vendredi 31 juillet 2009

Pour information

Je viens de publier les propositions de traduction pour la version de vendredi dernier, le Jaime Bayly. Vous trouverez celles de Brigitte, Olivier, Amélie, Laëtitia Sw et Chloé.
Je sais que vous êtes timides lorsque je vous propose cet exercice-là (dommage, ce serait intéressant !), mais le débat est ouvert… Ça n'est pas une remise en cause que de demander à quelqu'un pourquoi il a traduit une phrase d'une manière plutôt qu'une autre…
Pour ma part, je fais une première remarque après une lecture rapide et avec le français seulement, c'est-à-dire, en fin de compte, en prenant votre traduction comme la recevrait le lecteur français de base : or, comme ça, il me semble qu'en dehors de Brigitte (bien que ce soit un tantinet forcé…), vous êtes restés un peu trop formels dans le ton choisi. Je sais bien que l'équilibre est difficile à trouver entre en faire trop et n'en faire pas assez, mais c'est précisément cela qui marque la différence entre un traducteur qui a pleinement senti « son » auteur et un autre qui est passé à côté en restant trop lisse… Car on peut longer un texte, comme on longe un champ, en se contentant de le regarder d'un œil distrait.
Et si vous mettiez carrément les pieds dedans, un bon coup, quitte à vous recadrer sagement ensuite ?
Leçon 1 de l'apprenti traducteur : être fidèle, c'est aussi savoir s'engager !

Résultats du sondage : « Faire de la version… est-ce traduire ? »

Sur 16 votants :

Oui = 9 voix (56%)
Non = 7 voix (43%)

Comme nous n'en sommes qu'à la toute première étape de notre réflexion sur le sujet et que l'écart est assez serré, j'enchaîne avec un deuxième sondage… pour affiner.

Un quiz des oiseaux, par Odile

En photo : Les oiseaux dans les nuages par BrigitteChanson

Voici pour commencer le genre des limicoles (limícolas) dont vous pourrez voir quelques espèces sur : http://fulmar.free.fr/fiche_5_172_22.html

Si les oiseaux, en général, vous intéressent, lisez l'article consacré à Jean-Jacques AUDUBON qui les peignit si magnifiquement sur : http://www.audubon.fr/

Une photo : http://fr.wikipedia.org/wiki/Fichier:Audubon_carolina_pigeon.jpg
(je sais, c'est Wikipedia mais je n'ai pas pu résister !!!!!!!, et c'est un clin d'œil !!!!)

1. Vanneau
2. Pluvier
3. Huîtrier
4. Avocette
5. Courlis
6. Échasse
7. Barge
8. Bécasse
9. Bécassine
10. Chevalier
11. Glaréole
12. Bécasseau
13. Phalarope
14. Combattant
15. Tournepierre
16. Gravelot

« Traduire sans trahir », une expérience de la traduction menée à l'Université de Paris 3 – Sorbonne Nouvelle

http://docs.google.com/gview?a=v&q=cache:P91-TCtYqWwJ:crec.univ-paris3.fr/Traduiresanstrahir.pdf+%22traduire+sans+trahir%2BCREC&hl=fr&gl=fr

Votre version de la semaine, Belli

En photo : Gioconda Belli_2887 par jorgemejia

Con cada disparo el cuerpo se me descosía. El estruendo sacudía cada una de mis articulaciones y me dejaba en la cabeza un silbido insoportable, agudo, desconcertante, salido de quién sabe dónde. Vergüenza me habría dado admitir lo mucho que odiaba disparar. Cerraba apretadamente los ojos apenas jalaba el gatillo, rogando que mi brazo no se desviara de la trayectoria en ese instante de ceguera. Después del disparo contenía el deseo de tirar el arma como si quemara, como si mi cuerpo fuera a recuperar su integridad sólo cuando se despojara de ese miembro mortal agarrado a mi mano, apoyado en mi hombro.
Era una mañana de enero de 1979. Un viento fresco, del norte, envolvía el día en una atmósfera limpia y sin nubes. Habría sido un día perfecto para ir a la playa o tirarse sobre el césped bajo un pinar a contemplar el Caribe. En vez de eso, me encontraba con un grupo de guerrilleros latinoamericanos en un polígono de tiro empuñando un AK 47. Detrás de mí, conversando con un grupo, observándonos, estaba Fidel Castro.
Apenas una media hora antes, en un ambiente de alegre paseo escolar, habíamos llegado a las modernas y bien equipadas instalaciones del polígono de las FAR (Fuerzas Armadas Cubanas) Dentro del edificio de la armería, donde cada cual escogió las armas que quería disparar, todos parecíamos niños en tienda de juguetes, tocando y examinando los fusiles automáticos, semi-automáticos, las subametralladoras y las pistolas puestas a nuestra disposición. Como sólo había utilizado pistolas, quise probar lo que se sentía disparando con un fusil. Cuando salimos al descampado y nos alineamos para tirar a los blancos, situados al otro lado de una hondonada, experimenté por primera vez los puñetazos en el hombro de las detonaciones, el poder de las ráfagas de metralla, la manera en que el cuerpo pierde el balance y se desvencija si uno no se sustenta bien sobre las piernas. Mientras los demás disparaban con entusiasmo, yo me aturdía en un mundo de sonidos apagados y no lograba recuperarme de la sensación de estar bajo el agua. Lejos de sentir ningún placer, experimenté de manera inequívoca el profundo rechazo que me inspiraban las armas de fuego. Me pregunté cómo era que sólo yo parecía ajena a la fascinación de toda aquella parafernalia bélica. ¿Qué haría cuando me llegara el turno de entrar en combate? Seguí disparando furiosa conmigo misma. Terminé tendida boca abajo sobre el montículo donde se encontraba una ametralladora calibre 50 cuyo largo cañón giraba sobre un eje. Allí me quedé accionando con los dos dedos pulgares la palanca del gatillo. Era el arma más mortífera de que se podía echar mano en ese lugar, pero no me desestabilizaba y el sonido era seco y no se expandía dentro de mí. –Así que estabas encantada con la 50 –me dijo sonriendo malicioso Fidel cuando lo vi días después. No dije nada. Le sonreí. Él se volvió para conversar con Tito y los otros compañeros sandinistas invitados a La Habana para las celebraciones del XX Aniversario de la Revolución Cubana.
Me recosté en la silla. Era inevitable que el perfil de Fidel pusiera a girar en mi mente una confusa mezcla de imágenes del presente y el pasado. Fidel había sido el primer revolucionario del que tuve noticia en mi vida. Seguí su aventura rebelde como si se tratara de una serie por entregas, porque en mi casa agitó las pasiones de mis padres y sobre todo las de mi hermano Humberto, que era el líder de mis juegos infantiles. Humberto y yo nos leímos de cabo a rabo sobre la cama de mis padres el número de Life donde se publicó un reportaje con Fidel en la Sierra Maestra. Ya para entonces Humberto había logrado tras meses de práctica imitar a la perfección el sonido de la trompeta de Al Hirt. Su gran orgullo sin embargo era la imitación magistral que hacía de Daniel Santos, un cantante puertorriqueño de voz nasal inconfundible, cuya interpretación del himno de los rebeldes cubanos del Movimiento 26 de Julio lo había lanzado a la fama. Mientras se bañaba o en momentos de súbita inspiración, Humberto atronaba la casa cantando como Daniel Santos: «Adelante, cubanos, que Cuba premiará vuestro heroísmo, pues somos soldados que vamos a la Patria liberar.» Creo que fue oyéndolo cantar que yo tuve mis primeros arranques de patriotismo. Repetía la canción pensando secretamente en Somoza, nuestro tirano. Fidel era para mí el símbolo del heroísmo más puro y romántico. Los barbudos, jóvenes, audaces, guapos, estaban logrando en Cuba lo que ni mis primos envueltos en rebeliones ni Pedro Joaquín Chamorro, líder opositor, ni los conservadores ni nadie había logrado en Nicaragua. Cuando Fidel triunfó yo tenía diez años, pero me alegré y celebré la victoria cubana, sintiendo que de alguna manera me pertenecía a mí también.
Claro que después toda aquella efervescencia se esfumó como por encanto. No sé exactamente qué pasó, pero entre las monjas en el colegio, entre los amigos de mis padres, en los periódicos, en mi casa, empezó a circular la noticia de que Fidel y sus peludos habían engañado al mundo entero haciéndose pasar por cristianos y buena gente cuando en realidad eran peligrosos comunistas. ¡Fíjate vos –decía mi madre–, Fidel salió en Life con el gran crucifijo colgado en el pecho y ahora se declara ateo! ¡Será posible! Las monjas contaban cuentos de horror de que en Cuba los niños eran arrancados de los brazos de sus padres y llevados a instituciones para ser educados por el Estado para que desconocieran a Dios y fueran comunistas. Ser comunista era, por supuesto, un estigma, un pecado capital, la forma segura de ganarse el infierno. Sentí pesar por los niños cubanos hasta que oí a mi abuelo materno, Francisco Pereira, conversar con un amigo chino que llegaba todos los días a visitarlo, y con el que se sentaba a tomar el fresco de la tarde balanceándose ambos en sendas mecedoras en la acera de su casa en León. «Todo eso es mentira. Todo eso lo están inventando para perjudicar a Fidel», le dijo mi abuelo, y continuó hablando, repitiendo con su memoria prodigiosa, palabra por palabra, trozos de discursos de Castro que oyera en Radio Habana y que a mí me parecieron llenos de hermosas palabras para los pobres y me recordaron prédicas de sacerdotes. Como resultado de tan diversas opiniones, terminé sin saber qué pensar de Fidel. Me confundí más cuando el presidente Kennedy –que era el ídolo de mi mamá– recurrió a Luis Somoza para lanzar contra Cuba, desde el norte de Nicaragua, la invasión de Bahía de Cochinos. No entendí que un presidente como él tuviera relaciones amistosas con un gobierno como el nuestro.
¿Quién habría podido predecir a mi hermano y a mí que un día yo estaría en La Habana, sentada en un mullido sofá, conversando con Fidel? Y sin embargo, pienso, uno llega a la vida con un ovillo de hilos en la mano. Nadie conoce el diseño final de la tela que tejerá, pero en cierto momento del bordado uno puede mirar hacia atrás y decir: ¡Claro! ¡Cómo iba a ser de otra manera! ¡En aquella punta brillante de la madeja estaba el comienzo de la trama!

Gioconda Belli, El país bajo mi piel, 2001.

***

Amélie nous propose sa traduction :

A chaque coup de feu, mon corps se démantibulait. Le vacarme secouait chacune de mes articulations et emplissait ma tête d’un sifflement insupportable, aigu, déconcertant, venu de je ne sais où. J’aurais eu honte d’admettre à quel point j’avais horreur de tirer. Je fermais très fort les yeux dès que j’appuyais sur la gâchette, en priant pour que mon bras ne dévie pas de sa trajectoire pendant cet instant de cécité. Après avoir tiré, je contenais l’envie de jeter mon arme comme si elle me brûlait, comme si mon corps ne récupérerait son intégrité qu’une fois dépossédé de ce membre mortel greffé dans ma main, appuyé sur mon épaule.
C’était un matin de janvier 1979. Un vent frais venu du nord enveloppait cette journée d’une atmosphère légère et sans nuages. C’était la journée parfaite pour aller à la plage ou s’étendre dans l’herbe sous une pinède pour contempler la mer des Caraïbes. A la place, je me trouvais dans un polygone de tir au sein d’un groupe de guérilleros latino-américains, un AK 47 à la main. Derrière moi, Fidel Castro discutait avec un groupe, tout en nous observant.
Moins d’une demi-heure auparavant, nous étions arrivés aux installations modernes et bien équipées du polygone des FAR (Forces Armées Révolutionnaires Cubaines), dans l’ambiance joyeuse d’une promenade scolaire. A l’intérieur de l’armurerie, où chacun choisit les armes avec lesquelles il voulait tirer, nous étions tous comme des gosses dans un magasin de jouets, touchant et examinant les fusils automatiques, semi-automatiques, les mitrailleuses et les pistolets mis à notre disposition. Comme je n’avais utilisé que des pistolets, je voulus voir ce que ça faisait de tirer avec un fusil. Quand nous sortîmes à terrain découvert et que nous nous alignâmes pour tirer sur les blancs, placés de l’autre côté d’une dépression, j’endurai pour la première fois les coups des détonations sur l’épaule, le pouvoir des rafales de mitraille, cette tendance du corps à perdre l’équilibre et à se disloquer si on n’est pas bien campé sur ses jambes. Tandis que les autres tiraient avec enthousiasme, j’étais assommé dans un monde de sons étouffés et ne parvenais pas à échapper à cette sensation d’être sous l’eau. Loin de ne ressentir aucun plaisir, je constatai, sans aucune ambigüité possible, l’aversion que les armes à feu m’inspiraient. Je me demandai pourquoi j’étais la seule à sembler imperméable à la fascination que provoquait toute cette mise en scène guerrière. Que ferais-je quand viendrait mon tour d’aller au combat ? Je continuai à tirer, furieuse contre moi-même. Je terminai étendue sur le ventre sur le monticule où se trouvait une mitrailleuse calibre 50 dont le canon allongé tournait sur un axe. Je continuai à actionner la queue de détente avec les deux pouces. C’était l’arme la plus meurtrière que l’on pouvait manier ici, mais cela ne me déstabilisait pas, le son était sec et ne se propageait pas en moi. – Tu étais donc ravie d’utiliser une 50 –, me dit Fidel en souriant malicieusement quand je le vis, quelques jours plus tard. Je ne répondis rien. Je lui souris. Il se retourna pour discuter avec Tito et les autres camarades sandinistes conviés à la Havane pour célébrer le XXème Anniversaire de la Révolution Cubaine.
Je m’appuyai sur la chaise. C’était inévitable que la silhouette de Fidel fasse graviter dans mon esprit un mélange d’images du présent et du passé. Fidel était le premier révolutionnaire dont j’entendis parler au cours de ma vie. Je suivis son épopée rebelle comme s’il s’agissait d’une série en plusieurs épisodes, car, chez moi, elle attisa les passions de mes parents, et surtout celles de mon frère Humberto, héros de mes jeux d’enfants. Allongés sur le lit de mes parents, Humberto et moi lûmes d’un bout à l’autre le numéro de Life où fut publié un reportage sur Fidel dans la Sierra Maestra. A ce moment-là, Humberto avait déjà réussi à imiter à la perfection le son de la trompette de Al Hirt, après des mois d’entraînement. Sa plus grande fierté restait tout de même son imitation magistrale de Daniel Santos, un chanteur portoricain à la voix nasale caractéristique, qui avait lancé sa carrière grâce à son interprétation de l’hymne des rebelles cubains du Mouvement 26 de Juillet. Pendant son bain, ou pris d’une inspiration soudaine, il nous cassait les oreilles en chantant comme Daniel Santos : « Adelante, Cubanos, que Cuba premiará vuestro heroísmo, pues somos soldados que vamos a la Patria liberar »1. Je crois que c’est en l’entendant chanter que j’eus mes premiers élans de patriotisme. Je répétais la chanson en pensant secrètement à Somoza, notre tyran. Selon moi, Fidel était le symbole de l’héroïsme le plus pur et le plus romantique. Les barbus, les jeunes, les audacieux, les bagarreurs obtenaient à Cuba ce que personne, ni mes neveux mêlés à des rébellions, ni Pedro Joaquín Chamorro, le leader de l’opposition, ni les conservateurs, n’avait pu obtenir au Nicaragua. Quand Fidel triompha, j’avais dix ans, mais je me réjouis et célébrai la victoire cubaine, sentant bien que d’une certaine manière, elle m’appartenait également.
Plus tard, bien sûr, toute cette effervescence s’estompa comme par magie. Je ne sais pas exactement ce qu’il se passa, mais parmi les religieuses de l’école, les amis de mes parents, dans les journaux, à la maison, commença à circuler l’idée que Fidel et ses poilus avaient bernés tout le monde en se faisant passer pour des chrétiens et des gens sympas alors qu’en réalité, ils étaient de dangereux communistes. Rendez-vous compte !, disait ma mère, Fidel est paru dans Life avec le grand crucifix pendu autour du cou et maintenant, il se déclare athée ! Comment est-ce possible ? Les religieuses racontaient des histoires d’horreur selon lesquelles à Cuba, les enfants étaient arrachés des bras de leurs parents et envoyés dans des institutions où ils étaient éduqués par l’Etat, afin qu’ils ne connaissent pas Dieu et qu’ils deviennent communistes. Etre communiste était bien évidemment un stigmate, un pêché capital, la manière idéale pour gagner sa place aux enfers. J’éprouvai du chagrin pour les enfants cubains jusqu’à ce que j’entende mon grand-père maternel, Fransisco Pereira, discuter avec un ami chinois qui venait tous les jours lui rendre visite, et avec qui il prenait la fraîcheur du soir, assis dans des fauteuils à bascule sur le trottoir devant chez lui, à León. « Ce sont des mensonges. Ils ont tout inventé pour porter préjudice à Fidel », lui expliqua mon grand-père et il poursuivit, sa mémoire prodigieuse lui permettant de répéter mot pour mot des fragments de discours de Castro qu’il aurait entendu sur Radio Habana. Moi, je trouvais ça rempli de jolis mots pour les pauvres, et ça me rappelait les prêches des prêtres. A cause de ces opinions si diverses, je terminai en ne sachant que penser de Fidel. Je fus encore plus déconcerté quand le président Kennedy – qui était l’idole de ma mère – fit appel à Luís Somoza pour déclencher, contre Cuba, l’invasion de la Baie des Cochons depuis le nord du Nicaragua. Je ne compris pas comment il pouvait entretenir des relations amicales avec un gouvernement comme le nôtre.
Qui aurait pu nous annoncer, à mon frère et à moi, que je serais un jour à la Havane, installé dans un canapé moelleux, à discuter avec Fidel ? Et pourtant, me dis-je, on vient sur Terre avec une bobine de fil dans la main. Personne ne connaît le motif final de la toile qu’on va tisser, mais au cours de l’ouvrage, on peut regarder derrière soi et se dire : Evidemment ! Comment pouvait-il en être autrement ! Sur l’extrémité brillante de la pelote se trouvait le début de l’histoire !

1« En avant, Cubains, que Cuba récompense votre bravoure, car nous sommes les soldats qui vont libérer la Patrie »

***

Laëtitia Sw nous propose sa traduction :

À chaque coup de feu mon corps craquait de toute part. Le fracas secouait chacune de mes articulations et me laissait dans la tête un sifflement insupportable, aigu, déconcertant, sorti d’on ne sait où. J’aurais eu honte d’admettre combien je détestais tirer. Je fermais très fort les yeux au moment de presser la détente, en priant mon bras de ne pas faire dévier la trajectoire en cet instant d’aveuglement. Après chaque tir, je réprimais mon désir de jeter l’arme comme si elle me brûlait les doigts, comme si mon corps ne pouvait recouvrer son intégrité qu’après s’être débarrassé de ce membre meurtrier accroché à ma main, appuyé contre mon épaule.
C’était un matin de janvier 1979. Un vent frais, soufflant du nord, enveloppait le jour dans une atmosphère limpide et sans nuages. Cela aurait été la journée idéale pour aller à la plage ou pour s’étendre sur l’herbe sous les pins pour contempler les Caraïbes. Au lieu de quoi, j’étais en compagnie d’un groupe de guérilleros latino-américains dans un polygone de tir, un AK 47 dans la main. Derrière moi, en grande conversation avec un groupe, nous observant, se trouvait Fidel Castro.
À peine une demi-heure avant, dans une ambiance de joyeuse promenade scolaire, nous étions arrivés aux installations modernes et bien équipées du polygone des FAR (Forces Armées Cubaines). À l’intérieur du bâtiment réservé à l’armurerie, où chacun de nous avait choisi les armes avec lesquelles il souhaitait tirer, nous ressemblions tous à des enfants lâchés dans un magasin de jouets, touchant et examinant les fusils automatiques, semi-automatiques, les sous-mitrailleuses et les pistolets mis à notre disposition. Comme je n’avais manipulé que des pistolets, je voulus essayer un fusil pour voir ce que l’on sentait en tirant avec. Quand nous sortîmes à l’air libre et nous alignâmes pour tirer sur les cibles, situées de l’autre côté d’un ravin, j’expérimentai pour la première fois les coups de poings que les détonations nous portent dans l’épaule, le pouvoir des rafales de mitrailleuse, la manière dont le corps perd l’équilibre et se déglingue si on ne prend pas bien appui sur ses jambes. Alors que les autres tiraient avec enthousiasme, moi, j’étais étourdie par ce monde de sons éteints et je ne parvenais pas à me remettre de la sensation d’être sous l’eau. Loin d’éprouver un quelconque plaisir, je ressentis sans équivoque possible le profond rejet que m’inspiraient les armes à feu. Je me demandai comment cela se faisait que moi seule semblais étrangère à la fascination de tout cet attirail de guerre. Que ferais-je quand ce serait à mon tour d’aller au combat ? Je continuai à tirer, furieuse contre moi-même. Je finis par me retrouver couchée sur le ventre sur le monticule où était positionnée une mitrailleuse de calibre 50 dont le long canon tournait sur un axe. Je restai là à actionner des deux pouces le levier de la détente. C’était l’arme la plus meurtrière qu’on pouvait avoir dans les mains à cet endroit, mais je n’en étais pas déstabilisée pour autant ; le son était sec et ne se propageait pas dans mon corps. – Alors, comme ça, ça t’a plu de tirer avec la 50 – me dit en souriant malicieusement Fidel quand je le vis quelques jours après. Je ne répondis rien. Je lui souris. Il se retourna pour parler avec Tito et d’autres camarades sandinistes invités à La Havane pour commémorer le 20e anniversaire de la Révolution Cubaine.
Je m’appuyai de nouveau au dossier de ma chaise. Inévitablement, la vision du profil de Fidel commençait à faire tournoyer dans ma tête un mélange confus d’images du présent et du passé. Fidel avait été le premier révolutionnaire dont j’avais entendu parler dans ma vie. J’avais suivi son aventure rebelle comme s’il s’était agi d’un feuilleton, parce que chez moi il avait éveillé les passions de mes parents et surtout celles de mon frère Humberto, qui était le modèle de mes jeux d’enfant. Humberto et moi, nous avions lu d’un bout à l’autre sur le lit de mes parents le numéro de Life où était publié un reportage sur Fidel dans la Sierra Maestra. Déjà à l’époque Humberto était parvenu, après des mois d’entraînement, à imiter à la perfection le son de la trompette de Al Hirt. Néanmoins, sa grande fierté était son imitation magistrale de Daniel Santos, un chanteur portoricain à la voix nasillarde caractéristique, rendu célèbre grâce à son interprétation de l’hymne des rebelles cubains du Mouvement du 26 Juillet. Lorsqu’il prenait sa douche ou qu’il était subitement inspiré, Humberto assourdissait toute la maisonnée en chantant à la Daniel Santos : « En avant, Cubains, que Cuba récompense votre héroïsme, car nous sommes des soldats sur le point de libérer la Patrie. » Je crois que ce fut en l’entendant chanter que naquirent mes premiers élans patriotiques. Je répétais les paroles de la chanson en pensant en secret à Somoza, notre tyran. Fidel était pour moi le symbole de l’héroïsme le plus pur et le plus romantique. Les barbus, beaux, jeunes, audacieux, étaient en passe de réussir à Cuba ce que ni mes cousins, mêlés à des actions de rébellion, ni Pedro Joaquín Chamorro, leader de l’opposition, ni les conservateurs, ni personne n’avait réussi au Nicaragua. Quand Fidel avait triomphé, je n’avais que dix ans, mais je m’en réjouis et je fêtai la victoire cubaine, car je sentais que d’une certaine façon elle m’appartenait à moi aussi.
Il est bien évident qu’après, toute cette effervescence est partie en fumée comme par enchantement. Je ne sais pas exactement ce qu’il s’est passé, mais entre les bonnes sœurs au collège, entre les amis de mes parents, dans les journaux, chez moi, la nouvelle a commencé à circuler que Fidel et ses barbus avaient trompé le monde entier en se faisant passer pour des chrétiens et des braves gens alors qu’en réalité ils étaient de dangereux communistes. Fais attention – disait ma mère –, Fidel a posé dans Life avec un grand crucifix pendu à la poitrine et maintenant il se dit athée ! Tu le crois, ça ! Les sœurs racontaient des histoires horribles selon lesquelles à Cuba on arrachait les enfants des bras de leurs parents pour les conduire dans des institutions où ils seraient éduqués par l’État dans l’ignorance de Dieu et dans le but de devenir communistes. Être communiste était, bien sûr, un stigmate, un péché capital, le moyen le plus sûr de gagner l’enfer. J’étais chagrinée pour les enfants cubains jusqu’à ce que j’entende mon grand-père maternel, Francisco Pereira, parler avec un ami chinois qui venait le voir tous les jours, et avec lequel il s’asseyait le soir prendre le frais sur le trottoir de sa maison à León, chacun se balançant sur son fauteuil à bascule. « Tout ça, ce ne sont que des mensonges, inventés de toute pièce pour nuire à Fidel. », lui dit mon grand-père, et il continua de parler, en répétant mot pour mot, grâce à sa mémoire prodigieuse, des fragments de discours de Castro qu’il aurait entendus sur Radio Havane et qui me semblaient pleins de belles paroles destinées aux pauvres, me rappelant les sermons des prêtres. À la suite d’opinions si diverses, je finis par ne plus savoir quoi penser de Fidel. Ma confusion fut d’autant plus grande lorsque le président Kennedy – qui était l’idole de ma mère – s’adressa à Luis Somoza pour lancer contre Cuba, du nord du Nicaragua, l’invasion de la Baie des Cochons. Je n’avais pas compris qu’un président comme lui pût entretenir des relations amicales avec un gouvernement comme le nôtre.
Qui aurait pu nous prédire, à mon frère et à moi, qu’un jour je serais à La Havane, assise sur un canapé moelleux, en grande conversation avec Fidel ? Et pourtant, je pense qu’on vient au monde avec une pelote de fils dans la main. Personne ne sait à l’avance quel sera le motif de la toile qu’il tissera à la fin, mais à un certain moment, une fois la broderie assez avancée, on peut regarder en arrière et dire : Bien sûr ! Comment il aurait pu en être autrement ! C’est dans cette partie brillante de l’écheveau que se trouvait le début de la trame !

***

Brigitte nous propose sa traduction :


A chaque coup de feu, mon corps se disloquait. Le vacarme ébranlait chacune de mes articulations et me laissait dans la tête un sifflement insupportable, aigu, déconcertant, sorti d’on ne sait où. J’aurais eu honte d’admettre à quel point je détestais tirer. Je fermais les yeux très fort à peine je pressai sur la détente, en priant pour que mon bras ne dévie pas de sa trajectoire en cet instant d’aveuglement. Après le tir, je réprimais en moi le désir de jeter l’arme comme si elle brûlait, comme si mon corps ne recouvrerait son intégrité qu’une fois débarrassé de ce membre mortel agrippé à ma main, appuyé sur mon épaule.
C’était un matin de 1979. Un vent frais, soufflait du nord, enveloppait la journée dans une atmosphère limpide et sans nuages. C’eut été une journée idéale pour aller à la plage ou s’étendre sur l’herbe à l’ombre d’un pin pour contempler la Mer des Caraïbes. Au lieu de cela, je me trouvais avec un groupe de guérilléros latino américains sur un champ de tir, en train de braquer un AK 47. Derrière moi, discutant avec un groupe, nous observant, se trouvait Fidel Castro.
A peine une demie heure avant, dans une ambiance de joyeuse sortie scolaire, nous étions arrivés aux installations modernes et bien équipées du camp d’entraînement des FAR (Forces Armées Cubaines). A l’intérieur du bâtiment de l’armurerie, où chacun choisit les armes avec lesquelles il voulait tirer, nous avions tous l’air de gamins dans un magasin de jouets, touchant et examinant les fusils automatiques, semi-automatiques, les mitrailleuses et les pistolets mis à notre disposition. Comme je n’avais jamais utilisé que des pistolets, je voulus tester ce qu’on ressentait en tirant avec un fusil. Quand nous sommes sortis sur le terrain et que nous nous sommes alignés pour tirer sur les cibles situées de l’autre côté d’une dépression, j’ai ressenti pour la première fois les coups contre l’épaule provoqués par les détonations, la puissance des rafales du fusil mitrailleur, la façon dont le corps est déséquilibré et se désarticule si l’on ne garde pas bien appui sur ses jambes. Pendant que les autres tiraient avec enthousiasme, moi je m’étourdissais dans un univers de bruits étouffés et ne parvenais pas à échapper à cette sensation d’être sous l’eau. Loin d’éprouver le moindre plaisir, je ressentis, sans aucune ambigüité possible, la profonde aversion que m’inspiraient les armes à feu. Je me demandai comment il se faisait que je sois la seule à sembler étrangère à la fascination exercée par tout cet attirail de guerre. Que ferai-je lorsque que viendrait mon tour d’aller au combat ? Je continuai à tirer furieuse contre moi-même. Je finis par m’allonger à plat ventre sur le monticule où se trouvait une mitrailleuse de calibre 50 dont le long canon tournait sur un axe. Là, je me mis à actionner avec les deux pouces le levier de la détente. C’était l’arme la plus meurtrière que l’on puisse manier ici, mais je n’étais pas déstabilisée, son bruit était sec et ne se propageait pas en moi. « Alors comme ça, tu avais l’air aux anges avec la 50 » me dit Fidel avec un sourire malicieux quand je le vis quelques jours plus tard. Je ne dis rien. Je lui souris. Il se retourna pour discuter avec Tito et les autres camarades sandinistes invités à La Havane pour les commémorations du XXème anniversaire de la Révolution cubaine.
Je me calai contre le dossier. Il était inévitable que le profil de Fidel ne fasse tournoyer dans mon esprit un ballet confus d’images du présent et du passé. Fidel avait été le premier révolutionnaire dont j’avais entendu parler dans ma vie. J’avais suivi son aventure rebelle comme s’il s’était agit d’un roman-feuilleton, parce que chez moi il déchaîna les passions de mes parents et surtout de mon frère Humberto qui était le leader de mes jeux d’enfants. Humberto et moi avions lu d’un bout à l’autre, sur le lit de mes parents, le numéro de Life où avait été publié un reportage de Fidel dans la Sierra Maestra. Déjà à l’époque Humberto avait réussi, après des mois d’entraînement, à imiter à la perfection le bruit de la trompette d’Al Hirt. Sa grande fierté était cependant l’imitation magistrale qu’il faisait de Daniel Santos, un chanteur portoricain à la voix nasillarde caractéristique que l’interprétation de l’hymne des rebelles cubains du Mouvement du 26 Juillet avait rendu célèbre. Pendant qu’il se baignait ou dans des moments de soudaine inspiration, Humberto faisait résonner toute la maison en chantant comme Daniel Santos : «En avant Cubains, car Cuba récompensera votre héroïsme, comme des soldats qui vont libérer la Patrie ». Je crois que ce fut en l’entendant que je ressentis mes premiers élans de patriotisme. Je répétais la chanson en pensant secrètement à Somoza, notre tyran. Fidel était pour moi le symbole de l’héroïsme le plus pur et romantique qui soit. Les Barbudos, jeunes, audacieux, beaux, étaient en train de réussir à Cuba ce que ni mes cousins empêtrés dans des rébellions, ni Pedro Joaquín Chamorro, leader de l’opposition, ni les conservateurs, ni personne n’avait réussi au Nicaragua. Quand Fidel triompha j’avais dix ans, mais je me suis réjouie et j’ai célébré la victoire cubaine, en sentant que, d’une certaine manière, elle m’appartenait aussi.
Bien sûr, ensuite, toute cette effervescence se dissipa comme par enchantement. Je ne sais ce qu’il se passa exactement, mais chez les religieuses du collège, parmi les amis de mon père, dans les journaux, à la maison, la nouvelle commença à circuler que Fidel et ses chevelus avaient berné le monde entier en se faisant passer pour des chrétiens et des braves gens alors qu’en réalité ils étaient de dangereux communistes. Tu te rends compte – disait ma mère -, Fidel est paru dans Life avec le grand crucifix sur sa poitrine et maintenant il se déclare athée ! Ce n’est pas possible ! Les religieuses racontaient des horreurs selon lesquelles, à Cuba, les enfants étaient arrachés des bras de leurs parents et envoyés dans des institutions pour y être éduqués par l’Etat afin qu’ils ignorent Dieu et soient communistes. Etre communiste était, bien entendu, un stigmate, un péché capital, la manière la plus sûre de gagner l’enfer. J’eus de la peine pour les enfants cubains jusqu’à ce que j’entende mon grand-père maternel, Francisco Pereira, discuter avec un ami chinois qui venait lui rendre visite tous les jours, et avec qui il s’asseyait le soir pour prendre tous les deux le frais en se balançant, chacun dans un rocking-chair devant sa maison de León. « Tout ça, c’est des histoires. Ils inventent tout ça pour faire du tort à Fidel », lui dit mon grand-père, et il continua à parler, répétant avec sa mémoire prodigieuse, mot pour mot, des passages de discours de Castro qu’il avait dû entendre sur Radio Habana, et qui me semblaient pleins de belles paroles pour les pauvres et me rappelèrent les sermons des prêtres. Résultat de ces opinions différentes : je finis par ne plus savoir que penser de Fidel. Je m’embrouillai encore davantage quand le président Kennedy –qui était l’idole de maman- eut recours à Luis Somoza pour lancer contre Cuba, depuis le nord du Nicaragua, l’invasion de la Baie des Cochons. Je ne compris pas qu’un président comme lui ait des relations amicales avec un gouvernement comme le nôtre.
Qui aurait pu nous prédire, à mon frère et à moi, qu’un jour je serais à La Havane, assise dans un confortable canapé, en train de discuter avec Fidel ? Et cependant, pourtant, je pense, on vient au monde avec une pelote de fil à la main. Personne ne connaît le motif final de l’étoffe que l’on tissera, mais à un moment donné du travail, on peut prendre du recul et dire : Bien sûr ! Comment pouvait-il en être autrement ! A cette extrémité brillante de l’écheveau se trouvait le début de la trame !

Références culturelles, 204 : Lima

En photo : colorful Lima, Peru neighborhood par al-ien

http://fr.wikipedia.org/wiki/Lima

jeudi 30 juillet 2009

Entrevista con Jorge Luis Borges

















« Je est un autre, est-ce vrai pour le traducteur littéraire ? » par Alain Van Crugten

http://www.bon-a-tirer.com/volume23/avc.html

Et vous, comment traduiriez-vous une expression à la mode… ?

En photo : whos the idiot par Swanee 3

L'expression en question est le fameux « Ça va le faire » ou « Ça le fait », aussi creuse, qu'idiote, qu'à la mode. Vous trouverez dans l'article dont je vous donne les références à la suite deux ou trois renseignements et réflexions sur le sujet… Mais ce qui m'intéresse aujourd'hui, c'est que vous m'en proposiez une traduction espagnole. Il va de soi que l'équivalent doit être aussi creux, qu'idiot que potentiellement à la mode.
J'attends vos propositions avec curiosité…

http://philosophie.blogs.liberation.fr/noudelmann/2008/11/a-va-le-faire-a.html

Références culturelles, 203 : El encierro (Pamplona)

En photo : San Fermin 2008 / Día 9, encierro par Pixel y Dixel

http://www.websanfermin.com/sanfermin/index.php/el-encierro-websanfermin-164

mardi 28 juillet 2009

Vous reprendrez bien un peu de lexique : Jerga juvenil chilena

http://html.rincondelvago.com/jerga-juvenil-chilena.html

Qu'est-ce qu'un « pagafantas » ? Un peu de lexique…

En photo : Fanta Melon Creamsoda par Jippolito











Explication et test d'aptitudes à l'adresse suivante :

http://www.cafebabel.com/fre/article/30784/pagafantas-bon-copain-garcon-dragueur.html

On a encore oublié la traductrice !

En photo : "Entre le silence et l'oubli" par Viou

Billet d'humeur d'une traductrice :
Françoise Wuilmart
Directrice du Centre européen de traduction littéraire et du Collège européen des traducteurs littéraires de Seneffe.

http://ads.studerganzstiftung.ch/home/index.php?id=570&tx_ttnews[pointer]=2&tx_ttnews[tt_news]=725&tx_ttnews[backPid]=476&cHash=903a9ad11d

Entrevista con Isabel Allende





Message personnel

Nous souhaitons la bienvenue à notre 29e abonnée, Marie-helene Carrara !

Références culturelles, 201 : Le Xoloitzcuintle

En photo : Xoloitzcuintle - ni un pelo de tonto :-) par Heart of Darkness !

http://www.perrilandia.com/xolo/index.htm

lundi 27 juillet 2009

« J’ai rédigé mon rapport de stage », par Jacqueline

En photo : Feu de joie par Tagote

Chère Nathalie,

Je vois que tu as beaucoup de doutes ces temps-ci, concernant ta traduction longue et ton rapport de stage ; tu sollicites notre avis : pour ma part, ma nature fait que je réagis différemment, je veux dire par là que je suis pétrie de doutes avant l’action mais qu’ensuite je me comporte en bulldozer, il faut y aller et j’y vais. Mon rapport de stage a donc été envoyé à Caroline, il y a environ une quinzaine de jours. J’ai opté pour une rédaction immédiate, quand tout était encore frais à ma mémoire, non par crainte d’oublier quelque donnée technique, pour cela il y avait mes notes, mais par souci de restituer au plus près mes émotions. Car, et cela ne t’étonnera pas, chère amie, j’ai produit un document qui je crois me ressemble mais ne ressemble pas ou de loin à un rapport administratif ; tant pis – ou tant mieux – pour Caroline et son blog « libérateur » ! Il m’a semblé que ce qui était important, ce n’était pas tant la description de toutes les tâches accomplies ou observées pendant mon stage – j’ai eu la chance de travailler dans une maison où l’activité est intense et où j’ai effectué un stage à 150% –, mais plutôt les réflexions que cela m’a inspiré et le changement de regard qui pouvait en découler. Ces réflexions sont nombreuses et dépassent largement le cadre strict des travaux d’une maison d’édition, de celle-ci en tout cas. J’ai également appris sur la nature humaine, à commencer par la mienne, tant il est vrai qu’on apprend à tout âge ! Naturellement, je n’ai pas fait part de tous mes états d’âme mais pour qui sait lire entre les lignes – et faire feu de tout bois – c’est subliminal.
C’est d’ailleurs, me semble-t-il, plus largement, tout l’intérêt de notre formation : les données livresques, on les trouve… dans les livres ; ce qu’on nous a apporté au cours des mois écoulés, on ne le gagne qu’au prix de quelques feux bien nourris… de tout le bois récolté, grosses bûches certes mais les brindilles ont aussi leur importance. Et voilà un beau feu de joie qui fait qu’au lieu de pester comme je le devrais parce que ça ne va pas assez vite, que je passe un été où j’essaie de résoudre la quadrature du cercle, je me surprends à me réjouir d’essayer de faire de la belle ouvrage, sans compter.
Voilà, chère amie, une réponse, la mienne. En attendant le plaisir que nous puissions en parler de vive voix, Jacqueline

Entretien avec Claire Cayron, traductrice (portugais)

http://www.jose-corti.fr/sommaires/Autourde03-conf-cc.html

Références culturelles, 200 : Le Chihuahua

En photo : Baby Chihuahua par *~Twilight Girl~*

http://es.wikipedia.org/wiki/Chihuahue%C3%B1o_(perro)

dimanche 26 juillet 2009

Un drôle d'article de Claudine Lécrivain, de l'Univerisité de Cádiz

« Le Rire de l'Autre » dans les traductions espagnoles : une mise à distance de la jovialité, de la dérision et du ricanement ». Consultable sur :

http://docs.google.com/gview?a=v&q=cache:0U10z8pviPwJ:www.culturadelotro.us.es/actasehfi/pdf/4lecrivain.pdf+%22r%C3%A9ponse+du+traducteur%22&hl=fr&gl=fr

L'enfance dans l'œuvre de Gabriel García Márquez : quelques mots de l'auteur…

Résultats du sondage : En terme de fréquence… utilisez-vous davantage…

Sur 12 votants :

Le dictionnaire unilingue = 5 voix (41%)
Une grammaire = 0 voix
Un dictionnaire des synonymes = 7 voix (58%)

Une seule remarque en guise de commentaire : j'espère que du coup, vous avez choisi votre dictionnaire des synonymes avec soin !

Le quiz canin du dimanche, par Nathalie

En photo : FLYING BOXERS par gbti9 ( GEOFF )






Que vous ayez un chien ou non, vous pourrez certainement retrouver les termes espagnols pour traduire :

un berger allemand :
un boxer :
un cabot :
un caniche :
un cerbère :
un clébard :
un cocker :
un corniaud :
un dalmatien :
un danois :
un dogue :
un labrador :
un lévrier :
un limier :
un mâtin :
un molosse :
un péquinois :
un ratier :
un roquet :
un saint-bernard :

« Les douze incontournables partent en balade », par Jacqueline

En photo : Une balade en forêt | A walkway on the forest | [#2] par neoweb001

En ce mois de juillet studieux, j’ai l’âme vagabonde. Voyager en pensée a aussi son charme, vous m’accompagnez ?
Le soleil agathois me paraît timide… Et si j’essayais le ouagalais ? Auparavant, je vais saluer ma famille chaurienne. Elle me conseille plutôt le climat gaditan ; j’y cours. En chemin, je rencontre un Quiténien et un Cairote, curieux attelage, me direz-vous, ils se comprennent pourtant mieux que le Liménien qui se joint au groupe. Moi, j’en perds mon latin et je me décide pour une balade minhote. Je me souviens alors de mes cousins déodatiens, impossible de faire l’impasse sur notre rendez-vous annuel ; je prends le chemin réginaborgien mais mon GPS m’induit en erreur (!) et m’entraîne sur la route bellifontaine. Me revoici à Paris. Il pleut. Vite, filons, une promenade guingettoise sera la bienvenue.
Incontournables, incontournables…, le fait est que j’ai l’impression de tourner en rond ; un café dans ce troquet aturin va sans doute me réveiller. Justement je me réveille, je suis… à Talence, plus précisément au Sexto, vous l’auriez deviné.
En fait, je ne me souviens plus très bien où je suis allée pendant cette rêverie. Voulez-vous m’aider et m’indiquer les villes où je suis passée ?

Votre thème du week-end, Leblanc

En photo : Arsene Lupin par Covers etc

M. Kesselbach s'arrêta net au seuil du salon, prit le bras de son secrétaire, et murmura d'une voix inquiète :
– Chapman, on a encore pénétré ici.
– Voyons, voyons, monsieur, protesta le secrétaire, vous venez vous-même d'ouvrir la porte de l'antichambre, et, pendant que nous déjeunions au restaurant, la clef n'a pas quitté votre poche.
– Chapman, on a encore pénétré ici, répéta M. Kesselbach.
Il montra un sac de voyage qui se trouvait sur la cheminée.
– Tenez, la preuve est faite. Ce sac était fermé. Il ne l'est plus.
Chapman objecta :
– Êtes-vous bien sûr de l'avoir fermé, monsieur ? D'ailleurs, ce sac ne contient que des bibelots sans valeur, des objets de toilette…
– Il ne contient que cela parce que j'en ai retiré mon portefeuille avant de sortir, par précaution, sans quoi… Non, je vous le dis, Chapman, on a pénétré ici pendant que nous déjeunions.
Au mur, il y avait un appareil téléphonique. Il décrocha le récepteur.
– Allô ! C'est pour M. Kesselbach, l'appartement 415. C'est cela Mademoiselle, veuillez demander la Préfecture de police, Service de la Sûreté… Vous n'avez pas besoin du numéro, n'est-ce pas ? Bien, merci… J'attends à l'appareil.
Une minute après, il reprenait :
– Allô ? allô ? Je voudrais dire quelques mots à M. Lenormand, le chef de la Sûreté. C'est de la part de M. Kesselbach… Allô ? Mais oui, M. le chef de la Sûreté sait de quoi il s'agit. C'est avec son autorisation que je téléphone… Ah ! il n'est pas là… À qui ai-je l'honneur de parler ? M. Gourel, inspecteur de police… Mais il me semble, monsieur Gourel, que vous assistiez, hier, à mon entrevue avec M. Lenormand… Eh bien ! monsieur, le même fait s'est reproduit aujourd'hui. On a pénétré dans l'appartement que j'occupe. Et si vous veniez dès maintenant, vous pourriez peut-être découvrir, d'après les indices… D'ici une heure ou deux ? Parfaitement. Vous n'aurez qu'à vous faire indiquer l'appartement 415. Encore une fois, merci !
De passage à Paris, Rudolf Kesselbach, le roi du diamant, comme on l’appelait – ou, selon son autre surnom, le Maître du
Cap -, le multimillionnaire Rudolf Kesselbach (on estimait sa fortune à plus de cent millions), occupait depuis une semaine, au quatrième étage du Palace-Hôtel, l'appartement 415, composé de trois pièces, dont les deux plus grandes à droite, le salon et la chambre principale, avaient vue sur l'avenue, et dont l'autre, à gauche, qui servait au secrétaire Chapman, prenait jour sur la rue de Judée.
À la suite de cette chambre, cinq pièces étaient retenues pour Mme Kesselbach, qui devait quitter Monte-Carlo, où elle se trouvait actuellement, et rejoindre son mari au premier signal de celui-ci.
Durant quelques minutes, Rudolf Kesselbach se promena d'un air soucieux. C'était un homme de haute taille, coloré de visage, jeune encore, auquel des yeux rêveurs, dont on apercevait le bleu tendre à travers des lunettes d'or, donnaient une expression de douceur et de timidité, qui contrastait avec l'énergie du front carré et de la mâchoire osseuse.
Il alla vers la fenêtre : elle était fermée. Du reste, comment aurait-on pu s'introduire par là ? Le balcon particulier qui entourait l'appartement s'interrompait à droite ; et, à gauche, il était séparé par un refend de pierre des balcons de la rue de Judée.
Il passa dans sa chambre : elle n'avait aucune communication avec les pièces voisines. Il passa dans la chambre de son secrétaire : la porte qui s'ouvrait sur les cinq pièces réservées à Mme Kesselbach était close, et le verrou poussé.

Maurice Leblanc, 813, 1913.

***

Olivier nous propose sa traduction :

El señor Kesselbach se paró en seco en el umbral del salón, apretó el brazo de su secretario, y murmullo con voz inquieta:
- Chapman, alguien ha vuelto a entrar aquí.
- Bueno, bueno, señor, protestó el secretario, acaba usted mismo de abrir la puerta de la antecámara y durante el almuerzo en el restaurante la llave no salió de su bolsillo.
- Chapman, alguien ha vuelto a entrar aquí, insistió el señor Kesselbach.
Designó una bolsa de viaje que descansaba encima de la chimenea.
- Mire, si necesita una prueba. Esta bolsa estaba cerrada. Ya no.
Chapman objetó:
- ¿Está usted seguro de haberla cerrado, señor? Por cierto, esta bolsa no contiene más que unos bibelots sin valor, objetos de aseo personal…
- No contiene más que eso porque cogì mi cartera antes de salir, por cautela, si no… No, se lo digo Chapman, alguien ha entrado aquí a la hora del almuerzo.
Había un teléfono de pared. Descolgó el auricular.
- ¡Oiga! Es para el señor Kesselbach, apartamento 415. Eso es señorita, puede usted ponerme con la jefatura de policía, Servicio de la Seguridad… No necesita usted el número, ¿verdad? Muy bien, gracias…No cuelgo.
Un minuto después, se le oía de nuevo:
- ¿Oiga? ¿Oiga? Quisiera hablar con el señor Lenormand, el jefe de la Seguridad. De parte del señor Kesselbach… ¿Oiga? Pues claro que el señor jefe de la Seguridad sabe de qué se trata. Él mismo me autorizó llamarle…Ah, no está… ¿Con quién tengo el honor de hablar? Señor Gourel, inspector de policía…Pero me parece, señor Gourel, que usted presenció ayer mi entrevista con el señor Lenormand. Pues, caballero, ¡mire por donde! Se ha vuelto hoy a repetir lo mismo. Alguien ha entrado en el apartamento que ocupo. Y si usted viniese ahora mismo, quizá podría descubrir, con los indicios… ¿Dentro de una o dos horas? De acuerdo. No tendrá más que preguntar por el apartamento 415. ¡Gracias de nuevo!
De paso en París, Rodolfo Kesselbach, el rey del diamante, como se le llamaba- o según otro apodo suyo, el Dueño del Cabo-, el multimillonario Rodolfo Kesselbach (se estimaba su fortuna a más de cien millones), ocupaba desde una semana, en el cuarto piso del Palace-Hôtel, el apartamento 415 que se componía de tres habitaciones: las dos más amplias a la derecha, el salón y la habitación principal, con vista a la avenida, y la otra, a la izquierda, ocupada por el secretario Chapman, abierta sobre la calle de Judée.
En la prolongación de esta habitación, cinco estancias más eran del uso privado de la señora Kesselbach, a punto de abandonar Monte-Carlo donde se encontraba ahora para reunirse con su marido a la primera señal de éste.
Durante unos minutos Rodolfo Kesselbach paseó con aire preocupado. Era un hombre de alta estatura, de cara colorada, aún joven, con ojos soñadores, cuyo azul claro se vislumbraba a través de sus anteojos de oro, que le daban una expresión de ternura y timidez que contrastaba con la energía de la frente cuadrada y del maxilar huesudo.
Se acercó a la ventana: estaba cerrada. De cualquier forma, ¿cómo alguien hubiese podido introducirse por aquí? El balcón privado que rodeaba el apartamento se cortaba a la derecha; y a la izquierda estaba partido en dos por un saliente de piedras de los balcones de la calle de Judée.
Entró en su cuarto: no comunicaba con ninguna de las habitaciones vecinas. Entró en el cuarto de su secretario: la puerta que abría sobre las cinco estancias reservadas al uso privado de la señora Kesselbach estaba cerrada y el cerrojo echado.

***

Brigitte nous propose sa traduction :

El señor Kesselbach se paró en seco en el umbral del salón, apretó el brazo de su secretario y susurró con voz inquieta :
- Chapman, alguien ha vuelto a entrar aquí.
- Qué va, qué va, protestó el secretario, usted mismo acaba de abrir la puerta del vestibulo y mientras estábamos almorzando en el restaurante, la llave no salió de su bolsillo.
- Chapman, alguien ha vuelto a entrar aquí.
Enseñó un bolso de viaje que se encontraba encima de la chimenea.
- Mire, aquí está la prueba. Este bolso estaba cerrado, ya no lo está.
Chapman objetó:
- ¿ Está usted seguro de haberlo cerrado, señor ? Además, este bolso sólo contiene cosas de escaso valor, objetos de aseo…
- Sólo contiene esto porque saqué mi cartera antes de salir, por cautela, sino…No, se lo digo, Chapman, alguien ha entrado aquí mientras estábamos almorzando.
En la pared, había un teléfono. Descolgó el receptor.
- Oiga, soy el señor Kesselbach, apartamento 415. Sí, eso mismo, señorita, por favor, le ruego me ponga con la jefatura de policia, Departamento de la Seguridad…No necesita usted el número, ¿ Verdad ? Bueno, gracias…Estoy esperando.
Un minuto después, proseguía :
- ¿ Oiga ?, ¿ Oiga ? Quisiera hablar con el señor Lenormand, el Jefe de la Seguridad. De parte del señor Kesselbach… ¿ Oiga ? Que sí, el señor Jefe de la Seguridad sabe de qué se trata. El mismo me dio permiso para llamarle… ¡ Ah ! No está …. ¿ Con quién tengo el honor de hablar ? El señor Gourel, inspector de policía… Pero, si no me equivoco, señor Gourel, usted presenció ayer, mi entrevista con el señor Lenormand…Pues, señor, lo mismo volvió a ocurrir hoy. Alguien entró en el apartamento que ocupo. Y si usted viniera ahora mismo, tal vez pudiera descubrir, con los indicios …¿ Dentro de un par de horas ? Perfecto. Sólo hará falta que le indicasen el apartamento 415. Gracias de nuevo.
De paso por París, Rudolf Kesselbach, el Rey del diamante, como le solían llamar - o según su otro nombre, el Dueño del Cabo, el multimillonario (se estimaba su fortuna a más de cien millones), llevaba una semana ocupando, en la cuarta planta del Palace-Hôtel, el apartamento 415 compuesto de tres salas, de las cuales las dos más amplias a la derecha, el salón y la habitación principal, tenían vista a la avenida, y la otra, a la izquierda, al uso del secretario Chapman, que daba a la calle de Judée.
A continuación de dicha habitación, cinco cuartos estaban reservados a la señora Kesselbach, que estaba a punto de salir de Monte-Carlo donde se hallaba en la actualidad, para reunirse con su marido a la primera señal que le hiciera éste.
Durante unos minutos, Rudolf Kesselbach, paseó con aire preocupado. Era un hombre alto de estatura, de rostro colorado, todavía joven, con unos ojos soñadores cuyo azul tierno se vislumbraba detrás de sus gafas doradas y le daba una expresión de ternura y de timidez, que contrastaba con la energía de su frente cuadrada y de su mandíbula huesuda.
Se dirigió hacia la ventana. Estaba cerrada. Además, ¿ Cómo hubieran podido introducirse por aquí ? El balcón privado que rodeaba el apartamento se interrumpía a la derecha ; y, a la izquierda, estaba separado por un saliente de piedra de los balcones de la calle de Judée.
Pasó a su habitación : no comunicaba con los cuartos vecinos. Pasó al dormitorio de su secretario : la puerta que daba a las cinco habitaciones reservadas a la señora Kesselbach estaba cerrada y el cerrojo echado.

***

Laëtitia Sw nous propose sa traduction :

El señor Kesselbach se detuvo en seco en el umbral del salón, le cogió el brazo a su secretario, y murmuró con una voz inquieta :
– Chapman, alguien penetró aquí de nuevo.
– Vaya, vaya, señor, protestó el secretario, usted mismo acaba de abrir la puerta de la antecámara, y, mientras estábamos desayunando en el restaurante, la llave no dejó su bolsillo.
– Chapman, alguien penetró aquí de nuevo, repitió el señor Kesselbach.
Señaló un bolso de viaje que estaba en la chimenea.
– Mire, aquí tiene la prueba. Este bolso estaba cerrado. Ya no lo está.
Chapman objetó :
– ¿ Está totalmente seguro de que lo cerró, señor ? De todas maneras, este bolso sólo contiene baratijas, artículos de tocador…
– Sólo contiene esto porque saqué mi cartera antes de salir, por precaución, sin que… No, se lo digo, Chapman, alguien penetró aquí mientras estábamos desayunando.
En la pared había un aparato telefónico. Descolgó el auricular.
– ¡ Oiga ! Es para el señor Kesselbach, el piso 415. Esto es Señorita, le ruego que llame la Jefatura de policía, Servicio de Seguridad… No necesita el número, ¿ verdad ? Bien, gracias… Me quedo esperando.
Un minuto después, proseguía :
– ¿ Oiga ? ¿ Oiga ? Quisiera decir algunas palabras al señor Lenormand, el jefe de la Seguridad. De parte del señor Kesselbach… ¿ Oiga ? Que sí, el señor jefe de la Seguridad sabe de qué se trata. Le llamo con su autorización… ¡ Ah ! no está… ¿ Con quién tengo el honor de hablar ? El señor Gourel, inspector de policía… Pero me parece, señor Gourel, que usted asistía ayer a mi entrevista con el señor Lenormand… Pues, señor, el mismo hecho se ha producido hoy de nuevo. Alguien penetró en el piso que estoy ocupando. Y si viniera ahora mismo, quizás podría descubrir, según los indicios… ¿ Dentro de una o dos horas ? Perfecto. Sólo tendrá que pedir que le indiquen el piso 415. ¡ Otra vez gracias !
De paso en París, Rudolf Kesselbach, el rey del diamante, como se lo llamaba – o, según su otro apodo, el Dueño del Cabo -, el multimillonario Rudolf Kesselbach (se estimaba su fortuna a más de cien millones), ocupaba desde una semana, en la cuarta planta del Palacio-Hotel, el piso 415, compuesto de tres cuartos, de los cuales los dos más grandes a la derecha, el salón y la habitación principal, daban a la avenida, y la otra, a la izquierda, que servía al secretario Chapman, tenía vista a la calle de Judea.
A continuación de aquella habitación, cinco cuartos estaban reservados para la señora Kesselbach, que debía abandonar Monte-Carlo, donde estaba actualmente, y reunirse con su marido en cuanto la avisara.
Durante algunos minutos, Rudolf Kesselbach se paseó con un aire preocupado. Era un hombre grande, con un rostro colorodo, todavía joven, al que unos ojos soñadores, de los que se notaba el azul tierno a través de gafas de oro, daban una expresión de dulzura y de timidez, que contrastaban con la energía de la frente cuadrada y de la mandíbula huesuda.
Se dirigió hacia la ventana : estaba cerrada. De todas formas, ¿ cómo alguien hubiera podido introducirse por allí ? El balcón privado que rodeaba el piso se interrumpía a la derecha ; y, a la izquierda, estaba separado por una tapia de piedra de los balcones de la calle de Judea.
Pasó en su habitación : no comunicaba de ningún modo con los cuartos vecinos. Pasó en la habitación de su secretario : la puerta que se abría en los cinco cuartos reservados para la señora Kesselbach estaba cerrada, con el cerrojo echado.

Références culturelles, 199 : Carlos Manuel de Céspedes

En photo : Carlos Manuel de Céspedes
www.venceremos.co.cu

http://www.nacion.cult.cu/sp/cmc.htm

samedi 25 juillet 2009

« Dos gardenias para ti », par Ibrahim Ferrer

En photo : Ibrahim Ferrer au bout du monde(11) par clodyus

Je ne peux intégrer la vidéo sur le blog, mais ne manquez pas d'aller faire un petit tour sur YouTube pour ré-écouter cette magnifique chanson, un classique en matière de références culturelles. Juste pour le plaisir…

http://www.youtube.com/watch?v=Wmfa2XznVic

« Vous rédigerez un rapport de stage... », par Nathalie

En photo : Inspiration par h.koppdelaney

Ah, la barbe ! Rédiger un rapport de stage ! Mais, j'ai jamais fait ça, moi ! Qu'est-ce qu'il faut y mettre ? En plus, il doit falloir adopter un style formel - ministériel ? -, ennuyeux, quoi... Voilà pourquoi je reporte depuis plusieurs semaines la rédaction dudit rapport.
Je ne voulais pas le rédiger dans la foulée, après la fin du stage : trop tôt. J'attendais de trouver le bon moment ; mais les semaines se sont écoulées et je commençais à me demander si ce moment-là arriverait jamais... D'autant qu'avec la distance, je n'avais plus trop le coeur à me replonger dans une expérience révolue depuis plus de deux mois... Serais-je prise à mon propre piège ? NON, Dieu merci ! Parce que cette semaine, pour me remettre de la énième relecture de ma trad, je me suis dis qu'il fallait varier les plaisirs et donc je me suis replongée dans mon petit cahier bleu (celui que j'avais toujours sur moi pendant le stage), là où j'ai consigné infos pratiques (noms, chiffres, dates...) et impressions personnelles. Et au fil des pages, l'envie de mettre en forme les menus événements de cette expérience m'a permis de réaliser une espèce de synopsis qui laisse apparaître les scènes marquantes, sans négliger pour autant les situations secondaires, parfaites pour le contrechamp. Et c'est presque sans y penser que j'ai commencé à rédiger le compte-rendu, hier : quatre pages déjà enregistrées. Bien évidemment, je suis obligée d'opérer des choix : je ne peux (veux) pas tout rapporter (trop peur de proposer un catalogue-inventaire peu amène). Alors je me laisse guider : si j'ai commencé par évoquer ma première journée, je n'ai pas l'intention de suivre le déroulé chronologique des quatre semaines (trop scolaire ?). Je préfère insérer des prolepses, des apartés, des incises parce que je dois parler de telle rencontre ou de telle problématique à ce moment-là de ma rédaction et pas en fonction d'une datation historique rigide. Et ô joie, je me rends compte que les pièces du puzzle s'emboîtent parfaitement, offrant une vision éclatée et cohérente de ce que j'ai vécu. « De ce que j'ai vécu ? ». Non, je me trompe. De ce que m'a apportée cette immersion dans le monde micro-éditorial. J'écris donc ce que j'en ai retiré, et ce que je vais en retenir. « La substantifique moëlle » ? Oui, c'est un peu ça.
Maintenant, j'aimerais bien avoir le point de vue de mes camarades de promotion, histoire de savoir comment elles vivent cette « figure imposée » que nous sommes cordialement invitées à nous approprier, voire à modeler à notre image...

À propos du blog et de son fonctionnement…

En photo : Feu flou par Groume

Partant de ce qu'un blog n'est pas un site web mais un blog, c'est-à-dire un bel outil, avec des atouts, nombreux, mais aussi quelques limites (en particulier pour le stockage, puisque, vous le savez, les posts sont publiés les uns derrière les autres, dans un entassement perpétuel et, donc, difficilement maîtrisable à la longue sans un balisage très étroit de la route. Seules demeurent toujours à l'écran les informations de la colonne de droite, évidemment impossible à allonger à l'infini), nous devons apprendre à nous débrouiller pour y circuler sans se laisser trop entraver par des problèmes qui ne sont pas sans solutions. Quand vous avez besoin de savoir où se trouve telle ou telle information (par exemple pour les données techniques de la rédaction et la présentation de votre traduction longue), tel ou tel texte… les références d'un livre, vous pouvez commencer par jeter un œil aux libellés – colonne de droite – (qui sont des sortes de grands classeurs dans lesquels je range, chaque fois que cela est faisable, les posts en fonction de leur contenu). Avec les titres vous pouvez en déduire si ce que vous cherchez a des chances de s'y trouver. Et si vous revenez bredouilles des libellés, utilisez le moteur de recherche (lui aussi situé dans la colonne de droite) et qui vous mènera au/aux post(s) dans le(s)quel(s) le mot que vous avez tapé apparaît. Si le résultat est nul, c'est que le sujet n'a jamais été abordé. Cela est très pratique, par exemple, si vous avez une idée pour une fiche « références culturelles » et que vous vous demandez si elle a déjà été traitée.
Le moteur de recherche : pratique et rapide !

Un exposé de Jorge Volpi

Références culturelles, 198 : Les moulins à vent du Quichotte, par Laëtitia Sw.

Les moulins à vent du Quichotte
Oui, mais… lesquels ?
Voilà la question qui me taraude depuis tout à l’heure alors que je me remémore un voyage qui m’a conduite il y a quelques années sur les traces de don Quichotte.
Replantons le décor : « Dans un village de la Manche, dont je ne veux pas me rappeler le nom… ». Imaginons les paysages arides et vertigineux de cette Manche, enfin… Mancha (je ne me ferai jamais vraiment au nom traduit en français qui me transporte directement, avec mon imaginaire, en Normandie, ce qui, il faut bien l’avouer, nous éloigne considérablement du sujet…).
Reprenons, une région donc : La Mancha (ou Castilla-La Mancha pour être totalement précis). Cinq provinces : Guadalajara, Cuenca, Albacete, Ciudad Real et Toledo (Tolède). Et, sillonnant ces provinces, une route : la « Ruta del Quijote » ou plutôt dix routes nous invitant chacune à redécouvrir les aventures de don Quichotte. En effet, la « Ruta del Quijote » se compose en fait de dix « tramos » (tronçons) suivant chacun un itinéraire précis à travers villes et villages de la Mancha que le lecteur ordinaire du roman suit parfois malheureusement un peu dans le vague.
Entre autres lieux célèbres, le lecteur et surtout le promeneur avisé (mêlons fiction et topographie réelle) pourra s’arrêter au Toboso (province de Tolède) pour visiter, en ayant une pensée pour Dulcinée, le musée Cervantès (Museo cervantino) où sont conservés des exemplaires du Quichotte dans plus de 50 langues, appartenant à différentes époques, voire, pour certains, signés et/ou dédicacés par les grandes personnalités de ce monde. En somme, un voyage fantastique à travers une magnifique bibliothèque.
Le promeneur pourra ensuite faire une halte bien méritée à Puerto Lápice (province de Ciudad Real) en se restaurant à la Venta del Quijote, fameuse auberge où don Quichotte aurait été adoubé chevalier.
Puis, n’y tenant plus, il ne tardera pas davantage à reprendre son chemin pour aller contempler les majestueux géants contre lesquels a si durement guerroyé notre valeureux don Quichotte. Mais c’est là que commence un véritable casse-tête… Où les trouver ? Car plusieurs villages – aussi fiers les uns que les autres de leurs beaux moulins – en revendiquent l’authenticité. Le promeneur décidera donc sans doute de ne pas faire de jaloux en empruntant une nouvelle route : la « Ruta de los Molinos ».
Celle-ci traverse plusieurs villages qui se trouvent au confluent de trois provinces. Elle commence par Mota del Cuervo dans la province de Cuenca, se poursuit par Campo de Criptana et Alcázar de San Juan dans celle de Ciudad Real, et s’achève par Madridejos et Consuegra dans celle de Tolède.
Tourisme oblige, chaque municipalité brandit son héritage quichottesque, ce dont on ne les blâmera pas, bien au contraire ! Le plaisir des yeux passant avant tout, le promeneur appréciera de parcourir encore et encore les routes caillouteuses de la Mancha en s’empreignant de chaque parcelle du paysage pour revivre à loisir ses épisodes préférés du Quichotte, dont bien sûr celui, ô combien célèbre, des moulins à vent.
Oui, mais quand même ! Moi qui aie été dans la peau de notre promeneur il y a quelques temps de cela, j’aurai bien aimé savoir quels étaient les authentiques moulins ! Enfin, voyons, on ne peut pas nous demander de revivre avec la même ferveur la scène romanesque dans chaque lieu sous prétexte d’imprécision historique ! Non mais ! Enfin… sur le moment, j’ai réfréné l’envie d’éclaircir à tout prix la question pour me fondre dans l’atmosphère si particulière de ces lieux. Mais aujourd’hui, en y repensant, je me dis : bon, il faut que je sache !
Me voilà donc à explorer les sites internet sur le sujet afin de trouver la réponse et il semblerait bien que ce soit Campo de Criptana qui remporte la palme… Après moult hypothèses, recoupements et vérifications en tous genres, les chercheurs, semble-t-il, se sont accordés sur cette petite commune au nord-est de la province de Ciudad Real, perchée sur le Cerro de la Paz dans la Sierra de los Molinos. À l’origine, Campo de Criptana comptait trente-deux moulins. Aujourd’hui, il n’en reste plus que dix, plus ou moins bien conservés. Les trois plus anciens – le « Burleta », l’« Infante » et le « Sardinero » – qui datent du 16e siècle (1550-1555) s’enorgueillissent d’avoir conservé jusqu’à nos jours leurs machineries originales. On dit même qu’elles marchent encore (si, si !). Les autres ont été édifiés au 20e siècle. Six d’entre eux abritent maintenant des musées : l’« Inca Garcilaso », le Musée du Labour ; le « Pilón », le Musée du Vin ; le « Cariari », le Musée du Cinéma consacré à Enrique Alarcón (réalisateur, chef décorateur et scénariste, né à Campo de Criptana en 1917) ; le « Vicente Huidobro », un Musée en l’hommage de ce poète chilien, créateur et fondateur du créationnisme ; le « Lagarto », le Musée de la Poésie ; et le « Culebro », le Musée Sara Montiel (la célèbre actrice et chanteuse, elle aussi née à Campo de Criptana, en 1928). Le « Poyatos » accueille l’Office de Tourisme.
Tous sont bâtis selon le même principe. Leurs parois cylindriques, recouvertes de chaux, sont percées irrégulièrement de petites fenêtres carrées et d’une unique porte. Leur toit en bois de forme conique laisse échapper un lourd mécanisme prismatique servant de support à l’axe autour duquel tournent les quatre ailes. Du côté opposé, un large tronc qui part de la charpente pour venir se ficher profondément dans le sol donne la dernière touche à la silhouette si caractéristique du moulin.
Allez… quittons un instant le réel et plongeons-nous le temps de deux pages dans le fameux chapitre 8 au début de l’œuvre où il est question « de la grande victoire que le vaillant don Quichotte remporta dans l’épouvantable et incroyable aventure des moulins à vent, avec d’autres événements dignes de mémoire » :
« C’est alors qu’ils découvrirent dans la plaine trente ou quarante moulins à vent ; dès que don Quichotte les aperçut, il dit à son écuyer :
- La chance conduit nos affaires mieux que nous ne pourrions le souhaiter. Vois-tu là-bas, Sancho, cette bonne trentaine de géants démesurés ? Eh bien, je m’en vais les défier l’un après l’autre et leur ôter à tous la vie. [...]
- Des géants ? Où ça ?
- Là, devant toi, avec ces grands bras, dont certains mesurent presque deux lieues.
- Allons donc, monsieur, ce qu’on voit là-bas, ce ne sont pas des géants, mais des moulins ; et ce que vous prenez pour des bras, ce sont leurs ailes, qui font tourner la meule quand le vent les pousse.
- On voit bien que tu n’y connais rien en matière d’aventures. Ce sont des géants ; et si tu as peur, ôte-toi de là et dis une prière, le temps que j’engage avec eux un combat inégal et sans pitié.
Et aussitôt, il donna des éperons à Rossinante, sans se soucier des avertissements de Sancho qui lui criait que ceux qu’il allait attaquer étaient bien des moulins et non des géants. […]
- Ne fuyez pas, lâches et viles créatures, criait-il, c’est un seul chevalier qui vous attaque !
Sur ces entrefaites, un vent léger se leva, et les grandes ailes commencèrent à tourner. Ce que voyant, don Quichotte reprit :
- Vous aurez beau agiter plus de bras que n’en avait le géant Briarée, je saurai vous le faire payer !
Là-dessus, il se recommanda de tout son cœur à sa dame Dulcinée […]. Puis, bien couvert de son écu, la lance en arrêt, il se précipita au grand galop de Rossinante et, chargeant le premier moulin qui se trouvait sur sa route, lui donna un coup de lance dans l’aile, laquelle, actionnée par un vent violent, brisa la lance, emportant après elle le cheval et le chevalier, qu’elle envoya rouler sans ménagement dans la poussière.
Sancho se précipita au grand trot de son âne pour secourir son maître et le trouva qui ne pouvait plus remuer, tant la chute où l’avait entraîné Rossinante avait été rude.
- Miséricorde ! s’écria-t-il. Est-ce que je ne vous avais pas dit, moi, de faire attention, et que c’étaient des moulins à vent ? Il n’y avait pas moyen de s’y tromper, à moins d’avoir d’autres moulins qui vous tournent dans la tête !
- Tais-toi, Sancho ; à la guerre, plus qu’ailleurs, on ne peut jamais savoir comment les choses vont tourner. Pour moi, je pense, et c’est la vérité, que cet enchanteur Freston, qui a emporté mon cabinet et mes livres, a transformé ces géants en moulins pour me ravir l’honneur de les avoir vaincus, si grande est la haine qu’il me porte. Mais au bout du compte, mon épée sera plus forte que tous ses maléfices.
- Dieu en décidera ! conclut Sancho.
Et il aida son maître à se relever et à remonter sur Rossinante, qui avait le dos tout démanché. Puis, en s’entretenant de cette aventure, ils prirent le chemin de Port-Lapice car, selon don Quichotte, dans un lieu de grand passage, il ne pouvait manquer de rencontrer des aventures multiples et variées. »
(Traduction d’Aline Schulman, Éditions du Seuil, Paris, 1997, chapitre 8, partie 1, volume 1, pp. 84-85)

Sources en ligne :
- Instituto de Promoción Turística de Castilla-La Mancha : www.turismocastillalamancha.com.
- « Molinos de viento en La Mancha : gigantes contra el viento » : www.madridejos.net/Molinos/index.htm.
- Portal turístico de Campo de Criptana : www. campodecriptana.info.

Photos personnelles :
- Moulins à vent, Campo de Criptana.
- Venta del Quijote, Puerto Lápice.

Un blog intéressant… avec un témoignage intéressant

En surfant sur internet, je suis donc tombée sur ce blog, « The naked translation » consacré à la traduction, et en particulier sur ces posts intitulés « Journal d'une apprentie traductrice ».
Bonne lecture !

Volet 1 :
http://www.nakedtranslations.com/fr/2007/06/000812.php

Volet 2 :
http://www.nakedtranslations.com/fr/2007/07/000835.php

Volet 3 :
http://www.nakedtranslations.com/fr/2007/09/000877.php

Volet 4 :
http://www.nakedtranslations.com/fr/2007/11/000903.php

Volet 5 :
http://www.nakedtranslations.com/fr/2008/02/000951.php

vendredi 24 juillet 2009

Message personnel

Nous souhaitons la bienvenue à deux nouveaux membres de la communauté tradabordienne : Mainumby et leonardiandre. Nous vous invitons à participer à toutes nos activités… en envoyant, (l'adresse mail figurant dans la colonne de droite), si vous le souhaitez, vos propres proprositions de traduction pour les versions et les thèmes, des fiches de références culturelles, des documents intéressant de près ou de loin la traduction, etc.
Et j'oubliais : pensez à voter aux différents sondages en cours… !

Semaine du 24 au 31 juillet : réponses des enseignants au questionnaire « La traduction au collège et au lycée »

Laëtitia (espagnol), Bazas :

1. Savez-vous ce que les programmes officiels recommandent en matière de traduction ?

Il ne me semble pas avoir vu quoi que ce soit dans les programmes concernant la traduction. En tout cas pour le collège, il n’en est pas question.

2. Quelle place accordez-vous à la version dans vos cours / séquences pédagogiques ?
Avec mes élèves de sixième qui sont en cours d’initiation, nous avons souvent recours à la traduction. Un texte ciblé sur un point de grammaire comporte toujours des notions qui n’ont pas encore été vues en classe. L’élève est donc amené à imaginer le sens du texte avec les éléments dont il dispose : la ressemblance entre espagnol et français, ainsi que les mots qu’il connaît déjà. L’exercice est particulièrement intéressant avec des débutants beaucoup plus soucieux du rendu en français que les élèves plus expérimentés qui traduisent littéralement. Ce qui intéresse l’élève c’est que le texte sonne bien en français. L’exercice individuel devient toujours collectif, et tourne au jeu des devinettes.
Pour les autres classes, la traduction du texte est plutôt liée à une difficulté.

3. Pourquoi ?
Pour les débutants, l’exercice permet de se rendre compte des similitudes et des différences qu’il existe entre les deux langues. Il permet de démystifier une nouvelle langue qui a souvent, au départ, tous les airs du bon vieux charabia.

4. Quel intérêt y voyez-vous ?
Je crois que la traduction est nécessaire à l’apprentissage d’une langue. Il ne s’agit évidemment pas d’en arriver à ce que les élèves pensent d’abord en français pour ensuite s’exprimer en espagnol. L’exercice amène les élèves à se rendre compte des problèmes que pose la traduction littérale. Voir quels sont les équivalents de phrases complètes peut les aider à mieux s’exprimer.

5. Quel type de documents à traduire proposez-vous ?
Je fais systématiquement traduire les chansons vues en classe à la demande des élèves qui veulent absolument comprendre le sens de tous les mots qu’ils vont prononcer en musique.



6. Faites-vous une différence entre version et traduction ? Si oui, laquelle ?
La version me semble plus littérale. La traduction, tout en respectant le texte en espagnol, tente de rendre au mieux le français le plus correct : ce qui s’écrit, ce qui se dit. En fait, je médite encore la question.

7. Comment réagissent vos élèves à ce genre d'exercices ?
Les élèves sont ravis de traduire un texte et même amusés. Ils savaient que cette année je suivais la formation du master pro, et plusieurs fois, ils m’ont mise au défit de traduire. J’entends encore : « Mais c’est pas français ça Madame ! ».



8. Sont-ils demandeurs ? Si oui, pourquoi ?
Les élèves sont très demandeurs. D’une part la traduction du texte étudié en classe permet de lever le doute sur les problèmes de sens. Les élèves sont beaucoup plus à l’aise vis-à-vis du texte et participent donc plus facilement. Il est vrai que la difficulté de la compréhension écrite est écartée mais l’échange oral est plus aisé. D’autre part, ils semblent s’amuser de l’exercice. Peut-être trouvent-ils une part de fierté dans le fait d’être capable de rendre un texte espagnol dans sa langue maternelle.



9. Pensez-vous que l'enseignement de l'espagnol, tel qu'il est pratiqué aujourd'hui, favorise la traduction ?
Pas du tout. Lorsque j’étais à l’école, j’ai toujours entendu qu’il ne fallait surtout pas traduire pour apprendre une langue. Maintenant j’entends que pour enseigner, c’est la même histoire.

10. Et vous, êtes-vous tenté(e) par la traduction ?
Je persiste et je signe.