Le thème du CAPES – session 2010-2011

La légende prétend qu'on peut observer tous les quartiers depuis les fenêtres du Palais : aucune pièce, aucun escalier, aucune rue n'échappe à la surveillance. Depuis des siècles, faute de conviction, les souverains n'ont guère utilisé ce pouvoir. Pourquoi ne pas essayer ? Vérifions la légende, scrutons la vie d'un citoyen ordinaire et voyons ce qu'il dissimule.
Quittons l'Hôtel de ville, traversons le pont Central et dirigeons-nous vers l'est. Öster est un quartier plutôt agréable, sans histoires, il agrège des maisons de bon standing dont les façades jaunes, parfois ocre, ont une étonnante capacité à capter et, surtout, à conserver les rayons du soleil. (...) L'immeuble qui nous intéresse, bâtiment dont la pierre nécessiterait un bon ravalement, est situé dans une petite impasse, juste en face d'une école élémentaire. On doit entendre durant la journée les piaillements des élèves qui jouent dans la cour de récréation, le rebond des ballons, la sonnerie ponctuant les cours, mais à cette heure tardive, tous les enfants sont à la maison, la rue Niswagën est silencieuse. Numéro 28, septième et dernier étage. Une porte en bois. Pénétrons. pièces obscures, craquements sur le parquet... À ce stade de l'expédition, il faut livrer une information capitale : le propriétaire est absent. Son nom ? Approchons-nous d'une table. Sa surface lisse, brillante, est éclairée par un réverbère dont les lueurs orangées filtrent par la fenêtre du séjour.
Au premier plan, un cendrier saturé de mégots. Un peu plus loin, sur un amas de partitions jaunies, de magazines aux couvertures froissées, déchirées, de piles CD vacillantes affrontant vainement les lois de l'équilibre, un portefeuille contenant un permis de conduire.

Nord absolu, Fabrice Lardreau, Editions Belfond, 2009

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Sonita nous propose sa traduction [QUI NE VAUT PAS POUR CORRIGÉ… ET NE PRÉJUGE EN RIEN DE LA FAçON DONT VOUS SEREZ NOTÉS PAR LE JURY] :

Cuenta la leyenda que se pueden ver todos los barrios desde las ventanas del Palais: ninguna habitación, ninguna escalera, ninguna calle escapa a la vigilancia. Desde hace siglos, por falta de convicción, los soberanos casi nunca han utilizado ese poder. ¿Por qué no intentarlo? Verifiquemos la leyenda, escrutemos la vida de un ciudadano cualquiera y veamos lo que disimula.
Dejemos el Hôtel de Ville, crucemos el Pont Central y dirijámonos hacia el este. Öster es un barrio más bien agradable, sin historias que combina casas de buen nivel de vida, cuyas fachadas amarillas, a veces ocre, tienen una sorprendente capacidad para captar y, sobretodo, para conservar los rayos del sol. (…) El inmueble que nos interesa, edificio cuya piedra necesitaría un buen revoque, está situado en un pequeño callejón sin salida, mero en frente de una escuela elemental. Uno seguramente escucha, durante el día, el chillido de los alumnos que juegan en el patio de recreo, el rebote de las pelotas, el timbre puntuando las clases, pero a esta hora avanzada los niños están en sus casas, la calle Niswagën está silenciosa. Número 28, séptimo y último piso. Una puerta de madera. Penetremos. Habitaciones oscuras, el parquet cruje… a este momento de la expedición hay que entregar una información crucial: el propietario no se encuentra. ¿Su nombre? Acerquémonos a una mesa. Su superficie lisa, brillante está alumbrada por una farola cuyo resplandor anaranjado filtra a través de la ventana del salón.
En el primer plano, un cenicero saturado de colillas. Un poco más lejos, encima de un montón de partituras amarilladas, unas revistas cuyas portadas están plegadas, rotas, unas pilas de discos vacilantes enfrentando en vano las leyes del equilibrio, una cartera con una licencia de manejo.

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Brigitte nous propose sa traduction :

Cuenta la leyenda que se pueden observar todos los barrios desde las ventanas del Palacio : ninguna habitación, ninguna escalera, ninguna calle que escape de la vigilancia. Desde hace siglos, por falta de convicción, los soberanos poco hicieron uso de este poder.
¿ Por qué no intentarlo ? Comprobemos la leyenda, escudriñemos la vida de un ciudadano cualquiera y veamos lo que oculta.
Dejemos el Ayuntamiento, crucemos el Puente Central y dirijámonos hacia el este. Oster es un barrio bastante agradable, sin problemas, reúne edificios con buen nivel de vida cuyas fachadas amarillas, a veces ocre, tienen una capacidad asombrosa para captar y, sobre todo, conservar los rayos del sol. (…) La finca que nos interesa, edificio cuya piedra necesitaría un buen renovado, está ubicada en un callejón sin salida, justo en frente de una escuela primaria. Se oirá a lo largo del día el griterío de los colegiales que están jugando en el patio de recreo, el rebote de las pelotas, el timbre que marca las horas de clases, pero a esta hora tardía, están todos los niños en casa, la calle Niswagen resulta silenciosa. Número 28, séptima y última planta. Una puerta de madera. Pasemos. Habitaciones oscuras, crujidos en la tarima. En esta étapa de la expedición, es preciso entregar una información capital : el propietario no está. ¿ Apellido ? Acerquémonos a una mesa. Su superficie lisa, brillante, es iluminada por una farola cuyas luces anaranjadas se filtran por la ventana del salón.
En el primer término, un cenicero rebosante de colillas. Un poco más allá, sobre un amontonamiento de partituras amarillentas, de revistas con las portadas arrugadas, rotas, de pilas de cedes vacilantes que desafían en vano las leyes del equilibrio, una cartera que contiene un carnet de conducir.

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Laëtitia Sw nous propose sa traduction :

La leyenda pretende que se pueden observar todos los barrios desde las ventanas del Palacio : ninguna habitación, ninguna escalera, ninguna calle escapa a la vigilancia. Desde siglos, por falta de convicción, los soberanos casi no han usado este poder. ¿ Por qué no intentarlo ? Comprobemos la leyenda, escudriñemos la vida de un ciudadano ordinario y veamos lo que él disimula.
Dejemos el Ayuntamiento, cruzemos el puente Central y dirijámonos hacia el este. Öster es un barrio más bien agradable, tranquilo, agrega casas de buena categoría cuyas fachadas amarillas, a veces ocre, tienen una sorprendente capacidad para captar y, sobretodo, conservar los rayos del sol. (...) El inmueble que nos interesa, un edificio cuya piedra necesitaría un buen revoque, está situado en un callejón sin salida, precisamente frente a una escuela primaria. Se deben oír durante la jornada los chillidos de los alumnos jugando en el patio de recreo, el rebote de los balones, el timbre que marca los cursos, pero en esta hora tardía, todos los niños están en casa, la calle Niswagën está callada. Número 28, séptima y última planta. Una puerta de madera. Entremos. Habitaciones oscuras, crujidos del entarimado... En este momento de la expedición, cabe entregar una información capital : el propietario está ausente. ¿ Su apellido ? Acerquémonos a una mesa. Su superficie lisa, brillante, está iluminada por un farol cuyos fulgores anaranjados se filtran por la ventana del cuarto de estar.
En el primer término, un cenicero rebosado de colillas. Un poco más lejos, sobre un montón de partituras amarillentas, de revistas con portadas arrugadas, rasgadas, de pilas de CD vacilantes enfrentándose vanamente con las leyes del equilibrio, una cartera conteniendo un permiso de conducción.

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Elena nous propose sa traduction :

Cuenta la leyenda que se pueden observar todos los barrios a través de las ventanas del Palacio : ninguna habitación, ninguna escalera, ninguna calle escapa a la vigilancia. Desde hace siglos, por falta de convicción, los soberanos casi no han utilizado ese poder. ¿Por qué no intentarlo? Verifiquemos la leyenda, escudriñemos la vida de un ciudadano común y veamos lo que esconde. Salgamos del Ayuntamiento, atravesemos el puente Central y dirijámonos hacia el este. Öster es un barrio más bien agradable, sin problemas, aglomera casas de buen standing, cuyas fachadas amarillas, a veces ocres, tienen la extraña capacidad de captar y, sobre todo, de conservar los rayos del sol. […] El edificio que nos interesa, edificio cuya piedra necesitaría una buena mejora, está situado en una callejón sin salida, justo en frente de una escuela primaria. Se deben escuchar durante el día el griterío de los alumnos que juegan en el patio de recreo, el rebote de los balones, el timbre anunciando las clases, pero a esta hora tardía, todos los niños están en sus casas, la calle Niswagën está silenciosa. Número 28, séptimo y último piso. Una puerta de madera. Entremos. Habitaciones oscuras, crujidos del parquet… A esta altura de la expedición hay que dar una información capital : el propietario está ausente. ¿Su nombre? Acerquémonos a una mesa. Su superficie lisa, brillante, está iluminada por una farola cuyos resplandores anaranjados se cuelan por la ventana del cuarto. En primer plano, un cenicero saturado de colillas. Un poco más lejos, sobre un montón de partituras amarillentas, de revistas con la cubiertas arrugadas, de pilas de CD vacilantes afrontando en vano a las leyes del equilibrio, una cartera conteniendo un carnet de conducir.

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