Paul Vignal fut le premier à percevoir le claquement du coup de feu au beau milieu du Requiem de Duruflé qu'il écoutait religieusement, comme il se doit pour un requiem.
L'ancien chef de bataillon de légion connaissait la musique sous toutes ses formes et savait reconnaître un tir à balles à deux cents mètres.
— Nom de Dieu, le barouf qui recommence !
Mû par un vieux réflexe, il se précipita, aussi vite que le lui permettaient ses 78 ans et son arthrose des genoux, au premier étage de son pavillon, grimpa d'un mollet flageolant sur une chaise et saisit son fusil de douze placé en permanence au-dessus de l'armoire de sa chambre… Au cas où…
L'arme était chargée. Prête à l'emploi.
Le temps de redescendre, d'enfiler ses pieds nus dans ses charentaises et de passer une robe de chambre sur son pyjama, il était déjà sur le pas de sa porte, l'oreille aux aguets. Sur le pied de guerre.
— Qui va là ? beugla-t-il dans la nuit étoilée.
Pas de réponse. Un silence épais, inquiétant.
D'un regard circulaire, il balaya les alentours à 180 degrés. Difficile de distinguer quelqu'un dans cette lumière chiche.
— L'enfant de salaud est peut-être encore sur place, embusqué derrière un arbre ou planqué dans un renfoncement de porte.
La fusil braqué droit devant lui, le vieux Vignal remonta la petite rue tranquille bordée de villas plus ou moins cossues enfouies dans la verdure et les fleurs de l'été.
Soudain il perçut nettement un appel strident. Une voix de femme hurlant « Au secours ! Au secours ! »
— Ma parole, ça vient de chez le toubib ! »
Vignal clopina en direction des cris.
L'ancien chef de bataillon de légion connaissait la musique sous toutes ses formes et savait reconnaître un tir à balles à deux cents mètres.
— Nom de Dieu, le barouf qui recommence !
Mû par un vieux réflexe, il se précipita, aussi vite que le lui permettaient ses 78 ans et son arthrose des genoux, au premier étage de son pavillon, grimpa d'un mollet flageolant sur une chaise et saisit son fusil de douze placé en permanence au-dessus de l'armoire de sa chambre… Au cas où…
L'arme était chargée. Prête à l'emploi.
Le temps de redescendre, d'enfiler ses pieds nus dans ses charentaises et de passer une robe de chambre sur son pyjama, il était déjà sur le pas de sa porte, l'oreille aux aguets. Sur le pied de guerre.
— Qui va là ? beugla-t-il dans la nuit étoilée.
Pas de réponse. Un silence épais, inquiétant.
D'un regard circulaire, il balaya les alentours à 180 degrés. Difficile de distinguer quelqu'un dans cette lumière chiche.
— L'enfant de salaud est peut-être encore sur place, embusqué derrière un arbre ou planqué dans un renfoncement de porte.
La fusil braqué droit devant lui, le vieux Vignal remonta la petite rue tranquille bordée de villas plus ou moins cossues enfouies dans la verdure et les fleurs de l'été.
Soudain il perçut nettement un appel strident. Une voix de femme hurlant « Au secours ! Au secours ! »
— Ma parole, ça vient de chez le toubib ! »
Vignal clopina en direction des cris.
Hélène de Monaghan, Prions pour moi, Paris, Les éditions du Masque, 1998, p. 14-15.
***
Brigitte nous propose sa traduction :
Paul Vignal fue el primero en percibir el chasquido del disparo en pleno réquiem de Duruflé, réquiem que estaba escuchando piadosamente, como es debido.
El jefe de batallón ex combatiente de la Légion conocía la música bajo todas sus formas y era capaz de identificar un balazo a doscientos metros.
- ¡ Me cago en Diós, otra vez el jaleo ese !
Movido por algún antiguo reflejo, se lanzó hasta la primera planta de su chalé, tan rápido como se lo permitían sus 78 años y su artrosis en las rodillas, se subió a una silla con la pantorilla temblona y agarró su fusil de doce, siempre colocada en lo alto del armario de su dormitorio…Por si acaso…
El arma estaba cargada. Lista para el uso.
El tiempo necesario para volver escaleras abajo, ponerse las zapatillas y una bata por encima del pijama, y estaba ya en el umbral de su puerta, oídos al acecho. En pie de guerra.
- ¿ Quién anda por ahí ? vociferó en medio de la noche estrellada.
Ninguna respuesta. Un silencio pesado, inquietante.
Con una mirada semi circular hizo un barrido de 180 grados a su alrededor. Difícil vislumbrar a alguién con tan escasa claridad.
Tal vez el muy cabrón siga en el lugar emboscado detrás de un árbol o recóndito en la entrada de un portal.
- Con el fusil apuntando al frente, el viejo Vignal se fue caminando arriba por la
callejuela quieta bordeada de villas más o menos ricas ocultas en medio del verdor y de las flores veraniegos.
- De golpe, oyó un grito de manera clarísima. Una llamada retumbante. Una voz de mujer gritando : - ¡ Socorro socorro !
- ¡ Joder, viene de la casa del medicastro !
Vignal se dirigió renqueando rumbo a los gritos.
El jefe de batallón ex combatiente de la Légion conocía la música bajo todas sus formas y era capaz de identificar un balazo a doscientos metros.
- ¡ Me cago en Diós, otra vez el jaleo ese !
Movido por algún antiguo reflejo, se lanzó hasta la primera planta de su chalé, tan rápido como se lo permitían sus 78 años y su artrosis en las rodillas, se subió a una silla con la pantorilla temblona y agarró su fusil de doce, siempre colocada en lo alto del armario de su dormitorio…Por si acaso…
El arma estaba cargada. Lista para el uso.
El tiempo necesario para volver escaleras abajo, ponerse las zapatillas y una bata por encima del pijama, y estaba ya en el umbral de su puerta, oídos al acecho. En pie de guerra.
- ¿ Quién anda por ahí ? vociferó en medio de la noche estrellada.
Ninguna respuesta. Un silencio pesado, inquietante.
Con una mirada semi circular hizo un barrido de 180 grados a su alrededor. Difícil vislumbrar a alguién con tan escasa claridad.
Tal vez el muy cabrón siga en el lugar emboscado detrás de un árbol o recóndito en la entrada de un portal.
- Con el fusil apuntando al frente, el viejo Vignal se fue caminando arriba por la
callejuela quieta bordeada de villas más o menos ricas ocultas en medio del verdor y de las flores veraniegos.
- De golpe, oyó un grito de manera clarísima. Una llamada retumbante. Una voz de mujer gritando : - ¡ Socorro socorro !
- ¡ Joder, viene de la casa del medicastro !
Vignal se dirigió renqueando rumbo a los gritos.
***
Odile nous propose sa traduction :
Paul Vignal fue el primero en percibir el chasquido del dísparo, en pleno « Requiem » de Duruflé que estaba religiosamente escuchando, así como se debe escuchar cuando se trata de un requiem.
El que fue jefe de batallon en la légión conocía todas las formas de música y sabía identificar un tiro por balas hasta doscientos metros.
- ¡Me cago en Dios, otra vez ese jaleo!
Movido por un antiguo reflejo, se lanzó, tan rápidamente como se lo permitían sus 78 años y su artrosis de las rodillas, hasta la primera planta de su chalé, se subió a una silla con la pantorilla temblona y agarró su fusil de calibre 12, que estaba siempre en lo altodel armario de su dormitorio.... Por si a caso.....
El arma estaba cargada. Lista para disparar.
Nada más bajar las escaleras, calzarse las zapatillas y vestir una bata por encima del pijama, ya estaba en el umbral de la puerta, el oído agudizado. En pie de guerre.
- ¿Quién va por aquí? vociferó en la noche estrellada.
No hubo contestación. Un silencio denso, inquietante.
Echó una mirada circular, de180 grados, a los alrededores. Dificil divisar a cualquiera en esta luz tan escasa. - El hijo de puta, quizás, está todavia aquí, emboscado detrás de un árbol o escondido en el hueco de una entrada de puerta.
El fusil apuntado recto ante él, el viejo Vignal subió por la callejuela tranquila bordada de mansiones más o menos acomodadas, ocultas en lo verde y las flores del verano.
De repente, oyó muy claremente una llamada estridente. Un voz de mujer gritando « ¡Socorro!¡Socorro! »
- ¡Hostia! eso viene de casa del médico. Vignal renqueó en dirección de los gritos.
Paul Vignal fue el primero en percibir el chasquido del dísparo, en pleno « Requiem » de Duruflé que estaba religiosamente escuchando, así como se debe escuchar cuando se trata de un requiem.
El que fue jefe de batallon en la légión conocía todas las formas de música y sabía identificar un tiro por balas hasta doscientos metros.
- ¡Me cago en Dios, otra vez ese jaleo!
Movido por un antiguo reflejo, se lanzó, tan rápidamente como se lo permitían sus 78 años y su artrosis de las rodillas, hasta la primera planta de su chalé, se subió a una silla con la pantorilla temblona y agarró su fusil de calibre 12, que estaba siempre en lo altodel armario de su dormitorio.... Por si a caso.....
El arma estaba cargada. Lista para disparar.
Nada más bajar las escaleras, calzarse las zapatillas y vestir una bata por encima del pijama, ya estaba en el umbral de la puerta, el oído agudizado. En pie de guerre.
- ¿Quién va por aquí? vociferó en la noche estrellada.
No hubo contestación. Un silencio denso, inquietante.
Echó una mirada circular, de180 grados, a los alrededores. Dificil divisar a cualquiera en esta luz tan escasa. - El hijo de puta, quizás, está todavia aquí, emboscado detrás de un árbol o escondido en el hueco de una entrada de puerta.
El fusil apuntado recto ante él, el viejo Vignal subió por la callejuela tranquila bordada de mansiones más o menos acomodadas, ocultas en lo verde y las flores del verano.
De repente, oyó muy claremente una llamada estridente. Un voz de mujer gritando « ¡Socorro!¡Socorro! »
- ¡Hostia! eso viene de casa del médico. Vignal renqueó en dirección de los gritos.
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