vendredi 19 juin 2009

Votre version de la semaine, Atxaga

En photo : La vaca palaciega par La Vieja Sirena

Le texte est un peu long, c'est vrai… mais impossible de trouver où couper… Faites donc la partie que vous préférez.

1 El mandato de mi voz interior, o cómo tomé la decisión de escribir estas memorias vacunas.
Recuerdo de una nevada.

ERA una noche de rayos y de truenos, y los ruidos y el jaleo del temporal acabaron por despertarme casi del todo.
—Escucha, hija mía, ¿acaso no ha llegado la hora? ¿Acaso no es el momento adecuado, correcto y conveniente? —me preguntó entonces mi voz interior. Y poco después, sin darme un respiro siquiera para despabilarme completamente—: Pero ¿no has de abandonar el sueño y la molicie? ¿No has de acogerte a la excelente y fructífera luz? Dímelo en dos palabras y con el corazón en la mano, ¿acaso no ha llegado la hora? ¿Acaso no es el momento adecuado, correcto y conveniente?
Esta voz interior mía tiene una lengua muy remilgada y muy llena de cumplidos, y por lo visto no puede hablar como todo el mundo, llamando a la hierba «hierba» y a la paja «paja»; si por ella fuera, a la hierba tendríamos que decirle «el saludable alimento que para nosotras crió la madre tierra», y a la paja, «el no saludable alimento necesario para los casos en los que el bueno falta y declina». Sí, así habla esa voz que escucho dentro de mí, con lo que resulta que se alarga una barbaridad cada vez que quiere explicar algo, con lo que resulta que la mayor parte de sus asuntos se hacen muy aburridos, con lo que resulta que hay que cargarse de paciencia para atenderla sin ponerse a gritar. Y aun poniéndose a gritar, da lo mismo, porque la voz no se va de su sitio, no hay manera de que desaparezca.
—No puede desaparecer porque se trata de nuestro Ángel de la Guarda —me dijo una vez, cuando todavía era joven, una vaca de cierta edad llamada Bidani—. Alegría debía darte saber que él está dentro de ti. Te será el mejor de los amigos en esta vida, y te confortará siempre que te encuentres sola. ¿Que te ves en el aprieto de tener que elegir algo? Pues nada, le escuchas a él, que él te indicará la elección mejor. ¿Que alguna vez te encuentras en grave peligro? Pues confía, deja tu vida en manos del Ángel de la Guarda, él guiará tus pasos.
—¿Me lo tengo que creer? —pregunté a Bidani.
—Pues claro que sí —me respondió ella con algo de arrogancia.
—Pues, usted perdone, pero no le creo ni palabra.
¿Qué le iba a decir? Ella era de más edad que yo, de eso no cabía duda, pero también muy crédula en comparación conmigo. Porque la verdad es que todavía no ha nacido quien me demuestre qué es el Ángel de la Guarda, y así las cosas prefiero no creérmelo. Yo soy de ese pelaje: cuando algo está claro, cuando por ejemplo me ponen delante un montoncillo de alholva y me dicen «Esto es alholva», entonces voy yo, lo huelo y digo, «Sí, esto es alholva», reconozco la verdad; pero de lo contrario, no habiendo pruebas, o cuando la prueba ni siquiera huele, entonces yo prefiero no creer. Como dice el refrán:

¿Qué creías que era vivir?
¿Creérselo todo y echarse a dormir?

No señor, eso no es vivir, eso es hacer el tonto y comportarse como los del género ovejuno.
—No acabas de comprender, joven —insistió Bidani con la misma arrogancia que antes—. El Ángel de la Guarda no puede oler a nada. Como ángel que es, está en nuestro interior como un espíritu, sin ocupar ningún sitio.
—Se merecería usted ser oveja —le respondí con todo mi descaro, y dándome la vuelta me fui.
Pero sea como sea, creyendo o sin creer, aquella voz interior siempre estaba allí, y no me quedaba más remedio que admitir la realidad. Le llamara Ángel de la Guarda, le llamara Espíritu, Voz, Conciencia o lo que se quiera, tanto con un nombre como con otro, aquello siempre estaba dentro de mí.
—¿Cuál es su nombre? —le pregunté un día a la voz. Era en la época en la que todavía le hablaba con respeto, de muy joven.
—El que tú quieras, hija mía. En lo que se refiere a mí, todo está en tus manos, soy tu servidor. Y, dicho sea de paso, es una servidumbre que acepto muy gustoso.
—Sí, claro, cómo no. Pero respóndame, por favor: ¿cómo se llama?
—Discúlpame, hija, pero tal como hace poco te he explicado, estoy a tus órdenes. A la dueña corresponde bautizar a su criado.
—¡Pues sí que eres pesado! —me enfadé al final—. ¡Más pesado que el mismísimo piojo! No sé si eres un ángel o un espíritu maligno, no sé tampoco por qué motivo estás dentro de mí, pero sé cómo eres, ¡ya lo creo que lo sé! ¡Eres de los que siempre tienen que salirse con la suya! ¡Así es como eres!
Entonces, y con la pizca de rabia que sentía, tomé una decisión: que a aquel supuesto Ángel de la Guarda yo le iba a llamar El Pesado. Y desde aquel día no ha sido otro para mí: El Pesado, Pesado y Pesado. El Pesado, Pesado y Pesado.
—No puede afirmarse que sea el nombre más bonito del mundo —oí entonces—, pero tampoco es el más feo ni el más desagradable.
A pesar de los pesares, y dicho lo dicho, en un principio no tenía mala opinión de aquel Pesado de mi interior, y hasta les daba su poco de razón a los que me hablaban a favor suyo. A ratos me parecía mi mejor amigo, buen compañero para los momentos gratos y mejor en los amargos, y cuando me hablaba lo escuchaba con gusto. Recuerdo, en este sentido, lo sucedido el primer invierno de mi vida. ¡Entonces sí que me hizo compañía! ¡Sí que se portó entonces como un verdadero amigo! Todo sucedió un día de nevada.
—Mira, hija mía, está nevando —me dijo él desde dentro—. Ha empezado a nevar y estamos bastante lejos de casa. Convendría que fueras bajando del monte.
—¿Bajar del monte? ¡Que te crees tú eso! —le contesté con un desplante. Y es que se trataba de la primera vez que yo veía nieve, y no advertía el peligro de los copos que sentía deshacerse en mi espalda. Y con eso, me apliqué de nuevo a comer hierba con toda mi atención, porque, esto también hay que decirlo, yo me pierdo por la hierba cortita y sabrosa de los lugares altos, nunca me he conformado con las insulsas hierbas de los prados.
No sé cuánto tiempo pasó mientras comía la hierba chiquita sin levantar la cabeza, pero mucho no sería, no creo. Puede que media hora, puede que la hora entera. Sin embargo, a causa de la nieve caída, enseguida me fue imposible seguir comiendo. Estiraba la boca en busca de más hierba, y lo que metía en ella era un bocado de hielo. Hozaba la tierra como había visto a los cerdos, y lo mismo, otro trozo que me producía escalofríos. Me enderecé irritada y miré a mi alrededor. Y entonces sí, entonces sí que me asusté. El paisaje que vi alrededor no era para menos.
Una roca negra y mucha nieve, allí no había otra cosa. El yerbal donde había estado comiendo estaba blanco; y blanco igualmente el de más allá; y todos los demás también blancos. Por otra parte, el camino que los atravesaba para luego bajar hasta mi casa no se veía por ningún sitio, había desaparecido en aquella blancura.
—Pero ¿qué pasa aquí? ¿Cómo voy yo ahora a casa? —me dije dando unos pasos hacia la roca negra. Estaba un poco apurada.
Di un bramido, a ver si alguna compañera del establo contestaba y me orientaba hacia el camino de casa, pero el silencio se lo tragó igualito que un sapo se traga una mosca, y allí se acabaron mis llamadas. Y otra vez el silencio, la blancura de la nieve, la negritud de aquella roca. Y durante todo ese rato, El Pesado sin decir esta boca es mía. Se ve que estaba dolido por la mala contestación que le había dado antes.
La blancura seguía igual de blanca cuando apareció la primera estrella, y también cuando apareció la segunda. Y cuando aparecieron la tercera, la cuarta y la quinta, lo mismo. Pronto le tocó el turno a la luna, y ella sí que cambió algo, añadió unas sombras al paisaje. Poca cosa, de todas formas. La blancura ocupaba la mayor parte. Y allí estaba yo, y estaba como dice el refrán:

Nieve en el monte, no hay vaca que soporte.

Yo era esa vaca, efectivamente, y estaba aburridísima. ¿Hacia dónde quedaba el camino de casa? ¿Es que no iba a aparecer? Pues no, no había visos de que fuera a aparecer.
—¡Bueno! ¿No piensas decirme nada, Pesado? —exclamé al final. De veras, tenía que hacer algo, salir de aquella situación. Si no, podía morirme de asco.
—Voy a decirte unas palabras, pero no las que tú quieres oír.
Saltaba a la vista que estaba enfadado, porque ni siquiera me llamaba «hija mía». Y ahora que lo pienso, el mismo Pesado tenía que ser muy joven en aquella época; de lo contrario, no se habría enfadado por una mala contestación. Peores le doy ahora, y ni se inmuta. Pero, claro, ahora siempre acabo por obedecer y por hacer lo que él quiere que haga.
—Pues habla. Con lo harta que estoy, te escucharía cualquier cosa —le respondí.
—Me debes una disculpa. Cuando, por la nieve que caía, te he pedido que volvieras a casa, no tenías por qué obedecerme. Siendo así que eres libre, puedes hacer lo que te apetezca. Pero a lo que no tienes derecho, hija, es a contestarme con ordinariez, grosería y malos modos. A eso no tienes derecho, hija mía. Lo primero es la educación, y luego lo demás.
Miré a la izquierda y a la derecha, miré a un lado de la roca negra, miré al otro, miré a todas partes, y nada: ni rastro del camino. El monte se veía blanco de nieve o negro de noche, no había términos medios. Yo estaba muy aburrida y muy fastidiada.
—¡Perdona! —exclamé al final.
—Estás perdonada, naturalmente —dijo El Pesado con muy buen talante, olvidándose de su enfado. Y añadió poco después, con un suspiro—: ¡Fíjate dónde hemos venido a parar ahora!
—¿Dónde? —me animé. Aquello era lo que yo quería saber, dónde estaba exactamente y en qué dirección podía ir a casa. Pero El Pesado iba a otra historia.
—Estamos en un desierto, hija mía. Eso es lo que yo diría, que nos ha venido del cielo un desierto blanco, y pieza a pieza, además. ¡Qué soledad! ¡Qué desolación! ¡Aquí se ve nuestra pequeñez y nuestra poquedad!
—Siendo vaca, ¡qué quieres! ¡Qué se puede esperar de las vacas! Las vacas no somos nada —exclamé en un arrebato de sinceridad. Porque, efectivamente, ser vaca nunca me ha parecido una cosa del otro mundo. A mi modo de ver, nosotras las vacas pasamos por esta vida sin pena ni gloria, por ese camino vulgar de la medianía, y, a decir verdad y por triste que resulte, a quien más nos parecemos es a las ovejas. Ya lo dice el refrán:

La vaca y la oveja, una vaga y la otra floja.

Claro que El Pesado tiene una idea muy distinta, él piensa que a las vacas nos acompaña cierta grandeza, y que el resto del género animal nos queda bastante por debajo. Aquel mismo día no pudo menos que llevarme la contraria y luego —a propósito de la nevada y la soledad de la nevada— componer una especie de himno a favor de las de nuestra raza.
—No tienes razón en lo que dices de las vacas, y no deberías menospreciarte a ti misma de esa manera —dijo.
—Puede ser —respondí yo con cierta prudencia.
—Por supuesto que sí, hija mía. Una vaca no es cualquier cosa. Considera, si no, lo que ocurre aquí mismo. ¿Quién está aquí, en este desierto helado, en esta soledad? Sólo tú, amiga mía. O, por decirlo en otras palabras, está la vaca. La vaca, y no, por ejemplo, el topo. En otoño sí, en la tibieza del otoño bien que se afanaban los topos haciendo agujeros aquí y allá y retozando; pero ahora, ¿dónde están? ¿Y las lombrices? ¿Y las hormigas? ¿Y los demás bichos? No están en parte alguna, puesto que han huido; han huido al interior de la tierra, han huido más y más adentro, y quién sabe dónde están ya esos cobardes, quizá en el mismo centro de la tierra. ¿Y qué diremos de aquellos que andaban, o más bien se escurrían, entre las hierbas, culebras y culebrillas de toda clase? ¿O de las lagartijas que asomaban y empinaban la cabeza en el resquicio de una roca? Pues que, habiendo huido todos, duermen en su escondrijo. Así y todo, hay quienes siendo superiores a éstos, también huyeron. Como los pájaros. O las ardillas, o los cerdos, o las gallinas. Así es, hija mía, han escapado absolutamente todos, y tú eres la única que está aquí, aquí está la vaca. La vaca conoce qué es la soledad, qué es la desolación, y con ese conocimiento puede enfrentarse a la vida. Realmente, ¡ser vaca es algo grandioso!
—No seré yo quien diga lo contrario —le contesté mientras miraba la roca negra que tenía enfrente. Me pareció que El Pesado tenía algo de razón, que no era una tontería el saber estar allí tranquilamente, sin ningún miedo.

Bernardo Atxaga, Memorias de una vaca

***

Jacqueline nous propose sa traduction :

J’obéis à ma voix intérieure, ou comment j’ai pris la décision d’écrire ces mémoires d’une vache.
Souvenir d’une tempête de neige.

C’était par une nuit traversée de foudre et de coups de tonnerre, et les bruits et le vacarme de la tempête avaient fini par me réveiller presque complètement.
- Écoute, ma fille, n’est-ce peut-être pas l’heure? N’est-ce peut-être pas le bon moment, adéquat, correct et approprié ? –me demanda alors ma voix intérieure. Et peu après, sans me laisser le moindre répit pour me réveiller complètement : « Et n’est-il pas temps d’abandonner le sommeil et la paresse ? N’est-il pas temps d’accueillir la lumière, si agréable et si utile ? Dis-le moi en deux mots et la main sur le cœur, n’est-ce peut-être pas l’heure? N’est-ce peut-être pas le bon moment, adéquat, correct et approprié ?
- Cette voix qui est en moi a un langage très falbalas et compagnie, et il lui est naturellement impossible de parler comme tout un chacun, d’appeler « herbe » l’herbe, et « paille », la paille ; si ce n’était que d’elle, pour l’herbe on devrait dire « le salutaire aliment que créa pour nous notre mère la Terre » ; et pour paille, « l’aliment peu salutaire nécessaire pour les cas où l’autre manquerait ou se raréfierait ». Oui, voilà comment parle cette voix que j’entends en moi, et voilà pourquoii, chaque fois qu’elle veut expliquer quelque chose, ça dure un temps fou, et voilà pourquoi la plupart des sujets qu’elle aborde me font périr d’ennui, et voilà pourquoi enfin il faut s’armer de patience pour l’écouter sans hurler. Et même en hurlant, ça ne changerait rien, car la voix ne change jamais de place, il n’y a pas moyen de la faire disparaître.
- Elle ne risque pas de disparaître parce qu’il s’agit de notre Ange gardien- me dit un jour, alors que j’étais jeune, une vache d’un certain âge qu’on appelait Bidani. Tu devrais être heureux de savoir qu’il est en toi. Il sera ton meilleur ami dans cette vie et il te réconfortera chaque fois que tu seras seule. Supposons que tu sois contrainte de faire un choix ? Eh bien, tu l’écoutes et il t’indiquera le meilleur choix. Et si tu cours un jour un grave danger ? Eh bien, fais-lui confiance, remets ta vie entre les mains de l’Ange gardien, il guidera tes pas.
- Dois-je le croire en tout ?- demandai-je à Bidani.
- Mais bien sûr – me répondit-elle avec une certaine arrogance.
- Mais, je vous demande pardon, je ne crois pas un mot de ce qu’il dit.
- Que pouvais-je dire ? Elle était plus âgée que moi, cela ne faisait pas de doute, mais elle était aussi plus crédule. Car, en vérité, il n’est pas encore né celui qui me démontrera que c’est là mon Ange gardien, et cela étant, je préfère ne pas croire ce qu’il dit. Moi je suis ainsi fait : quand quelque chose est patent, quand par exemple on met sous mon nez un petit tas de plante d’alholva et qu’on me dit « voilà de l’alholva », alors, j’y vais, je le sens et je dis : « Oui, c’est de l’alholva », je reconnais la vérité ; mais si en revanche je n’ai pas de preuves, ou si la preuve n’a même pas d’odeur, alors j’aime mieux ne pas y croire. Comme dit le proverbe :
- Que crois-tu que vivre était ?
- Croire n’importe quoi et puis aller se coucher ?
Non monsieur, ça, ce n’est pas vivre, c’est agir en sot, et se comporter comme cheptel de brebis.
- Tu n’arrives pas à comprendre, petite, insista Bidani. L’Ange gardien ne peut pas avoir d’odeur. En tant qu’ange, il est en nous comme un esprit, il est partout et nulle part.
- Vous mériteriez d’être une brebis, lui répondis-je avec toute mon insolence et tournant le dos, je m’en allai.
- Mais quoi qu’il en soit, que l’on crût ou non en elle, cette voix intérieure était toujours là , et je n’avais pas d’autre ressource que d’admettre la réalité. Qu’on l’appelle Ange gardien, Esprit, Voix, Conscience ou comme on voudra, tantôt comme ci et tantôt comme ça, cette chose-là était toujours en moi.
- Quel est votre nom ? demandai-je un jour à la voix. C’était le temps où je lui parlais encore avec respect, quand j’étais très jeune.
- Celui que tu voudras, ma fille. Pour ce qui est de moi, tout est entre tes mains, je suis ton serviteur. Et, soit dit en passant, c’est une servitude que j’accepte avec plaisir.
- Oui, bien sûr, et comment. Mais répondez-moi, s’il vous plaît : comment vous appelez-vous ?
- Je te prie de bien vouloir m’excuser, ma fille, mais je viens de te l’expliquer, je suis à tes ordres. C’est la maîtresse qui doit baptiser son domestique.
- Mais comme tu es lourd ! – dis-je à la fin en me fâchant. Plus lourd même que l’est le pou ! Je ne sais pas si tu es un ange ou un esprit malin, je ne sais pas non plus pourquoi tu es en moi, mais je sais comment tu es, oui, ça, je crois que je le sais ! Tu es de ceux qui veulent toujours se tirer des flûtes ! Voilà comment tu es !
- Alors, comme la colère commençait à me titiller, je pris une décision : ce soit disant Ange gardien, j’allais l’appeler Le Lourdaud. Et de ce jour, il n’a été pour moi que ça : le Lourdaud, le Lourdaud et le lourdaud. le Lourdaud, le Lourdaud et le Lourdaud.
- On ne peut pas dire que c’est le nom le plus joli du monde, entendis-je alors-, mais ce n’est pas non plus le plus laid ni le plus désagréable.
- Malgré les aléas et une fois dit ce qui a été dit, au début je n’avais pas une mauvaise opinion de ce Lourdaud qui est en moi, et même je donnais un peu raison à ceux qui prenaient sa défense. Parfois, il me semblait qu’il était mon meilleur ami, un bon camarade dans les moments agréables et un camarade meilleur encore dans les moments difficiles, et quand il me parlait, je l’écoutais avec plaisir. Je me souviens, à cet égard, de ce qui s’est passé pendant mon premier hiver.
- …………………………………………..
- Alors oui, il m’a tenu compagnie ! Oui, il s’est comporté comme un véritable ami ! Cela se passait un jour de tempête.
- Tu vois, ma fille, il neige, me dit-il- . Il s’est mis à neiger et nous sommes assez loin de la maison. Tu devrais descendre de la montagne.
- Descendre de la montagne ? Et puis quoi encore ! –lui répondis-je avec effronterie. Il faut dire que c’était la première fois que je voyais la neige, et je ne prenais pas garde au danger des flocons que je sentais fondre sur mon dos. Et, sur ce, je me remis à manger l’herbe avec toute l’application que je pouvais , car, et ça aussi il faut bien le dire, je perds la tête quand je mange cette herbe toute courte et tellement savoureuse des hauteurs, jamais je n’ai pu me résigner à l’herbe insipide des prés.
- Je ne sais pas combien de temps j’ai passé à manger cette herbe courte sans lever la tête, mais sans doute pas beaucoup, je crois. Peut-être une demi-heure, peut-être une heure entière. Cependant, à cause de la neige qui tombait, rapidement il me fut impossible de continuer à manger. Je tendais bien la langue pour atteindre un peu plus d’herbe, mais je ne saisissais qu’un morceau de glace. Je fouillais la terre comme je l’avais vu faire aux cochons, et même chose, un autre morceau qui me donnait des frissons. Je me redressai irritée et je regardai autour de moi. Et alors oui, alors oui, je pris peur. Le paysage que je voyais autour de moi y était pour quelque chose.
- Un rocher noir, et beaucoup de neige, c’était tout ce qu’il y avait là. Le pâturage où j’avais mangé était blanc, et blanc aussi le pâturage plus loin ; et tous les autres aussi étaient blancs.Par ailleurs, on ne voyait nulle part le chemin qui les traversait pour ensuite descendre vers ma maison, il avait disparu sous toute cette blancheur.
- Mais, que se passe-t-il donc ? Comment vais-je revenir maintenant à la maison, me dis-je en faisant quelques pas vers le rocher noir. J’étais un peu fatiguée.
- Je poussai un mugissement, pour voir si une compagne de l’étable allait me répondre et m’indiquer le chemin à prendre pour la maison, mais le silence l’engloutit tout comme un crapaud engloutit une mouche, et c’en fut fini de mes appels. A nouveau le silence, la blancheur de la neige, la noirceur de ce rocher. Et pendant tout ce temps-là, pas un mot en réaction du Lourdaud. Il était clair qu’il était blessé par la fâcheuse réponse que je lui avais faite.
- La blancheur était toujours la même quand parut la première étoile, et aussi quand parut la deuxième. Et ce fut la même chose quand parurent la troisième, la quatrième et la cinquième. Ce fut bientôt le tour de la lune et elle, oui, changea quelque chose, elle ajouta des ombres au paysage. Peu de chose, au demeurant. La blancheur était omniprésente. Et moi, j’étais là, et comme dit le proverbe :
- Neige en montagne, pour une vache, c’est le bagne.
- Mais j’étais cette vache, de toute évidence, et j’étais extrêmement lasse. Où était donc passé le chemin de la maison, Allait-il réapparaître ? Mais non, aucun signe qu’il allait apparaître.
- Bon ! Lourdaud, ne veux-tu rien me dire ? m’exclamai-je à la fin. En vérité, il fallait faire quelque chose, sortir de cette situation. Ou alors, je risquais de mourir d’horreur.
- Je vais te dire quelques mots, mais pas ceux que tu souhaites entendre.
- Il sautait aux yeux qu’il était fâché, parce qu’il ne me disait même plus « ma fille ». Et maintenant que j’y repense, le Lourdaud lui-même devait être très jeune à ce moment-là ; autrement, il ne se serait pas fâché pour une réponse fâcheuse. Aujourd’hui, je lui en fais de pires et même pas un battement d’aile. Mais bien sûr, maintenant, je finis presque toujours par lui obéir et par faire ce qu’il veut.
- Eh bien parle. Exténuée comme je le suis, je t’écouterais dire n’importe quoi- lui répondis-je.
- Tu me dois des excuses. Quand je t’ai demandé de revenir à la maison à cause de la neige qui tombait, tu n’avais pas à m’obéir. Puisque tu es libre, tu peux faire ce qui te chante. Mais tu n’as pas le droit, ma fille, de me répondre avec cette vulgarité, cette grossièreté et ces mauvaises manières. Non, tu n’en as pas le droit, ma fille. D’abord, l’éducation, le reste vient après.
- Je regardai à gauche, et à droite, je regardai d’un côté du rocher, de l’autre, je regardai partout, rien : pas de trace du chemin. La montagne était blanche de neige, ou noire à cause de la nuit, pas de moyen terme. J’étais très ennuyée et très fatiguée.
- Excuse-moi, finis-je par m’écrier.
- Tu es, bien entendu, excusée, -dit le Lourdaud avec bonne humeur en oubliant son mécontentement. Et il ajouta peu après, dans un soupir- : regarde donc où nous en sommes à présent !
- Où sommes-nous ? dis-je en m’enhardissant. C’était là ça ce que je voulais savoir, où j’étais exactement et quelle était la direction pour aller à la maison. Mais pour le Lourdaud, c’était une autre histoire.
- Nous sommes dans un désert, ma fille. Je dirais ça, qu’un désert blanc nous est venu du ciel, et peu à peu, qui plus est. Quelle solitude ! Quelle désolation ! C’est là qu’on voit notre petitesse et combien nous sommes peu de chose !
- Comme je ne suis qu’une vache, que veux-tu ! Que peut-on attendre d’une vache ? Nous, les vaches, nous ne sommes rien –m’exclamai-je dans un élan de sincérité. En effet, être une vache ne m’a jamais semblé une chose extraordinaire. Selon moi, nous les vaches, nous traversons cette vie sans péril et sans gloire, en empruntant ce chemin vulgaire et bien commun, et à vrai dire, aussi triste cela soit-il, c’est aux brebis que nous ressemblons. Et le proverbe le dit bien :
- La vache et la brebis, l’une est flemmarde et l’autre flapie.
Il est vrai que le Lourdaud a une idée très distincte de la chose, il pense que les vaches sont revêtues d’une certaine grandeur, et que le reste du genre animal est loin derrière nous. Ce même jour, il ne put s’empêcher de me contredire et ensuite –à propos de la tempête de neige et de la solitude- de composer une sorte d’hymne en faveur des bêtes de notre race.
- Tu n’as pas raison de parler ainsi des vaches, et tu ne devrais pas te sous-estimer de cette façon- dit-il.
- C’est possible, répondis-je avec une certaine prudence.
- Mais c’est sûr, ma fille. Une vache, ce n’est pas n’importe quoi ! Si tu ne le penses pas, regarde ce qui se passe ici même. Qui se trouve dans ce désert gelé, dans cette solitude, si ce n’est toi, mon amie. Ou pour le dire en d’autres termes, la vache. La vache et pas par exemple, la taupe. En automne, d’accord, dans la tiédeur de l’automne, elles s’activent à creuser des trous ici et là en batifolant ; mais maintenant, où sont-elles ? Et les vers de terre ? Et les fourmis ? Et les autres bestioles ? Ils ne sont nulle part puisqu’ils se sont enfuis ; ils se sont enfuis dans les profondeurs de la terre, de plus en plus loin, et qui sait où sont ces poltrons à présent, peut-être au centre même de la terre. Et que dire de ceux qui se faufilaient entre les herbes, couleuvres et couleuvreaux de toute sorte ? Ou des lézards qui se montraient et dressaient la tête dans la fente d’un rocher ? Eh bien que tous s’étant enfuis, ils sont en train de dormir dans leur cachette ; qui plus est, il y en a qui étant supérieurs à ceux-là, se sont enfuis aussi. Par exemple les oiseaux. Ou les écureuils, les porcs, les poules. C’est ainsi, ma fille, tous, sans exception, se sont enfuis et toi seule es restée. Ici, il y a la vache. La vache sait ce que c’est que la solitude, la désolation, et de le savoir lui permet d’affronter la vie. En vérité, être une vache est quelque chose de grandiose !
Ce n’est pas moi qui dirai le contraire –lui répondis-je en regardant le rocher noir en face de moi. Il me sembla que le Lourdaud avait quelque peu raison et qu’il n’était pas sot de pouvoir rester là tranquillement, sans la moindre crainte.

***

Brigitte nous propose sa traduction – avec quelques questions en préambule :

Il y une chose que je ne saisie pas vraiment, à cause de la disposition et de la ponctuation :
Lorsque la vache évoque un proverbe, elle dit :
Como dice el refran :
(il y a un espace de deux lignes) pas de tirets et les deux questions qui suivent...
Qué creias que era vivir ?
Crerselo todo y echarse a dormir ?
Je n'arrive pas à déterminer s'il manque le proverbe en question ou si les deux interrogations constituent le proverbe, ce qui n'est ni logique ni compréhensible… (car il semble plutôt que ces deux questions sont en fin de compte la suite des remarques de la vache la plus âgée).
Dans le doute je me suis donc abstenue, comme s'il manquait le proverbe...



VERSION ATXAGA

Ce que me dicta ma voix intérieure ou comment je pris la décision d’écrire ces mémoires de vache.

C’était par une nuit d’éclairs et de tonnerre, et les bruits et le vacarme de l’orage finirent par me réveiller presque tout à fait.
- Ecoute, ma fille, peut-être l’heure a-t’elle sonné ? Peut-être n’est-ce pas le moment opportun, correct et convenable ? – me demanda alors ma voix intérieure. Et peu après, sans me laisser une seconde de répit pour me réveiller complètement - : Mais, Ne vas-tu donc pas sortir du sommeil et de la léthargie ? Ne dois-tu pas t’ouvrir à la lumière, excellente et productive ? Dis-le-moi en deux mots et du fond du cœur, peut-être l’heure n’a-t’elle pas encore sonné ? Peut-être n’est-ce pas le moment opportun, correct et convenable ?
Ma petite voix intérieure possède un langage très maniéré et truffé de compliments, et, apparemment, elle ne peut pas parler comme tout le monde, en appelant de l’herbe, « herbe » et de la paille, « paille » ; si nous étions à sa place, pour parler de l’herbe nous devrions dire « l’aliment bienfaisant que notre mère, la terre, a fait pousser pour nous », et pour la paille, « l’aliment non bienfaisant mais nécessaire au cas où le bon vient à manquer et se fait rare ». Oui, c’est comme ça que parle cette voix que j’entends à l’intérieur de moi, résultat : elle met un temps de tous les diables chaque fois qu’elle veut expliquer quelque chose, la plupart de ses discours deviennent très ennuyeux, et il faut s’armer de patience pour lui répondre sans se mettre à crier. Et même en criant, c’est du pareil au même, car la voix ne change pas de place, rien à faire pour qu’elle disparaisse.
- Elle ne peut pas disparaître parce qu’il s’agit de notre Ange Gardien – me dit un jour, lorsque j’étais encore jeune, une vache d’un certain âge appelée Bidani.
Cela devrait te rendre joyeuse/te réjouir qu’il soit à l’intérieur de toi. Ce sera ton meilleur ami dans la vie, et il te réconfortera chaque fois que tu te sentiras seule. Te voilà bien embarrassée de devoir faire un choix ? Eh bien, pas de problème : tu l’écoutes et c’est lui qui t’indiqueras le meilleur choix à faire. Tu te retrouves un jour en grand danger ? Eh bien, fais-lui confiance, remets ton sort entre les mains de l’Ange Gardien, c’est lui qui guidera tes pas.
- Est-ce que je dois croire ça ? - Demandai-je à Bidani.
- Bien sûr que oui – me répondit-elle, quelque peu arrogante.
- Eh bien, excusez-moi, mais je n’en crois pas un mot.
- Que pouvais-je bien lui dire ? Elle était mon ainée, aucun doute là-dessus, mais aussi très naïve par rapport à moi. Parce qu’à vrai dire, celui qui me démontrera ce qu’est un Ange Gardien n’est pas encore né, et, je préfère donc de pas croire toutes ces choses. Je suis de cette poil-là : quand quelque chose est clair et net, quand par exemple on met devant moi un tas de luzerne et qu’on me dit : « C’est de la luzerne », alors j’arrive, je sens et je dis « Oui, c’est de la luzerne », j’admets la vérité ; mais dans le cas contraire, sans preuves, ou lorsque la preuve n’a même pas d’odeur, alors je préfère ne pas y croire.
Comme dit le proverbe (?)

Mais qu’est-ce que tu t’imaginais que c’était, la vie ?
Tout croire et passer son temps allongé ?

Non, pas du tout, ce n’est pas vivre, ça. Ca, c’est faire l’idiot et se comporter comme le genre ovin.
- Tu ne comprends pas, jeune écervelée –insista Bidani avec la même arrogance qu’avant-. L’Ange Gardien ne peut pas avoir d’odeur. En sa qualité d’ange, il est en nous comme un esprit, sans occuper aucun endroit précis.
- Vous mériteriez d’être un mouton – lui répondis-je avec toute mon insolence, et j’ai tourné les sabots et suis partie.

***

Nathalie nous propose sa traduction :

L'ordre qui venait de ma voix intérieure ou comment je décidai d'écrire ces mémoires d'une vache. Souvenir d'une chute de neige

Par une nuit de foudre et de tonnerre, les bruits et le hurlement de la tempête finirent par m'éveiller presque complètement.

- Écoute, ma fille, l'heure n'est-elle pas venue ? N'est-ce pas le moment indiqué, propice et favorable ? - me demanda alors ma voix intérieure. Et peu après, sans même me laisser un instant de répit pour retrouver tout à fait mes esprits - : Mais ne dois-tu pas abandonner le rêve et la paresse ? Ne dois-tu pas te tourner vers l'excellente et fructifère lumière ? Dis-le moi en deux mots, le cœur sur la main : l'heure n'est-elle pas venue ? N'est-ce pas le moment indiqué, propice et favorable ?

Cette mienne voix intérieure s'exprime de façon très recherchée et avec beaucoup de circonlocutions, et apparemment, elle ne peut pas parler comme tout le monde et dire « herbe » pour herbe et « paille » pour paille; s'il n'en tenait qu'à elle, pour désigner l'herbe, nous devrions dire « l'aliment salutaire qu'a fait pousser pour nous la terre mère » et pour désigner la paille, « l'aliment non salutaire utile quand l'autre manque et décline ». Eh oui, voilà comment parle cette voix que j'entends en moi, de sorte qu'elle met un temps fou chaque fois qu'elle veut expliquer quelque chose, de sorte que la majorité de ses sujets de conversation deviennent vite très ennuyeux, de sorte qu'il faut s'armer de patience pour l'écouter sans se mettre à crier. Quand bien même on se mettrait à crier, cela ne changerait rien, car la voix ne s'en va pas comme ça, il n'y a pas moyen de la faire disparaître.

- Elle ne peut pas disparaître puisqu'il s'agit de notre Ange Gardien - me confia une fois, alors que j'étais encore jeune, une vache d'un certain âge, qui s'appelait Bidani -. Tu devrais te réjouir de savoir qu'il est en toi. Ce sera ton meilleur ami, dans cette vie, et il te réconfortera chaque fois que tu te sentiras seule. Tu te vois obligée de faire un choix ? Pas de problème : tu l'écoutes, car il t'aidera à faire le meilleur choix. Tu te retrouves un jour en grave danger ? Aie confiance, remets ta vie entre les mains de ton Ange Gardien : il guidera tes pas.

- Je dois croire tout ce qu'il me dira ? - demandai-je à Bidani.

- Bien sûr – me répondit-elle, non sans une certaine arrogance.

- Eh bien, pardonnez-moi car je ne crois pas un mot de ce qu'il dit.

Que pouvais-je lui dire d'autre ? Elle était plus âgée que moi -cela ne faisait aucun doute – mais elle était aussi bien plus crédule. Car, à dire vrai, il n'est pas encore né celui qui m'expliquera ce qu'est un Ange Gardien, et les choses étant ce qu'elles sont, je préfère ne rien croire. Je suis ainsi faite que, quand quelque chose est clair - quand par exemple on me met devant un tas de fenugrec et qu'on me dit « c'est du fenugrec », je m'approche, je sens et je déclare « oui, c'est du fenugrec » -, alors je reconnais la vérité; mais dans le cas contraire, quand il n'y a pas de preuves ou quand la preuve n'a pas d'odeur, eh bien je préfère ne pas y croire. Comme dit le proverbe :

A quoi croyais-tu que se résumer la vie ?
A tout prendre pour argent comptant et à se mettre au lit ?

Non, monsieur, ça n'est pas vivre ça, c'est faire la bête et se comporter comme la gent ovine.

- Tu n'arrives pas à comprendre, jeunette – insista Bidani, avec la même arrogance qu'auparavant -. L' Ange Gardien ne peut pas avoir d'odeur. Puisque c'est un ange, il est en nous, comme un esprit : il n'a aucune place précise.

- Vous mériteriez d'être une simple brebis – lui répondis-je, avec toute l'effronterie dont j'étais capable, puis faisant demi-tour, je m'en allai.

Mais quoi qu'il en soit, que j'y crois ou que je n'y crois pas, cette petite voix intérieure était toujours là et il ne me restait plus qu'à admettre la réalité. Que je l'appelle Ange Gardien, Esprit, Voix, Conscience, ou peu importe comment, avec tel ou tel nom, c'était toujours là, en moi.

- Quel est ton nom ? - demandai-je un jour à la voix. C'était l'époque où je lui parlais encore avec respect (il faut dire que j'étais jeune).

- Celui que tu voudras, ma fille. En ce qui me concerne, c'est toi qui décides, je suis ton serviteur. Et soit dit en passant, c'est une servitude que j'accepte avec grand plaisir.

- Oui, bien sûr, évidemment. Mais répondez-moi, je vous prie : comment vous appelez-vous ?

- Excuse-moi, ma fille, mais comme je viens de te l'expliquer, je suis à tes ordres. C'est à la maîtresse qu'il revient de baptiser le domestique.

- Quel raseur / pot de colle, tu fais ! – finis-je par me fâcher -. Plus casse-pieds / collant qu'un troupeau de poux ! Je ne sais pas si tu es un ange ou un esprit malin, je ne sais pas non plus pourquoi tu es en moi, mais je sais comment tu es, ça, je crois que je le sais ! Tu es du genre à toujours vouloir la ramener ! Voilà comment tu es !

C'est alors que, poussé par l'accès de rage que je sentais monter en moi, je pris une décision : à ce soi-disant Ange Gardien, j'allais l'appeler Le Raseur / La Glue. Et depuis ce jour, il n'a pas été autre chose pour moi : Le Raseur, Raseur et Raseur. Le Raseur, Raseur et Raseur / La Glue, Glue et Glue. La Glue, Glue et Glue.

- On ne peut pas dire que ce soit le plus joli nom du monde – entendis-je – mais ce n'est pas non plus le plus laid ni le plus désagréable.

2 commentaires:

Nathalie a dit…

Brigitte,

Je pense qu'il s'agit vraiment d'un proverbe (qui se présente sous une forme un peu particulière, je te l'accorde), comme le montrent les 2 autres exemples, plus conventionnels, qui apparaissent plus bas dans le texte : "nieve en el monte, no hay vaca que soporte" et "la vaca y la oveja, una vaga y la otra floja", tous 2 introduits de la même façon : "dice el refrán :".

Brigitte a dit…

Je n'ai pas le texte original d'ATXAGA donc je ne sais toujours pas si les deux questions constituent le proverbe cité par la vache (Rares d'ailleurs sont les proverbes formulés de cette manière, mais après tout pourquoi pas, tout est possible avec l'imagination de l'auteur... )
Quoi qu'il en soit, au cours de mes recherches de dictons et de proverbes, j'ai trouvé dans un autre texte cette formule qui illustrerait assez bien ce que pense la jeune vache de son Ange Gardien !
EL OLFATO NO HUELE,
OJO NO MIRA