Lors de notre déjeuner de vendredi dernier, Jean-Marie Saint-Lu nous a parlé d'un petit texte « éblouissant » (sur la traduction) qu'il est en train de traduire…
Généreusement, il nous en fait profiter. Merci à lui !
Bonne lecture à tous.
En 1646, Jacinto de Herrera y Sotomayor publicó en Madrid su traducción de las Mémoires de la reine Marguerite de Valois. El texto, que en español se tradujo como Memorias que escribió de sí Margarita de Francia, es de una extraordinaria belleza y calidad y en él, como dice Herrera, “la más ilustre princesa... se describió a sí misma para vivir con alma en sus retratos”. Preciosa figura ésta en la que las “memorias [escritas] de sí” por la propia Marguerite darían vida -animarían- a los retratos que guardaban otra memoria, la visual, de la reina. Sólo queda imaginar una escena en la que las memorias se leyeran en voz alta frente a un retrato de la que fue primera esposa de Enrique IV. Algo perfectamente posible si tenemos en cuenta algunos testimonios sobre cómo los aposentos elegidos para leer la correspondencia familiar eran, precisamente, las galerías de retratos.
El libro de Marguerite de Valois se publicó con una aprobación de Juan Ponce de León, quien aprovechó la ocasión que se le brindaba para escribir sobre las dificultades que suponía traducir y sobre cuál era exactamente el trabajo de un traductor. Dice el padre mínimo que:
“Entre los doctos se tiene por menos arduo escribir un libro de nuevo que traducirlo de su original a ajena lengua, porque el que escribe de nuevo corre por un campo muy dilatado en el que puede extenderse todo a su arbitrio y espaciarse a su voluntad. Pero el que fielmente traduce, va siempre teniendo enfrenada la elección, corregida la libertad, oprimido su dictado y mortificado el propio apetito, determinándole lo que ha de escoger y dejándole sola la facultad de una palabra o de otra, con tal limitación que, aún en esta poquedad de ejercicio, ha de guardar la ley de la proporción y de la correspondencia al original, de tal modo que los borrones de la traducción no vengan a oscurecerle, cuando el intento principal ha de ser ilustrarle”.
Las palabras de Ponce de León son de una enorme riqueza desde el punto de vista de un análisis cultural. Traducir es una operación compleja que pasa por enfrenar la elección y corregir la libertad personales, oprimir el dictado y mortificar el apetito propios. Es decir, para conseguir el objetivo último de guardar la proporción y la correspondencia con el original del que se está ocupando, el traductor tiene que controlar su propia capacidad creativa, tiene que dominar su voluntad de autor, tal y como ésta se expresaría eligiendo libremente de acuerdo a su propios dictado y apetito personales.
He aquí al Traductor como una muestra del autocontrol de las propias pasiones individuales por el que el Barroco mostró una especial predilección, como nos recordó Walter Benjamin en su Origine du drame baroque allemand. En su búsqueda de una obra proporcionada y correspondiente con el original al que sirve, el Traductor se mortifica, se oprime, se corrige y se enfrena a sí mismo para servir a una creación que no es suya, sino de otro. A la luz de esto, me atrevo a sugerir, que el Traductor podría ser un tercer ejemplo que añadir a los barrocos modelos clásicos del Santo y del Cortesano propuestos por Benjamin, pues, como ellos, se controla y autolimita para la obtención de su objetivo final. En su caso, éste no es ni la Santidad ni la Cortesía perfectas, sino la perfecta Traducción.
Santos y Cortesanos renuncian a sus apetitos, controlándose siempre. También lo hace el Traductor y, como decía Juan Ponce de León, se debería considerar más fácil escribir una obra nueva que tener que traducir la obra de otro. En ese sentido, el traductor es una figura de doble autor, un segundo autor más autor que el primer. Él nos permite conocer el original, realizando el enorme esfuerzo de negarse a sí mismo las alas de la invención. Para que su traducción sea excelente, como dice Ponce de León, él ha de ser fiel en el servicio que presta a los lectores y al autor.
Généreusement, il nous en fait profiter. Merci à lui !
Bonne lecture à tous.
En 1646, Jacinto de Herrera y Sotomayor publicó en Madrid su traducción de las Mémoires de la reine Marguerite de Valois. El texto, que en español se tradujo como Memorias que escribió de sí Margarita de Francia, es de una extraordinaria belleza y calidad y en él, como dice Herrera, “la más ilustre princesa... se describió a sí misma para vivir con alma en sus retratos”. Preciosa figura ésta en la que las “memorias [escritas] de sí” por la propia Marguerite darían vida -animarían- a los retratos que guardaban otra memoria, la visual, de la reina. Sólo queda imaginar una escena en la que las memorias se leyeran en voz alta frente a un retrato de la que fue primera esposa de Enrique IV. Algo perfectamente posible si tenemos en cuenta algunos testimonios sobre cómo los aposentos elegidos para leer la correspondencia familiar eran, precisamente, las galerías de retratos.
El libro de Marguerite de Valois se publicó con una aprobación de Juan Ponce de León, quien aprovechó la ocasión que se le brindaba para escribir sobre las dificultades que suponía traducir y sobre cuál era exactamente el trabajo de un traductor. Dice el padre mínimo que:
“Entre los doctos se tiene por menos arduo escribir un libro de nuevo que traducirlo de su original a ajena lengua, porque el que escribe de nuevo corre por un campo muy dilatado en el que puede extenderse todo a su arbitrio y espaciarse a su voluntad. Pero el que fielmente traduce, va siempre teniendo enfrenada la elección, corregida la libertad, oprimido su dictado y mortificado el propio apetito, determinándole lo que ha de escoger y dejándole sola la facultad de una palabra o de otra, con tal limitación que, aún en esta poquedad de ejercicio, ha de guardar la ley de la proporción y de la correspondencia al original, de tal modo que los borrones de la traducción no vengan a oscurecerle, cuando el intento principal ha de ser ilustrarle”.
Las palabras de Ponce de León son de una enorme riqueza desde el punto de vista de un análisis cultural. Traducir es una operación compleja que pasa por enfrenar la elección y corregir la libertad personales, oprimir el dictado y mortificar el apetito propios. Es decir, para conseguir el objetivo último de guardar la proporción y la correspondencia con el original del que se está ocupando, el traductor tiene que controlar su propia capacidad creativa, tiene que dominar su voluntad de autor, tal y como ésta se expresaría eligiendo libremente de acuerdo a su propios dictado y apetito personales.
He aquí al Traductor como una muestra del autocontrol de las propias pasiones individuales por el que el Barroco mostró una especial predilección, como nos recordó Walter Benjamin en su Origine du drame baroque allemand. En su búsqueda de una obra proporcionada y correspondiente con el original al que sirve, el Traductor se mortifica, se oprime, se corrige y se enfrena a sí mismo para servir a una creación que no es suya, sino de otro. A la luz de esto, me atrevo a sugerir, que el Traductor podría ser un tercer ejemplo que añadir a los barrocos modelos clásicos del Santo y del Cortesano propuestos por Benjamin, pues, como ellos, se controla y autolimita para la obtención de su objetivo final. En su caso, éste no es ni la Santidad ni la Cortesía perfectas, sino la perfecta Traducción.
Santos y Cortesanos renuncian a sus apetitos, controlándose siempre. También lo hace el Traductor y, como decía Juan Ponce de León, se debería considerar más fácil escribir una obra nueva que tener que traducir la obra de otro. En ese sentido, el traductor es una figura de doble autor, un segundo autor más autor que el primer. Él nos permite conocer el original, realizando el enorme esfuerzo de negarse a sí mismo las alas de la invención. Para que su traducción sea excelente, como dice Ponce de León, él ha de ser fiel en el servicio que presta a los lectores y al autor.
« Plus auteur que l'auteur. Traduire comme exercice royal et aristocratique », par Fernando Bouza, in Formes de l'écrit au Siècle d'Or espagnol, Collège de France, 2008-2009
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