par caro rios
Deploro a los lectores que vienen a decirme que "se rieron" con mis libros, y me quejo amargamente de ellos. Lo he hecho en forma oral o por escrito cuantas veces se ha presentado la ocasión. Es un lamento constante en mí; puedo decir sin exagerar que esos comentarios han envenenado mi vida de escritor. Me repito, es inevitable, pero se debe a que la causa también se repite, me lo dicen de cada libro que publico: cómo me reí, cómo me reí. Todos mis libros, todos mis lectores. No voy a extenderme en los motivos por los que aborrezco del humor en la literatura (eso es cosa mía), porque creo que aunque mis ideas al respecto fueran distintas, y hasta opuestas, la reincidencia, ya tan previsible, de ese "elogio", seguiría siendo un gesto descortés, con un matiz paternalista, desdeñoso, y, conociendo mis sentimientos, directamente agresivo. Cuando lo comento con amigos o colegas, siempre me responden que mis novelas contienen efectivamente elementos humorísticos, incluso chistes, y que es inevitable reírse porque funcionan, son eficaces, ingeniosos, originales. Me dan ejemplos, con los que ellos mismos se rieron en su momento, y cuando me los cuentan a veces yo también me río, ya que estoy. Pero ahí no está el problema. Me molesta que me lo digan, y que sea lo único que me dicen. Si se quedaron ahí, es porque no encontraron nada más. La risa es la única reacción que me mencionan. Nunca me dicen que se conmovieron, o que se interesaron, o que los hizo pensar o soñar. "Leí tu último libro: ¡cómo me reí!" Ahí se termina todo. Y si advierten, por mi silencio o mi cara de disgusto, que el elogio cayó mal, y quieren explayarse para arreglarlo, me cuentan "cómo" se rieron: a carcajadas, con lágrimas que les impedían seguir la lectura, hasta que les dolían las costillas, hasta que la esposa venía a preguntarles qué les pasaba, etc. Una vez o dos o tres yo lo habría aceptado de buena gana; no soy un maniático. ¿Pero treinta años de oír lo mismo? ¿Decenas de libros de risas y nada más que risas? No puedo concebir que a un escritor de verdad, a cualquiera de mis ídolos o modelos, se le acercaran los lectores a decirles cuánto se habían reído con sus libros. Los que tratan de consolarme me dicen que no hay mala intención: el libro les ha gustado, quieren decírmelo rápido y sin entrar en análisis que podrían parecer pedantes o fuera de lugar, y lo que encuentran más a mano es eso. Después de todo, la risa es un valor positivo; se asocia con la felicidad, con la alegría, con la satisfacción. No me convencen. Lo peor es cuando recurren a esa estúpida distinción: no se ríen "de" vos, se ríen "con" vos. ¿Ah sí? ¡Pero sucede que yo no me río cuando escribo! No podría decir por qué escribo (mucho menos podría decir por qué sigo escribiendo, después de tanta risa) pero puedo asegurar que no lo hago para provocarme, ni provocarle a nadie, una reacción visceral, irracional, animal, como es la risa, como no escribo para provocar ladridos o relinchos. Si es todo lo que tienen que decirme, prefiero que no me digan nada. Además, he dicho muchas veces que me molesta, que me deprime, ¿entonces por qué siguen haciéndolo? Y aunque no lo hubiera dicho, basta pensarlo un momento, basta tener el más leve conocimiento del trabajo solitario y difícil de un escritor, para darse cuenta de que es una grosería. Sólo estaría justificado con el autor de uno de esos libros que se llaman "Nuevos Chistes de Gallegos" o cosas por el estilo.
César Aira, Cómo me reí
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