Mientras iban por la calle camino de la librería, Fisco y Jaiko jugaban a que eran astronautas recién llegados a un mundo desconocido y previsiblemente hostil.
— ¡Cuidado, a tu derecha! Viene un monstruo rarísimo que lleva en alto una especie de enorme murciélago negro cogido por una pata. Puede ser peligroso...
— Espera, voy a consultar nuestro Informador Universal Portátil. Conectando, conectando... No te preocupes, no muerde. Se llama «paraguas».
— ¿El monstruo?
— No, hombre, eso que parece un murciélago.
— Fíjate, en lo alto de ese árbol sin ramas hay un ojo rojo. ¡Caray, ahora guiña el ojo y nos mira con otro amarillo!
— Y esas tortugas gigantes que pasan a toda leche lanzando rugidos. ¡Qué fieras! Hay muchísimas... Deben ser un rebaño en estampida. ¡Cuidado, apártate de su camino!
— ¡Atención, el ojo de) árbol es ahora verde! Ese árbol en vez de pájaros tiene ojos de colores...
— Mira, el rebaño de tortugas ?¿o serán estegosauros?? se ha parado. ¿A qué esperarán?
— Ni idea, pero podemos aprovechar para intentar esquivarlas corriendo hasta allí enfrente.
— ¿Y si están al acecho y nos atacan?
— ¡Nada, hay que arriesgarse! Pero deprisa, ¿eh? A la de una, a la de dos... ¡vamos allá!
Y cruzaban de acera a todo correr, muertos de risa. Mejor dicho, vivos de risa, porque cuanto más se reían Fisco y Jaiko más vivos estaban. ¿Qué edad tenían? Pues la verdad es que resulta difícil establecerlo a simple vista: ¡los chicos de ahora crecen tanto! Desde luego no menos de trece años pero en ningún caso mucho más de catorce. Jaiko parecía un poco mayor, pero es porque era más corpulento, todo un atleta: muy moreno, a causa de que alguno de sus abuelos o bisabuelos procedía del Caribe y le habían legado un tono como de miel en la epidermis y un pelo de brillante azabache. En cambio Fisco era más menudo, casi rubio, todo fibra enérgica y grandes ojos curiosos. Siempre se les veía juntos, en el patio del colegio, por la calle, en el cine y lo mismo compartían los bocadillos que los secretos. También sus inquietudes: porque a pesar de su ánimo juguetón y hasta pícaro (era difícil verles en la cara otra expresión que la sonrisa, a menudo satírica) se diría en ocasiones que llevaban a medias la llave de un cuarto oscuro e íntimo en el que se oía el rebullir de cosas extrañas. Amenazadoras.
— ¡Cuidado, a tu derecha! Viene un monstruo rarísimo que lleva en alto una especie de enorme murciélago negro cogido por una pata. Puede ser peligroso...
— Espera, voy a consultar nuestro Informador Universal Portátil. Conectando, conectando... No te preocupes, no muerde. Se llama «paraguas».
— ¿El monstruo?
— No, hombre, eso que parece un murciélago.
— Fíjate, en lo alto de ese árbol sin ramas hay un ojo rojo. ¡Caray, ahora guiña el ojo y nos mira con otro amarillo!
— Y esas tortugas gigantes que pasan a toda leche lanzando rugidos. ¡Qué fieras! Hay muchísimas... Deben ser un rebaño en estampida. ¡Cuidado, apártate de su camino!
— ¡Atención, el ojo de) árbol es ahora verde! Ese árbol en vez de pájaros tiene ojos de colores...
— Mira, el rebaño de tortugas ?¿o serán estegosauros?? se ha parado. ¿A qué esperarán?
— Ni idea, pero podemos aprovechar para intentar esquivarlas corriendo hasta allí enfrente.
— ¿Y si están al acecho y nos atacan?
— ¡Nada, hay que arriesgarse! Pero deprisa, ¿eh? A la de una, a la de dos... ¡vamos allá!
Y cruzaban de acera a todo correr, muertos de risa. Mejor dicho, vivos de risa, porque cuanto más se reían Fisco y Jaiko más vivos estaban. ¿Qué edad tenían? Pues la verdad es que resulta difícil establecerlo a simple vista: ¡los chicos de ahora crecen tanto! Desde luego no menos de trece años pero en ningún caso mucho más de catorce. Jaiko parecía un poco mayor, pero es porque era más corpulento, todo un atleta: muy moreno, a causa de que alguno de sus abuelos o bisabuelos procedía del Caribe y le habían legado un tono como de miel en la epidermis y un pelo de brillante azabache. En cambio Fisco era más menudo, casi rubio, todo fibra enérgica y grandes ojos curiosos. Siempre se les veía juntos, en el patio del colegio, por la calle, en el cine y lo mismo compartían los bocadillos que los secretos. También sus inquietudes: porque a pesar de su ánimo juguetón y hasta pícaro (era difícil verles en la cara otra expresión que la sonrisa, a menudo satírica) se diría en ocasiones que llevaban a medias la llave de un cuarto oscuro e íntimo en el que se oía el rebullir de cosas extrañas. Amenazadoras.
Fernando Savater, El Gran laberinto
2 commentaires:
je suppose que l.19 vous vouliez écrire estegosaurio, non ?
Oui, je suppose aussi ;-)
(je prends les textes des versions sur internet et il arrive régulièrement qu'il y ait des coquilles… Faites toujours au plus logique)
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