En silencio y en orden abandonan la sala las mujeres hacia el sótano de la prisión de Ventas. Y Elvira le contesta, a Tomasa, que no tiene frío.
—Pero tengo hambre.
Pero tiene hambre. Tiene tanta hambre como en el puerto de Alicante, cuando esperaba un barco que nunca llegó, y a su madre se le acabaron las joyas y ya no tenía nada para cambiar por chocolate a la guardia italiana que los vigilaba, y el dinero republicano ya no era de curso legal, y los billetes que había ahorrado doña Martina envejecían inútiles en el fondo de una caja de caoba, una caja preciosa que había comprado su padre en Guinea. Porque su padre había vivido en Guinea, antes de conocer a su madre, antes de que lo trasladaran a Pamplona y luego a Burgos, donde se casó con ella y nació Paulino. Su padre había vivido en muchos sitios. Elvira sólo en dos: nació en Valencia, y no salió de Valencia hasta que la trajeron aquí, a esta ciudad que ni siquiera conoce, de la que ha visto tan sólo una plaza de toros, muy bonita, a través de los barrotes de la puerta del furgón. Ni siquiera conoce Alicante, sólo vio una calle con muchas palmeras camino del puerto.
Pero su padre conocía bien todas las ciudades en las que vivió, y de cada una de ellas conservaba un recuerdo. De Malabo se trajo la cajita de madera donde su madre guardaba los ahorros, pero se trajo también una dolencia en el estómago que le obligó a abandonar el ejército cuando la ley de Azaña. Era teniente cuando se retiró. Y Elvira recuerda que su madre se puso muy contenta. Pero no se puso tanto cuando volvió a incorporarse, aunque le hubieran ascendido a capitán. No se puso nada contenta. Fue al principio de la guerra, y el batallón donde su padre era capitán se llamaba Alicante Rojo. Así lo escribía su padre en las cartas, Batallón Alicante Rojo, delante de la fecha y detrás de ¡Viva la República!
Dos días después de recibir el primer ¡Viva la República!, que llegó desde Segorbe, un pueblo de Castellón, Paulino entró en casa con un papel en la mano.
En la boca, Paulino escondía una sonrisa.
—Me he alistado como voluntario, mamá.
Su madre abandonó el peine y la melena roja de Elvira:
—Eres demasiado joven.
—No.
No, replicó Paulino con firmeza mostrándole el papel que llevaba en la mano. Su madre continuó peinando a Elvira:
—Eres demasiado joven, Paulino.
No añadió nada más; acostumbrada a que las decisiones de los hombres no se discuten. Paulino ya es un hombre, le había escrito su marido en la primera carta, y la República le necesita.
Cuando la madre, doña Martina, acabó de anudar una cinta en la cola de caballo que le había hecho a Elvira, la niña corrió a la habitación de su hermano.
—¿Tú también te vas a la guerra?
—Mueve la coleta como a mí me gusta, chiqueta.
El cabello de Elvira azotó el aire a izquierda y derecha, y su hermano aprovechó los ojos cerrados de la niña para tirar de un extremo del lazo.
—Mamá, mamá, Paulino me ha deshecho la coleta. Paulino se marchó al frente esa misma tarde. Acababa de cumplir diecinueve años.
Perrine nous propose sa traduction :
Silencieuses et en rang, les femmes abandonnent la salle pour le sous-sol de la prison de Ventas. Et Elvira répond à Tomasa qu'elle n'a pas froid.
- Mais j'ai faim.
Mais elle a faim. Elle a aussi faim que lorsqu'elle était dans le port d'Alicante, alors qu'elle attendait un bateau qui ne vint jamais, alors que sa mère n'avait plus de bijoux, n'ayant ainsi plus rien à échanger contre du chocolat avec les policiers italiens qui les surveillaient, et en plus la monnaie républicaine n'était plus légale, donc les billets que doña Martina avait économisés jaunissaient, inutiles au fond d'une boîte en acajou, une boîte précieuse que son père avait acheté en Guinée. Car son père avait vécu en Guinée, avant de rencontrer sa mère, avant qu'on ne le transfère à Pamplune puis à Burgos, où il se maria avec elle et naquit Paulino. Son père avait vécu dans de nombreux endroits. Elvira seulement dans deux : elle est née à Valence, et ne l'a pas quitée jusqu'à ce qu'on l'emmène ici, dans cette ville qu'elle ne connaît même pas, dont elle a uniquement vu l'arène, très jolie, à travers les barreaux de la porte du fourgon. Elle ne connaît même pas non plus Alicante, où elle a juste aperçu une rue bordée de palmiers le long du port. En revanche son père connaissait bien chacune des villes dans lesquelles il avait vécu, et dont il conservait un souvenir. De Malabo, il ramena la petite boîte en bois dans laquelle sa mère conservait leurs économies, mais d'où il rapporta également une maladie de l'estomac qui le contraint de quitter l'armée lorsque fut votée la loi d'Azaña. Il était lieutenant lorsqu'il se retira. Elvira se souvient que sa mère en fut ravie. Mais elle le fut beaucoup moins lorsqu'il s'engagea de nouveau, bien qu'il fût dégradé au rang de capitaine. Elle ne fut vraiment pas contente. C'était au début de la guerre, et le bataillon dans lequel son père était capitaine s'appelait Alicante Rouge. C'était ainsi que son père l'écrivait dans les lettres, Batallon Alicante Rouge, avant la date et après « Vive la République! ».
Deux jours après réception du premier « Vive la République! », qui arriva depuis Segorbe, un village de Castellón, Paulino pénétra dans la maison, un papier à la main.
Paulino contenait un sourire sur ses lèvres.
- Je me suis engagé en tant que volontaire, maman.
Sa mère lâcha le peigne et la longue chevelure rousse d'Elvira
- Tu es trop jeune.
- Non.
Non, répliqua Paulino fermement, lui désignant le papier qu'il tenait dans ses mains. Sa mère continua à peigner Elvira :
- Tu es trop jeune, Paulino.
Elle n'ajouta rien de plus ; habituée à ce que les décisions des hommes ne soient pas contredites. Paulino est déjà un homme, lui avait écrit son mari dans sa première lettre, et la République a besoin de lui.
Lorsque la mère, doña Martina, eut terminé de nouer un ruban sur la queue de cheval qu'elle avait faite à Elvira, la petite fille courut jusqu'à la chambre de son frère.
- Toi aussi tu vas à la guerre?
- Bouge ta couette comme j'aime, petite fillette.
Les cheveux d'Elvira fouettèrent l'air de gauche à droite, et alors que la fillette fermait les yeux, son frère en profita pour tirer l'extrémité du ruban.
- Maman, maman! Paulino a défait ma couette!
Paulino partit au front cet après-midi même. Il venait d'avoir dix-neuf ans.
—Pero tengo hambre.
Pero tiene hambre. Tiene tanta hambre como en el puerto de Alicante, cuando esperaba un barco que nunca llegó, y a su madre se le acabaron las joyas y ya no tenía nada para cambiar por chocolate a la guardia italiana que los vigilaba, y el dinero republicano ya no era de curso legal, y los billetes que había ahorrado doña Martina envejecían inútiles en el fondo de una caja de caoba, una caja preciosa que había comprado su padre en Guinea. Porque su padre había vivido en Guinea, antes de conocer a su madre, antes de que lo trasladaran a Pamplona y luego a Burgos, donde se casó con ella y nació Paulino. Su padre había vivido en muchos sitios. Elvira sólo en dos: nació en Valencia, y no salió de Valencia hasta que la trajeron aquí, a esta ciudad que ni siquiera conoce, de la que ha visto tan sólo una plaza de toros, muy bonita, a través de los barrotes de la puerta del furgón. Ni siquiera conoce Alicante, sólo vio una calle con muchas palmeras camino del puerto.
Pero su padre conocía bien todas las ciudades en las que vivió, y de cada una de ellas conservaba un recuerdo. De Malabo se trajo la cajita de madera donde su madre guardaba los ahorros, pero se trajo también una dolencia en el estómago que le obligó a abandonar el ejército cuando la ley de Azaña. Era teniente cuando se retiró. Y Elvira recuerda que su madre se puso muy contenta. Pero no se puso tanto cuando volvió a incorporarse, aunque le hubieran ascendido a capitán. No se puso nada contenta. Fue al principio de la guerra, y el batallón donde su padre era capitán se llamaba Alicante Rojo. Así lo escribía su padre en las cartas, Batallón Alicante Rojo, delante de la fecha y detrás de ¡Viva la República!
Dos días después de recibir el primer ¡Viva la República!, que llegó desde Segorbe, un pueblo de Castellón, Paulino entró en casa con un papel en la mano.
En la boca, Paulino escondía una sonrisa.
—Me he alistado como voluntario, mamá.
Su madre abandonó el peine y la melena roja de Elvira:
—Eres demasiado joven.
—No.
No, replicó Paulino con firmeza mostrándole el papel que llevaba en la mano. Su madre continuó peinando a Elvira:
—Eres demasiado joven, Paulino.
No añadió nada más; acostumbrada a que las decisiones de los hombres no se discuten. Paulino ya es un hombre, le había escrito su marido en la primera carta, y la República le necesita.
Cuando la madre, doña Martina, acabó de anudar una cinta en la cola de caballo que le había hecho a Elvira, la niña corrió a la habitación de su hermano.
—¿Tú también te vas a la guerra?
—Mueve la coleta como a mí me gusta, chiqueta.
El cabello de Elvira azotó el aire a izquierda y derecha, y su hermano aprovechó los ojos cerrados de la niña para tirar de un extremo del lazo.
—Mamá, mamá, Paulino me ha deshecho la coleta. Paulino se marchó al frente esa misma tarde. Acababa de cumplir diecinueve años.
Dulce Chacón, La voz dormida
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***
Amélie nous propose sa traduction :
Dans l’ordre et le silence, les femmes quittent la salle pour se diriger vers le sous-sol de la prison de Ventas. Elvira répond à Tomasa qu’elle n’a pas froid.
« Par contre, j’ai faim. »
Par contre elle a faim. Aussi faim que dans le port d’Alicante, lorsqu’elle attendait un bateau qui ne vint jamais et que sa mère, ayant épuisé tous ses bijoux, n’avait plus aucune monnaie d’échange pour obtenir du chocolat de la garde italienne qui les surveillait ; l’argent républicain n’ayant plus cours légal, les billets que doña Martina avait économisés croupissaient au fond d’un coffre d’acajou, un coffre magnifique que son père avait acheté en Guinée. Car son père avait vécu en Guinée avant de rencontrer sa mère, avant d’être muté à Pampelune, puis à Burgos où ils s’étaient mariés et où Paulino était né. Son père avait vécu dans beaucoup d’endroits différents. Elvira, elle, n’en avait connu que deux : elle était née à Valencia et n’en était jamais sortie jusqu’à ce qu’on l’amène ici, dans cette ville qu’elle ne connaît même pas, exceptées les arènes, très jolies, qu’elle a aperçues à travers les barreaux de la porte du fourgon. Elle ne connaît même pas Alicante ; elle a seulement vu une rue bordée de nombreux palmiers, sur le chemin du port.
Son père, en revanche, connaissait bien toutes les villes où il avait vécu et conservait un souvenir de chacune d’entre elles. De Malabo, il avait rapporté le petit coffre en bois dans lequel sa mère conservait leurs économies, mais aussi une douleur à l’estomac qui l’obligea à quitter l’armée au moment de la loi Azaña. Il était lieutenant quand il prit sa retraite. Et Elvira se souvient que sa mère en fut ravie. Mais elle le fut beaucoup moins quand il s’enrôla à nouveau, malgré son ascension au poste de capitaine. Elle fut très mécontente. C’était au début de la guerre et le bataillon dont il était capitaine s’appelait Alicante Rojo. C’est ainsi que son père l’écrivait dans ses lettres, « Batallón Alicante Rojo », avant la date et après un « Vive la République ! ».
Deux jours après la réception du premier « Vive la République ! » en provenance de Segorbe – un village de Castellón –, Paulino entra dans la maison, un papier à la main.
Ses lèvres dissimulaient un sourire.
« Maman, je me suis engagé comme volontaire. »
Sa mère délaissa son peigne ainsi que la longue chevelure rousse d’Elvira.
« Tu es trop jeune. »
« Non. »
Non, répondit fermement Paulino, en lui montrant le papier qu’il tenait à la main. Sa mère continua de coiffer Elvira :
« Tu es trop jeune Paulino. »
Elle n’ajouta rien de plus ; elle était habituée à ne pas discuter les décisions des hommes. Paulino était un homme à présent, son mari l’avait écrit dans sa première lettre, et la République avait besoin de lui.
Quand la mère, doña Martina, eut fini de nouer un ruban autour de la queue de cheval d’Elvira, la fillette courut dans la chambre de son frère :
« Toi aussi tu pars à la guerre?
— Fais bouger ta couette comme j’aime bien ma petite chérie. »
Les cheveux d’Elvira fendirent l’air de gauche à droite et son frère profita qu’elle ait les yeux fermés pour tirer sur le bout du nœud.
« Maman, maman, Paulino a défait ma queue de cheval ! »
Paulino partit au front l’après-midi même. Il venait d’avoir dix-neuf ans.
Dans l’ordre et le silence, les femmes quittent la salle pour se diriger vers le sous-sol de la prison de Ventas. Elvira répond à Tomasa qu’elle n’a pas froid.
« Par contre, j’ai faim. »
Par contre elle a faim. Aussi faim que dans le port d’Alicante, lorsqu’elle attendait un bateau qui ne vint jamais et que sa mère, ayant épuisé tous ses bijoux, n’avait plus aucune monnaie d’échange pour obtenir du chocolat de la garde italienne qui les surveillait ; l’argent républicain n’ayant plus cours légal, les billets que doña Martina avait économisés croupissaient au fond d’un coffre d’acajou, un coffre magnifique que son père avait acheté en Guinée. Car son père avait vécu en Guinée avant de rencontrer sa mère, avant d’être muté à Pampelune, puis à Burgos où ils s’étaient mariés et où Paulino était né. Son père avait vécu dans beaucoup d’endroits différents. Elvira, elle, n’en avait connu que deux : elle était née à Valencia et n’en était jamais sortie jusqu’à ce qu’on l’amène ici, dans cette ville qu’elle ne connaît même pas, exceptées les arènes, très jolies, qu’elle a aperçues à travers les barreaux de la porte du fourgon. Elle ne connaît même pas Alicante ; elle a seulement vu une rue bordée de nombreux palmiers, sur le chemin du port.
Son père, en revanche, connaissait bien toutes les villes où il avait vécu et conservait un souvenir de chacune d’entre elles. De Malabo, il avait rapporté le petit coffre en bois dans lequel sa mère conservait leurs économies, mais aussi une douleur à l’estomac qui l’obligea à quitter l’armée au moment de la loi Azaña. Il était lieutenant quand il prit sa retraite. Et Elvira se souvient que sa mère en fut ravie. Mais elle le fut beaucoup moins quand il s’enrôla à nouveau, malgré son ascension au poste de capitaine. Elle fut très mécontente. C’était au début de la guerre et le bataillon dont il était capitaine s’appelait Alicante Rojo. C’est ainsi que son père l’écrivait dans ses lettres, « Batallón Alicante Rojo », avant la date et après un « Vive la République ! ».
Deux jours après la réception du premier « Vive la République ! » en provenance de Segorbe – un village de Castellón –, Paulino entra dans la maison, un papier à la main.
Ses lèvres dissimulaient un sourire.
« Maman, je me suis engagé comme volontaire. »
Sa mère délaissa son peigne ainsi que la longue chevelure rousse d’Elvira.
« Tu es trop jeune. »
« Non. »
Non, répondit fermement Paulino, en lui montrant le papier qu’il tenait à la main. Sa mère continua de coiffer Elvira :
« Tu es trop jeune Paulino. »
Elle n’ajouta rien de plus ; elle était habituée à ne pas discuter les décisions des hommes. Paulino était un homme à présent, son mari l’avait écrit dans sa première lettre, et la République avait besoin de lui.
Quand la mère, doña Martina, eut fini de nouer un ruban autour de la queue de cheval d’Elvira, la fillette courut dans la chambre de son frère :
« Toi aussi tu pars à la guerre?
— Fais bouger ta couette comme j’aime bien ma petite chérie. »
Les cheveux d’Elvira fendirent l’air de gauche à droite et son frère profita qu’elle ait les yeux fermés pour tirer sur le bout du nœud.
« Maman, maman, Paulino a défait ma queue de cheval ! »
Paulino partit au front l’après-midi même. Il venait d’avoir dix-neuf ans.
***
Julie nous propose sa traduction :
C’est en silence et en ordre que les femmes quittent la salle pour la cave de la prison de Ventas. Alors, Elvira répond à Tomasa qu’elle n’a pas froid.
Par contre j’ai faim.
Par contre elle a faim. Elle a aussi faim que dans le port d’Alicante, lorsqu’elle attendait un bateau qui n’est jamais venu, que sa mère n’avait plus de bijoux et qu’elle n’avait plus rien à échanger contre du chocolat auprès des gardes italiens qui les surveillaient, que la circulation de l’argent républicain n’était plus légale, que les billets que doña Martina avait économisés vieillissaient inutiles au fond d’une boîte en acajou, une précieuse boîte que son père avait achetée en Guinée. Car son père avait vécu en Guinée avant de connaître sa mère, avant qu’on ne le transfère à Pampelune et ensuite à Burgos, où il s’est marié avec elle et où Paulino est né. Son père avait vécu en de nombreux endroits. Elvira seulement en deux : elle est née à Valence jusqu’à ce qu’on l’emmène ici, dans cette ville qu’elle ne connaît même pas et dont elle a seulement vu des arènes, très jolies, à travers les barreaux de la porte du fourgon. Elle ne connaît même pas Alicante ; elle a juste vu une rue pourvue de nombreux palmiers sur la route du port.
Mais son père connaissait bien toutes les villes dans lesquelles il a vécu, et il gardait un souvenir de chacune d’elle. Il rapporta de Malabo la petite boîte en bois où sa mère gardait les économies, mais il rapporta aussi une maladie de l’estomac qui l’obligea à abandonner l’armée lorsque la loi Azaña est passée. Il était lieutenant quand il a pris sa retraite. Et Elvira se rappelle que sa mère fut très contente. Mais elle ne le fut pas autant quand il y entra à nouveau, même si on l’avait promu au grade de capitaine. Elle ne fut pas contente du tout. Ceci arriva au début de la guerre, et le bataillon dans lequel son père était capitaine s’appelait Alicante Rouge. C’est ainsi que son père l’écrivait dans ses lettres, Bataillon Alicante Rouge, avant la date et après Vive la République !
Deux jours après avoir reçu le premier Vive la République !, qui arriva de Segorbe, un village de Castellón, Paulino rentra chez lui un papier à la main.
Sur ses lèvres, Paulino dissimulait un sourire.
Je me suis engagé comme volontaire, maman.
Sa mère lâcha le peigne et la chevelure rousse d’Elvira :
Tu es trop jeune.
Non.
Non, répondit Paulino avec fermeté, en lui montrant le papier qu’il avait à la main. Sa mère poursuivit tout en peignant Elvira :
Tu es trop jeune, Paulino.
Elle n’ajouta rien de plus ; habituée à ce que les décisions des hommes ne se discutent pas. Paulino est déjà un homme, lui avait écrit son mari dans sa première lettre, et la République a besoin de lui.
Lorsque la mère, doña Martina, termina de nouer un ruban sur la queue de cheval qu’elle avait faite à Elvira, l’enfant courut jusque dans la chambre de son frère.
Toi aussi tu pars à la guerre ?
Fais bouger ta couette comme j’aime, fillette.
Les cheveux d’Elvira fouettèrent l’air de gauche à droite, et son frère profita des yeux fermés de l’enfant pour lui tirer un bout du nœud.
— Maman, maman, Paulino a défait ma couette. Paulino s’en alla au front cette même après-midi. Il venait d’avoir dix-neuf ans.
C’est en silence et en ordre que les femmes quittent la salle pour la cave de la prison de Ventas. Alors, Elvira répond à Tomasa qu’elle n’a pas froid.
Par contre j’ai faim.
Par contre elle a faim. Elle a aussi faim que dans le port d’Alicante, lorsqu’elle attendait un bateau qui n’est jamais venu, que sa mère n’avait plus de bijoux et qu’elle n’avait plus rien à échanger contre du chocolat auprès des gardes italiens qui les surveillaient, que la circulation de l’argent républicain n’était plus légale, que les billets que doña Martina avait économisés vieillissaient inutiles au fond d’une boîte en acajou, une précieuse boîte que son père avait achetée en Guinée. Car son père avait vécu en Guinée avant de connaître sa mère, avant qu’on ne le transfère à Pampelune et ensuite à Burgos, où il s’est marié avec elle et où Paulino est né. Son père avait vécu en de nombreux endroits. Elvira seulement en deux : elle est née à Valence jusqu’à ce qu’on l’emmène ici, dans cette ville qu’elle ne connaît même pas et dont elle a seulement vu des arènes, très jolies, à travers les barreaux de la porte du fourgon. Elle ne connaît même pas Alicante ; elle a juste vu une rue pourvue de nombreux palmiers sur la route du port.
Mais son père connaissait bien toutes les villes dans lesquelles il a vécu, et il gardait un souvenir de chacune d’elle. Il rapporta de Malabo la petite boîte en bois où sa mère gardait les économies, mais il rapporta aussi une maladie de l’estomac qui l’obligea à abandonner l’armée lorsque la loi Azaña est passée. Il était lieutenant quand il a pris sa retraite. Et Elvira se rappelle que sa mère fut très contente. Mais elle ne le fut pas autant quand il y entra à nouveau, même si on l’avait promu au grade de capitaine. Elle ne fut pas contente du tout. Ceci arriva au début de la guerre, et le bataillon dans lequel son père était capitaine s’appelait Alicante Rouge. C’est ainsi que son père l’écrivait dans ses lettres, Bataillon Alicante Rouge, avant la date et après Vive la République !
Deux jours après avoir reçu le premier Vive la République !, qui arriva de Segorbe, un village de Castellón, Paulino rentra chez lui un papier à la main.
Sur ses lèvres, Paulino dissimulait un sourire.
Je me suis engagé comme volontaire, maman.
Sa mère lâcha le peigne et la chevelure rousse d’Elvira :
Tu es trop jeune.
Non.
Non, répondit Paulino avec fermeté, en lui montrant le papier qu’il avait à la main. Sa mère poursuivit tout en peignant Elvira :
Tu es trop jeune, Paulino.
Elle n’ajouta rien de plus ; habituée à ce que les décisions des hommes ne se discutent pas. Paulino est déjà un homme, lui avait écrit son mari dans sa première lettre, et la République a besoin de lui.
Lorsque la mère, doña Martina, termina de nouer un ruban sur la queue de cheval qu’elle avait faite à Elvira, l’enfant courut jusque dans la chambre de son frère.
Toi aussi tu pars à la guerre ?
Fais bouger ta couette comme j’aime, fillette.
Les cheveux d’Elvira fouettèrent l’air de gauche à droite, et son frère profita des yeux fermés de l’enfant pour lui tirer un bout du nœud.
— Maman, maman, Paulino a défait ma couette. Paulino s’en alla au front cette même après-midi. Il venait d’avoir dix-neuf ans.
***
Vanessa nous propose sa traduction :
Silencieuses et ordonnées, les femmes abandonnent la salle pour le souterrain de la prison de Ventas. Et Elvira répond à Tomasa que non, elle n'a pas froid.
— Mais j'ai faim.
Mais elle a faim. Elle a aussi faim que dans le port d'Alicante, quand elle attendait un bateau qui n'est jamais venu, que sa mère n'avait plus aucun bijou et qu'elle n'avait plus rien à échanger contre du chocolat aux gendarmes italiens qui les surveillaient ; l'argent républicain n'était pas légal alors, et les billets épargnés par doña Martina vieillissaient, inutiles, au fond d'une boîte en acajou, une magnifique boîte que son père avait achetée en Guinée. Car son père avait vécu en Guinée, avant de rencontrer sa mère, avant qu'ils ne le transfèrent à Pampelune puis à Burgos, où il s'était marié avec elle et où était né Paulino. Son père avait vécu dans beaucoup d'endroits, mais Elvira, seulement dans deux : elle était née à Valence, et n'en était pas sortie jusqu'à ce qu'ils l'emmènent ici, dans cette ville qu'elle ne connait même pas, de laquelle elle n'a vu tout au plus qu'une arène, très belle, à travers les barreaux de la porte du fourgon. Elle ne connaît même pas Alicante, elle a seulement vu une rue plantées de palmiers sur la route du port. Son père, en revanche, connaissait bien toutes les villes dans lesquelles il avait vécu, et il conservait un souvenir de chacune d'elles. De Malabo, il a rapporté la petite boîte en bois où sa mère conservait les économies, mais il a aussi rapporté une douleur à l'estomac qui l'a obligé à abandonner l'armée au moment de la Réforme d'Azaña. Il était lieutenant quand il s'est retiré. Et Elvira se souvient que sa mère était très contente. Mais elle l'a beaucoup moins été quand il a réintégré l'armée, même s'ils en avaient fait un capitaine. Elle n'était pas contente du tout. C'était au début de la guerre, et le bataillon où son père était capitaine s'appelait Alicante Rouge. C'est comme ça que l'écrivait son père dans ses lettres, Bataillon Alicante Rouge, avant la date et après son « Vive la République ! ».
Deux jours après avoir reçu le premier « Vive la République ! », qui était arrivé de Segorbe, un village de la province de Castellón, son frère Paulino est rentré à la maison un papier à la main.
Sur ses lèvres, Paulino réprimait un sourire.
— Je me suis engagé comme volontaire, maman.
Sa mère a abandonné le peigne et la longue chevelure rousse de sa fille.
— Tu es trop jeune.
— Non.
Non, a répliqué fermement Paulino, brandissant le papier qu'il tenait dans la main.
— Tu es trop jeune, Paulino – a repris sa mère, brossant les cheveux d'Elvira.
Elle n'a plus rien ajouté, habituée à ne jamais discuter la décision d'un homme. Paulino est un homme maintenant, lui avait écrit son mari dans sa première lettre, et la République a besoin de lui.
Quand la mère, doña Martina a eu fini de nouer l'élastique de la queue de cheval qu'elle avait faite à Elvira, la petite fille a courut dans la chambre de son frère.
— Toi aussi tu vas t'en aller à la guerre ?
— Secoue tes cheveux comme j'aime bien, ma petite.
Les cheveux d'Elvira ont frappé l'air de gauche à droite, et son frère a profité que sa sœur ait les yeux fermés pour tirer un bout du nœud.
— Maman, maman, Paulino m'a décoiffée. Paulino est parti au front cet après-midi là. Il venait d'avoir dix-neuf ans.
Silencieuses et ordonnées, les femmes abandonnent la salle pour le souterrain de la prison de Ventas. Et Elvira répond à Tomasa que non, elle n'a pas froid.
— Mais j'ai faim.
Mais elle a faim. Elle a aussi faim que dans le port d'Alicante, quand elle attendait un bateau qui n'est jamais venu, que sa mère n'avait plus aucun bijou et qu'elle n'avait plus rien à échanger contre du chocolat aux gendarmes italiens qui les surveillaient ; l'argent républicain n'était pas légal alors, et les billets épargnés par doña Martina vieillissaient, inutiles, au fond d'une boîte en acajou, une magnifique boîte que son père avait achetée en Guinée. Car son père avait vécu en Guinée, avant de rencontrer sa mère, avant qu'ils ne le transfèrent à Pampelune puis à Burgos, où il s'était marié avec elle et où était né Paulino. Son père avait vécu dans beaucoup d'endroits, mais Elvira, seulement dans deux : elle était née à Valence, et n'en était pas sortie jusqu'à ce qu'ils l'emmènent ici, dans cette ville qu'elle ne connait même pas, de laquelle elle n'a vu tout au plus qu'une arène, très belle, à travers les barreaux de la porte du fourgon. Elle ne connaît même pas Alicante, elle a seulement vu une rue plantées de palmiers sur la route du port. Son père, en revanche, connaissait bien toutes les villes dans lesquelles il avait vécu, et il conservait un souvenir de chacune d'elles. De Malabo, il a rapporté la petite boîte en bois où sa mère conservait les économies, mais il a aussi rapporté une douleur à l'estomac qui l'a obligé à abandonner l'armée au moment de la Réforme d'Azaña. Il était lieutenant quand il s'est retiré. Et Elvira se souvient que sa mère était très contente. Mais elle l'a beaucoup moins été quand il a réintégré l'armée, même s'ils en avaient fait un capitaine. Elle n'était pas contente du tout. C'était au début de la guerre, et le bataillon où son père était capitaine s'appelait Alicante Rouge. C'est comme ça que l'écrivait son père dans ses lettres, Bataillon Alicante Rouge, avant la date et après son « Vive la République ! ».
Deux jours après avoir reçu le premier « Vive la République ! », qui était arrivé de Segorbe, un village de la province de Castellón, son frère Paulino est rentré à la maison un papier à la main.
Sur ses lèvres, Paulino réprimait un sourire.
— Je me suis engagé comme volontaire, maman.
Sa mère a abandonné le peigne et la longue chevelure rousse de sa fille.
— Tu es trop jeune.
— Non.
Non, a répliqué fermement Paulino, brandissant le papier qu'il tenait dans la main.
— Tu es trop jeune, Paulino – a repris sa mère, brossant les cheveux d'Elvira.
Elle n'a plus rien ajouté, habituée à ne jamais discuter la décision d'un homme. Paulino est un homme maintenant, lui avait écrit son mari dans sa première lettre, et la République a besoin de lui.
Quand la mère, doña Martina a eu fini de nouer l'élastique de la queue de cheval qu'elle avait faite à Elvira, la petite fille a courut dans la chambre de son frère.
— Toi aussi tu vas t'en aller à la guerre ?
— Secoue tes cheveux comme j'aime bien, ma petite.
Les cheveux d'Elvira ont frappé l'air de gauche à droite, et son frère a profité que sa sœur ait les yeux fermés pour tirer un bout du nœud.
— Maman, maman, Paulino m'a décoiffée. Paulino est parti au front cet après-midi là. Il venait d'avoir dix-neuf ans.
***
Olivier nous propose sa traduction :
Les femmes, silencieuses et rangées, abandonnent la salle et se dirigent vers le sous-sol de la prison de Ventas. Elvira répond à Tomasa que non, elle n'a pas froid :
- « Par contre, j'ai faim ».
Par contre, elle a faim. Elle a aussi faim que lorsqu'elle attendait sur le port d'Alicante ce bateau qui n'est jamais venu, et que sa mère, n'ayant plus aucun bijou en sa possession, ne pouvait plus rien offrir contre un peu de chocolat à la garde italienne qui les surveillait. L'argent républicain n'était plus légal et les billets qu'avait mis de côté dona Martina vieillissaient inutilement au fond d'un coffret d'acajou, un magnifique coffret que son père avait acheté en Guinée.
Avant de faire la rencontre de sa mère, avant d'être muté à Pampelune puis à Burgos, là où il s'étaient mariés, là où Paulino était né, son père avait séjourné en Guinée. Son père avait vécu dans de nombreux endroits. Elvira, elle, n'en avait connu que deux. Elle était née à Valence, d'où elle n'était jamais sortie avant d'être amenée ici, dans cette ville qu'elle ne connaissait pas, mise à part les arènes, magnifiques, qu'elle avait pu apercevoir à travers les barreaux de la portière du fourgon.
D'Alicante, elle ne savait rien : elle n'en avait vu qu'une seule avenue, bordée de palmiers, qui descendait vers le port. Son père, lui, connaissait bien toutes les villes dans lesquelles il avait séjourné, et de chacune d'elles, il en conservait un souvenir. De Malabo, il avait rapporté non seulement un petit coffre de bois dans lequel sa mère gardait les économies, mais aussi des douleurs d'estomac qui l'obligèrent, quand la loi Azaña fut signée, à abandonner l'armée.
Il était lieutenant quand il démissionna, et Elvira se rappelle que sa mère s'en était réjoui. Elle fut beaucoup moins joyeuse quand il réintégra les forces armées, et ce malgré son ascension au poste de capitaine. Elle en était malheureuse même. C'était au début de la guerre ; le bataillon que le père commandait s'appelait le Rouge d'Alicante, et c'est ce nom qu'il utilisait dans ses lettres. « Le Bataillon Rouge d'Alicante » : juste avant la date et après un « Vive la République ».
Deux jours après avoir reçu un de ces « Vive la République ! », venu tout droit de Segorbe – un village de Castellón – Paulino arriva à la maison, un bout de papier à la main. Sur ses lèvres, un sourire se dessinait.
- « Je me suis engagé comme volontaire, maman ».
Sa mère abandonna la brosse et la chevelure rouge d'Elvira :
- « Tu es bien trop jeune ».
- « Non ».
Non, répondit Paulino avec fermeté, en lui désignant le papier qu'il tenait à la main.
Sa mère continua de brosser les cheveux d'Elvira :
- « Tu es bien trop jeune, Paulino ».
Elle n'ajouta rien d'autre. Elle s'était habituée à ne pas discuter les décisions des hommes. Paulino est déjà un homme, lui avait écrit son mari dans sa première lettre, et la République a besoin de lui.
Lorsque la mère, dona Martina, eut fini de nouer un ruban autour de la queue de cheval d'Elvira, la petite fille couru dans la chambre de son frère.
- « Toi aussi tu vas à la guerre? ».
- « Eh petite, secoue tes cheveux comme j'aime ».
La chevelure d'Elvira fouetta l'air de droite à gauche, et son frère, quand elle ferma les yeux, en profita pour tirer sur le ruban.
- « Maman, maman, Paulino m'a défait ma queue de cheval ».
Paulino partit au front l'après-midi même. Il venait d'avoir dix-neuf ans.
Les femmes, silencieuses et rangées, abandonnent la salle et se dirigent vers le sous-sol de la prison de Ventas. Elvira répond à Tomasa que non, elle n'a pas froid :
- « Par contre, j'ai faim ».
Par contre, elle a faim. Elle a aussi faim que lorsqu'elle attendait sur le port d'Alicante ce bateau qui n'est jamais venu, et que sa mère, n'ayant plus aucun bijou en sa possession, ne pouvait plus rien offrir contre un peu de chocolat à la garde italienne qui les surveillait. L'argent républicain n'était plus légal et les billets qu'avait mis de côté dona Martina vieillissaient inutilement au fond d'un coffret d'acajou, un magnifique coffret que son père avait acheté en Guinée.
Avant de faire la rencontre de sa mère, avant d'être muté à Pampelune puis à Burgos, là où il s'étaient mariés, là où Paulino était né, son père avait séjourné en Guinée. Son père avait vécu dans de nombreux endroits. Elvira, elle, n'en avait connu que deux. Elle était née à Valence, d'où elle n'était jamais sortie avant d'être amenée ici, dans cette ville qu'elle ne connaissait pas, mise à part les arènes, magnifiques, qu'elle avait pu apercevoir à travers les barreaux de la portière du fourgon.
D'Alicante, elle ne savait rien : elle n'en avait vu qu'une seule avenue, bordée de palmiers, qui descendait vers le port. Son père, lui, connaissait bien toutes les villes dans lesquelles il avait séjourné, et de chacune d'elles, il en conservait un souvenir. De Malabo, il avait rapporté non seulement un petit coffre de bois dans lequel sa mère gardait les économies, mais aussi des douleurs d'estomac qui l'obligèrent, quand la loi Azaña fut signée, à abandonner l'armée.
Il était lieutenant quand il démissionna, et Elvira se rappelle que sa mère s'en était réjoui. Elle fut beaucoup moins joyeuse quand il réintégra les forces armées, et ce malgré son ascension au poste de capitaine. Elle en était malheureuse même. C'était au début de la guerre ; le bataillon que le père commandait s'appelait le Rouge d'Alicante, et c'est ce nom qu'il utilisait dans ses lettres. « Le Bataillon Rouge d'Alicante » : juste avant la date et après un « Vive la République ».
Deux jours après avoir reçu un de ces « Vive la République ! », venu tout droit de Segorbe – un village de Castellón – Paulino arriva à la maison, un bout de papier à la main. Sur ses lèvres, un sourire se dessinait.
- « Je me suis engagé comme volontaire, maman ».
Sa mère abandonna la brosse et la chevelure rouge d'Elvira :
- « Tu es bien trop jeune ».
- « Non ».
Non, répondit Paulino avec fermeté, en lui désignant le papier qu'il tenait à la main.
Sa mère continua de brosser les cheveux d'Elvira :
- « Tu es bien trop jeune, Paulino ».
Elle n'ajouta rien d'autre. Elle s'était habituée à ne pas discuter les décisions des hommes. Paulino est déjà un homme, lui avait écrit son mari dans sa première lettre, et la République a besoin de lui.
Lorsque la mère, dona Martina, eut fini de nouer un ruban autour de la queue de cheval d'Elvira, la petite fille couru dans la chambre de son frère.
- « Toi aussi tu vas à la guerre? ».
- « Eh petite, secoue tes cheveux comme j'aime ».
La chevelure d'Elvira fouetta l'air de droite à gauche, et son frère, quand elle ferma les yeux, en profita pour tirer sur le ruban.
- « Maman, maman, Paulino m'a défait ma queue de cheval ».
Paulino partit au front l'après-midi même. Il venait d'avoir dix-neuf ans.
***
Perrine nous propose sa traduction :
Silencieuses et en rang, les femmes abandonnent la salle pour le sous-sol de la prison de Ventas. Et Elvira répond à Tomasa qu'elle n'a pas froid.
- Mais j'ai faim.
Mais elle a faim. Elle a aussi faim que lorsqu'elle était dans le port d'Alicante, alors qu'elle attendait un bateau qui ne vint jamais, alors que sa mère n'avait plus de bijoux, n'ayant ainsi plus rien à échanger contre du chocolat avec les policiers italiens qui les surveillaient, et en plus la monnaie républicaine n'était plus légale, donc les billets que doña Martina avait économisés jaunissaient, inutiles au fond d'une boîte en acajou, une boîte précieuse que son père avait acheté en Guinée. Car son père avait vécu en Guinée, avant de rencontrer sa mère, avant qu'on ne le transfère à Pamplune puis à Burgos, où il se maria avec elle et naquit Paulino. Son père avait vécu dans de nombreux endroits. Elvira seulement dans deux : elle est née à Valence, et ne l'a pas quitée jusqu'à ce qu'on l'emmène ici, dans cette ville qu'elle ne connaît même pas, dont elle a uniquement vu l'arène, très jolie, à travers les barreaux de la porte du fourgon. Elle ne connaît même pas non plus Alicante, où elle a juste aperçu une rue bordée de palmiers le long du port. En revanche son père connaissait bien chacune des villes dans lesquelles il avait vécu, et dont il conservait un souvenir. De Malabo, il ramena la petite boîte en bois dans laquelle sa mère conservait leurs économies, mais d'où il rapporta également une maladie de l'estomac qui le contraint de quitter l'armée lorsque fut votée la loi d'Azaña. Il était lieutenant lorsqu'il se retira. Elvira se souvient que sa mère en fut ravie. Mais elle le fut beaucoup moins lorsqu'il s'engagea de nouveau, bien qu'il fût dégradé au rang de capitaine. Elle ne fut vraiment pas contente. C'était au début de la guerre, et le bataillon dans lequel son père était capitaine s'appelait Alicante Rouge. C'était ainsi que son père l'écrivait dans les lettres, Batallon Alicante Rouge, avant la date et après « Vive la République! ».
Deux jours après réception du premier « Vive la République! », qui arriva depuis Segorbe, un village de Castellón, Paulino pénétra dans la maison, un papier à la main.
Paulino contenait un sourire sur ses lèvres.
- Je me suis engagé en tant que volontaire, maman.
Sa mère lâcha le peigne et la longue chevelure rousse d'Elvira
- Tu es trop jeune.
- Non.
Non, répliqua Paulino fermement, lui désignant le papier qu'il tenait dans ses mains. Sa mère continua à peigner Elvira :
- Tu es trop jeune, Paulino.
Elle n'ajouta rien de plus ; habituée à ce que les décisions des hommes ne soient pas contredites. Paulino est déjà un homme, lui avait écrit son mari dans sa première lettre, et la République a besoin de lui.
Lorsque la mère, doña Martina, eut terminé de nouer un ruban sur la queue de cheval qu'elle avait faite à Elvira, la petite fille courut jusqu'à la chambre de son frère.
- Toi aussi tu vas à la guerre?
- Bouge ta couette comme j'aime, petite fillette.
Les cheveux d'Elvira fouettèrent l'air de gauche à droite, et alors que la fillette fermait les yeux, son frère en profita pour tirer l'extrémité du ruban.
- Maman, maman! Paulino a défait ma couette!
Paulino partit au front cet après-midi même. Il venait d'avoir dix-neuf ans.
***
Alexis nous propose sa traduction :
Silencieusement et de manière ordonnée, les femmes abandonnent la salle jusqu'au sous-sol de la prison de Ventas. Elvire répond, à Tomasa, qu'elle n'a pas froid.
— Mais j'ai faim.
Mais elle a faim. Elle a aussi faim que sur le port d'Alicante, quand elle attendait un bateau qui n'est jamais arrivé, mais sa mère était venue au bout de ses bijoux et n'avait rien à échanger contre du chocolat à la garde italienne qui les surveillait, et l'argent républicain n'avait plus cours légal, et les billets que Martine avait mis de côté se faisaient vieux et inutiles au fond d'une caisse en acajou, une précieuse caisse que son père avait acheté en Guinée. Car son père avait vécu en Guinée, avant de connaître sa mère, avant qu'on ne le transfère à Pamplune puis à Burgos où il s'était marié avec elle et où était né Paulin. Son père avait vécu dans de nombreux endroits. Elvire dans deux seulement : elle était née à Valence et n'était pas partie de Valence avant qu'on ne l'amène ici, dans cette ville qu'elle ne connaît même pas, de laquelle elle n'a vu qu'une arène, très jolie, à travers les barreaux de la porte du fourgon. Elle ne connaît même pas Alicante, elle n'a vu qu'une rue avec de nombreux palmiers sur le chemin menant au port.
Mais son père connaissait bien toutes les villes dans lesquelles il avait vécu, et de chacune d'elles il conservait un souvenir. De Malabo il avait ramené une petite caisse en bois où sa mère gardait les économies, mais il avait également ramené une douleur à l'estomac qui l'obligea a abandonner l'armée au moment de la loi de Azaña. Il était lieutenant quand il se retira. Elvire se souvient que sa mère en avait été très heureuse mais elle ne l'était pas autant quand il se réengagea, bien qu'on le nomma capitaine. Elle n'était pas du tout contente. C'était au début de la guerre, et le bataillon où son père était capitaine s'appelait Alicante Rojo. C'est ainsi que l'écrivait son père dans les lettres, Bataillon Alicante Rojo, avant la date et après Vive la République ! Deux jours après avoir reçu le premier Vive la République!, qui arriva de Segorbe, un village de Castellón, Paulin entra dans la maison avec un papier dans la main.
Sur la bouche, Paulin cachait un sourire.
— Je me suis engagé comme volontaire, maman.
Sa mère abandonna le peigne et la chevelure rousse d'Elvire :
— Tu es trop jeune.
— Non.
Non, avait répondu Paulin avec fermeté lui montrant le papier qu'il tenait dans la main. Sa mère continua a peigner Elvire :
— Tu es trop jeune Paulin.
Elle n'ajouta rien ; habituée à ce que les décisions des hommes ne se discutent pas. Paulin est déjà un homme, lui avait écit son mari dans la première lettre, et la République a besoin de lui.
Quand la mère, Martine, termina de nouer un ruban à la queue de cheval qu'elle avait fait à Elvire, la petite courru dans la chambre de son frère.
— Toi aussi tu vas à la guerre ?
— Bouge la natte comme j'aime, petite.
Les cheveux d'Elvire fouetta l'air à gauche et à droite, et son frère profita que la fillette eût les yeux fermés pour tirer d'un coup le noeud.
— Maman, maman, Paulin a défait ma natte. Paulin s'en alla au front le soir-même. Il venait de fêter ses dix-neuf ans.
Silencieusement et de manière ordonnée, les femmes abandonnent la salle jusqu'au sous-sol de la prison de Ventas. Elvire répond, à Tomasa, qu'elle n'a pas froid.
— Mais j'ai faim.
Mais elle a faim. Elle a aussi faim que sur le port d'Alicante, quand elle attendait un bateau qui n'est jamais arrivé, mais sa mère était venue au bout de ses bijoux et n'avait rien à échanger contre du chocolat à la garde italienne qui les surveillait, et l'argent républicain n'avait plus cours légal, et les billets que Martine avait mis de côté se faisaient vieux et inutiles au fond d'une caisse en acajou, une précieuse caisse que son père avait acheté en Guinée. Car son père avait vécu en Guinée, avant de connaître sa mère, avant qu'on ne le transfère à Pamplune puis à Burgos où il s'était marié avec elle et où était né Paulin. Son père avait vécu dans de nombreux endroits. Elvire dans deux seulement : elle était née à Valence et n'était pas partie de Valence avant qu'on ne l'amène ici, dans cette ville qu'elle ne connaît même pas, de laquelle elle n'a vu qu'une arène, très jolie, à travers les barreaux de la porte du fourgon. Elle ne connaît même pas Alicante, elle n'a vu qu'une rue avec de nombreux palmiers sur le chemin menant au port.
Mais son père connaissait bien toutes les villes dans lesquelles il avait vécu, et de chacune d'elles il conservait un souvenir. De Malabo il avait ramené une petite caisse en bois où sa mère gardait les économies, mais il avait également ramené une douleur à l'estomac qui l'obligea a abandonner l'armée au moment de la loi de Azaña. Il était lieutenant quand il se retira. Elvire se souvient que sa mère en avait été très heureuse mais elle ne l'était pas autant quand il se réengagea, bien qu'on le nomma capitaine. Elle n'était pas du tout contente. C'était au début de la guerre, et le bataillon où son père était capitaine s'appelait Alicante Rojo. C'est ainsi que l'écrivait son père dans les lettres, Bataillon Alicante Rojo, avant la date et après Vive la République ! Deux jours après avoir reçu le premier Vive la République!, qui arriva de Segorbe, un village de Castellón, Paulin entra dans la maison avec un papier dans la main.
Sur la bouche, Paulin cachait un sourire.
— Je me suis engagé comme volontaire, maman.
Sa mère abandonna le peigne et la chevelure rousse d'Elvire :
— Tu es trop jeune.
— Non.
Non, avait répondu Paulin avec fermeté lui montrant le papier qu'il tenait dans la main. Sa mère continua a peigner Elvire :
— Tu es trop jeune Paulin.
Elle n'ajouta rien ; habituée à ce que les décisions des hommes ne se discutent pas. Paulin est déjà un homme, lui avait écit son mari dans la première lettre, et la République a besoin de lui.
Quand la mère, Martine, termina de nouer un ruban à la queue de cheval qu'elle avait fait à Elvire, la petite courru dans la chambre de son frère.
— Toi aussi tu vas à la guerre ?
— Bouge la natte comme j'aime, petite.
Les cheveux d'Elvire fouetta l'air à gauche et à droite, et son frère profita que la fillette eût les yeux fermés pour tirer d'un coup le noeud.
— Maman, maman, Paulin a défait ma natte. Paulin s'en alla au front le soir-même. Il venait de fêter ses dix-neuf ans.
***
Auréba nous propose sa traduction :
En silence et en ordre, les femmes quittent la salle vers le sous-sol de la prison de Ventas. Et Elvira répond à Tomasa qu’elle n’a pas froid.
— Mais j’ai faim.
Mais elle a faim. Elle a aussi faim que sur le port d’Alicante, quand elle attendait un bateau qui n’est jamais arrivé, et sa mère n’avait déjà plus de bijoux et elle n’avait plus rien pour échanger contre du chocolat à la garde italienne qui les surveillait, et l’argent républicain n’avait plus cours légal, et les billets qu’avait économisé doña Marina vieillissaient, inutiles, au fond d’une boite en acajou, une jolie boite que son père avait achetée en Guinée. Parce que son père avait vécu en Guinée, avant de connaître sa mère, avant qu’on ne le mute à Pampelune et ensuite à Burgos, où il s’était marié avec elle et où Paulino était né. Son père avait vécu à beaucoup d’endroits. Elvira seulement à deux endroits : elle était née à Valence, et n’était pas sortie de Valence jusqu’à ce qu’ils l’aient amenée ici, dans cette ville qu’elle ne connaît même pas, dont elle n’a vu que des arènes, très jolies, à travers les barreaux de la porte du fourgon. Elle ne connait même pas Alicante, elle a juste vu une rue avec beaucoup de palmiers sur le chemin du port.
Mais son père connaissait bien toutes les villes dans lesquelles il avait vécu, et conservait un souvenir de chacune d’elles. De Malabo, il avait ramené la petite boite en bois où sa mère rangeait ses économies, mais il avait aussi ramené une douleur à l’estomac qui l’avait obligé à quitter l’armée au moment de la loi d’Azaña. Il était lieutenant quand il s’était retiré. Et Elvira se souvient que sa mère avait été très contente. Mais elle ne l’avait pas tellement été quand il avait été réincorporé, même s’ils l’auraient promu capitaine. Elle n’avait pas du tout été contente. C’était au début de la guerre, et le bataillon où son père était capitaine s’appelait Alicante Rojo. C’est ainsi que l’écrivait son père dans les lettres, Bataillon Alicante Rojo, devant la date et derriere ¡Viva la República ! Deux jours après avoir reçu le premier ¡Viva la República !, qui était arrivé de Segorbe, un village de Castellón, Paulino était entré dans la maison avec un papier dans la main.
Sur sa bouche, Paulina cachait un sourire.
— Je me suis engagé comme volontaire, maman.
Sa mère laissa tomber le peigne et la longue chevelure rousse d’Elvira :
— Tu es trop jeune.
— Non.
Non, répliqua Paulino avec fermeté en lui montrant le papier qu’il avait dans la main. Sa mère continua à coiffer Elvira.
— Tu es trop jeune, Paulino.
Elle n’ajouta rien de plus, habituée à ce que les décisions des hommes ne se discutent pas. Paulino est maintenant un homme, lui avait écrit son mari dans la première lettre, et la République a besoin de lui.
Quand la mère, doña Martina, finit de nouer un ruban sur la queue de cheval qu’elle avait fait à Elvira, la fille courut vers la chambre de son frère.
— Toi aussi tu t’en vas à la guerre ?
— Bouge ta couette comme j’aime, fillette
Les cheveux d’Elvira fouettèrent l’air de gauche à droite, et son frère profita des yeux fermés de la petite pour tirer sur le bout du chouchou.
— Maman, maman, Paulino, il a défait ma couette. Paulino s’en alla au front ce même après-midi. Il venait d’avoir dix-neuf ans.
En silence et en ordre, les femmes quittent la salle vers le sous-sol de la prison de Ventas. Et Elvira répond à Tomasa qu’elle n’a pas froid.
— Mais j’ai faim.
Mais elle a faim. Elle a aussi faim que sur le port d’Alicante, quand elle attendait un bateau qui n’est jamais arrivé, et sa mère n’avait déjà plus de bijoux et elle n’avait plus rien pour échanger contre du chocolat à la garde italienne qui les surveillait, et l’argent républicain n’avait plus cours légal, et les billets qu’avait économisé doña Marina vieillissaient, inutiles, au fond d’une boite en acajou, une jolie boite que son père avait achetée en Guinée. Parce que son père avait vécu en Guinée, avant de connaître sa mère, avant qu’on ne le mute à Pampelune et ensuite à Burgos, où il s’était marié avec elle et où Paulino était né. Son père avait vécu à beaucoup d’endroits. Elvira seulement à deux endroits : elle était née à Valence, et n’était pas sortie de Valence jusqu’à ce qu’ils l’aient amenée ici, dans cette ville qu’elle ne connaît même pas, dont elle n’a vu que des arènes, très jolies, à travers les barreaux de la porte du fourgon. Elle ne connait même pas Alicante, elle a juste vu une rue avec beaucoup de palmiers sur le chemin du port.
Mais son père connaissait bien toutes les villes dans lesquelles il avait vécu, et conservait un souvenir de chacune d’elles. De Malabo, il avait ramené la petite boite en bois où sa mère rangeait ses économies, mais il avait aussi ramené une douleur à l’estomac qui l’avait obligé à quitter l’armée au moment de la loi d’Azaña. Il était lieutenant quand il s’était retiré. Et Elvira se souvient que sa mère avait été très contente. Mais elle ne l’avait pas tellement été quand il avait été réincorporé, même s’ils l’auraient promu capitaine. Elle n’avait pas du tout été contente. C’était au début de la guerre, et le bataillon où son père était capitaine s’appelait Alicante Rojo. C’est ainsi que l’écrivait son père dans les lettres, Bataillon Alicante Rojo, devant la date et derriere ¡Viva la República ! Deux jours après avoir reçu le premier ¡Viva la República !, qui était arrivé de Segorbe, un village de Castellón, Paulino était entré dans la maison avec un papier dans la main.
Sur sa bouche, Paulina cachait un sourire.
— Je me suis engagé comme volontaire, maman.
Sa mère laissa tomber le peigne et la longue chevelure rousse d’Elvira :
— Tu es trop jeune.
— Non.
Non, répliqua Paulino avec fermeté en lui montrant le papier qu’il avait dans la main. Sa mère continua à coiffer Elvira.
— Tu es trop jeune, Paulino.
Elle n’ajouta rien de plus, habituée à ce que les décisions des hommes ne se discutent pas. Paulino est maintenant un homme, lui avait écrit son mari dans la première lettre, et la République a besoin de lui.
Quand la mère, doña Martina, finit de nouer un ruban sur la queue de cheval qu’elle avait fait à Elvira, la fille courut vers la chambre de son frère.
— Toi aussi tu t’en vas à la guerre ?
— Bouge ta couette comme j’aime, fillette
Les cheveux d’Elvira fouettèrent l’air de gauche à droite, et son frère profita des yeux fermés de la petite pour tirer sur le bout du chouchou.
— Maman, maman, Paulino, il a défait ma couette. Paulino s’en alla au front ce même après-midi. Il venait d’avoir dix-neuf ans.
***
Stéphanie nous propose sa traduction :
Une à une et silencieuses, les femmes quittent la salle pour le sous-sol de la prison de Ventas. Et Elvira répond à Tomasa, qu'elle n'a pas froid.
— En revanche, j'ai faim.
En revanche, elle a faim. Elle a aussi faim que, dans le port d'Alicante, lorsqu'elle attendait un bateau qui n'est jamais venu. Sa mère n'avait plus de bijoux et elle n'avait plus rien à échanger à la gardienne italienne qui les surveillait contre du chocolat. De plus l'argent républicain n'était plus la monnaie en vigueur et les billets que doña Martina avait économisés vieillissaient, inutiles, au fond d'une boîte d'acajou, une boîte précieuse qu'avait achetée son père en Guinée. Parce que son père avait vécu en Guinée, avant de connaître sa mère, avant qu'il ne fût muté à Pamplune puis à Burgos, où il se maria avec elle et où naquit Paulino. Son père avait vécu dans beaucoup d'endroits, Elvira dans deux seulement : elle naquit à Valence, et elle ne quitta Valence que lorsqu'on l'amena ici, dans cette ville qu'elle ne connaît même pas, de laquelle elle n'a vu qu'une arène, très jolie, à travers les barreaux de la porte du fourgon. Elle ne connaît même pas Alicante, elle n'a vu qu'une rue jalonnée de palmiers en direction du port.
Mais son père connaissait bien toutes les villes dans lesquelles il avait vécu, et de chacune d'elles, il conservait un souvenir. De Malabo, il ramena une petite boîte en bois dans laquelle sa mère gardait les économies, mais il ramena aussi un problème à l'estomac qui l'obligea à abandonner l'armée au moment de la loi Azaña. Il était lieutenant quand il prit sa retraite. Elvira se souvint que sa mère fut très contente. Mais elle ne le fut pas tant lorsqu'il se réincorpora, malgré qu'on l'eût promu capitaine. Elle ne fut pas contente du tout. C'était au début de la guerre, et le bataillon dans lequel son père était capitaine s'appelait Alicante Rojo. C'est ainsi que son père l'écrivait dans ses lettres, Batallón Alicante Rojo, devant la date et derrière, Viva la República !
Deux jours après avoir reçu le premier Viva la República !, qui arriva de Segorbe, un village de Castellón, Paulino entra, un papier à la main.
Sur ses lèvres, Paulino dissimulait un sourire.
— Je me suis porté volontaire, maman.
Sa mère délaissa son peigne et la chevelure rouge d'Elvira :
Tu es trop jeune.
— Non.
— Non, répliqua Paulino fermement en lui montrant le papier qu'il avait à la main. Sa mère continua de coiffer Elvira :
— Tu es trop jeune, Paulino.
Elle n'ajouta rien de plus, habituée à ce que les décisions des hommes ne se discutent pas. Paulino est un homme, son mari le lui avait écrit dans la première lettre, et la República a besoin de lui.
Quand la mère, doña Martina, termina de nouer un ruban autour de la queue de cheval qu'elle avait faite à Elvira, la petite courut vers la chambre de son frère.
— Toi aussi, tu pars à la guerre?
— Hé gamine, secoue ta couette comme j'aime.
Les cheveux d'Elvira fouettèrent l'air à gauche puis à droite, et son frère profita des yeux fermés de la fillette pour tirer une extrémité du nœud.
— Maman, maman, Paulino il m'a défait ma couette. Paulino partit au front l'après-midi même.
Il venait d'avoir dix-neuf ans.
Une à une et silencieuses, les femmes quittent la salle pour le sous-sol de la prison de Ventas. Et Elvira répond à Tomasa, qu'elle n'a pas froid.
— En revanche, j'ai faim.
En revanche, elle a faim. Elle a aussi faim que, dans le port d'Alicante, lorsqu'elle attendait un bateau qui n'est jamais venu. Sa mère n'avait plus de bijoux et elle n'avait plus rien à échanger à la gardienne italienne qui les surveillait contre du chocolat. De plus l'argent républicain n'était plus la monnaie en vigueur et les billets que doña Martina avait économisés vieillissaient, inutiles, au fond d'une boîte d'acajou, une boîte précieuse qu'avait achetée son père en Guinée. Parce que son père avait vécu en Guinée, avant de connaître sa mère, avant qu'il ne fût muté à Pamplune puis à Burgos, où il se maria avec elle et où naquit Paulino. Son père avait vécu dans beaucoup d'endroits, Elvira dans deux seulement : elle naquit à Valence, et elle ne quitta Valence que lorsqu'on l'amena ici, dans cette ville qu'elle ne connaît même pas, de laquelle elle n'a vu qu'une arène, très jolie, à travers les barreaux de la porte du fourgon. Elle ne connaît même pas Alicante, elle n'a vu qu'une rue jalonnée de palmiers en direction du port.
Mais son père connaissait bien toutes les villes dans lesquelles il avait vécu, et de chacune d'elles, il conservait un souvenir. De Malabo, il ramena une petite boîte en bois dans laquelle sa mère gardait les économies, mais il ramena aussi un problème à l'estomac qui l'obligea à abandonner l'armée au moment de la loi Azaña. Il était lieutenant quand il prit sa retraite. Elvira se souvint que sa mère fut très contente. Mais elle ne le fut pas tant lorsqu'il se réincorpora, malgré qu'on l'eût promu capitaine. Elle ne fut pas contente du tout. C'était au début de la guerre, et le bataillon dans lequel son père était capitaine s'appelait Alicante Rojo. C'est ainsi que son père l'écrivait dans ses lettres, Batallón Alicante Rojo, devant la date et derrière, Viva la República !
Deux jours après avoir reçu le premier Viva la República !, qui arriva de Segorbe, un village de Castellón, Paulino entra, un papier à la main.
Sur ses lèvres, Paulino dissimulait un sourire.
— Je me suis porté volontaire, maman.
Sa mère délaissa son peigne et la chevelure rouge d'Elvira :
Tu es trop jeune.
— Non.
— Non, répliqua Paulino fermement en lui montrant le papier qu'il avait à la main. Sa mère continua de coiffer Elvira :
— Tu es trop jeune, Paulino.
Elle n'ajouta rien de plus, habituée à ce que les décisions des hommes ne se discutent pas. Paulino est un homme, son mari le lui avait écrit dans la première lettre, et la República a besoin de lui.
Quand la mère, doña Martina, termina de nouer un ruban autour de la queue de cheval qu'elle avait faite à Elvira, la petite courut vers la chambre de son frère.
— Toi aussi, tu pars à la guerre?
— Hé gamine, secoue ta couette comme j'aime.
Les cheveux d'Elvira fouettèrent l'air à gauche puis à droite, et son frère profita des yeux fermés de la fillette pour tirer une extrémité du nœud.
— Maman, maman, Paulino il m'a défait ma couette. Paulino partit au front l'après-midi même.
Il venait d'avoir dix-neuf ans.
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