Es curioso que durante la guerra civil española, en pleno caos sangriento, en medio del infierno del Madrid sitiado, e poeta haya escrito ese canto esencial y bestial, puramente imputo y sorprendentemente individual, magistral puerta vedada, cuarto cerrado del amor de carne, de la ceremonia del amor, de la religión del amor, mientras los milicianos de la república, los mineros de Asturias, los gitanos de Andalucía, los campesinos del Guadarrama, al lado afuera de sus gemidos de pasión, de sus susurros minuciosos y urgentes de enamorado fijado y sudado, mueren por otra pasión más trascendental, más trágica, más verdadera y concreta.
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