jeudi 22 mars 2012

Un nouveau projet de traduction

Mon collègue, Fernando Moreno, Professeur à l'Université de Poitiers, a attiré mon attention sur une auteure chilienne de talent, Cynthia Rimsky. Avec Elena Geneau – professeur d'espagnol et étudiante à l'Université de Bordeaux 3 - Michel de Montaigne – et Perrine Huet (promo 2010-2011 du Master 2 pro « Métiers de la traduction » et maintenant traductrice), nous avons donc lu une vingtaine de ses nouvelles et décidé d'en traduire une pour Tradabordo. Le choix a été difficile à faire et s'est finalement porté sur « La ventana y la pena ». 
Pour mener le travail à bien, nous procéderons à notre habitude, c'est-à-dire phrase à phrase… avec une traduction élaborée progressivement ensemble dans les commentaires.

Pour en savoir plus sur Cinthya Rimsky

Présentation de son éditeur :
Cynthia Rimsky Mitnik nació en Santiago en 1962. En 1995 obtuvo el primer premio en los Juegos Literarios Gabriela Mistral por el relato «El aliento de Fátima». Publicó en 2001 su primera novela,  Poste restante,  que en 2002 fue reconocida con el segundo lugar del Premio Municipal de Santiago y que Sangría Editora publicó en edición aumentada y corregida por la misma autora en 2010. Ese año recibió la beca Fundación Andes y viajó al norte de Chile para escribir La novela de otro (2004). En 2009 publicó en Sangría su tercera novela,  Los perplejos., Desde entonces ha continuado viajando a lugares diversos en la investigación para sus novelas,  mientras imparte sus talleres Las escrituras del viaje.




La ventana y la pena
Éramos dos escritoras que visitaríamos una escuela básica de niñas en el sur, en el marco de un encuentro de escritores. Algo pasó y, en vez de leer juntas en la biblioteca, me encontré sola, ante un curso de adolescentes expectantes con la visita de la escritora de Santiago. Para ganar tiempo, les pregunté por qué les gustaba leer. Dijeron que la lectura les permitía vivir otras vidas, imaginar que eran otras. Les pregunté qué vidas y contestaron mayoritariamente que las de Harry Potter y sus amigos. La profesora, con el pelo teñido rubio, simuló ordenar unos papeles.
Uno de los muros de la sala estaba cruzado por una ventana; pregunté a las jovencitas si miraban a través de ella. Todas levantaron la mano. Por supuesto, cuando se aburrían de escuchar al profesor, miraban por la ventana el edificio del frente; a la mujer que salía a regar las plantas al balcón, al hombre que se afeitaba… Desde la otra esquina, la profesora pareció preguntarme: ¿Y?, ¿cuándo viene la escritora?
Quise saber a qué hora regaba la mujer, si las plantas crecían, si vivía sola o acompañada, por quiénes. Las jovencitas no se lo habían preguntado. La profesora barrió con su mirada la ventana. Les pedí que hicieran el ejercicio de escribir 15 recuerdos de una experiencia que hubiesen vivido. La profesora se acercó: no quería perderse lo mío, pero sentía tantos deseos de escuchar a la otra escritora. Le di permiso para salir y me acerqué a la ventana a ver si aparecía la señora que regaba.
Las historias que las jovencitas escribieron eran bellas porque eran sentidas; la muerte del gato, un castigo, la discusión con una amiga, una tarde de lluvia. La profesora volvió con los ojos iluminados. “Escuché poemas en mapudungun”. ¿Y usted sabe mapudungún?, le pregunté. “No, pero sonaba tan bonito, me transporté a otro mundo”. Y, al escuchar las experiencias escritas por sus alumnas, las reprendió: “Demasiado tristes, ¿por qué tanta tristeza?, tienen que escribir de otras cosas”.
Las jóvenes callaron.
El silencio me transportó a mi infancia. Cuando volví, convertida en una escritora de 48 años, desmentí a la profesora y pedí a las jóvenes que continuaran leyendo. Levantándose de la silla, una dijo: “A mi me pasó que al leer lo que escribí, sentí que no era yo la que había vivido eso, sino otra persona”. Sonó el timbre. La profesora me agradeció haberle mostrado un ejercicio que le serviría para su clase. “Es de George Pérec, un escritor francés que enseña a observar lo infraordinario”, le expliqué. “Claro”, dijo, desapareciendo con el libro de asistencia. Cuando hubo salido, se acercaron dos estudiantes, querían decirme que antes de mi visita no sabían que sus vidas podían escribirse y convertirse en historia: “Usted nos cambió la manera de mirar”.

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