho psicologismo, mucho novelismo y mucho
chisme creyendo que consumían música en estado puro. Pero la música sin novela no la hubieran entendido ni gustado. Un melodrama no es sino un drama con música, lo que hicieron siempre los músicos que he nombrado y tantos otros. La gran burguesía europea, ya digo, ha consumido mucha novela barata y mucho psicologismo tardo, mientras las buenas novelas contemporáneas a todo eso dormían en casa, y a lo mejor sólo las leía un poco el estudiante inquieto o el abuelo cansado, empecinado, un hombre todavía de la solitaria galaxia Gutenberg.
La música principia a ser música con Debussy, formas sonoras y gratuitas, gracia inopinada del
sonido, combinaciones felices de las formas sonoras, algo así como los móviles de Calder, pues Debussy tiene ya mucho que ver con el abstracto. Era el músico de Gerardo Diego, el poeta
pianista, mi amigo, que como poeta, efectivamente, hizo toda una lírica de creación que no es sino estructura léxica, palabra por sí misma, «jitanjáfora», como él hubiera dicho.
La avidez por la música tácitamente argumental es la avidez de toda la burguesía —clase industriosa— por las cosas de provecho, por el sentido práctico de las cosas, que va del didactismo a la curiosidad, dos actitudes que nada tienen que ver con ningún arte. Lo que no se comprende en este fin de siglo es que desde el XVIII la música, esa música, siga constituyendo espiritualidad, refinamiento y buen gusto. Leían novelones malos y escuchaban música selecta: no puede ser, aquí hay un equívoco: el equívoco estaba en que los novelones musicales eran tan novelones como los editoriales o literarios, sólo que se consumían en más distinguida ocasión: un concierto, una ópera, una gala.
Sólo que Wagner a sus novelas las llamaba óperas. Beethoven se obstina en contarnos sus tormentas interiores y Wagner nos cuenta sus amores a través del amor de unos mitos incómodos, Tristán e Isolda, todo eso.
La burguesía y la aristocracia han consumido mucho psicologismo, mucho novelismo y mucho
chisme creyendo que consumían música en estado puro. Pero la música sin novela no la hubieran entendido ni gustado. Un melodrama no es sino un drama con música, lo que hicieron siempre los músicos que he nombrado y tantos otros. La gran burguesía europea, ya digo, ha consumido mucha novela barata y mucho psicologismo tardo, mientras las buenas novelas contemporáneas a todo eso dormían en casa, y a lo mejor sólo las leía un poco el estudiante inquieto o el abuelo cansado, empecinado, un hombre todavía de la solitaria galaxia Gutenberg.
La música principia a ser música con Debussy, formas sonoras y gratuitas, gracia inopinada del
sonido, combinaciones felices de las formas sonoras, algo así como los móviles de Calder, pues Debussy tiene ya mucho que ver con el abstracto. Era el músico de Gerardo Diego, el poeta
pianista, mi amigo, que como poeta, efectivamente, hizo toda una lírica de creación que no es sino estructura léxica, palabra por sí misma, «jitanjáfora», como él hubiera dicho.
La avidez por la música tácitamente argumental es la avidez de toda la burguesía —clase industriosa— por las cosas de provecho, por el sentido práctico de las cosas, que va del didactismo a la curiosidad, dos actitudes que nada tienen que ver con ningún arte. Lo que no se comprende en este fin de siglo es que desde el XVIII la música, esa música, siga constituyendo espiritualidad, refinamiento y buen gusto. Leían novelones malos y escuchaban música selecta: no puede ser, aquí hay un equívoco: el equívoco estaba en que los novelones musicales eran tan novelones como los editoriales o literarios, sólo que se consumían en más distinguida ocasión: un concierto, una ópera, una gala.
Francisco Umbra, Un ser de lejanías
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