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lundi 18 juin 2012

Version à rendre pour le 30 juin

 De lo que voy a contar yo fuí testigo: de la traición de la enana, del asesinato de Segundo, de la llegada de la Estrella. Sucedió todo en una época remota de mi infancia que ahora ya no sé si rememoro o invento: porque por entonces para mí aún no se había despegado el cielo de la tierra y todo era posible. Acababa de crearse el universo, como se encargó de explicarme doña Bárbara: «Cuando yo nací», me dijo, «empezó el mundo». Como yo era pequeña y ella ya muy vieja, aquello me pareció muchísimo tiempo. Por buscarle a mi relato algún principio, diré que mi vida comenzó en un viaje de tren, la vida que recuerdo y reconozco, y que de lo anterior tan sólo guardo un puñado de imágenes inconexas y turbias, como difuminadas por el polvo del camino, o quizá oscurecidas por el último túnel que atravesó la locomotora antes de llegar a la parada final. De modo que para mi memoria nací de la negrura de aquel túnel, hija del fragor y del traqueteo, parida por las entrañas de la tierra a una fría tarde de abril y a una estación enorme y desolada. Y en esa estación entrábamos, resoplando y chirriando, mientras las vías muertas se multiplicaban a ambos lados del vagón y se retorcían y brincaban, se acercaban a las ventanillas y se volvían a alejar de un brusco respingo, como las tensas gomas de ese juego de niñas al que probablemente había jugado alguna vez en aquel tiempo antiguo del que ya no me acordaba ni me quería acordar.   

Rosa Montero, Bella y oscura

dimanche 17 juin 2012

Version pour le 16 juin

Yo nací en Ávila, la vieja ciudad de las murallas, y creo que el silencio y el recogimiento casi místico de esta ciudad se me metieron en el alma nada más nacer. No dudo de que, aparte otras varias circunstancias, fue el clima pausado y retraído de esta ciudad el que determinó, en gran parte, la formación de mi carácter. De mi primera niñez bien poco recuerdo. Casi puede decirse que comencé a vivir, a los diez años, en casa de don Mateo Lesmes, mi profesor. Me acuerdo perfectamente, como si lo estuviera viendo, del día que mi tutor me presentó él... Se iniciaba ya el otoño. Los árboles de la cuidad comenzaban a acusar la ofensiva de la estación. Por las calles había hojas amarillas que el viento, a ratos, levantaba del suelo haciéndolas girar en confusos remolinos. Hicimos el camino en la última carretela descubierta que quedaba en la ciudad. Tengo impresos en m cerebro los menores detalles de aquella mi primera experiencia viajera. Los cascos caballos martilleaban las piedras de la calzada rítmicamente, en tanto las ruedas, rígidas y sin ballestas, hacían saltar y crujir el coche con gran desesperación de mi tío y extraordinario regocijo por mi parte. Ignoro las calles que recorrimos hasta llegar a la placita silente donde habitaba don Mateo. Era una plaza rectangular con una meseta en el centro, a la que se llegaba merced al auxilio de tres escalones de piedra. En la meseta crecían unos árboles gigantescos que Cobijaban bajo sí una fuente de agua cristalina, llena de rumores y ecos extraños. Del otro lado de la plaza, cerraba sus confines una mansión añosa e imponente, donde un extraño relieve, protegido en una hornacina, hablaba de hombres y tiempos remotos; hombres y tiempos idos, pero cuya historia perduraba amarrada a aquellas piedras milenarias.

Miguel Delibes, La sombra del ciprés es alargada

***

Florian nous propose sa traduction :

Je suis né à Ávila, la vielle ville aux murailles, et je crois que le silence et le recueillement quasi mystique de cet endroit se sont imprégnés de moi dès ma naissance. Je ne doute pas un instant, qu'entre autres choses, le climat pondéré et discret de cette citée a contribué, en grande partie, à forger mon caractère. Je n'ai que très peu de souvenir de ma plus tendre enfance. On peut presque dire que j'ai commencé à vivre à l'âge de dix ans, chez don Mateo Lesmes, mon précepteur. Je me rappelle parfaitement, comme si c'était hier, le jour où mon tuteur m'a présenté le... C'était le début de l'automne. Il y avait dans les rues des feuilles jaunes que, par moment, le vent soulevait du sol, les faisant tourner en un confus tourbillon. On avait parcouru le chemin dans la dernière calèche encore découverte qui restait en ville. Les moindres détailles de ma première expérience de voyageur sont gravés dans ma mémoire. Les sabots des chevaux martelaient les pierres de la chaussée en rythme, tandis que les roues, rigides et sans ressorts amortisseurs, faisaient sauter et grincer la voiture au plus grand désespoir de mon oncle mais pour ma plus grande joie à moi. J'ignore les rues que nous avions empruntées pour arriver à la petite place endormie où habitait don Mateo. C'était une place rectangulaire avec, au centre, une terrasse surélevée que l'on atteignait à l'aide de trois marches en pierre. Sur la terrasse, des arbres gigantesques poussaient au point d'abriter une source d'eau cristalline, gorgée de rumeurs et d'échos étranges. De l'autre côté de la place, il y avait une demeure ancienne et imposante qui fermait ses portes, d'où un curieux relief, protégé par une niche, parlait d'hommes et de temps lointains, des hommes et des temps passés, mais dont l'histoire perdurait, encrée dans ces pierres millénaire.

***

Manon nous propose sa traduction :

Je suis né à Avila, la vieille ville aux murailles, et je crois que le silence et le recueillement presque mystique de cette ville n'ont rien donné de plus à mon âme que ma naissance. Je suis sûr que, à part quelques autres circonstances, c'est le climat pausé et renfermé de cette ville qui a déterminé, en grande partie, la façon dont s'est formé mon caractère. De ma prime enfance, je me souviens de bien peu de choses. On peut presque dire que j'ai commencé à vivre à dix ans, chez Don Mateo Lesmes, mon professeur. Je me rappelle parfaitement, comme si je le voyais, du jour où mon tuteur me l'a présenté... L'automne débutait. Les arbres de la ville commençaient à subir l'offensive de la saison. Il y avait dans les rues des feuilles jaunes que le vent, par moments, soulevait en les faisant valser en des tourbillons confus. Nous avons fait le chemin sur la dernière charrette découverte qu'il restait de la ville. J'ai imprimé dans mon cerveau les moindres détails de cette première expérience de voyage qu'a été la mienne.  Les sabots des chevaux martelaient les pierres de la chaussée en rythme, pendant que les roues, rigides et sans suspensions, faisaient sauter et crisser la voiture, faisant le grand désespoir de mon oncle et mon extraordinaire joie. J'ignore quelles rues nous avons empruntées jusqu'à ce que nous arrivions à la petite place silencieuse où habitait Don Mateo. C'était une place rectangulaire avec un palier au centre où on arrivait grâce à trois marches en pierre. Sur le palier poussaient des arbres gigantesques qui abritaient une fontaine d'eau cristalline, pleine de murmures et d'échos étranges. De l'autre côté de la place s'achevaient le périmètre d'une vieille et imposante demeure, où un étrange relief, protégé par une niche, parlait d'hommes et de temps révolus ; des hommes et des temps passés, mais dont l'histoire perdurait, accrochée à ces pierres millénaires.

lundi 11 juin 2012

Version pour le 16 juin


Yo nací en Ávila, la vieja ciudad de las murallas, y creo que el silencio y el recogimiento casi místico de esta ciudad se me metieron en el alma nada más nacer. No dudo de que, aparte otras varias circunstancias, fue el clima pausado y retraído de esta ciudad el que determinó, en gran parte, la formación de mi carácter.
De mi primera niñez bien poco recuerdo. Casi puede decirse que comencé a vivir, a los diez años, en casa de don Mateo Lesmes, mi profesor. Me acuerdo perfectamente, como si lo estuviera viendo, del día que mi tutor me presentó él...
Se iniciaba ya el otoño. Los árboles de la cuidad comenzaban a acusar la ofensiva de la estación. Por las calles había hojas amarillas que el viento, a ratos, levantaba del suelo haciéndolas girar en confusos remolinos. Hicimos el camino en la última carretela descubierta que quedaba en la ciudad. Tengo impresos en m cerebro los menores detalles de aquella mi primera experiencia viajera. Los cascos caballos martilleaban las piedras de la calzada rítmicamente, en tanto las ruedas, rígidas y sin ballestas, hacían saltar y crujir el coche con gran desesperación de mi tío y extraordinario regocijo por mi parte.
Ignoro las calles que recorrimos hasta llegar a la placita silente donde habitaba don Mateo. Era una plaza rectangular con una meseta en el centro, a la que se llegaba merced al auxilio de tres escalones de piedra. En la meseta crecían unos árboles gigantescos que Cobijaban bajo sí una fuente de agua cristalina, llena de rumores y ecos extraños.
Del otro lado de la plaza, cerraba sus confines una mansión añosa e imponente, donde un extraño relieve, protegido en una hornacina, hablaba de hombres y tiempos remotos; hombres y tiempos idos, pero cuya historia perduraba amarrada a aquellas piedras milenarias.


Miguel Delibes, La sombra del ciprés es alargada

dimanche 3 juin 2012

Version – à rendre pour le 10 juin


El primer dia que a Nelet le enviaron solo a la ciudad, su inteligencia de chicuelo torpe adivinó vagamente que iba a entrar en un nuevo periodo de su vida.
Comenzaba a ser hombre. Su madre se quejaba de verle jugar a todas horas, sin servir para otra cosa, y el hecho de colgarle el capazo a la espalda, enviándolo a Valencia a recoger estiércol, equivalia a la sentencia de que, en adelante, tendria que ganarse el mendrugo negro y la cucharada de arroz haciendo algo más que saltar acequias, cortar flautas en los verdes cañares o formar coronas de flores rojas y amarillas con los tupidos dompedros que adornaban la puerta de la barraca.
Las cosas iban mal. El padre, cuando no trabajaba los cuatro terrones en arriendo, iba con el viejo carro a cargar vino en Utiel; las hermanas estaban en la fábrica de sedas hilando capullo; la madre trabajaba como una bestia todo el dia, y el pequeñin, que era el gandul de la familia, debia contribuir con sus diez años, aunque no fuera más que agarrándose a la espuerta, como otros de su edad, y aumentando aquel estercolero inmediato a la barraca, tesoro que fortalecia las entrañas de la tierra, vivificando su producción.
Salió de madrugada, cuando por entre las moreras y los olivos marcábase el dia con resplandor de lejano incendio. En la espalda, sobre la burda camisa, bailoteaban al compás de la marcha el flotante rabo de su pañuelo anudado a las sienes y el capazo de esparto, que parecia una joroba. Aquel dia estrenaba ropa: unos pantalones de pana de su padre, que podian ir solos por todos los caminos de la provincia sin riesgo de perderse, y que, acortados por la tia Pascuala, se sostenian merced a un tirante cruzado a la bandolera.

Vicente Blasco Ibáñez, El femater

dimanche 20 mai 2012

Version à rendre pour le 27 mai

EN EL DESPACHO DEL GOBERNADOR

El GOBERNADOR, vestido a la usanza de los conquis­tadores, conquistador él mismo, pelo y barbas en tur­bión de azafranados hilos, celestes los ojos, blanca la tez, duro el porte hidalgo, ocupa el sillón frente a la mesa, bajo la estrella del ventanuco que recoge la claridad de la alta noche, muy junto al velón, cuya luz de oro viejo le baña el rostro, y no lejos de PEDRALES, su letrado y hombre de confianza a quien dicta una carta. PEDRA­LES ocupa la otra silla del despacho y viste de letrado.
GOBERNADOR (dictando).-... Os escribo reducido a la impotencia de tener que defender con la pluma mojada en tinta de desengaños, tierras y bienes que conquisté con la espada... (Violento.) ¡No pongáis nada de eso.., o ponedlo...! Os escribo... (Indeciso.) O mejor comenzar como habíamos pensado: Ilustre señor, con ésta son dos cartas... (Vuelve a interrumpirse.) ¡Maldita sea...! ¡Guerrear..., guerrear sabía yo...! (No dice más
porque con su exclamación están a, punto de quedar en la oscuridad.)
PEDRALES. -¡Acabaréis, señor, por mellar la llama del velón! (Y esto diciendo se hace pantalla con las ma­nos para evitar que se apague.) ¡Quieta...! ¡Quieta..., lengua de oro! (Habla a la llama.) ¡Pacífica, doméstica, eclesiástica..., mal os avenís al proceloso respirar de los hombres de guerra...! (Estabilizado el velón, retoma el hilo de la carta, la pluma de ave en la mano, presto a escribir.) ... Con ésta son dos cartas... (El GOBERNA­DOR levanta un legajo de la mesa, lo abre y lee sólo para él. Un momento después.) ¿Consultáis el Memorial del Ayuntamiento a Su Majestad? Parad mientes que en ese papel se dice a fojas siete que no se han pregonado ni puesto en vigor las leyes que mandan poner en li­bertad a los indios esclavos...
El GOBERNADOR se queda absorto en su lectura. PE­DRALES calla.

Miguel Ángel Asturias, La audiencia de los confines

samedi 19 mai 2012

Version à rendre pour le 18 mai

¿Qué tenía en común con aquellas gentes que se encaramaban a un podium colectivo para que les pusieran las medallas del olimpismo? Contempló por televisión la llegada de la antorcha olímpica, la fiesta greco-catalana de recepción y lo mejor fue la espléndida muchacha que llevó la antorcha a tierra firme para que iniciara un paseo por toda España, en manos de políticos, deportistas y cualquier otra gloria local, en pos de marcar un territorio épico a la vez que zoológico. Si lo hubieran presentado como una fiesta recaudatoria de fondos para mejorar la ciudad o la especie residual celtibérica o le hubieran preguntado, al menos, si valía la pena mejorarla, Carvalho se hubiera abstenido igual, pero al menos habría aceptado el pringue de las personas, las cosas y los días, dejándose llevar por un verano más verano que los otros:

Siempre se espera un verano
mejor
y propicio para hacer
lo que nunca se hizo.

Había cantado un poeta de adolescencia contemporánea a la de Carvalho, de la que le llegaban poemas rotos que alguna vez había leído o incluso le habían leído:

No hubo fornicación
y la muchacha vive todavía.

¿De quién era? Qué más daba. La sensación de extranjería la llevaba en los huesos, como un frío intransferible, parecida a la que había sentido en los Getsemanís del franquismo, desde un exilio interior al que entonces le empujaba la obscenidad de la dictadura y ahora la inmensa, implícita presión de las multitudes olímpicas le empujaba al arcén de los coches deprimidos que no quieren correr porque han dejado de creer en la carrera. Durante diecisiete días la ciudad estaría ocupada por una amplia minoría de deportistas practicantes y por una inmensa mayoría de deportistas de palabra, pensamiento y omisión. Una ciudad ocupada por gente disfrazada de saludable puede llegar a ser insoportable y más insoportable todavía si, a causa de los Juegos Olímpicos, la ciudad se ha hecho la cirugía estética y de su rostro han desaparecido importantes arrugas de su pasado. Reyes, presidentes de repúblicas probables, la insoportable levedad del ser de todos los miembros del COI, gordos y gordas con las mochilas llenas de filosofía olímpica negados para siempre a distinguir entre los caníbales y sus víctimas y a las puertas de la ciudad acampados, en espera de su oportunidad neologizada, los paralímpicos, eufemismo de otro eufemismo, los disminuidos, para protagonizar a continuación la olimpiada de la piedad peligrosa en el marco de una sociedad que sólo se preocupa de sus disminuidos cuando consiguen meter goles con la nariz. Carvalho decidió recurrir a un sucedáneo de suicidio metafísico que había ensayado en sus tiempos de deprimido histórico, cuando debía convivir con la excelente salud del cadáver del franquismo y el general permanecía como un muñeco embalsamado en vida, sólo capaz de mover el brazo y la pistola, obstinado en permanecer en el escenario del crimen, como convidado de piedra en los escenarios de su propia obsolescencia de bárbaro primum inter pares. Vaciar una habitación, cerrarla a cal y canto, con Carvalho dentro, desnudo, sin otro nexo con el pasado y el futuro que un frigorífico lleno de alimentos populares y fantasiosos perecederos y un jamón, como recurso alimentario vinculable con la eternidad. La cultura metafísica y gastronómica de Carvalho había mejorado mucho desde sus crisis de finales de los sesenta y esta vez decidió encerrarse en su casa de Vallvidrera, puertas y ventanas selladas, incluso ranuras y rendijas, con cinta aislante. El cuerpo todo lo desnudo que exigía el verano y la angustia, pero con el breve slip que reclama el sentido del ridículo a partir de los cincuenta años y tanto en el frigorífico como en la despensa, de Chez Fauchon para arriba, sin descuidar productos gastronómicos españoles que hubieran conseguido superar con dignidad las asechanzas de la posmodernidad, que tantos estragos ha causado en la cultura del mercado del paladar.

Manuel Vázquez Montalbán, Sabotaje olímpico

***

Florian nous propose sa traduction :

Qu'avait-il en commun avec ces gens-là, qui se perchaient sur un podium collectif pour qu'on leur mette une médaille olympique? Il avait regardé à la télévision l'arrivée de la flamme olympique, la fête gréco-catalane pour l'accueillir et, le meilleur de tout, la splendide jeune fille qui avait porté la flamme jusqu'à la terre ferme pour qu'elle entame un périple à travers toute l'Espagne, dans les mains d'hommes politiques, de sportifs et de n'importe quelle autre gloire locale, en vue d'atteindre un territoire épique et zoologique à la fois. S'ils l'avaient présenté comme une cérémonie de récolte de fonds pour améliorer la ville ou l'espèce résiduelle celtibérique, ou s'ils avaient, au moins, demandé si cela valait la peine de l'améliorer, Carvalho se serait tout autant abstenu, cependant là, il aurait toléré la présence crasseuse de ces individus, les choses et les jours, se laissant porter par un été plus estival que les autres:

On espère toujours un été 
meilleur
et propice pour faire
ce qu'on a jamais fait.

Voilà ce que chantait un poète de la même tranche d'âge que Carvalho, à l'époque où lui venaient à l'esprit des poèmes en vrac qu'un beau jour il avait lu, ou plus précisément, qu'il lui avait lu: 

Il n'y a pas eu de fornication
mais la demoiselle est encore vivante.

De qui était-ce? Cela importait peu. La sensation d'extranéité s'imprégnait de lui tel un froid immuable, semblable à celle qu'il avait ressentie durant les Gethsémanis du franquisme, lorsqu'alors, c'était l'obscénité de la dictature qui le conduisait à l'exil intérieur, mais aujourd'hui, c'est l'immense, l'implicite foule olympique qui le conduisait sur le bas-côté des voitures déprimées ne voulant plus rouler parce qu'elles ont cessé de croire en la course. Dix-sept jours durant, la ville allait être occupée par une large minorité de sportifs pratiquants, et par une ample majorité n'ayant de sportif que le nom, l'esprit et l'allure. Une ville assiégée par des gens déguisés en homme de parfaite santé peut devenir insupportable, 
et d'autant plus insupportable encore si, à cause des Jeux Olympiques, la ville s'est offert une chirurgie esthétique faisant disparaître de son visage d'importantes traces du passé. Les rois et reines, les présidents des probables républiques, l'exaspérante inconstance de l'être chez tous les membres du COI, gros et grosses avec leurs sacs remplis de philosophie olympique, sans cesse incapables de distinguer les cannibales de leurs victimes, et, postés aux portes de la ville, dans l'attente de jouir d'une opportunité  créée de toute pièce, les athlètes paralympiques, euphémisme d'un autre euphémisme, les handicapés, afin par la suite, d'être les acteurs des olympiades de la piété néfaste au sein d'une société qui ne se préoccupe de ses handicapés que lorsqu'ils parviennent à mettre des buts avec le nez. Carvalho décida de recourir à un succédané de suicide métaphysique qu'il avait testé lors de sa période de déprimé historique, quand il devait cohabiter avec le cadavre en excellente santé du franquisme où le général demeurait comme un pantin embaumé dans la vie, juste capable de bouger son bras et son pistolet, entêté à perdurer sur le lieu du crime, pétrifié sur les planches de sa propre obsolescence de barbare primum inter pares. Vider une pièce, la fermer à double tour, avec Carvalho à l'intérieur, nu, sans aucune autre attache avec le passé et le futur qu'une chambre froide remplie d'aliments pouvant être liés à l'éternité. La culture métaphysique et gastronomique de Carvalho s'était beaucoup améliorée depuis ses crises de la fin des années soixante, et cette fois, il choisit de s'enfermer dans sa maison de Vallvidrera, portes et fenêtres scellées, y compris les rainures et les fentes, avec une bande isolante. Le corps aussi dénudé que l'exigeait l'été et l'angoisse, mais avec le simple slip que réclame le sens du ridicule à partir des cinquante ans, tant dans la chambre froide que dans le garde-manger, de Chez Fauchon situé plus haut, sans négliger les produits gastronomiques espagnols qui seraient parvenus à éviter avec dignité les embûches de la postmodernité, qui a causé tellement de dégâts dans la culture du marché de la saveur.

***

Justine nous propose sa traduction :

Qu’avait-il en commun avec ceux qui montaient sur un podium collectif  pour recevoir des médailles olympiques ? Il regarda à la télévision l’arrivée de la flamme olympique, la cérémonie d’ouverture gréco-catalane et le mieux fut la splendide jeune femme qui apporta la flamme sur la terre ferme pour qu’elle entame un tour d’Espagne, en passant dans les mains de politiciens, de sportifs, et de n’importe quelle autre gloire locale désireuse de marquer un territoire épique autant que zoologique. Si on avait présenté cette cérémonie comme une fête visant à collecter des fonds pour améliorer la ville ou l’espèce résiduelle celtibère, ou si au moins on lui avait demandé si cela valait la peine de la rénover, Carvalho se serait également abstenu, mais aurait néanmoins accepté la crasse des gens, des choses et des jours, en se laissant gagner par un été plus estival que les autres :

On espère toujours un meilleur été,
propice pour faire
ce que l’on n’a jamais fait.

Voilà ce qu’avait chanté un poète contemporain de Carvalho pendant son adolescence, d’où lui revenaient des bribes de poèmes qu’il avait lu un jour ou même qu’on lui avait lu :

Il n’y a pas eu fornication
et la jeune fille vit toujours.

De qui était-ce ? Peu importait. La sensation d’extranéité il la portait dans sa chair, comme un froid intransférable, semblable à celle qu’il avait ressentie dans les Gethsémanies du franquisme, depuis un exil intérieur auquel le poussait alors l’obscénité de la dictature ; et désormais l’immense pression implicite des foules olympiques, le poussait sur le bas-côté avec les voitures fatiguées : celles qui ne veulent pas courir, parce qu’elles pensent que leur carrière est terminée. Pendant dix-sept jours, la ville serait occupée par une large minorité de sportifs assidus et par une immense majorité de sportifs qui en parlent, y pensent puis oublient. Une ville envahie par des gens, déguisés en personnes saines, peut devenir insupportable et plus insupportable encore, si à cause des Jeux Olympiques, la ville a eu recours à la chirurgie esthétique et que de son visage ont disparu d’importantes rides de son passé. Des rois, de probables présidents de la république, l’insupportable légèreté de tous les membres du COI, des gros et des grosses dont les sacs à dos sont pleins de philosophie olympique, qui se refusent pour toujours à faire une différence entre les cannibales et leurs victimes et qui campent aux portes de la ville, en attendant leur opportunité néologique : les Jeux Paralympiques ; euphémisme d’un autre euphémisme, les diminués, pour prendre part ensuite aux olympiades de la pitié, dangereuses dans le cadre d’une société qui ne se préoccupe de ses citoyens handicapés que quand ils arrivent à marquer des buts avec le nez. Carvalho décida de recourir à un succédané de suicide métaphysique qu’il avait essayé lors de sa période de déprimé historique, lorsqu’il devait cohabiter avec le cadavre du franquisme en excellente santé, et que le général demeurait en vie comme un pantin embaumé, tout juste capable de bouger le bras et son pistolet, obstiné à rester sur la scène du crime, tel un convive de pierre sur les lieux de sa propre désuétude de barbare, le premier entre ses pairs. Vider une pièce, la fermer à double tour, Carvalho à l’intérieur, nu, sans autre lien avec le passé et le futur qu’un réfrigérateur rempli d’aliments populaires et de fameuses denrées périssables et d’un jambon, comme produit consommable à relier à l’éternité. La culture métaphysique et gastronomique de Carvalho, s’était grandement améliorée depuis ses crises à la fin des années soixante-dix et cette fois, il décida de s’enfermer dans sa maison de Vallvidrera, d’en sceller les portes, les fenêtres, même les rainures et les fentes, avec de l’isolant. Le corps aussi nu que l’exigeaient l’été et l’angoisse, mais avec le petit slip que réclamait le sens du ridicule à partir de cinquante ans et un réfrigérateur comme un garde-manger qui déborde de réserves de Chez Fauchon, sans oublier les produits gastronomiques espagnols qui, avaient réussi à surmonter avec dignité les embûches de la postmodernité, qui ont causé tant de dégâts dans la culture du marché du palais.

***

Danièle nous propose sa traduction :

Qu’avait-il de commun avec ces gens qui se hissaient sur un même podium pour qu’on leur remette les médailles olympiques ? Il regarda avec intérêt à la télévision l’arrivée de la flamme olympique, la fête gréco-catalane de la cérémonie d’ouverture. Le mieux, ce fut la splendide jeune fille qui porta la flamme sur la terre ferme afin qu’en plus de délimiter un territoire à la fois épique et zoologique, celle-ci commençât une promenade à travers toute l’Espagne aux mains de politiques, de sportifs et de quelconques  autres gloires locales.  Si on lui avait présenté comme une fête de collecte de fonds afin d’améliorer la ville ou l’espèce celtibérique restante ou si seulement on lui avait demandé de l’améliorer, Carvalho se serait abstenu pareillement, mais au moins il aurait accepté la crasse poisseuse des personnes, des choses et des jours, en se laissant faire par un été plus été que les autres :

On attend toujours un été
meilleur
et propice à faire
ce que l’on ne fit jamais.

Il avait chanté un poète contemporain de l’époque de son adolescence, de celle où on lui apportait des bouts de poèmes  qu’il avait quelquefois lus ou même qu’on lui avait lus :

Il n’y eut pas fornication
et la jeune fille vit toujours.

De qui était-il ? Cela importait peu. Il ressentait ,comme un froid interne jusque dans ses os, la sensation de se sentir un étranger, pareille à celle qu’il avait éprouvée dans le Jardin des Oliviers du franquisme depuis son exil intérieur où l’obscénité de la dictature le retranchait alors, et qui maintenant le poussait  sur le bas-côté des voitures démoralisées qui ne veulent plus courir car elles ont cessé de croire en la course.
 Durant dix-sept jours, la ville serait occupée par une grande minorité de sportifs pratiquants et par une immense majorité de sportifs en paroles, en pensées et par omission. Une ville occupée par des gens  déguisés en sains de corps et d’esprit  peut arriver à être insupportable et plus insupportable encore si à cause des Jeux Olympiques elle s’est fait faire de la chirurgie esthétique et que de son visage ont disparu les rides remarquables de son passé. Des rois, des présidents de républiques reconnus, l’insupportable légèreté de l’être de tous les membres du COI, des gros et des grosses aux sacs à dos remplis de philosophie olympique se refusant pour toujours à distinguer les cannibales des victimes, campés aux portes de la ville, dans l’attente d’une opportunité néologique, les pseudolympiques, euphémisme d’un autre euphémisme, les diminués, pour prôner tout de suite l’olympiade de la pitié dangereuse dans le cadre d’une société qui se préoccupe de ses diminués seulement quand ils réussissent à marquer des buts avec le nez.
Carvalho décida de recourir à un succédané de suicide métaphysique qu’il avait essayé lors de sa période de déprimé historique, quand il devait cohabiter avec l’excellente santé du cadavre du franquisme et que le général subsistait comme un pantin embaumé en vie, capable seulement de remuer le bras et le pistolet, comme un invité de pierre dans les scènes de sa propre péremption de barbare primum inter pares .
Vider une chambre, la fermer à double tour, avec Carvalho à l’intérieur, nu, sans autre lien avec le passé et le futur  qu’un frigidaire rempli d’aliments courants et fantaisistes périssables et avec un jambon comme recours alimentaire lié pour l’éternité. La culture métaphysique et gastronomique de Carvalho s’était beaucoup améliorée depuis ses crises de la fin des années soixante et cette fois, il décida de s’enfermer dans sa maison de Vallvidrera, portes et fenêtres scellées jusqu’aux rainures et aux fentes avec du ruban isolant. Le corps complètement nu qui exigeait l’été et l’angoisse, mais avec un simple slip qu’appelle le sens du ridicule à partir de cinquante ans, et tant dans le frigidaire que dans le garde à manger, de chez Fauchon , pour l’extra, sans oublier des produits gastronomiques espagnols qui eussent réussi à surmonter avec dignité les pièges de la post-modernité qui ont causé tant de ravages dans la culture du marché du goût.

***

Manon nous propose sa traduction :


Qu’avait-il en commun avec ces gens qui grimpaient sur le podium collectif pour se voir remettre les médailles olympiques ? Il contempla à la télévision l’arrivée du flambeau olympique, la cérémonie gréco-catalane, et le meilleur fût lorsque cette fille splendide apporta le flambeau à bon port pour que débute un relais à travers toute l’Espagne, passant par les mains de politiques, de sportifs et de quelque autre représentant de la gloire locale, dans le but de marquer un territoire épique et zoologique à la fois. S’ils lui avaient présenté comme une fête de collecte de fonds pour améliorer la ville ou l’espèce résiduelle celtibérique, ou s’ils lui avaient demandé, au moins, si cela valait la peine de l’améliorer, Carvalho se serait abstenu tout autant, mais il aurait au moins accepté la crasse des gens, des choses et des jours, en se laissant aller à un été plus estival que les autres :


Toujours l’on attend un été
meilleur
et propice pour faire
ce que l’on n’a jamais fait.

Carvalho avait chanté les paroles d’un poète contemporain de son adolescence, d’où lui venaient des poèmes déchirés qu’il avait lus une fois ou même qui, eux, avaient lu en lui :

Il n’y eut aucune fornication,
la fille vit encore.

De qui était-ce ? Peu importait. Une sensation étrange lui parcourait les os, comme un froid intransmissible, pareille à celle qu’il avait ressentie dans les Gethsémanis du franquisme, depuis l’exil intérieur auquel l’avait alors poussé l’obscénité de la dictature. Aujourd’hui, la pression immense et implicite de la foule olympique le poussait sur le bas-côté, celui des voitures déprimées qui ne veulent plus courir parce qu’elles n’ont plus foi en la course. Dix-sept jours durant, la ville serait occupée par une grande majorité de sportifs pratiquants et par une majorité de sportifs de parole, de pensée et d’omission. Une ville occupée par des gens déguisés en personnes salutaires peut devenir insupportable, et plus insupportable encore si, en raison des Jeux Olympiques, cette ville est passé par la chirurgie esthétique et que d’importantes rides de son passé ont disparu de son visage. Rois, présidents de la République potentiels, l’insoutenable légèreté de l’être de tous les membres du CIO, gros et grosses aux sacs remplis de philosophie olympique, incapables de distinguer à jamais les cannibales de leurs victimes et, aux portes de la ville, campés dans l’attente de leur chance néologisée, les paralympiques, euphémisme d’un autre euphémisme, les handicapés, sont là pour continuer à être les acteurs de l’olympiade de la piété, dangereuse dans le cadre d’une société qui se préoccupe de ses handicapés seulement lorsqu’ils réussissent à mettre des buts avec leur nez. Carvalho décida d’avoir recours à un succédané de suicide métaphysique qu’il avait expérimenté pendant ses périodes de déprime historique, lorsqu’il devait vivre avec une excellente santé de cadavre du franquisme et que le général restait comme une poupée embaumée vivante, seulement capable de bouger le bras et le pistolet, obstiné à persister dans le scénario du crime, pétrifié dans les scénarios de sa propre obsolescence de barbare primum inter pares. Vider une pièce, la fermer à double tour, Carvalho à l’intérieur, nu, sans autre lien avec le passé ou le futur qu’un réfrigérateur rempli d’aliments populaires, de prétentieux périssables et d’un jambon comme ressource alimentaire potentiellement liée à l’éternité. La culture métaphysique et gastronomique de Carvalho s’était beaucoup améliorée depuis ses crises de la fin des années soixante, et, cette fois, il décida de s’enfermer dans sa maison de Vallvidrera, portes et fenêtres scellées, fentes et rainures comprises, avec du ruban isolant. Il était le corps aussi nu que l’exigeaient l’été et l’angoisse, avec tout de même un petit slip qui nécessite d’avoir le sens du ridicule à partir des cinquante ans, et dans le réfrigérateur comme dans le garde-manger, au-delà de Chez Fauchon, il ne négligeait pas les produits gastronomiques espagnols qui eussent réussi à dépasser avec dignité les pièges de la postmodernité qui a causé tant de ravages dans la culture du marché du goût.

vendredi 4 mai 2012

Version à rendre pour le 18 mai

¿Qué tenía en común con aquellas gentes que se encaramaban a un podium colectivo para que les pusieran las medallas del olimpismo? Contempló por televisión la llegada de la antorcha olímpica, la fiesta greco-catalana de recepción y lo mejor fue la espléndida muchacha que llevó la antorcha a tierra firme para que iniciara un paseo por toda España, en manos de políticos, deportistas y cualquier otra gloria local, en pos de marcar un territorio épico a la vez que zoológico. Si lo hubieran presentado como una fiesta recaudatoria de fondos para mejorar la ciudad o la especie residual celtibérica o le hubieran preguntado, al menos, si valía la pena mejorarla, Carvalho se hubiera abstenido igual, pero al menos habría aceptado el pringue de las personas, las cosas y los días, dejándose llevar por un verano más verano que los otros:

Siempre se espera un verano
mejor
y propicio para hacer
lo que nunca se hizo.

Había cantado un poeta de adolescencia contemporánea a la de Carvalho, de la que le llegaban poemas rotos que alguna vez había leído o incluso le habían leído:

No hubo fornicación
y la muchacha vive todavía.

¿De quién era? Qué más daba. La sensación de extranjería la llevaba en los huesos, como un frío intransferible, parecida a la que había sentido en los Getsemanís del franquismo, desde un exilio interior al que entonces le empujaba la obscenidad de la dictadura y ahora la inmensa, implícita presión de las multitudes olímpicas le empujaba al arcén de los coches deprimidos que no quieren correr porque han dejado de creer en la carrera. Durante diecisiete días la ciudad estaría ocupada por una amplia minoría de deportistas practicantes y por una inmensa mayoría de deportistas de palabra, pensamiento y omisión. Una ciudad ocupada por gente disfrazada de saludable puede llegar a ser insoportable y más insoportable todavía si, a causa de los Juegos Olímpicos, la ciudad se ha hecho la cirugía estética y de su rostro han desaparecido importantes arrugas de su pasado. Reyes, presidentes de repúblicas probables, la insoportable levedad del ser de todos los miembros del COI, gordos y gordas con las mochilas llenas de filosofía olímpica negados para siempre a distinguir entre los caníbales y sus víctimas y a las puertas de la ciudad acampados, en espera de su oportunidad neologizada, los paralímpicos, eufemismo de otro eufemismo, los disminuidos, para protagonizar a continuación la olimpiada de la piedad peligrosa en el marco de una sociedad que sólo se preocupa de sus disminuidos cuando consiguen meter goles con la nariz. Carvalho decidió recurrir a un sucedáneo de suicidio metafísico que había ensayado en sus tiempos de deprimido histórico, cuando debía convivir con la excelente salud del cadáver del franquismo y el general permanecía como un muñeco embalsamado en vida, sólo capaz de mover el brazo y la pistola, obstinado en permanecer en el escenario del crimen, como convidado de piedra en los escenarios de su propia obsolescencia de bárbaro primum inter pares. Vaciar una habitación, cerrarla a cal y canto, con Carvalho dentro, desnudo, sin otro nexo con el pasado y el futuro que un frigorífico lleno de alimentos populares y fantasiosos perecederos y un jamón, como recurso alimentario vinculable con la eternidad. La cultura metafísica y gastronómica de Carvalho había mejorado mucho desde sus crisis de finales de los sesenta y esta vez decidió encerrarse en su casa de Vallvidrera, puertas y ventanas selladas, incluso ranuras y rendijas, con cinta aislante. El cuerpo todo lo desnudo que exigía el verano y la angustia, pero con el breve slip que reclama el sentido del ridículo a partir de los cincuenta años y tanto en el frigorífico como en la despensa, de Chez Fauchon para arriba, sin descuidar productos gastronómicos españoles que hubieran conseguido superar con dignidad las asechanzas de la posmodernidad, que tantos estragos ha causado en la cultura del mercado del paladar.

Manuel Vázquez Montalbán, Sabotaje olímpico

jeudi 3 mai 2012

Version à rendre pour le 2 mai

Cuando alcanzó su casa, aún no habían empezado a caer las primeras gotas.
Toda la familia Nives procedía de aquella casona ancha y sólida de ganaderos señores, que ahora era suya, aunque, como todos sus bienes, los tenía su madre en usufructo.
Otros parientes de Eulogio se habían instalado en Madrid y en varias capitales de provincias. Casi todos eran grandes burgueses, mucho más ricos que lo había sido Miguel Nives, el padre de Eulogio, aunque su manera de vivir no era mejor que la que había establecido Mariana para ellos. Las Empresas Comerciales Nives, por ejemplo, con un capital de muchos millones, pertenecían a sus tíos y a sus primos hermanos casi totalmente... Y todo esto tenía importancia, mucha más importancia en la familia de Eulogio, que en la mayoría de las familias españolas corrientes, porque los Nives tenían un instinto familiar fuertísimo. Paulina solía decir que los Nives eran una especie de masonería desparramada por la nación. Ni siquiera la guerra civil les había desunido. Todos los parientes, de distintas tendencias políticas, se habían ayudado cuanto pudieron salvando todas las diferencias de opinión. A Eulogio le ayudaron sus parientes cuando estuvo en América; y al llegar a España le habían tendido una mano. Eulogio se sentía más sólidamente asentado en la vida al darse cuenta de que no estaba solo, de que pertenecía a un clan. Un clan de trabajadores, llenos de tesón, afortunados.
Antonio Nives, aquel primo segundo de Eulogio, con el que Paulina se había negado a marchar a Ponferrada, era el Nives más acaudalado y menos característico; éste (hijo de un buen abogado de Barcelona) era rico sin ninguna clase de mérito propio. Era rico por gracia del destino. Su madre (una muchacha de origen filipino, con una fortuna inmensa) murió al nacer Antonio y ahora él había heredado esta gran fortuna. El abogado, su padre, que también le había hecho estudiar esa carrera con la esperanza de tenerle en su bufete, le desesperaba al ver la vida que hacía Antonio de absoluta pereza y despilfarro. Se había confiado en su matrimonio como en un recurso. Pero desde que se había casado iba mucho peor aún...
Todos los Nives consideraban a Antonio con ciertas reservas. El matrimonio que había hecho les llenaba de asombro, porque Rita Vados, la mujer de Antonio, era exactamente la clase de persona que cualquier señora Nives hubiese deseado para su hijo, así como Paulina, la mujer de Eulogio, hubiera sido considerada una desgracia familiar siempre... Y sin embargo, Eulogio, un muchacho sensato, que siempre hizo lo que sus padres esperaban de él, había escogido a Paulina, y era Antonio, el nervioso, el «artista» —y sus parientes daban a esta palabra un retintín bastante merecido, pues Antonio presumía de poeta y escritor sin razón alguna— quien había sabido elegir y conquistar a la hija de los condes de Vados de Robre, la mejor familia del país, y la única aristócrata del pueblo. 
***

Justine nous propose sa traduction :

Lorsqu’il atteignit sa maison, les premières gouttes n’avaient pas encore commencé à tomber.
Toute la famille Nives provenait de cette grande bâtisse large et solide d’éleveurs propriétaires, qui désormais était à lui ;  même si comme tous ses biens, sa mère en avait l’usufruit. D’autres membres de la famille d’Eulogio s’étaient installés à Madrid et dans plusieurs capitales de provinces. C’étaient presque tous de grands bourgeois, beaucoup plus riches que ne l’avait été Miguel, le père d’Eulogio, bien que leur manière de vivre ne fut pas meilleure que celle que Mariana avait établie pour eux. La quasi-totalité des Entreprises commerciales Nives, par exemple, avec un capital de nombreux millions,  appartenait  à ses oncles et ses cousins… Et tout cela avait de l’importance, beaucoup plus d’importance dans la famille d’Eulogio, que dans la majorité des familles espagnoles ordinaires, car les Nives avaient un instinct familial très fort. Paulina avait l’habitude de dire que les Nives étaient une espèce de franc-maçonnerie éparpillée dans la nation. Même la guerre civile ne les avait pas désunis. Tous les membres de la famille, de diverses tendances politiques, s’étaient aidés dès qu’ils avaient pu en conservant leurs différences d’opinion. Eulogio avait été aidé par les membres de sa famille quand il était en Amérique et à son arrivée en Espagne, ils lui avaient tendu la main. Eulogio se sentait plus solidement ancré dans la vie lorsqu’il se rendait compte qu’il n’était pas seul, qu’il appartenait à un clan. Un clan de travailleurs, débordants de ténacité, chanceux.
Antonio Nives, ce cousin issu de germain d’Eulogio, avec lequel Paulina avait refusé de partir à Ponferrada, était le Nives le plus fortuné et le moins caractéristique. Ce dernier (fils d’un bon avocat de Barcelone), était  riche sans aucune sorte de mérite personnel. Il était riche grâce à la faveur du destin. Sa mère (une jeune femme d’origine philippine dotée d’une immense fortune)  mourut à la naissance d’Antonio et à présent, il avait hérité de cette grande fortune. L’avocat, son père, qui lui avait fait suivre les mêmes études avec l’espoir de l’avoir à ses côtés à l’étude, désespérait en voyant la vie que menait Antonio faite de paresse absolue et de gaspillage. Il avait compté sur son mariage comme une solution mais depuis qu’il s’était marié, les choses empiraient toujours… Tous les Nives considéraient Antonio avec certaines réserves. Devant le mariage qu’il avait contracté ils étaient au comble de l’étonnement, car Rita Vados, la femme d’Antonio, était exactement le genre de personne que n’importe quelle Madame Nives aurait souhaité pour son fils, alors que Pauline, la femme d’Elogio avait toujours été considérée comme une disgrâce familiale… Et cependant, Eulogio, un jeune homme sensé, qui a toujours fait ce que ses parents attendaient de lui, avait choisi Paulina ; et c’était Antonio le nerveux, « l’artiste » – et les membres de sa famille prononçaient ce mot  sur un ton moqueur assez mérité, car Antonio se vantait d’être poète et écrivain sans aucune raison – qui avait su choisir et conquérir la fille des Comtes de Vados de Robre, la meilleure famille du pays et la seule aristocrate du village.


***

Elena nous propose sa traduction :

Lorsqu’il arriva chez lui, les premières gouttes n’avaient pas encore commencé à tomber.
La famille Nives au complet provenait de ce manoir large et solide de seigneurs éleveurs, qui maintenant lui appartenait, bien que, comme pour tous ses biens, sa mère en avait l’usufruit.
D’autres parents d’Eulogio s’étaient installés à Madrid et dans d’autres capitales de province. Ils étaient presque tous de grands bourgeois, beaucoup plus riches que Miguel Nives, le père d’Eulogio, ne l’avait été, même si leur train de vie n’était pas meilleur que celui que María avait établi pour eux.  La quasi-totalité des Entreprises Commerciales Nives, par exemple, avec un capital de plusieurs millions, appartenait à ses oncles et à ses cousins germains… Et tout ceci avait son importance, beaucoup plus d’importance dans la famille d’Eulogio que dans la majorité des familles espagnoles ordinaires, parce que les Nives avaient un instinct familial très développé. Paulina disait souvent que les Nives étaient une espèce de maçonnerie éparpillée dans tout le pays. Même la Guerre Civile n’avait pas réussi à les diviser. Tous les parents, de différentes tendances politiques, s’étaient serré les coudes autant que faire se peut, au-delà de toutes les différences d’opinions. Eulogio fut aidé par ses parents quand il était en Amérique ; et à son retour en Espagne, ils lui avaient prêté main-forte. Eulogio se sentait plus solidement installé dans la vie en réalisant qu’il n’était pas seul, qu’il appartenait à un clan. Un clan de travailleurs, persévérants, fortunés.
Antonio Nives, ce cousin second d’Eulogio, avec qui Pauline avait refusé de partir à Ponferrada, était le Nives le plus nanti et le moins caractéristique ; celui-ci (fils d’un bon avocat de Barcelone) était riche sans aucun mérite de sa part. Il était riche grâce au destin. Sa mère (une jeune fille d’origine philippine, avec une immense fortune) décéda à la naissance d’Antonio et à présent, il avait hérité de cette colossale fortune. L’avocat, son père, qui lui avait fait suivre aussi cette formation dans l’espoir de l’avoir un jour dans son cabinet, était désespéré de voir la vie que menait Antonio, d’une absolue paresse et de dilapidation. Il comptait sur son mariage en tant que dernier recours. Mais depuis qu’il s’était marié, c’était encore pire…
Tous les Nives considéraient Antonio avec une certaine réserve. Le mariage qu’il avait concrétisé les avait sidérés, car Rita Vados, la femme d’Antonio était exactement le type de personne que toute femme Nives aurait souhaité pour son fils ;  de la même manière que Paulina, la femme d’Eulogio, serait toujours considérée comme une calamité familiale… Et cependant, Eulogio, un jeune homme sensé, qui fit toujours ce que ses parents attendaient de lui, avait choisi Paulina, et c’était Antonio, l’agité, l’  « artiste » − et ses parents conféraient à ce mot un tintement assez mérité, car Antonio se vantait d’être poète et écrivain sans aucune raison valable – qui avait su choisir et séduire la fille des comtes de Vados de Robre, la meilleure famille du pays, et la seule aristocratique du village.

Carmen Laforet, La mujer nueva

lundi 23 avril 2012

Version à rendre pour le 2 mai

Cuando alcanzó su casa, aún no habían empezado a caer las primeras gotas.
Toda la familia Nives procedía de aquella casona ancha y sólida de ganaderos señores, que ahora era suya, aunque, como todos sus bienes, los tenía su madre en usufructo.
Otros parientes de Eulogio se habían instalado en Madrid y en varias capitales de provincias. Casi todos eran grandes burgueses, mucho más ricos que lo había sido Miguel Nives, el padre de Eulogio, aunque su manera de vivir no era mejor que la que había establecido Mariana para ellos. Las Empresas Comerciales Nives, por ejemplo, con un capital de muchos millones, pertenecían a sus tíos y a sus primos hermanos casi totalmente... Y todo esto tenía importancia, mucha más importancia en la familia de Eulogio, que en la mayoría de las familias españolas corrientes, porque los Nives tenían un instinto familiar fuertísimo. Paulina solía decir que los Nives eran una especie de masonería desparramada por la nación. Ni siquiera la guerra civil les había desunido. Todos los parientes, de distintas tendencias políticas, se habían ayudado cuanto pudieron salvando todas las diferencias de opinión. A Eulogio le ayudaron sus parientes cuando estuvo en América; y al llegar a España le habían tendido una mano. Eulogio se sentía más sólidamente asentado en la vida al darse cuenta de que no estaba solo, de que pertenecía a un clan. Un clan de trabajadores, llenos de tesón, afortunados.
Antonio Nives, aquel primo segundo de Eulogio, con el que Paulina se había negado a marchar a Ponferrada, era el Nives más acaudalado y menos característico; éste (hijo de un buen abogado de Barcelona) era rico sin ninguna clase de mérito propio. Era rico por gracia del destino. Su madre (una muchacha de origen filipino, con una fortuna inmensa) murió al nacer Antonio y ahora él había heredado esta gran fortuna. El abogado, su padre, que también le había hecho estudiar esa carrera con la esperanza de tenerle en su bufete, le desesperaba al ver la vida que hacía Antonio de absoluta pereza y despilfarro. Se había confiado en su matrimonio como en un recurso. Pero desde que se había casado iba mucho peor aún...
Todos los Nives consideraban a Antonio con ciertas reservas. El matrimonio que había hecho les llenaba de asombro, porque Rita Vados, la mujer de Antonio, era exactamente la clase de persona que cualquier señora Nives hubiese deseado para su hijo, así como Paulina, la mujer de Eulogio, hubiera sido considerada una desgracia familiar siempre... Y sin embargo, Eulogio, un muchacho sensato, que siempre hizo lo que sus padres esperaban de él, había escogido a Paulina, y era Antonio, el nervioso, el «artista» —y sus parientes daban a esta palabra un retintín bastante merecido, pues Antonio presumía de poeta y escritor sin razón alguna— quien había sabido elegir y conquistar a la hija de los condes de Vados de Robre, la mejor familia del país, y la única aristócrata del pueblo. 

Carmen Laforet, La mujer nueva

samedi 21 avril 2012

Version à rendre pour le 20 avril

Fue una tarde de junio cuando su madre decidió enseñarle a contar. Lo acomodó en su regazo y con la misma voz indiferente con la cual narraba historias de ángeles y bestias le reveló el secreto de las matemáticas, susurrando cada cifra como si se tratase de una estación más en el vía crucis,  o un salmo inserto en sus plegarias. Detrás de los cristales, la arboleda se estremecía con la primera tormenta del verano; su violento martilleo les recordaba la presencia de Dios y el tamaño de su misericordia. Ese día, Frank obtuvo un remedio contra las tempestades y aprendió,  además,  que los números son mejores que las personas. A diferencia de los seres humanos -pensaba en la repentina cólera de su padre o en la distante soberbia de su madre-, uno siempre puede confiar en ellos: no se alteran ni mudan su ánimo,  no engañan ni traicionan,  no te golpean por ser frágil., Pasaron varios años antes de que descubriera, durante un ataque de fiebre,  que la aritmética oculta sus propios trastornos y manías, y que no forma, como creyó en un principio, una comunidad tenue e inconmovible. Entre delirios -el médico había bañado su cuerpo desnudo con trozos de hielo-, el pequeño Frank observó por primera vez sus pasiones secretas. Al igual que los hombres que conocía hasta entonces,  los números luchaban entre sí con una ferocidad que no admitía capitulaciones. Luego comprobó la variedad de sus conductas: se amaban entre paréntesis,  fornicaban al multiplicarse, se aniquilaban en las sustracciones, construían palacios con los sólidos pitagóricos, danzaban de un extremo a otro de la vasta geometría euclidiana,  inventaban utopías en el cálculo diferencial y se condenaban a muerte en el abismo de las raíces cuadradas. Su infierno era peor: no yacía debajo del cero, en los números negativos -odiosa simplificación infantil- sino en las paradojas, en las anomalías, en el penoso espectro de las probabilidades.

Jorge Volpí,  En busca de Klingsor

***

Nathalie nous propose sa traduction

C’est par un après-midi de juin que sa mère résolut de lui apprendre à compter. Elle le fit s’asseoir sur son giron et avec la même voix détachée que celle qu’elle prenait pour raconter des histoires d’anges et de monstres, elle lui révéla le secret des mathématiques, susurrant chaque chiffre comme s’il s’agissait d’une station supplémentaire du chemin de croix, ou d’un psaume inséré à ses prières. Derrière les vitres, les bois frémissaient sous le premier orage de l’été, son violent martèlement leur rappelait la présence de Dieu et la grandeur de sa miséricorde. Ce jour là, Franck trouva un remède aux tempêtes et apprit, en outre, que les nombres valent plus que les gens. A la différence des êtres humains- il  pensa  à la soudaine colère de son père ou à la froide vanité de sa mère-, on peut toujours leur faire confiance : ils ne se mettent pas en colère, ni ne changent d’humeur, ils ne trompent pas ni ne trahissent, ils ne vous  frappent pas parce que vous êtes  fragile.
Plusieurs années s’écoulèrent  avant qu’il ne découvrît, lors d’un accès de fièvre, que l’arithmétique cache ses propres dérèglements et manies, et qu’elle ne constitue pas, comme il l’avait cru au début, une communauté fragile et inamovible. Entre deux délires-le médecin avait recouvert son corps n de morceaux de glace- le jeune Franck avait observé pour la première fois leurs passions secrètes.  De la même manière que les hommes qu’il avait connus jusqu’à présent, les nombres luttaient entre eux avec une férocité qui ne tolérait aucune capitulation. Il examina ensuite la diversité de leurs comportements : ils s’aimaient entre parenthèses, forniquaient quand on les multipliait, s’anéantissaient dans les soustractions, bâtissaient des palais avec les solides pythagoriciens, dansaient d’un bout à l’autre de la vaste géométrie euclidienne, inventaient des utopies avec le calcul différentiel et se condamnaient à mort dans l’abîme des racines carrées. Pire était leur enfer : il ne gisait pas sous le zéro, au niveau des nombres négatifs-odieuse simplification infantile-mais au niveau  des paradoxes, des anomalies, du douloureux spectre des probabilités.

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Justine nous propose sa traduction :

Ce fut par un après-midi de juin que sa mère décida de lui apprendre à compter. Elle l'installa confortablement dans son giron, et avec la même voix indifférente que celle qu'elle prenait pour lui raconter des histoires d'anges et de bêtes sauvages, elle lui révéla le secret des mathématiques ; en susurrant chaque chiffre comme s'il s'agissait d'une étape supplémentaire sur le chemin de croix ou d'un psaume inséré dans ses prières. Derrière les vitres, les bosquets tremblaient sous le premier orage de l'été dont les frappes violentes leur rappelaient la présence de Dieu et sa grande miséricorde. Ce jour-là, Frank obtint un remède contre les tempêtes et apprit, en outre, que les nombres étaient meilleurs que les gens. À la différence des êtres humains – il pensait à la colère soudaine de son père ou à l'orgueil qui rendait sa mère distante –, on pouvait toujours leur faire confiance : Ils ne changeaient pas et avaient toujours le même état d'esprit ; ils ne dupaient ni ne trahissaient personne, ils ne s'en prenaient pas à ta fragilité.
De nombreuses années passèrent avant qu'il ne découvrit, durant une poussée de fièvre, que l'arithmétique cachait ses propres troubles et folies, et qu'elle ne formait pas, comme il l'avait cru dans un premier temps, une communauté faible et inébranlable. Dans ses délires – le médecin avait baigné son corps nu avec  des morceaux de glace –, le petit Frank observa pour la première fois leurs passions secrètes. Comme les hommes qu'il avait connus jusqu'alors, les nombres se battaient entre eux, avec une férocité qui n'admettait aucune capitulation. Puis il constata la variété de leurs comportements : ils s'aimaient entre parenthèses, forniquaient en se multipliant, s'anéantissaient dans les soustractions, construisaient des palais avec les solides de Pythagore, dansaient d'un bout à l'autre de la vaste géométrie euclidienne, inventaient des utopies dans le calcul différentiel et se condamnaient à mort dans l'abîme des racines carrées. Son enfer était pire : Il n'était pas en-dessous du zéro, dans les nombres négatifs – odieuse simplification infantile –, mais dans les paradoxes, les anomalies, le douloureux spectre des probabilités.

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Elena nous propose sa traduction :

Ce fut un après-midi de juin, lorsque sa mère décida de lui apprendre à compter. Elle le prit sur ses genoux et, avec la même voix indifférente avec laquelle elle racontait des histoires d’anges et démons, elle lui révéla le secret des mathématiques, susurrant chaque chiffre comme s’il s’agissait d’une banale station du via crucis, ou d’un psaume inséré dans ses prières. Derrière les vitres, les arbres grelottaient sous le premier orage de l’été ; son violent martèlement leur rappelait la présence de Dieu et la mesure de sa miséricorde. Ce jour-là, Franck obtint un remède contre les tempêtes et apprit, en plus, que les nombres sont meilleurs que les personnes. Contrairement aux êtres humains – il songeait à la soudaine colère de son père ou à la distante arrogance de sa mère –, on peut toujours leur faire confiance : ils ne s'altèrent ni ne modifient leur état d’âme, ils ne trompent ni ne trahissent, ils ne frappent pas quelqu’un de fragile.
Plusieurs années s’écoulèrent avant qu’il ne découvre, lors d’un accès de fièvre, que l’arithmétique cache ses propres perturbations et manies, et qu’elle ne forme pas, tel qu’il le crut au début, une communauté anodine et immobile. Au milieu des délires – le médecin avait plongé son corps nu dans de l’eau avec des glaçons –, le petit Franck contempla pour la première fois ses passions secrètes. À l’instar des hommes qu’il connaissait jusqu’alors, les nombres se battaient entre eux avec une férocité qui n’admettait pas de capitulations. Ensuite, il vérifia la diversité de leurs comportements : ils s’aimaient entre parenthèses, ils forniquaient en se multipliant, ils s’exterminaient dans les soustractions, ils construisaient des palais avec les solides pythagoriques, ils dansaient d’un bout à l’autre de la vaste géométrie euclidienne, ils inventaient des utopies dans le calcul différentiel, et ils se condamnaient à mort dans l’abîme des racines carrées. Leur enfer était pire : il ne gisait pas en dessous du zéro, dans les nombres négatifs – odieuse simplification infantile –, mais dans les paradoxes, dans les anomalies, dans le pénible spectre des probabilités.

jeudi 29 mars 2012

Version à rendre pour le 20 mars

Con Morris nos conocemos de toda la vida; nunca fuimos amigos. He querido mucho a su padre. Era un viejo excelente, con la cabeza blanca, redonda, rapada, y los ojos azules,  excesivamente duros y despiertos; tenía un ingobernable patriotismo galés,  una incontenible manía de contar leyendas celtas. Durante muchos años (los más felices de mi vida) fue mi profesor. Todas las tardes estudiábamos un poco,  él contaba y yo escuchaba las aventuras de los mabinogion, y en seguida reponíamos fuerzas tomando unos mates con azúcar quemada. Por los patios andaba Ireneo; cazaba pájaros y ratas,  y con un cortaplumas, un hilo y una aguja, combinaba cadáveres heterogéneos; el viejo Morris decía que Ireneo iba a ser médico. Yo iba a ser inventor, porque aborrecía los experimentos de Ireneo y porque alguna vez había dibujado una bala con resortes, que permitiría los más envejecedores viajes interplanetarios,  y un motor hidráulico, que, puesto en marcha, no se detendría nunca. Ireneo y yo estábamos alejados por una mutua y consciente antipatía. Ahora,  cuando nos encontramos,  sentimos una gran dicha, una floración de nostalgias y de cordialidades, repetimos un breve diálogo con fervientes alusiones a una amistad y a un pasado imaginarios,  y en seguida no sabemos qué decirnos.

Adolfo Bioy Casares, Las aventuras del Capitán Morris 

***

Justine nous propose sa traduction :

Avec Morris, nous nous connaissons depuis toujours ; nous n'avons jamais été amis. J'ai beaucoup aimé son père. C'était un vieil homme d'une grande bonté, au visage pâle, rond, au crâne rasé et aux yeux bleus, il avait un regard excessivement dur et vif ; il éprouvait un incontrôlable patriotisme gallois, il avait l'irrépréssible manie de conter des légendes celtes. Pendant de nombreuses années, (les plus heureuses de ma vie) il a été mon professeur. Tous les après-midis, nous étudiions un peu : lui racontait, et moi,  j'écoutais les aventures des Mabinogion et ensuite nous reprenions des forces en buvant des matés au caramel. Ireneo marchait à travers champs ; il chassait des oiseaux et des souris et avec un canif, un fil et une aiguille, il formait des cadavres hétérogènes ; le vieux Morris disait qu'Ireneo allait devenir médecin. J'allais devenir inventeur, parce que j'abhorrais les expériences de Ireneo et parce qu'une fois, j'avais dessiné un ballon à ressorts, qui permettrait les voyages interplanétaires les plus longs, et un moteur hydraulique, qui une fois en marche, ne s'arrêterait jamais. Ireneo et moi étions distants, à cause d'une antipathie mutuelle et constante. Désormais, lorsque nous nous rencontrons, nous ressentons un grand bonheur, la nostalgie et l'affection fleurissent, nous répétons un bref dialogue – parsemé d'allusions enthousiastes à une amitié et à un passé imaginaires –, et après ça, nous ne savons pas quoi nous dire.

***

Nathalie nous propose sa traduction :

Morris et moi sommes de vieilles connaissances,  pourtant nous n’avons jamais été amis. J’ai toujours eu beaucoup d’affection pour son père. C’était un vieil homme merveilleux, il avait le visage rond et pâle, la tête rasée, et  des yeux bleus extrêmement durs et vifs. Patriote gallois  incontrôlable, il ne pouvait s’empêcher de raconter des légendes celtes. Pendant de nombreuses années (les plus heureuses de ma vie) il avait été mon professeur. Chaque après-midi nous étudiions un peu, il racontait les aventures des Mabinogion et moi j’écoutais, et tout de suite après nous reprenions des forces en buvant du maté avec du sucre brulé. Ireneo se promenait sous les préaux , il  chassait  des oiseaux et des rats, et à l’aide d’un canif, d’un fil et d’une aiguille,  il assemblait des cadavres hétéroclites. Morris, le père, disait qu’Ireneo deviendrait médecin et moi je deviendrais inventeur, parce que j’avais horreur des expériences d’ Ireneo et parce qu’une fois j’avais dessiné une balle munie de ressorts -qui rendrait possible les plus grands voyages interplanétaires capables d’accélérer  le temps- et un moteur hydraulique, lequel, une fois en marche, ne s’arrêterait jamais. L’antipathie que, sciemment,  nous avions l’un pour l’autre nous rendait distants. Maintenant, lorsque nous nous retrouvons, nous éprouvons un grand bonheur,  les moments nostalgiques et les amabilités fleurissent, nous rejouons un court dialogue émaillé d’allusions enflammées à propos d’une amitié et d’ un passé imaginaires, et l’instant d’après nous n’avons plus rien à nous dire.

lundi 5 mars 2012

Version à rendre pour le 20 mars

Con Morris nos conocemos de toda la vida; nunca fuimos amigos. He querido mucho a su padre. Era un viejo excelente, con la cabeza blanca, redonda, rapada, y los ojos azules, excesivamente duros y despiertos; tenía un ingobernable patriotismo galés, una incontenible manía de contar leyendas celtas. Durante muchos años (los más felices de mi vida) fue mi profesor. Todas las tardes estudiábamos un poco, él contaba y yo escuchaba las aventuras de los mabinogion, y en seguida reponíamos fuerzas tomando unos mates con azúcar quemada. Por los patios andaba Ireneo; cazaba pájaros y ratas, y con un cortaplumas, un hilo y una aguja, combinaba cadáveres heterogéneos; el viejo Morris decía que Ireneo iba a ser médico. Yo iba a ser inventor, porque aborrecía los experimentos de Ireneo y porque alguna vez había dibujado una bala con resortes, que permitiría los más envejecedores viajes interplanetarios, y un motor hidráulico, que, puesto en marcha, no se detendría nunca. Ireneo y yo estábamos alejados por una mutua y consciente antipatía. Ahora, cuando nos encontramos, sentimos una gran dicha, una floración de nostalgias y de cordialidades, repetimos un breve diálogo con fervientes alusiones a una amistad y a un pasado imaginarios, y en seguida no sabemos qué decirnos.

Adolfo Bioy Casares, Las aventuras del Capitán Morris 

mercredi 22 février 2012

Version L2 / LTMI – à rendre pour le 1 mars


Una vaharada de aire rancio y viciado arremetió contra mi olfato cuando me introduje en aquella gran estancia que, durante siglos y hasta la llegada de las redentoristas filipenses, había sido la celda de las madres abadesas Bernardas, y que ahora servía de zulo y madriguera a la familia Galdeano. Unas entrañables formas gibosas, cubiertas por lienzos polvorientos y mal iluminadas por la luz de un ventanuco enrejado, me dieron la cordial bienvenida, y un cálido sentimiento de orden, de que todo volvía a estar como debía y de que yo me encontraba en el lugar correcto me calentó el corazón. Muchos años atrás, cuando era niña, mi padre me dejaba jugar allí mientras él y Roi (que entonces no se llamaba Roi sino Philibert, príncipe Philibert de Malgaigne—Denonvilliers) trabajaban durante horas ordenando y catalogando la selección de piezas que, por alguna razón desconocida, no iba a parar al almacén de la finca como el resto del material que llegaba en camiones desde distintos puntos de España (crucifijos románicos, retablos góticos, imágenes de santos y vírgenes, columnas de marfil policromado ,coronas engastadas de piedras preciosas, cálices de oro y plata, códices miniados, muebles, tapices y un largo etcétera de valiosísimas antigüedades).

Matilde Asensi, El salón de ámbar

mardi 21 février 2012

Version L2 / LTMI – pour le 20 férvier

Muchas veces, durante la infancia y los primeros años de adolescencia de mi hermano, pensé que era como si las palabras del astrólogo hubieran contado sólo la mitad en lo que hacía a su carácter.
Porque Carlos era de temperamento suave y condescendiente... siempre y cuando los demás hicieran lo que él deseaba. En cuanto a su idealismo, era cierto que apenas prendió a leer comenzó a soñar con torneos de caballeros y rescate de damas, como más tarde, ya emperador, ansió de verdad proteger a toda la Europa cristiana. Pero había momentos en que su sentido práctico de las cosas era tan acusado, que hasta tía Margarita,  el personaje más racional y metódico de nuestra familia, se quedaba sorprendida.
Se podía decir que era una mezcla de opuestos. 
Melancólico como un germano,  por momentos era vital y bromista como un auténtico flamenco. Sin embargo, sus mejores amigos eran capaces de perdonarle casi todo.
Yo misma sucumbía, con frecuencia, a ese estilo seductor que utilizaba para conseguir algo cuando le interesaba. Y no hablemos de mis hermanas más pequeñas, Isabel y María,  que lo adoraban.
Los constantes viajes de nuestros padres a España y sus correspondientes ausencias habían hecho que los Austrias que vivíamos en Flandes formásemos una piña con él.
La desaparición de un primo meridional,  heredero de los reinos del sur, había puesto a mi madre primera en la línea de sucesión. Lo cual, a la vez que hacía de Carlos el potencial rey de aquellos calurosos dominios, procuraba a mis padres, que velaban por su porvenir, continuos y largos viajes.

Almudena de Artega del Alcázar,  La vida privada del emperador


Justine nous propose sa traduction :

Pendant l'enfance et l'adolescence de mon frère, maintes fois,  je me suis dit que c'était comme si les prédictions de l'astrologue ne nous avaient révélées que la moitié des choses relatives à son caractère.
Car Carlos avait un tempérament doux et condescendant... Pourvu que les autres agissent selon ses désirs. Quant à son idéalisme, c'est vrai qu'à peine savait-il lire, qu'il s'est mis à rêver de  tournois de chevalerie, et qu' il allait porter secours à des Dames ; comme plus tard, lorsqu' Empereur, il avait voulu de tout son coeur protéger l'ensemble de l'Europe chrétienne. Mais il y avait des moments où son sens pratique était si prononcé, que même tante Margarita, le personnage le plus rationnel et le plus méthodique de notre famille, demeurait stupéfaite.
On pouvait dire qu'il était un mélange de contraires.
Aussi mélancolique qu'un Germain, il était par moments plein de vie et plaisantin, on aurait dit un vrai Flamand. Cependant, ses véritables amis étaient capable de lui pardonner quasiment tout.
Moi-même, je succombais fréquemment à ses manières de séducteur, dont il usait pour obtenir ce qui l'intéressait.Et ne parlons pas de mes plus jeunes soeurs, Isabel et María, qui l'adoraient.
Les voyages constants de nos parents en Espagne, entraînaient leurs absences. Ce qui  avait fait que nous, s les Autrichiens habitant les Flandres, avions formé une communauté avec lui.
La disparition d'un cousin méditerranéen, héritier des royaumes du sud, avait placé ma mère en première ligne pour la succession. Ce qui, en même temps, désignait Carlos comme le roi potentiel de ces chaleureux domaines et occasionait à mes parents, qui veillaient sur son avenir, de longs et incessants voyages.


***

Axel et Mathieu nous propose leur traduction :

Å plusieurs reprises, pendant l'enfance de mon frère ainsi que les premières années de son adolescence, je me suis dis que c'était comme si les mots de l'astrologue n'avaient racontés que la moitié de ce qui composait son caractère.
Pourquoi Charles était de tempérament doux et condescendent... si tant est que les autres faisaient ce qu'il désirait. Quant à son idéal, il était certain qu'à peine atteler à la lecture il avait commencé à rêver de tournois de chevalier et de sauvetage de gentes dames, aussi sûr que plus tard, déjà empereur, il désirait ardemment protéger toute l'Europe chrétienne. Mais il y avait des moments où son sens pratique des choses était si subtile, que même tante Marguerite, le personnage le plus rationnel et méthodique de notre famille, restait surprise.
Cela pouvait dire qu'il était un mélange de contradictions.
Mélancolique comme un allemand, par moments il était farceur et plein de vitalité comme un authentique flamenco.
Néanmoins, ses meilleurs amis étaient capables de lui pardonner presque tout.
Moi même je succombais régulièrement à ce style séducteur qu'il utilisait pour obtenir quelque chose lorsque ça l'intéressait. Et ne parlons pas de mes sœurs cadettes, Isabelle et Marie, qui l'adorent.
Les voyages réguliers de nos parents en Espagne et leurs absences qui correspondaient avaient amené les Autrichiens qui vivaient en Flandre à former un groupe avec lui.
La disparition d'un cousin méridional, héritier des rois du sud, avait placé ma mère première sur la lignée de succession. Ce qui, à la fois faisait de Charles le roi potentiel de ces domaines chaleureux, et accordait à mes parents, qui veillaient sur son avenir, de continuels et longs voyages.

vendredi 10 février 2012

Version L2 / LTMI – à rendre pour le 20 février

Muchas veces, durante la infancia y los primeros años de adolescencia de mi hermano, pensé que era como si las palabras del astrólogo hubieran contado sólo la mitad en lo que hacía a su carácter.
Porque Carlos era de temperamento suave y condescendiente... siempre y cuando los demás hicieran lo que él deseaba. En cuanto a su idealismo, era cierto que apenas prendió a leer comenzó a soñar con torneos de caballeros y rescate de damas, como más tarde, ya emperador, ansió de verdad proteger a toda la Europa cristiana. Pero había momentos en que su sentido práctico de las cosas era tan acusado, que hasta tía Margarita,  el personaje más racional y metódico de nuestra familia, se quedaba sorprendida.
Se podía decir que era una mezcla de opuestos. 
Melancólico como un germano,  por momentos era vital y bromista como un auténtico flamenco. Sin embargo, sus mejores amigos eran capaces de perdonarle casi todo.
Yo misma sucumbía, con frecuencia, a ese estilo seductor que utilizaba para conseguir algo cuando le interesaba. Y no hablemos de mis hermanas más pequeñas, Isabel y María,  que lo adoraban.
Los constantes viajes de nuestros padres a España y sus correspondientes ausencias habían hecho que los Austrias que vivíamos en Flandes formásemos una piña con él.
La desaparición de un primo meridional,  heredero de los reinos del sur, había puesto a mi madre primera en la línea de sucesión. Lo cual, a la vez que hacía de Carlos el potencial rey de aquellos calurosos dominios, procuraba a mis padres, que velaban por su porvenir, continuos y largos viajes.

Almudena de Artega del Alcázar,  La vida privada del emperador

Version L2 / LTMI – 9 février

Una brisa agradable de primavera acariciaba a la pareja del ático. Estaban sentados sobre unos gruesos cojines de colores chillones.
Frente a ellos el barrio de Gracia se extendía en un incongruente paisaje de casas bajas, muchas de las cuales aún conservaban sus primitivos tejados rojizos. Las superficies brillantes de los paneles solares que cubrían la mayoría de las azoteas permanecían inmóviles y en silencio. De noche desaparecía el omnipresente zumbido que acompañaba su lenta danza diaria en la búsqueda de los rayos del sol.
Gracia era el último superviviente de una ciudad de otros tiempos que los bohemios e intelectuales del siglo pasado habían salvado de la eterna especulación. Ahora el barrio permanecía aislado, diferente, amenazado por los altos edificios de diseño, los rascacielos y las nuevas colmenas.
Barcelona se había desarrollado aprisionada entre la costa y las montañas. Y desde el ático, en las noches más claras, podía adivinarse el mar a la derecha, y al otro lado, el monte que estaba siendo engullido por cientos de lucecillas. Cada una de ellas representaba una nueva construcción que como un ejército de insaciables luciérnagas avanzaba amenazando el Tibidabo, que todavía dominaba la ciudad desde su posición privilegiada.
—¡Enhorabuena! ¡Por nosotros! —la voz de ella resultó mucho más cálida de lo que pretendía.
—¡Por el hundimiento del Muro, por nosotros y por los ausentes! —las dos copas de cristal al chocar produjeron un sonido casi metálico.
La luz de unas pocas estrellas consiguió atravesar la capa de humedad para terminar de decorar una noche turbia y sin luna.
Albert se acomodó sobre los cojines y se acercó un poco más a ella para proponer otro brindis:
—¡Y por los viejos dioses!
—Repelente. No me seas repelente, Alberto Magno —Present buscó su bebida para honrar a esos dioses que ella nunca había conocido.
Él saboreó las burbujas que estallaban contra el velo de su paladar y cerró los ojos.
El sonido de una campanada se impuso sobre el murmullo de una ciudad que comenzaba a apagarse. Las notas de la antigua grabación reverberaron con dejes metálicos.
Dirigió su mirada hacia la torre de la iglesia y las dos curiosas campanas que permanecían inmóviles. Bajo ellas un reloj de dudoso gusto decimonónico proclamaba orgulloso que ya era medianoche.
—¿Qué vas a hacer con tanta pasta? —ella interrumpió sus pensamientos.
—Largarme. Lejos —echó otro trago—. A uno de los últimos paraísos en la Tierra.
—¿En serio crees que existen, Albert? ¡No me fastidies!
—Todo es cuestión de dinero. Algunos paraísos se pueden comprar —la interrumpió—. Y tengo echado el ojo a uno. Es una islita olvidada en medio de la nada.


Susana, Vallejo, Switch en la red

***

Mathieu nous propose sa traduction :

Une agréable brise de printemps caressait le couple du haut de la terrasse. Ils étaient assis sur de gros coussins couleurs criardes.
Devant eux, le bar Gracia apparaissait dans un paysage incongrue de maisons basses, beaucoup d’entre elles conservaient encore leurs archaïques toits rougeâtres. Les grandes surfaces brillantes de panneaux solaires, qui couvraient la majorité des terrasses, restaient immobiles et silencieuses. Il fallait attendre la nuit pour que cesse l'omniprésent bourdonnement, qui accompagnait leur lente danse quotidienne, en quête des rayons du soleil.
Gracia était l'unique survivant d'une ville datant d'une autre époque, que les bohémiens et intellectuels du siècle précédent avaient sauvé de l'éternelle spéculation. Aujourd'hui le bar demeurait isolé, différent, menacé par les grands immeubles de designers, les gratte-ciels et les nouveaux aménagements du territoire organisés tel une ruche. Barcelone s'était rapidement développée entre la côte et les montagnes. De l'attique, lors des nuits les plus claires, on pouvait deviner la mer à droite, et de l'autre côté, le mont qui avait été englouti par des centaines de petites lumières. Chacune d'entre elles représentait une nouvelle construction, formant une armée d'insatiables vers luisants, avançant dangereusement sur le Tibidabo, qui dominait encore la ville depuis son emplacement privilégiéA notre bonne fortune !
— A nous ! – Elle mit plus de chaleur dans sa voix qu'elle n'en ressentait.
— A l'écroulement du Mur, à nous et aux absents ! – En trinquant, les deux coupes de cristal produisirent un son presque métallique.
La lumière des quelques rares étoiles réussissait à traverser la pellicule de brume et achevait la décoration d'une nuit trouble et sans lune.
Albert s'installa sur les coussins et s'approcha un peu plus d'elle pour lui proposer un autre toast.
— Et aux anciens dieux !
— Qu'est-ce que tu es désagréable. Ne sois pas aussi antipathique Albert Magno – Il chercha alors sa boisson pour faire honneur à ces dieux qu'elle n'avait jamais connu.
Il savoura les bulles qui éclataient contre le voile de son palet et ferma les yeux.
Un son de cloche s'imposa sur le murmure d'une ville qui commençait à s'éteindre. Les notes de l'antique mélodie raisonnèrent avec des accents métalliques.
Il dirigea son regard vers la tour de l'église et vit les deux curieuses cloches qui restaient statiques. En dessous de celles-ci ; une horloge du dix-neuvième siècle, d'un goût douteux, annonçait fièrement qu'il était déjà minuit.
— Que vas-tu faire avec autant de fric ? – demanda-t-elle en le sortant de ses pensées.
— Filer. Loin – il but une autre gorgée – Dans l'un des derniers paradis de la Terre.
— Sérieusement tu crois qu'ils existent Albert ? Ne te fiche pas de moi !
— Tout est question d'argent. Certains paradis peuvent s'acheter – dit-il en l'interrompant – Et j'en ai un en vue. C'est une petite île oubliée au milieu de nulle-part.


***

Justine nous propose sa traduction :

Une agréable brise de printemps caressait le couple de l'attique. Ils étaient assis sur de gros coussins aux couleurs criardes.
Devant eux,  s'étendait le quartier Gracia et son paysage incongru : des maisons basses, dont beaucoup avaient encore leurs premiers toits rougeâtres. Les surfaces brillantes des panneaux solaires qui couvraient la majorité des toitures demeuraient immobiles et silencieuses. La nuit, disparaissait le bourdonnement omniprésent quu accompagnait leur lente danse quotidienne, à la recherche des rayons du soleil.
Gracia était l'ultime survivant d'une ville d'un autre temps, que les bohémiens et les intellectuels du siècle passé,avaient sauvé de la spéculation éternelle. Désormais le quartier demeurait isolé, différent, menacé par les hauts bâtiments design, les gratte-ciel et les nouveaux H.L.M.
Barcelone s'était developpée, enclavée,  entre la côte et les montagnes. Et depuis l'attique, lors des nuits les plus claires, on pouvait deviner la mer sur la droite, et de l'autre côté, la montagne que des centaines de petites lumières étaient en train d'engloutir. Chacune d'entre elles, représentait une nouvelle construction, qui telle une armée d'insatiables vers luisants avançait en menaçant le Tibidabo, qui depuis sa position privilégiée, surplombait toujours la ville.
— Tchin ! À nous ! — la voix de la femme fut plus chaude qu'elle l'aurait souhaité.
— À l'effondrement du Mur, à nous et aux absents ! — les deux coupes en cristal s'entrechoquèrent, provoquant un son presque métallique.
La lumière de quelques étoiles réussit à percer l'humidité pour mettre la touche finale à la décoration d'une nuit trouble et sans lune.
Albert s'installa confortablement sur les coussins et s'approcha un peu plus d'elle. Il proposa de porter un autre toast :
— Et aux anciens dieux !
— C'est dégoûtant. Ne me dégoûte pas, Albert le Grand — Present chercha sa boisson pour honorer ces dieux qu'elle n'avait jamais connu.
Il savourait les bulles qui éclataient contre le voile de son palais et ferma les yeux. La sonnerie d'une cloche eut le dessus sur le murmure d'une ville qui commençait à s'éteindre. Les notes de l'ancien enregistrement se répercutèrent avec des accents métalliques.
Il dirigea son regard vers la tour de l'église et ses deux curieuses cloches qui demeuraient immobiles ; en dessous desquelles une horloge d'un goût douteux, datant du dix-neuvième siècle, proclamait fièrement qu'il était déjà minuit.
— Que vas-tu faire avec un tel pactole ? — lui demanda-t-elle en interrompant ses pensées.
— Me casser. Loin — il but une autre gorgée —. Dans un des derniers paradis de la Terre.
Sérieusement, tu crois qu'ils existent, Albert ? Arrête de me barber !
— Tout est une question d'argent. Certains paradis peuvent s'acheter — coupa-t-il. Et j'ai déjà jeté un oeil à l'un d'entre eux : une petite île oubliée, au milieu de nulle part.


***
Caroline nous propose sa traduction :

Une agréable brise de printemps caressait le couple sur la terrasse du dernier étage. Ils étaient assis sur d’épais coussins aux couleurs criardes.
En face d’eux, le quartier de Gracia s’étendait en un paysage incongru de maisons basses, dont nombre d’entre elles conservaient encore leur toit rougeâtre d’origine. Les surfaces brillantes des panneaux solaires, qui couvraient la majorité des terrasses, restaient immobiles et silencieuses. La nuit, le bourdonnement omniprésent qui accompagnait leur lent ballet durant le jour, à la recherche des rayons du soleil, disparaissait.
Gracia était le dernier survivant d’une ville d’un autre temps, que les bohémiens et les intellectuels du siècle passé avaient sauvé de l’éternelle spéculation. A présent, le quartier restait isolé, différent, menacé par les hauts édifices modernes, les gratte-ciels et l’effervescence d’une fourmilière naissante.
Barcelone s’était développée en étant emprisonnée entre la côte et les montagnes. Et depuis la terrasse, au cours des nuits les plus claires, on pouvait deviner la mer à droite, et, de l’autre côté, la montagne qui se laissait peu à peu engloutir par des centaines de petites lumières. Chacune d’entre elles était une nouvelle construction, comme une armée insatiable de vers luisants, qui avancerait en menaçant le Tibidabo, dominant toujours la ville depuis son poste privilégié.
« Félicitations ! A nous ! » Sa voix se révéla bien plus chaude que ce qu’elle aurait cru.
« A l’effondrement du Mur, à nous, et aux absents ! » Les deux coupes de cristal produisirent, en trinquant, un son presque métallique.
La lumière de quelques rares étoiles parvint à traverser la couche d’humidité pour achever le décor d’une nuit trouble et sans lune.
Albert s’installa sur les coussins et se rapprocha un peu plus d’elle pour proposer un autre toast :
« Et aux anciens dieux !
— Repoussant. Ne me sois pas repoussant, Albert Magno. » Celui-ci chercha son verre pour honorer ces dieux qu’elle n’avait jamais connus.
Il savoura les bulles qui éclataient contre le voile de son palais et ferma les yeux. Le son d’une cloche émergea par-dessus le murmure d’une ville qui commençait à s’éteindre. Les notes du vieil enregistrement résonnèrent d’un son métallique.
Il jeta un regard vers le clocher de l’église et les deux cloches qui restaient curieusement immobiles. En dessous, une horloge d’un goût douteux et démodé proclamait fièrement qu’il était déjà minuit.
« Que vas-tu faire avec tant d’argent ? l’interrompit-elle dans ses pensées.
— Prendre le large. Loin. » Il but une autre gorgée. « Vers un des derniers paradis de la Terre.
— Tu crois vraiment qu’ils existent, Albert ? Ne me fais pas de blagues !
— Tout est question d’argent. Certains paradis peuvent s’acheter, la coupa-t-il. Et j’ai jeté mon dévolu sur l’un d’eux. C’est une petite île oubliée au milieu de nulle part. »

***

Fanny nous propose sa traduction :
Une agréable brise de printemps caressait le couple sur l'attique. Ils étaient assis sur quelques coussins moelleux de couleurs criardes.
Face à eux, le quartier de la Gracia s'étendait en un paysage atypique de maisons basses, dont beaucoup d'entre elles conservaient encore leur toit d'origine rougeâtre. Les surfaces brillantes des panneaux solaires, qui couvraient le plus part des terrasses, demeuraient immobiles et silencieuses. La nuit, disparaissaient l'omniprésent bourdonnement qui accompagnait leur lente danse journalière à la recherche des rayons du soleil.
Gracia était le dernier survivant d'une ville d'un autre temps que les bohémiens et intellectuels du siècle passé avaient sauvé de l'éternelle spéculation. Maintenant, le quartier restait isolé, différent, menacé par les édifices design, les gratte-ciels et les nouvelles ruches.
Barcelone c'était développée, oppressée entre la côte et les montagnes. Et depuis le dernier étage, dans les nuits les plus claires, on pouvait deviner la mer à droite, et de l'autre côté, la montagne qui était engloutie par des centaines de lumières. Chacune d'entre elle représentait une nouvelle construction qui, comme une armée d'insatiables lucioles, avançait menaçant le Tibidabo, qui cependant dominait la ville depuis sa position privilégiée.
« - Enfin ! À nous ! Sa voix parut bien plus chaude que ce qu'elle imaginait.
- À l’effondrement du Muro, à nous et aux absents ! » Les deux coupes de cristal, au moment où elles se choquèrent, produisirent un bruit presque métallique.
La lumières de quelques étoiles réussit à traverser la couche d'humidité pour finir de décorer une nuit trouble et sans lune.
Albert s'installa sur les coussins et s'approcha un peu plus d'elle pour porter un autre toast :
« - Et au vieux dieux !
- Répugnant. Ne me sois pas répugnant, Alberto Magno. »
Present chercha son verre pour honorer ces dieux qu'elle n'avait jamais connus.
Il savoura les bulles qui pétillaient contre le voile de son palais et ferma les yeux.
Le son d'une cloche surgit du murmure de la ville qui commençait à s'éteindre. Les notes du vieil enregistrement se réverbérèrent avec des accents métalliques.
Il dirigea son regard sur la tours de l'église et les deux curieuses cloches qui restaient immobiles. Sous elles, une horloge d'un douteux style du dix-neuvième siècle proclamait orgueilleusement qu'il était déjà minuit.
« - Que vas-tu faire avec tout ce fric ? L'interrompit-elle dans ses pensées.
- Partir. Loin, il prit une autre gorgée. Dans l'un des derniers paradis sur Terre.
- Sérieusement, tu crois qu'ils existent, Albert ? Laisse moi tranquille !
- Tout est une question d'argent. Certains paradis peuvent s'acheter, la coupa-t-il. Et j'en ai repéré un. C'est une petite île oubliée au milieu de nulle part. »

***
Benoît nous propose sa traduction :

Une agréable brise printanière effleurait le couple du dernier étage. Ils étaient assis sur de gros coussins de couleurs criardes. Devant eux s’étalait le quartier de Grâce en un incongru paysage de basses maisons, dont beaucoup encore conservaient les en toits en tuiles d’origine. Les surfaces brillantes des panneaux solaires qui couvraient la plupart des terrasses demeuraient immobiles et silencieuses.
La nuit, le vrombissement permanent qui accompagnait leur lente danse quotidienne à la recherche des rayons du soleil disparaissait.
Grâce était le dernier survivant d’une ville d’un autre temps que les bohèmes et intellectuels du siècle passé avaient sauvé de l’éternel spéculation. Désormais, le quartier restait isolé, différent, menacé par les hauts bâtiments stylisés, les gratte-ciels et les nouvelles tours. Barcelone s’était développée, emprisonnée entre la côte et les montagnes. Et depuis le dernier étage, quand les nuits étaient les plus claires, on pouvait deviner la mer à droite, et de l’autre coté, la montagne qui semblait être engloutit par des centaines de petites lumières. Chacune d’elles représentait une nouvelle construction qui pareil à une armée d’insatiables vers luisants, marchait, menaçant le Tibidabo, qui dominait toujours la ville depuis sa position privilégiée.
- À la bonne heure ! À nous ! – Sa voix apparut beaucoup plus chaleureuse que ce qu’elle prétendait être.
- À l’effondrement du mur, à nous et aux absents ! – les deux verres en cristal, en s’entrechoquant, résonnèrent en un bruit de métal.
La lumière de quelques rares étoiles parvint à traverser la couche d’humidité pour couronner la décoration d’une nuit trouble sans lune.
Albert s’installa sur les coussins et se rapprocha un peu plus d’elle pour lui proposer un autre toast :
- Et aux vieux dieux !
- Impertinent ! Ne sois pas effronté, Alberto Magne !
Present chercha sa boisson pour honorer ces dieux qu’elle n’avait jamais rencontré.
Lui, savoura les bulles qui éclatait contre le voile de son palais et il ferma les yeux.
Le son d’une cloche s’imposa au murmure d’une ville qui commençait à s’éteindre. Les notes du vieil enregistrement se propagèrent avec des accents métalliques.
Il dirigea son regard vers la tour de l’église et vers les deux curieuses cloches qui restaient immobiles.
En dessous d’elles, une horloge d’un douteux goût du XIXème siècle annonçait fièrement qu’il était déjà minuit.
- Que vas tu faire avec autant de blé ? – Elle se tira de ses pensées.
- Me tirer. Loin. – elle prit une autre gorgée – dans un des derniers paradis sur Terre.
- Sérieusement, tu crois qu’ils existent, Albert ? Tu délires !
- Tout est question d’argent. Certains paradis peuvent s’acheter – l’interrompit-il – Et j’en ai un en vue.
C’est une petite île oubliée au milieu du néant.